Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
La discusión precedente parece sugerir, no sólo las limitaciones interiores y los prejuicios del método científico, sino también su subjetividad histórica. Más aún, parece implicar la necesidad de una especie de «física cualitativa», de un renacimiento de filosofías teleológicas, etc. Admito que esta suspicacia está justificada, pero en este punto, sólo puedo afirmar que no se pretende llegar a tales ideas oscurantistas.
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De cualquier forma que se definan la verdad y la objetividad, ambas permanecen relacionadas con los agentes humanos de la teoría y la práctica, y con su capacidad para comprender y cambiar el mundo. A su vez, esta capacidad depende del grado en el que la materia (cualquiera que sea) es organizada y comprendida como aquello que
es
ella misma en todas las formas particulares. En estos términos, la ciencia contemporánea tiene una validez objetiva inmensamente mayor que sus predecesoras. Incluso se puede agregar que hoy el método científico es el único que puede pedir para sí tal validez; la acción recíproca de hipótesis y hechos observados. El punto al que estoy tratando de llegar es que la ciencia,
gracias a su propio método
y sus conceptos, ha proyectado y promovido un universo en el que la dominación de la naturaleza ha permanecido ligada a la dominación del hombre: un lazo que tiende a ser fatal para el universo como totalidad. La naturaleza, comprendida y dominada científicamente, reaparece en el aparato técnico de producción y destrucción que sos- tiene y mejora la vida de los individuos al tiempo que los subordina a los dueños del aparato. Así, la jerarquía racional se mezcla con la social. Si éste es el caso, el cambio en la dirección del progreso, que puede cortar este lazo fatal, afectará también la misma estructura de la ciencia: el proyecto científico. Sus hipótesis, sin perder su carácter racional, se desarrollarán en un contexto experimental esencialmente diferente (el de un mundo pacificado); consecuentemente, la ciencia llegaría a conceptos esencialmente diferentes sobre la naturaleza y establecería hechos esencialmente diferentes. La sociedad racional subvierte la idea de Razón.
Ya he señalado que los elementos de esta subversión, las nociones de otra racionalidad, estaban presentes en la historia del pensamiento desde sus principios. La antigua idea de un estado donde el ser alcanza la realización, donde la tensión entre «es» y «debe» se resuelve en él ciclo del eterno retorno, se separa de la metafísica de la dominación. Y también pertenece a la metafísica de la liberación: a la reconciliación de Logos y Eros. Esta idea encierra el llegar-adescansar de la producti- vida depresiva de la Razón, el fin de la dominación en la gratificación.
Las dos racionalidades en contraste no pueden ser correlacionadas con el pensamiento clásico y el moderno respectivamente, como en la formulación de John Dewey, «del gozo contemplativo a la manipulación y el control activos»; y «del conocimiento como un goce estético de las propiedades de la naturaleza… al conocimiento como un medio de control secular».
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El pensamiento clásico estaba suficientemente comprometido con la lógica del control secular y hay un componente de acusación y rechazo en el pensamiento moderno suficiente para invalidar la formulación de John Dewey. La Razón, como pensamiento conceptual y forma de conducta, es necesariamente dominación. El Logos es ley, regla, orden mediante el conocimiento. Al incluir en una regla casos particulares bajo un universal, al someterlos a su universal, el pensamiento alcanza el dominio sobre los casos particulares. Llega a ser capaz no sólo de abarcarlos, sino también de actuar sobre ellos, controlándolos. Sin embargo, aunque todo pensamiento se halla bajo el mando de la lógica, el desarrollo de esta lógica es diferente en las distintas formas de pensamiento. La lógica clásica formal y la lógica simbólica moderna, la lógica trascendental y la dialéctica, cada una gobierna sobre un universo diferente del discurso y la experiencia. Todas se desarrollaron dentro del continuo histórico de la dominación al que pagan tributo. Y este continuo impone sobre las formas del pensamiento positivo su carácter conformista e ideológico; y sobre las del pensamiento negativo su carácter especulativo y utópico.
Como resumen, trataremos de identificar más claramente el sujeto oculto de la racionalidad científica y los fines ocultos en su forma pura. El concepto científico de una naturaleza universalmente controlable proyecta a la naturaleza como interminable materia-enfunción, la pura sustancia de la teoría y la práctica. En esta forma, el mundo-objeto entra a la construcción de un universo tecnológico: un universo de instrumentos mentales y físicos, medios en sí mismos. Así, es un verdadero sistema «hipotético», dependiente de un sujeto que lo verifica y le da validez.
