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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (27 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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Los logros técnicos de la sociedad industrial avanzada y la manipulación efectiva de la productividad mental y material han traído consigo un
desplazamiento en la clave de la mistificación
. Tiene sentido decir que la ideología llega a estar incorporada en el mismo proceso de producción, y también puede tener sentido sugerir que, en esta sociedad, lo racional más que lo irracional llega a ser el más efectivo vehículo de mistificación. El punto de Vista de que el crecimiento de la represión en la sociedad contemporánea se manifiesta, en la esfera ideológica, primero en el ascenso de pseudofilosofías irracionales (
filosofía de la vida
; las nociones de «comunidad» como opuesto a «sociedad»; de «sangre» y «tierra», etc.) fue refutada por el fascismo y el nacionalsocialismo. Estos regímenes negaron esta filosofía y sus propias «filosofías» irracionales mediante la total racionalización técnica del aparato social. Fue la movilización total de la maquinaria material y mental la que hizo el trabajo e instaló su poder mistificador sobre la sociedad. Sirvió para hacer individuos incapaces de ver «detrás» de la maquinaria a los que la utilizaban, los que obtenían beneficios de ella y los que pagaban por ella.

Hoy, los elementos mistificadores son dominados y empleados en la publicidad productiva, la propaganda y la política. La magia, la brujería y la entrega al éxtasis son practicadas en la rutina diaria del hogar, la tienda y la oficina, y los logros racionales anulan la irracionalidad del todo. Por ejemplo, el tratamiento científico del vejatorio problema de la aniquilación mutua —las matemáticas y los cálculos del asesinato y el sobre-asesinato, la medición de la extensión variable de la radiactividad, los experimentos sobre la resistencia en situaciones anormales— es mistificador en el grado en que promueve (e incluso exige) una conducta que acepta la enajenación. Así contrarresta una verdadera conducta racional: la negativa a ir por el mismo camino y el esfuerzo por evitar las condiciones que provocan la enajenación.

Contra esta nueva mistificación, que convierte la racionalidad en su opuesto, la distinción debe ser mantenida. Lo racional
no
es irracional y la diferencia entre un reconocimiento y un análisis exactos de los hechos y una especulación vaga y emocional es más esencial que nunca. El problema es que las estadísticas, las medidas y los estudios en el campo de la sociología empírica y la ciencia política no son suficientemente racionales. Llegan a ser mistificadores en la medida en que están separados del verdadero contexto concreto que hace los hechos y determina sus funciones. Este contexto es más amplio y distinto que el de las plantas y tiendas investigadas, los pueblos y ciudades estudiadas, las áreas y grupos cuya opinión pública es encuestada o cuyas posibilidades de sobrevivir son calculadas. Y también es más real en el sentido de que crea y determina los hechos investigados, medidos y calculados. Este contexto real en el que los sujetos particulares alcanzan su significado real sólo es definible dentro de una
teoría
de la sociedad, porque los factores en los hechos no son datos inmediatos de observación medida e interrogación. Llegan a ser datos sólo en un análisis que sea capaz de identificar la estructura que sostiene unidas las partes y procesos de la sociedad que determina su interrelación.

Decir que este meta-contexto es la Sociedad (con «S» mayúscula) es objetivar la totalidad sobre y por encima de los hechos. Pero esta objetivación tiene lugar en la realidad,
es
la realidad, y el análisis sólo puede superarla reconociéndola y comprendiendo su dimensión y sus causas. La Sociedad es en realidad la totalidad que ejercita su poder independiente sobre los individuos y esta Sociedad no es un «fantasma» inidentificable. Tiene su duro centro empírico en el sistema de instituciones, que son las relaciones establecidas y cristalizadas entre los hombres. Abstraerse de ellas falsifica las medidas, preguntas y cálculos, pero los falsifica en una dimensión que no aparece en las medidas, preguntas y cálculos; que por tanto no entra en conflicto con ellos y no se opone a ellos. Conservan su exactitud y son mistificaciones en su misma exactitud.

En su denuncia del carácter mistificador de los términos trascendentes, las nociones vagas, los universales metafísicos y sus semejantes, el análisis lingüístico mistifica los términos del lenguaje común dejándolos en el contexto represivo del universo establecido del discurso. Es dentro de este universo represivo en donde se realiza la explicación de sentido de acuerdo con las líneas de conducta; la explicación que debería exorcizar los antiguos «fantasmas» lingüísticos de los anticuados mitos cartesianos y sus semejantes. El análisis lingüístico sostiene que si Fulano y Mengano hablan de lo que están pensando, se refieren simplemente a las percepciones, nociones o disposiciones específicas que vienen a tener, la mente es un fantasma verbalizado. En forma semejante, la voluntad no es una facultad real del alma, sino simplemente una forma específica de disposiciones, tendencias y aspiraciones. Lo mismo ocurre con la «conciencia», el «yo», la «libertad»: todos son explicables en términos que designen maneras o formas particulares de conducta. Volveré más adelante a este tratamiento de los conceptos universales.

