El hombre equivocado (55 page)

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Authors: John Katzenbach

BOOK: El hombre equivocado
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Encontró a Hope en el mismo sitio. Con la mano enguantada sujetaba el mango del cuchillo, que aún asomaba de su costado.

—¿Puedes moverte? —le preguntó.

—Creo que sí… —respondió ella.

Al amparo de las sombras, avanzaron lentamente hasta la calle. Scott la rodeaba con un brazo para que se apoyase en él, y prosiguieron por la oscuridad. Ella lo guió hacia su coche. Ninguno de los dos miró hacia atrás. Scott rogó que el incendio tardara en propagarse y pasaran varios minutos antes de que algún vecino reparase en las llamas.

—¿Estás bien? —susurró.

—Puedo conseguirlo —respondió ella, apoyándose contra él. El aire de la noche la había despejado un poco y estaba controlando el dolor, aunque cada paso que daba le provocaba una punzada. Alternaba entre la confianza y la determinación, y la desesperación y la flaqueza. Sabía que no importaba cómo hubiera planeado Sally el resto del plan, no iba a suceder como estaba previsto. La sangre que sentía agolparse en la herida se lo decía.

—Vamos, un último esfuerzo —la animó Scott.

—Sólo somos una pareja que sale a dar un paseo nocturno —bromeó Hope a pesar del dolor—. A la izquierda en la esquina; el coche está a media calle.

Cada paso parecía más lento que el anterior. Scott no sabía qué haría si se acercaba un coche, o si alguien salía y los veía. A lo lejos oyó perros ladrando. Mientras rodeaban tambaleándose la esquina, como si fueran una pareja achispada, vio el coche. La fiesta de la casa cercana estaba en su apogeo.

Reuniendo fuerzas de flaqueza, Hope consiguió enderezarse con un esfuerzo supremo.

—Ponme al volante —dijo con decisión.

—No puedes conducir —dijo Scott—. Necesitas ir a un hospital.

—Sí, pero no aquí —respondió ella.

Hope estaba calculando, tratando de conservar la cabeza despejada, aunque el dolor lo hacía difícil.

—Las malditas matrículas —masculló—. Vuelve a cambiarlas.

Eso confundió a Scott. No entendía a qué venía eso, cuando llevarla a urgencias parecía lo único importante.

—Pero… —repuso.

—¡Hazlo!

La ayudó a sentarse al volante, como ella había pedido. Luego cogió la bolsa con las matrículas y, respirando hondo y tras dirigir una mirada a la casa donde se celebraba la fiesta, las cambió tan rápidamente como pudo. Cogió las robadas y las metió en la mochila junto con la pistola y la pequeña toalla manchada de gasolina y sangre, ambas en una bolsa de plástico.

Volvió al lado del conductor. Hope, que había metido la llave en el contacto, se demudó de dolor al quitarse la cinta de tobillos y muñecas y los dos pares de guantes. Se lo entregó todo a Scott. Él se quedó sin saber qué hacer, mientras ella se arrancaba el cuchillo de un tirón.

—¡Dios! —gimió. Echó atrás la cabeza y estuvo a punto de desmayarse, pero una segunda oleada de dolor la mantuvo consciente. Inhaló bruscamente.

—Tengo que llevarte a un hospital —repitió Scott.

—Iré sola —repuso Hope—. Tú tienes demasiadas cosas que hacer. —Señaló el cuchillo—. Me lo quedaré yo —dijo, y lo dejó caer al suelo del coche y con el pie lo empujó bajo el asiento.

—Yo podría deshacerme de él.

A Hope le costaba pensar, pero negó con la cabeza.

