Read El hombre demolido Online
Authors: Alfred Bester
Barbara estaba en el vestíbulo, en cuatro patas, arrastrándose con energía. Acababa de alimentarse y le brillaba la cara.
–Ajojojojojojojó –dijo–. Ajó.
–¡Mary, ven enseguida! ¡Barbara está hablando!
–¡No!
–Mary vino corriendo desde la cocina–.
¿Qué dice?
–Me llamó papá.
–Ajó –dijo Barbara–. Ajojojojojó.
Mary miró a Powell con sorna.
–No dijo nada parecido. Dijo ajó –comentó Mary, y volvió a la cocina.
–
Quiso decir papá. No es culpa de ella si no sabe articular todavía.
–Powell se arrodilló junto a Barbara–. Di papá, nenita. Di papá. ¿Papá? ¿Papá?
–Ajó –dijo Barbara con un gorjeo.
Powell se dio por vencido. Pasó del nivel consciente al preconsciente.
Hola, Barbara.
–¿Usted otra vez?
¿Me recuerdas?
–No sé.
Claro que sí. Soy el hombre que se mete en tu barullo privado. Luchamos juntos.
–¿Nosotros dos?
Nosotros dos. ¿No sabes quién eres? ¿No te gustaría saber por qué vives ahí abajo esa existencia solitaria?
–No lo sé. Dígamelo.
–Bueno, mi querida, érase una vez una niña como tú pero que sólo existía… como una simple entidad. Luego naciste. Tuviste una madre y un padre. Creciste hasta ser una joven encantadora de pelo rubio y ojos oscuros y una delicada y graciosa figura. Viniste de Marte con tu padre y…
–No. No hay nadie sino usted. Sólo nosotros en la oscuridad.
Estabas con tu padre, Barbara.
–No. No había nadie. Ningún otro.
Lo siento querida. Lo siento de veras, pero tenemos que pasar por esa agonía otra vez. Tengo que ver algo.
–No. No, por favor. Sólo nosotros dos, juntos. Por favor, señor fantasma…
Estaremos juntos y solos, Barbara. Acércate, querida. Tu padre está en el otro cuarto…, el cuarto de la orquídea, y de pronto oímos algo…
Powell tomó aliento y gritó:
–¡Socorro, Barbara! ¡Socorro!
Y los dos se incorporaron, atentos. Sensación de ropas de cama. El piso frío bajo los pies desnudos y el corredor interminable, hasta que al fin se precipitaron en el cuarto de la orquídea, y gritaron, y esquivaron al sorprendido Ben Reich mientras éste metía algo en la boca de papá. ¿Metía qué? Retengamos esa imagen. Fotografiémosla. ¡Cristo! Esa horrible explosión apagada. La nuca saltó en pedazos, y la amada, la adorada, la reverenciada figura se derrumbó de un modo increíble, desgarrándoles los corazones mientras los dos gemían y se arrastraban por el piso para arrancar una maligna flor de acero a la pálida…
–¡Levántate, Linc! ¡Por amor de Dios!
Powell se encontró casi de pie, sostenido por Mary. El aire del cuarto bullía de indignación.
–¿No puedo dejarte solo un minuto? ¡Idiota!
–¿Estuve arrodillado mucho tiempo, Mary?
–Por lo menos media hora. Entré y los vi a los dos en el suelo…
–Encontré lo que buscaba, Mary. Era un revólver. Una antigua arma explosiva. Una imagen clara. Mira…
–Mmmm. ¿Eso es un revólver?
–Sí.
–¿De dónde lo sacó Reich? ¿De un museo?
–No creo. Voy a apostar fuerte. Quizá mate dos pájaros de un tiro. Llévame al teléfono.
Powell se arrastró hasta el teléfono y marcó BD–12232. La cara torcida de Church apareció en la pantalla.
–Hola, Jerry.
–Hola…, Powell. –Precavido. En guardia.
–¿Te compró Gus Tate un revólver, Jerry?
–¿Un revólver?
–Sí. Un arma explosiva. Estilo siglo veinte. Lo usaron en el crimen de DʼCourtney.
–¡No!