La filosofía analítica a menudo extiende la atmósfera de denuncia e investigación por comisiones investigadoras. El intelectual es llamado a juicio. ¿Qué quiere usted decir cuando dice…? ¿No oculta algo? Usted habla un lenguaje sospechoso. No habla como todos nosotros, como el hombre de la calle, sino más bien como un extranjero, que no pertenece a este lugar. Tenemos que ponerlo en línea, exponer sus trucos, purgarlo. Le enseñaremos a decir lo que piensa, a «aclararse», a «poner sus cartas sobre la mesa». Por supuesto, no nos estamos imponiendo sobre usted y su libertad de pensamiento y de palabra; puede pensar lo que quiera. Pero una vez que habla tiene que comunicarnos sus pensamientos… en nuestro lenguaje o en el suyo. Desde luego, puede hablar su propio lenguaje, pero debe ser traducible y será traducido. Puede hablar en términos poéticos… eso está bien. Amamos la poesía. Pero queremos entender su poesía y sólo podemos hacerlo si podemos interpretar sus símbolos, metáforas e imágenes en los términos de lenguaje común.

El poeta puede responder que en verdad él quiere que su poesía sea comprensible y comprendida (para eso la escribe), pero si lo que dice pudiera ser dicho en lenguaje común él hubiera sido el primero en hacerlo. Puede decir: La comprensión de mi poesía presupone la destrucción y la invalidación precisamente de ese universo de discurso y conducta al que quieren traducirla. Mi lenguaje puede aprenderse como cualquier otro lenguaje (de hecho, es también el lenguaje de ustedes), entonces se vería que mis símbolos, metáforas, etc.,
no
son símbolos, metáforas, etc., sino que significan exactamente lo que dicen. Su tolerancia es engañosa. Al reservarme un nicho especial de sentido y significación, me conceden salir de la cordura y la razón, pero, desde mi punto de vista, el manicomio está en otro lado.

El poeta también puede apreciar que la sólida sobriedad de la filosofía lingüística habla un lenguaje bastante prejuiciado y emocional: el de los jóvenes o viejos enojados. Su vocabulario abunda en «impropio», «raro», «absurdo», «enrevesado», «extraño», «parloteo», y «jerigonza». Las rarezas impropias y enrevesadas tienen que ser marginadas si se busca que la comprensión sensible permanezca. La comunicación no debe estar por encima de la capacidad de la gente; los contenidos que van más allá del sentido común y científico no deben perturbar el universo académico y ordinario del discurso.

Pero el análisis crítico debe separarse de aquello que lucha por comprender; los términos filosóficos no deben ser los términos comunes para poder dilucidar el significado total de los otros.
165
19 Porque el universo establecido del discurso está atravesado por la marca de las formas específicas de dominación, organización y manipulación a las que están sujetos los miembros de la sociedad. Para vivir, la gente depende de sus jefes y políticos, de sus trabajos y sus vecinos, que les hacen hablar y entender como ellos lo hacen; se ven obligados, por necesidad social, a identificar la «cosa» (incluyendo su propia persona, su mente y sus sentimientos) con sus funciones. ¿Cómo lo sabemos? Porque vemos televisión, escuchamos la radio, leemos los periódicos y revistas, hablamos con la gente.

En estas circunstancias, la frase hablada es una expresión del individuo que la habla, y de aquellos que le hacen hablar como lo hace, y de toda tensión o contradicción que puedan interrelacionar. Al hablar su propio lenguaje, el individuo también habla el lenguaje de sus dominadores, benefactores, anunciantes. No sólo se expresan a
sí mismos
, a su propio conocimiento, sentimientos y aspiraciones, sino también algo que está más allá de ellos mismos. Describiendo «por sí mismos» la situación política, ya sea en su pueblo o en la escena internacional, ellos (y «ellos» incluye
nosotros
, los intelectuales que lo advierten y lo critican) describen lo que sus medios de comunicación de masas les dictan, y esto se disuelve en lo que piensan, ven y sienten.

Describiendo mutuamente nuestros amores y odios, nuestros sentimientos y resentimientos, tenemos que usar los términos de nuestros anuncios, películas, políticos y libros de éxito. Tenemos que usar los mismos términos para describir nuestros automóviles, comidas y muebles, colegas y competidores, y nos entendemos perfectamente. Esto tiene que ser así, porque el lenguaje no es privado y personal, o más bien lo privado y personal es mediatizado por el material lingüístico disponible, que es material social. Pero esta situación descalifica al lenguaje común en la tarea de realizar la función de dar validez que realiza en la filosofía analítica. «Lo que la gente quiere decir cuando dice…» está relacionado con lo que
no
dice. Es decir, lo que dicen no puede ser tomado como valor directo: no porque mientan, sino porque el universo de pensamiento y práctica en el que viven es un universo de contradicciones manipuladas.