—Deshazte de esas cosas, y de las matrículas, en algún sitio donde no las relacionen con este coche —dijo. Intentaba recordarlo todo, organizarse, pero el dolor le nublaba el raciocinio. Ojalá Sally estuviera allí, pues no le pasaría por alto ningún detalle. Era buena en eso, pensó Hope. Se volvió hacia Scott, y trató de verlo como si fuera parte de Sally, cosa que, imaginó, había sido en el pasado—. Muy bien —prosiguió—. Seguiremos con el plan. Estoy bien para conducir. Haz lo que tengas que hacer… —Señaló la mochila con la pistola.

—No puedo dejarte —contestó él—. Sally nunca me perdonaría.

—No tendrá oportunidad de perdonarte si no te marchas. Ya vamos con retraso. Lo que tienes que hacer ahora es crucial.

—¿Estás segura?

—Sí —dijo Hope, aunque no estaba segura de nada—. Vete. Vete ahora.

—¿Qué le digo a Sally?

Una docena de pensamientos cruzaron la mente de Hope.

—Dile que estaré bien. La llamaré más tarde.

—¿Estás segura? —Miró la herida de su costado y el negro mono de mecánico manchado de sangre.

—No es tan malo como parece —mintió ella—. Vete, antes de que lo estropeemos todo.

La idea de que, después de todo lo que había hecho, pudieran fracasar la martirizaba. Agitó la mano hacia Scott.

—Vete.

—De acuerdo —respondió él, y se irguió dando un paso atrás.

—Oh, Scott —añadió ella.

—¿Sí?

—Gracias por acudir en mi ayuda.

Él asintió.

—Tú hiciste el trabajo difícil —dijo. Cerró la puerta y vio cómo Hope se inclinaba y ponía el coche en marcha.

Se retiró mientras ella arrancaba y contempló cómo el coche se perdía calle abajo, solo en la oscuridad hasta que las luces traseras desaparecieron. Entonces se echó la mochila a la espalda y corrió hacia la parada del autobús. Sabía que iba con retraso y podía ser desastroso, pero aún tenía que cumplir con el resto de su misión. No estaba seguro de lo que iba a hacer Hope el resto de la noche, pero la suerte de todos la acompañaría, aunque en realidad esa noche hacía falta suerte también en otros sitios.

Sally estaba aparcada en un centro comercial, esperando a Scott. Consultó su reloj y comprobó el cronómetro. Cogió el móvil y pensó si llamar o no, pero decidió abstenerse. Estaba a tres cuartos de hora de Boston, cerca de la interestatal, un lugar elegido por los mismos motivos que el lugar donde se reunió con Hope para entregarle la pistola, pero diferente, pues proporcionaría a Scott acceso fácil para volver al oeste de Massachusetts.

Se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos. No se permitiría torturarse repasando todos los posibles desastres que podían haber ocurrido esa noche. Eran neófitos en el arte de matar, pensó. Puede que cada uno tuviera la experiencia que hizo que la planificación, la organización y la concepción de la muerte parecieran manejables y factibles, pero, en lo referente a la ejecución del plan, eran novatos absolutos. Ningún profesional lo habría hecho así. El plan era demasiado errático, azaroso y dependiente de que cada uno realizara eficazmente ciertas tareas. Esa era la base de todo, pensó.

Las personas responsables y educadas no harían algo así. Sólo los drogadictos o los violentos podían ascender los peldaños de la criminalidad hasta el asesinato.

Cerró los ojos con fuerza.

Tal vez su convicción de que podrían llevar a buen puerto un asesinato no era más que una fantasía. Imaginó a Scott y a Hope esposados, rodeados de policías. El padre de O'Connell estaría haciendo una declaración, y ella sería la siguiente, en cuanto Scott o Hope se derrumbaran durante el interrogatorio.

Y Ashley, incluso con Catherine a su lado, se enfrentaría sola a un horroroso futuro con Michael O'Connell.

Abrió los ojos y escrutó el aparcamiento teñido de luz verde.

Ni rastro de Scott.

Hope debería estar camino de casa.