–Sí, de veras. Creo que Gus Tate es el asesino, Jerry. Me pregunté si te habría comprado el arma. Me gustaría mostrarte la imagen de ese revólver. –Powell titubeó, y habló suavemente–: Sería una gran ayuda, Jerry, y lo apreciaría mucho. Mucho. Espérame. Estaré ahí dentro de una hora.
Powell cortó la comunicación. Miró a Mary. Imagen de un guiño.
–Gus tendrá tiempo de llegar a casa de Church.
–¿Por qué Gus? Pensé que era Reich…
–Mary vio la escena recogida por Powell en casa de @kins–.
Oh, comprendo. Es una trampa para Tate y Church. Church le vendió el arma a Reich.
–Quizá. Corro un riesgo. Pero Church tiene una casa de empeños, y no hay nada más parecido a un museo.
–¿Y Tate ayudó a Reich a usar el arma? Increíble.
–Casi seguro, Mary.
–Así que estás lanzando a uno contra otro.
–Y a los dos contra Reich. Fallamos siempre en el nivel objetivo. Desde aquí tenemos que valernos de trampas ésper, o estoy arruinado.
–Pero, ¿y si no puedes oponerlos a Reich? ¿Qué pasaría si se comunican con él?
–No pueden. Reich no está en la ciudad. Keno Quizzard está aterrorizado y dispuesto a cualquier cosa por salvar su vida, y Reich está buscándolo para hacerlo callar.
–Eres un sinvergüenza, de veras, Linc. Apuesto a que te robaste el tiempo.
–No –dijo Powell–. No fui yo. Fue el niño deshonesto.
Powell enrojeció, besó a Mary, besó luego a Barbara DʼCourtney, volvió a enrojecer, y dejó confundido la casa.
La casa de empeños estaba en sombras. Sobre el mostrador brillaba una única lámpara que engendraba una esfera de luz suave. Los tres hombres, al hablar, se inclinaban hacia delante, entrando en la luz, o se echaban hacia atrás, saliendo de ella, y los rostros y las manos gesticulantes aparecían o desaparecían súbitamente, en
staccato.
–No –dijo Powell en tono cortante–. No he venido aquí a leer pensamientos. Quiero hablar claro. Os sentiríais ofendidos si utilizara palabras con vosotros. Pero creo que será una prueba de buena fe. Mientras hablo no os sondeo.
–No necesariamente –respondió Tate. Su rostro de gnomo brotó a la luz–. Eres famoso por tu cortesía, Powell.
–No soy cortés ahora. Lo que podéis darme, lo quiero de un modo objetivo. Estoy trabajando en un asesinato. Leer el pensamiento no me sirve de nada.
–¿Qué quieres, Powell? –interrumpió Church.
–Le vendiste un revólver a Gus Tate.
–Al diablo si lo hizo –dijo Tate.
–Entonces, ¿por qué estás aquí?
–¿Se supone que tengo que permanecer indiferente ante una acusación como ésa?
–Church te llamó porque te vendió un revólver y sabe cómo lo usaron.
El rostro de Church apareció en la luz.
–No vendí ningún revólver, Linc. Y no sé cómo se usó ese revólver. Ésa es mi declaración objetiva. Ahí la tienes.
–Oh, la acepto –dijo Powell con una risita–. Ya sé que no le vendiste el revólver a Gus. Se lo vendiste a Reich.
El rostro de Tate volvió a la luz.
–Entonces ¿por qué…?
–¿Por qué? –Los ojos de Powell se clavaron en los de Tate–. Para hablar contigo, Gus. Espera un minuto. Quiero terminar con Jerry. –Se volvió hacia Church–. Tú tenías ese revólver, Jerry. Sueles tener esa clase de objetos. Reich vino aquí a buscarlo. No podía haber ido a otro sitio. Ya os entendisteis una vez. No lo he olvidado.
–¡Maldito seas! –gritó Church.
–Así saliste del gremio –continuó Powell–. Arriesgaste y perdiste todo por Ben Reich…, sólo porque te pidió que leyeras las mentes de cuatro miembros del mercado de cambios. Reich ganó un millón con esa estafa…, con sólo pedirle un favor a un telépata torpe.
–¡Pagó por ese favor! –exclamó Church.