Circunstancias como ésta pueden ser irrelevantes para el análisis de declaraciones como «me rasco», «él come palomitas», o «ahora esto me parece rojo», pero pueden llegar a ser vitalmente relevantes cuando la gente dice realmente algo («ella lo ama», «él no tiene corazón», «esto no es justo», «¿qué puedo hacer sobre eso?») y son vitales para el análisis lingüístico de la ética, la política, etc. En suma, el análisis lingüístico no puede alcanzar otra exactitud empírica que la que extrae la gente del estado de cosas dado y no puede alcanzar otra claridad que la que se le permite dentro de este estado de cosas; esto es, permanece dentro de los límites del discurso mistificado y engañoso.

Cuando parece ir más allá de este discurso, como en sus purificaciones lógicas, sólo permanece el esqueleto del mismo universo: un fantasma mucho más fantasmal que aquellos que el análisis combate. Si la filosofía es algo más que una ocupación, debe mostrar los fundamentos que hacen del discurso un universo mutilado y engañoso. Dejar esta tarea al colega en el Departamento de Sociología o Psicología es convertir la división establecida del trabajo académico en un principio metodológico. Y tampoco puede hacerse a un lado la tarea por el modesto principio de que el análisis lingüístico sólo tiene el humilde propósito de clarificación del pensamiento y el habla «confusos». Si esta clarificación va más allá de la mera enumeración y clasificación de posibles significados en contextos posibles, dejando la elección ampliamente abierta a cualquiera de acuerdo con las circunstancias, es todo menos una humilde tarea. Tal clarificación comprendería un análisis del lenguaje común en áreas de auténtica controversia, reconociendo el pensamiento confuso donde
parece
ser menos confuso, revelando la falsedad contenida en tanto empleo normal y claro. Entonces, el análisis lingüístico alcanzaría un nivel en el que los procesos sociales específicos configurarían y limitarían el universo del discurso, haciéndolo visible y comprensible.

Aquí es donde se presenta el problema del «meta-lenguaje»; los términos que analizan el significado de ciertos términos deben ser distintos o distinguibles de estos últimos. Deben ser más y otra cosa que meros sinónimos que todavía pertenecen al mismo (inmediato) universo del discurso. Pero si este metalenguaje va a traspasar verdaderamente la dimensión totalitaria del universo establecido del discurso, en el que las diferentes dimensiones del lenguaje son integradas y asimiladas, debe ser capaz de explicitar el proceso social que ha determinado y «cerrado» el universo establecido del discurso. En consecuencia, no puede ser un meta-lenguaje técnico, construido principalmente con la vista puesta en la claridad semántica o lógica. El propósito es más bien hacer que el mismo lenguaje establecido revele lo que oculta o excluye, porque lo que va a ser revelado y denunciado opera
dentro
del universo del discurso y la acción comunes, y el lenguaje dominante
contiene
el metalenguaje.

Este desiderátum ha sido cumplido en la obra de Karl Kraus, quien ha demostrado cómo un examen «interno» del habla y la escritura, de la puntuación, incluso de los errores tipográficos, puede revelar todo un sistema moral y político. Este examen se mueve todavía dentro del universo común del discurso; no necesita ningún lenguaje artificial de «alto nivel» para extrapolar y clarificar el lenguaje examinado. La palabra, la forma sintáctica, son leídas en el contexto en que aparece : por ejemplo, en un periódico que, en una ciudad o un país específico, expone opiniones específicas a través de la pluma de personas específicas. El contexto lexicográfico y sintáctico se abre así a otra dimensión — que no es extraña sino constitutiva del significado y la constitución del mundo—: la de la prensa de Viena durante y después de la primera guerra Mundial; la actitud de los editores sobre la matanza, la monarquía, la república, etc. A la luz de esta dimensión, el empleo de la palabra, la estructura de la frase, asumen un significado y una función que no aparece en la lectura «inmediata». Los crímenes contra el lenguaje que aparecen en el estilo de los periódicos pertenecen a su estilo político. La sintaxis, la gramática, el vocabulario se convierten en actos morales y políticos. El contexto puede ser estético o filosófico: crítica literaria, una conferencia ante una sociedad cultural, y cosas semejantes. En estos casos, el análisis lingüístico de un poema o un ensayo confronta el material (inmediato) dado (el lenguaje del respectivo poema o ensayo) con aquello que el escritor encontró en la tradición literaria y que transformó. Para tal análisis, el significado de un término o una forma exige su desarrollo en un universo multidimensional, donde todo significado expresado participa de varios «sistemas» interrelacionados, extendidos uno sobre otro y antagónicos. Por ejemplo, pertenece:

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