Los procesos de validación y verificación pueden ser puramente teóricos, pero nunca tienen lugar en un vacío, ni terminan en una mente privada, individual. El sistema hipotético de formas y funciones se hace dependiente de otro sistema: un universo preestablecido de fines en el que y
para
el que se desarrolla. Lo que aparecía extraño, ajeno al proyecto teórico, se muestra como parte de su misma estructura (sus métodos y conceptos); la objetividad pura se revela a sí misma como
objeto para una subjetividad
que provee los
telos
, los fines. En la construcción de la realidad tecnológica no existe una cosa como un orden científico puramente racional; el proceso de la racionalidad tecnológica es un proceso político.
Sólo en el medio de la tecnología, el hombre y la naturaleza se hacen objetos fungibles de la organización. La efectividad y productividad universal del aparato al que están sometidos vela por los intereses particulares que organizan al aparato. En otras palabras, la tecnología se ha convertido en el gran vehículo de la
reificación
: la reificación en su forma más madura y efectiva. La posición social del individuo y su relación con los demás parece estar determinada no sólo por cualidades y leyes objetivas, sino que estas cualidades y leyes parecen perder su carácter misterioso e incontrolable; aparecen como manifestaciones calculables de la racionalidad (científica). El mundo tiende a convertirse en la materia de la administración total, que absorbe incluso a los administradores. La tela de araña de la dominación ha llegado a ser la tela de araña de la razón misma, y esta sociedad está fatalmente enredada en ella. Y las formas trascendentes de pensamiento parecen trascender a la razón misma.
Bajo estas condiciones, el pensamiento científico (científico en el sentido más amplio, como opuesto al pensamiento confuso, metafísico, emocional, ilógico) fuera de las ciencias físicas asume la forma de un puro y autocontenido formalismo (simbolismo) por un lado y de un empirismo total, por el otro. (El contraste no es un conflicto. Véanse las muy empíricas aplicaciones de las matemáticas y la lógica simbólica en la industria electrónica). En relación con el universo establecido de discurso y conducta, la no contradicción y la no trascendencia es el común denominador. El empirismo total revela su función ideológica en la filosofía contemporánea. Con respecto a esta función, algunos aspectos del análisis lingüístico serán discutidos en el siguiente capítulo. Esta discusión está encaminada a preparar el terreno para el intento de mostrar las barreras que impiden a este empirismo llegar a apresar la realidad y establecer (o más bien re-establecer) los conceptos que pueden romper esas barreras.
La nueva definición del pensamiento que ayuda a coordinar las operaciones mentales con las de la realidad social aspira a una terapia. El pensamiento está en el mismo nivel que la realidad cuando se cura de la trasgresión más allá de un marco conceptual que es, o puramente axiomático (la lógica, las matemáticas), o coextensivo con el universo establecido del discurso y la conducta. Así, el análisis lingüístico aspira a curar al pensamiento y al lenguaje de las nociones metafísicas que los confunden: de «espectros» de un pasado menos maduro y menos científico que, aunque ni designan ni explican, todavía persiguen a la mente. El acento se coloca en la función terapéutica del análisis filosófico: la corrección de la conducta anormal en el pensamiento y el lenguaje, la eliminación de oscuridades, ilusiones, rarezas, o al menos su denuncia.
En el capítulo IV analicé el empirismo terapéutico de la sociología cuando expone y corrige la conducta anormal en las plantas industriales, procedimiento que implica la exclusión de conceptos críticos capaces de relacionar tal conducta con la sociedad como totalidad. Gracias a esta restricción, el procedimiento teórico se hace inmediatamente práctico. Designa métodos para la mejor administración, una planificación más segura, mayor eficacia, cálculo más exacto. El análisis, por vía de la corrección y el mejoramiento, termina en afirmación; el empirismo se comprueba a sí mismo como pensamiento positivo.
El análisis filosófico no tiene una aplicación tan inmediata. Comparado con las realizaciones de la sociología y de la psicología, el tratamiento terapéutico del pensamiento sigue siendo académico. En realidad, el pensamiento exacto, la liberación de los espectros metafísicos y de las nociones carentes de significado pueden muy bien ser considerados fines en sí mismos. Más aún, el tratamiento del pensamiento en el análisis lingüístico es un asunto particular con derechos propios. Su carácter ideológico no debe ser prejuzgado relacionando la lucha contra la trascendencia conceptual más allá del universo establecido del discurso con la lucha contra la trascendencia política más allá de la sociedad establecida.
Como toda filosofía que merezca tal nombre, el análisis lingüístico habla por sí mismo y define su propia actitud ante la realidad. Identifica como su preocupación principal la destrucción de los conceptos trascendentes; proclama como su marco de referencia el uso común de las palabras, la variedad de la conducta dominante. Con estas características, circunscribe su posición en la tradición filosófica como el polo opuesto a esas formas de pensamiento que elaboran sus conceptos en tensión, e incluso en contradicción con el universo dominante del discurso y la conducta.