–Y ahora todo lo que pido es ese revólver –replicó Powell serenamente.
–¿Ofreces algo a cambio?
–Me conoces bien, Jerry. Te eché del gremio porque soy el honesto predicador Powell, ¿no es así? ¿Te haría una oferta sospechosa?
–¿Qué ofreces entonces por el revólver?
–Nada, Jerry. Tienes que creer que haré lo mejor. Pero no te prometo nada.
–Me prometieron algo –murmuró Church.
–¿Sí? Ben Reich quizá. Promete fácilmente. Pero a veces no tiene qué dar. Tienes que decidirte, Jerry. Yo, o Ben Reich. ¿Qué me dices del revólver?
El rostro de Church desapareció de la luz. Después de un rato habló desde las sombras.
–No vendí ningún revólver, y no sé cómo se usó ese revólver. Ésa será mi declaración ante la corte.
–Gracias, Jerry. –Powell sonrió, se encogió de hombros, y se volvió hacia Tate–. Quiero hacerte una sola pregunta, Gus. Pasando por alto el hecho de que colaboras con Reich…, de que sondeaste a @kins a propósito de DʼCourtney… Pasando por alto que acompañaste a Reich a la fiesta de Beaumont, interferiste para él y has estado interfiriendo desde entonces…
–Un momento, Powell…
–No me asustes, Gus. Sólo deseo saber si acerté con la oferta de Reich. No ha podido ofrecerte dinero. Ganas demasiado. No ha podido ofrecerte una mejor posición. Eres una de las cimas del gremio. Tiene que haberte ofrecido poder, ¿eh? ¿No es así?
Tate estaba sondeando a Powell como un histérico, y la serena seguridad que encontró en su mente, la aceptación casual de su ruina como un hecho consumado, sacudieron al menudo telépata con una serie de choques demasiado repentinos, inevitables. Y Tate estaba comunicando su pánico a Church. Todo era parte de un plan preparado por Powell para cierto momento crucial.
–Reich pudo ofrecerte poder en su mundo –continuó Powell en un tono de charla–, pero no. No te daría nada de su poder, y tú no querrías poder de esa especie. Así que tiene que haberte ofrecido poder en el mundo ésper. ¿Cómo? Sospecho que te ofreció algo a través de la Liga de Patriotas… ¿Un
coup d'état
? ¿La dictadura del gremio? Quizá ya formas parte de la Liga.
–Escucha, Powell…
–Eso creo, Gus. –La voz de Powell se endureció–. Y tengo la seguridad de que puedo probar mi sospecha. ¿Piensas que permitiríamos que tú y Reich aplastarais al gremio así porque sí?
–Nunca probarás nada. Nunca…
–¿Probar? ¿Qué?
–Tu palabra contra la mía. Yo…
–Eres un tonto. ¿No has estado nunca en un juicio ésper? No es un juicio común donde primero juras tú, y luego yo, y el jurado trata de adivinar quién miente. No, Gus. Te colocan ante el jurado y todos los primeros empiezan a sondearte. Tú eres el primero, Gus. Quizá puedas evitar a dos… Posiblemente a tres… Pero no a todos. Te lo aseguro, Gus. Ya estás muerto.
–¡Espera, Powell, espera!
–El rostro de maniquí se retorcía de temor–.
El gremio tiene en cuenta la confesión. La confesión anterior al juicio. Te lo diré todo. Todo. Estaba enfermo. Estoy sano ahora. Díselo al gremio. Cuando te mezclas con un condenado psicópata como Reich, caes dentro de su órbita. Te identificas con su locura. Pero ya estoy libre. Díselo al gremio. Aquí lo tienes todo… Vino a mí con una pesadilla a propósito de un hombre sin cara. Reich…
–¿Era un paciente?
–Sí. Por eso me atrapó. Acosándome. Pero estoy libre ahora. Dile al gremio que estoy cooperando. Me retracto, lo confieso todo. Church es testigo.
–No soy testigo –exclamó Church–. Sucio traidor. Después de que Ben Reich te prometiera…
–Cállate. ¿Crees que voy a resignarme a un exilio perpetuo? ¿Como tú? Tú eres bastante loco como para confiar en Reich. Pero yo no, gracias. Yo no estoy tan loco.