Michael O'Connell estaría en algún arcén, tratando de reparar el pinchazo o esperando una grúa. Estaría furioso y se preguntaría qué demonios estaba pasando. Lo único que no esperaba era quedar atrapado en una representación donde él era un actor importante. Sally sonrió. Pensó que el papel que se había interpretado sin saltarse una línea ni dar un paso en falso había sido el de O'Connell, y él ni siquiera lo sabía. Lo estaban ahogando y ni siquiera era consciente de ello.

Apretó el puño y pensó: «Te tenemos, hijo de puta.» Resopló lentamente. «O tal vez no.»

Scott debería llegar de un momento a otro.

Golpeó el volante con frustración y desesperación.

—¿Dónde demonios estás? —susurró escrutando la zona—. Vamos, Scott. ¡Llega ya!

Extendió la mano hacia el móvil de nuevo, pero lo soltó. Esperar, comprendió, era lo segundo más difícil. Lo más difícil era confiar en alguien a quien una vez había dicho que amaba, y a quien luego había abandonado y engañado, antes de divorciarse. En realidad, lo único que mantenía cierto tono cordial entre ella y su ex era Ashley. Tal vez eso fuese suficiente para que ambos sobrevivieran a esa noche.

Entonces sus pensamientos se volvieron hacia Hope. Sacudió la cabeza y sintió lágrimas en los ojos. Sabía que podía confiar en ella, aunque había hecho muy poco en los últimos meses para merecer esa confianza por su parte. Se sentía como flotando en una nube de incertidumbre.

—¡Vamos! —susurró de nuevo, como si las palabras pudieran conjurar los hechos.

Había un gran contenedor de basura en un rincón del aparcamiento donde Scott había dejado su furgoneta. Para su alivio, estaba casi lleno, no sólo de bolsas de plástico negras, sino también de botellas, latas y basura sin recoger. Cogió una bolsa medio vacía, la abrió y metió las matrículas robadas, los restos de cinta y los guantes. Luego volvió a atarla y la colocó en medio de la pila de basura. El contenedor sería vaciado pronto, probablemente al día siguiente.

Volvió rápidamente a la furgoneta y esperó a arrancar hasta que no hubo ningún coche en movimiento por las inmediaciones.

Scott volvió a cambiarse de ropa, chaqueta y corbata. Sabía que tenía que darse prisa, pero también evitar llamar la atención. Deseó poder acelerar, pero permaneció dentro de los límites de velocidad. Incluso en la interestatal se mantuvo en el carril central mientras se dirigía a su encuentro con Sally.

No sabía qué iba a decirle cuando la viera.

Tratar de transmitirle con palabras lo que había ocurrido esa noche parecía imposible. Si no le decía nada, ella lo odiaría. Si se lo contaba todo, ella se horrorizaría, y también lo odiaría. Querría acudir de inmediato al lado de Hope y olvidarse del plan.

Todo podía fracasar.

Condujo sabiendo que iba a mentir. Tal vez no mucho, pero lo suficiente. Eso lo enfurecía y entristecía, pero sobre todo le hacía sentirse incompetente y falso.

Cuando llegó al aparcamiento tras salir de la autopista, divisó a Sally. No tardó en colocarse a su lado. Cogió la mochila y salió del coche.

Sally permaneció al volante, pero encendió el motor.

—Llegas tarde —dijo—. No sé si me queda tiempo. ¿Ha salido según lo previsto?

—No exactamente. No ha sido tan sencillo como pensábamos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sally con su cortante tono de abogada.

—Ha habido una pequeña pelea, pero Hope ha cumplido con su misión… —vaciló—. Puede que resultara un poco herida en la confrontación. Ahora va camino de casa. Por lo demás, para asegurarme de no dejar ninguna huella de nuestra presencia provoqué un pequeño incendio.

—¡Dios! —exclamó Sally—. ¡Eso no estaba en el guión!