En términos del universo establecido, tales formas contradictorias de pensamiento son pensamiento negativo. «El poder de lo negativo» es el principio que gobierna el desarrollo de los conceptos y la contradicción se convierte en la cualidad distintiva de la Razón (Hegel). Esta cualidad del pensamiento no está confinada a un cierto tipo de racionalismo; también fue un elemento decisivo en la tradición empirista. El empirismo no es necesariamente positivo; su actitud ante la realidad establecida depende de la
dimensión
particular de la experiencia que funciona como la fuente del conocimiento y como el marco de referencia básico. Por ejemplo, parece que el sensualismo y el materialismo son
per se
negativos hacia una sociedad en la que las necesidades vitales instintivas y materiales están insatisfechas. En contraste, el empirismo del análisis lingüístico se mueve dentro de un marco que no permite tal contradicción; la restricción autoimpuesta al universo prevaleciente de la conducta hace posible una actitud intrínsecamente positiva. A pesar del tratamiento rígidamente neutral del filósofo, el análisis pre-limitado sucumbe al poder del pensamiento positivo.
Antes de intentar mostrar este carácter intrínsecamente ideológico del análisis lingüístico, debo intentar justificar mi juego aparentemente arbitrario y derogatorio con los términos «positivo» y «positivismo» mediante un breve comentario sobre su origen. Desde su primer empleo, probablemente en la escuela de Saint-Simon, el término «positivismo» ha encerrado:
1
) la ratificación del pensamiento cognoscitivo mediante la experiencia de los hechos;
2
) la orientación del pensamiento cognoscitivo hacia las ciencias físicas como modelo de certidumbre y exactitud;
3
) la fe en que el progreso en el conocimiento depende de esta orientación. En consecuencia, el positivismo es una lucha contra toda metafísica, trascendentalismo, e idealismo como formas de pensamiento regresivas y oscurantistas. En el grado en que la realidad dada es científicamente comprendida y transformada, en el grado en el que la sociedad se hace industrial y tecnológica, el positivismo halla en la sociedad el medio para la realización (y la ratificación) de sus conceptos: la armonía entre la teoría y la práctica, la verdad y los hechos. El pensamiento filosófico se vuelve pensamiento afirmativo; el crítico filosófico critica
dentro
del marco social y estigmatiza las nociones no positivas como meras especulaciones, sueños y fantasías.
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El universo del discurso y la conducta que empieza a hablar en el positivismo de Saint-Simon es el de una realidad tecnológica. En él, el mundo-objeto está siendo transformado en un instrumento. Mucho de lo que todavía está fuera del mundo instrumental —la naturaleza ciega, inconquistada— aparece ahora al alcance del progreso técnico y científico. La dimensión metafísica, anteriormente campo genuino del pensamiento racional, se hace irracional y acientífica. Sobre la base de sus propias realizaciones, la Razón rechaza la trascendencia. En el último estado del positivismo contemporáneo ya no es el progreso técnico y científico el que motiva la aversión; sin embargo, la contracción del pensamiento no es menos severa porque es autoimpuesta: es el propio método de la filosofía. El esfuerzo contemporáneo por reducir el alcance y la verdad de la filosofía es tremendo y los mismos filósofos proclaman la modestia y la inefectividad de la filosofía. Ésta deja intacta la realidad establecida; aborrece las transgresiones.
El desdeñoso tratamiento por Austin de las alternativas del uso común de las palabras y su difamación de lo que nosotros «elucubramos una tarde en nuestros sillones»; la afirmación de Wittgenstein sobre que la filosofía «deja todo como es»: tales declaraciones
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exhiben, para mí, un sadomasoquismo académico, una autohumillación y autodenuncia del intelectual cuyo trabajo no descansa en los logros científicos, técnicos y demás cosas por el estilo. Estas declaraciones de modestia y dependencia parecen volver al estado de ánimo de estricto desdén de Hume respecto a las limitaciones de la razón, que, una vez reconocidas y aceptadas, protegen al hombre de inútiles aventuras mentales, pero lo dejan perfectamente capaz de orientarse en el ambiente dado. Sin embargo, cuando Hume atacaba las sustancias, luchaba contra una fuerte ideología, mientras que sus sucesores de hoy proporcionó una justificación intelectual para aquello que la sociedad ha logrado hace mucho tiempo, esto es, la difamación de las formas alternativas de pensamiento que contradicen el universo establecido del discurso.