–Cobarde. ¿Crees que te has librado? Crees que…
–¡No me importa! –gritó Tate–. No quiero esa medicina de Reich. Antes lo arruino. Iré a la corte y me sentaré en el banquillo de los testigos y haré todo lo posible para ayudar a Powell. Díselo al gremio, Powell. Diles que…
–No harás nada parecido –interrumpió Powell.
–¿Qué?
–Has sido educado por el gremio. Estás aún en el gremio. ¿Dónde has visto que un ésper traicione a su paciente?
–Pero necesitas pruebas para atrapar a Reich, ¿no es cierto?
–Sí, pero no las obtendré de ti. No permitiré que ningún ésper nos arruine a todos tartamudeando ante la corte.
–Puede costarte el puesto si no atrapas a Reich, Powell.
–Al diablo con el puesto. Lo necesito, y necesito a Reich, pero no de ese modo. Cualquier telépata puede ser un buen piloto cuando la órbita es simple; pero se necesitan agallas para serle fiel al gremio cuando todo anda mal. Debes saberlo. Tú no has tenido agallas. Mírate ahora.
–Pero yo quiero ayudarte, Powell.
–No puedes ayudarme. No contra toda ética.
–¡Pero yo fui cómplice! –gritó Tate–. Y me dejas afuera. ¿Es eso ética? ¿Es eso…?
–Mírenlo –rió Powell–. Está mendigando la demolición. No, Gus. Primero Reich, después tú. No puedo atrapar a Reich con tu ayuda. Me mantendré dentro de los votos. –Powell se volvió y abandonó el círculo de luz. Mientras atravesaba la oscuridad en dirección a la puerta, esperó a que Church mordiera el cebo. Había interpretado toda la comedia sólo para esto…, pero hasta ahora el anzuelo no se había movido.
Mientras Powell abría la puerta, inundando la casa de empeños con la luz plateada de la calle, Church gritó de pronto:
–¡Un momento!
Powell se detuvo; su silueta se dibujó en la puerta.
–¿Sí?
–¿De qué le has hablado a Tate?
–De los votos, Jerry. Tienes que recordarlos.
–Déjame que te mire.
–Adelante. No te oculto nada. –Powell le abrió casi toda su mente. Lo que Church no tenía que ver fue cuidadosamente embrollado y camuflado con asociaciones tangenciales y una imagen calidoscópica. Pero Church no localizaría ninguna sospechosa pantalla.
–No sé –dijo Church al fin–. No puedo decidirme.
–¿A propósito de qué, Jerry? No estoy leyéndote.
–A propósito de ti y Reich y el revólver. Dios sabe si eres un predicador timorato, pero pienso que será mejor que te crea.
–Magnífico, Jerry. Ya te lo he dicho, no te prometo nada…
–Quizá eres de esa clase que no necesita hacer promesas. Quizá todas mis dificultades provienen de que siempre estuve buscando promesas…
En ese momento, el incansable radar de Powell recogió en la calle la señal de la muerte. Giró sobre sí mismo y dio un portazo.
–Arrojaos al suelo. Rápido.
–Retrocedió tres pasos hacia el globo de luz y se encaramó en el mostrador–.
Subid conmigo, Jerry, Gus. ¡Rápido, bobos!
Un horrible estremecimiento recorrió la casa. Powell extinguió de un puntapié el globo luminoso.
–Saltad y sosteneos de los brazos de la lámpara. Es un arma armónica. ¡Saltad!
–Church jadeó y saltó en la oscuridad. Powell tomó el brazo tembloroso de Tate–.
¿Demasiado bajo? Levanta las manos. Yo te ayudaré.
–Alzó a Tate y saltó luego tomándose de los brazos de acero de la lámpara. Los tres hombres colgaban en el espacio, protegidos contra las mortales vibraciones que envolvían la tienda…, vibraciones que creaban quebrantadores armónicos en todas las substancias que tocaban el piso. Vidrio, acero, piedra, plásticos…, todo chillaba y se hacía pedazos. El piso crujía y el cielo raso tronaba. Tate lanzó un gemido.