—El escenario de los hechos… bueno, pensé que podría levantar sospechas en la policía. ¿No es lo que nos dijiste?

Ella asintió.

—Sí, sí. Vale. No creo que haya problemas…

—Hay una pequeña toalla en la mochila. Está mojada con gasolina, que limpiará el cañón del arma. Deshazte de ella después.

Sally volvió a asentir.

—Ha sido una precaución inteligente por tu parte. Pero Hope, ¿qué estabas diciendo de Hope?

Scott se preguntó dónde se le notaba la mentira en la cara.

—Ahora está cumpliendo con lo previsto —dijo—. Acaba con tu parte y hablaremos más tarde.

—¿Qué le ha pasado exactamente a Hope? —exigió Sally.

—Ahora no hay tiempo de hablar. Tienes que volver a Boston ahora mismo. El tiempo es crucial. No sabemos lo que hará O'Connell…

—¿Qué le ha pasado a Hope? —repitió Sally con furia en la voz.

—Ya te lo he dicho, ha tenido que pelear. Se ha cortado con un cuchillo. Cuando la he dejado, me ha dicho que te dijera que estaba bien. ¿Entendido? Eso es exactamente lo que ha dicho. «Dile a Sally que estoy bien.» Ahora debes terminar el trabajo. Tenemos que hacerlo todos. Hope ha hecho su parte y yo he hecho la mía. Ahora haz tú la tuya. Es lo último, y…

—¿Se ha cortado con un cuchillo? —repitió Sally—. ¿Qué quieres decir? Y no me mientas.

—Te estoy diciendo la verdad —se envaró Scott—. Se ha hecho un corte. Es todo. Ahora vete.

Sally imaginó cien posibles réplicas en ese instante, pero se contuvo. Por furiosa que estuviera, sabía que una vez, años antes, ella le había mentido, y que ahora él le estaba mintiendo, y que así eran las cosas. Asintió, cogió la mochila y arrancó sin decir palabra.

Una vez más, Scott se quedó solo, contemplando las luces del coche desaparecer en la oscuridad.

El detective señaló las fotos de la escena del crimen.

—El fuego lo revolvió todo. Y peor aún que el fuego, la maldita agua con que los bomberos lo rociaron. Naturalmente, no se les puede pedir que no lo hagan —dijo con una sonrisa amarga—. Tuvimos suerte de que no ardiera la casa entera. El incendio se circunscribió a la zona de la cocina. ¿Ve esa pared del fondo, toda calcinada? El especialista en incendios dijo que quien lo provocó no tenía ni idea de lo que hacía, así que en vez de extenderse por la habitación, el fuego subió por la pared y el techo, y por eso lo vieron los vecinos. Así que al final tuvimos suerte de poder recomponer las piezas.

—¿Ha trabajado en muchos homicidios? —pregunté.

—¿Aquí? Esto no es como Boston o Nueva York. Somos un departamento bastante modesto. Pero el equipo de forenses estatales es bastante bueno, y el equipo de expertos vale la pena, así que, cuando se produce un asesinato, lo manejamos bastante bien. La mayoría de los homicidios que vemos son disputas domésticas que se tuercen, o bien trapicheos de drogas que salen mal. En la mayoría de los casos el culpable no huye, o al menos no lo hace su compañero, así que alguien nos dice a quién debemos pillar.

—Pero éste no fue el caso, ¿verdad?

—Qué va. Al principio hubo algunas preguntas que nos dejaron sin habla. Y mucha gente que no derramó una lágrima por la muerte del viejo O'Connell. Fue un mal marido, un mal padre y un mal vecino, además de un desalmado. Demonios, si hubiera tenido un perro lo habría dejado morir de hambre y le habría dado de patadas cada mañana sólo para dejar las cosas claras, ¿entiende? De todas maneras, en la casa y la escena del crimen quedó suficiente para una investigación.

Asentí.

—Pero ¿qué los puso en la dirección adecuada?

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