El incorregible Tas (35 page)

Read El incorregible Tas Online

Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

BOOK: El incorregible Tas
8.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

Nanda quitó la cazuela del fuego y sirvió una escudilla rebosante del apetitoso guiso hecho con zanahorias, guisantes, puerros y trocitos de carne tierna.

Tasslehoff estaba en la gloria. Se consideraba a sí mismo un entendido gastrónomo, así como un gran cocinero. El kender cerraba los ojos cada vez que tomaba una cucharada del delicioso estofado y paladeaba la mezcla de ingredientes a la que ponía el toque justo el sabor de frescas hierbas aromáticas.

—Debí suponer que lo encontraríamos comiendo —gruñó una voz profunda y familiar.

El kender abrió los ojos y vio a Flint y a Tanis, de pie en la entrada y rodeados por otros tres faetones. El enano se estaba acomodando a tirones la ropa, algo revuelta tras el reciente vuelo. La brusquedad de su voz contradecía la evidente expresión de alivio que brillaba en sus ojos.

—Me alegra ver que estás bien, Tas —dijo Tanis, mientras dirigía una mirada vacilante a los faetones que estaban cerca de él. Nanda hizo un leve gesto con la cabeza a los tres porteadores aéreos, que hicieron aparecer sus alas llameantes y salieron volando por el acceso.

—Podéis acercaros. Uníos a vuestro amigo en la mesa —dijo Nanda, al tiempo que señalaba con un ademán la chimenea a Tanis y a Flint, que seguían en la pequeña antecámara.

Cuando llegaron junto a Tas, el semielfo, sonriente, le apretó el hombro con gesto afectuoso, en tanto que el enano, fruncido el entrecejo, le daba un suave puñetazo en el brazo.

—Soy Nanda Lokir —se presentó el cabecilla de los faetones, alargando el brazo derecho a Tanis. El semielfo le tendió la mano, pero el dirigente no se la estrechó, sino que cerró los dedos en torno a su antebrazo; al parecer, era la forma de saludo equivalente al apretón de manos. Tanis reaccionó enseguida y agarró asimismo el antebrazo del faetón.

—Tanis el Semielfo —dijo. A continuación señaló con la cabeza al enano—. Flint Fireforge.

Flint saludó a Nanda y éste presentó acto seguido a su familia. El anciano se mantuvo apartado, haciendo caso omiso de sus manos extendidas e incluso de su presencia. Tas reparó en la mirada inquieta que intercambiaban sus amigos.

—Por lo general matan a los intrusos —explicó el kender en voz baja y con la mano cubriéndose la boca—. Pero han hecho una excepción con nosotros. Nanda quiere que lo ayudemos en algo, y me da la impresión de que al viejo no le hace gracia el arreglo.

El semielfo se volvió hacia Nanda.

—Os estamos muy agradecidos por habernos rescatado en el río —comenzó—. Sin embargo, te ruego que nos expliques por qué se nos retiene.

—Y por qué nos habéis quitado las armas —añadió Flint.

Por primera vez, Tas cayó en la cuenta de que su jupak y su daga habían desaparecido, como también el arco de Tanis y el hacha de Flint. Nanda se cruzó de brazos y asintió con la cabeza.

—Todo se aclarará a su debido tiempo. Pero antes, comed, por favor. Estáis debilitados por la falta de alimento.

Aunque turbados, los hambrientos Tanis y Flint admitieron la veracidad de aquel aserto. Cogieron las escudillas que Cele les tendía y comieron bajo la atenta mirada de los faetones. Regaron el sabroso guiso con una cerveza oscura y con cuerpo, tan suave al paladar como la leche.

—Excelente cerveza, superada sólo por el aguardiente enano —dijo Flint, mientras se retiraba del plato vacío y soltaba un eructo que le hizo temblar el espeso bigote. Tras darle las gracias a Cele, el trío de Solace volvió los ojos con expectación hacia Nanda.

—Somos una raza amante del aislamiento, que guardamos celosamente —comenzó el cabeza de familia y dirigente de la comunidad—. Es una ley establecida el raptar a los intrusos y administrar una pócima de la verdad a uno de los miembros del grupo a fin de averiguar su procedencia, su punto de destino y su misión. Si las respuestas no son de nuestro agrado o si descubrimos alguna mentira, tenemos por costumbre eliminar a los intrusos.

—No obstante, bajo los efectos del té de la verdad, el kender ha revelado una historia tan enmarañada y confusa que comprendimos que no podía ser una invención. Lo que es más, ni hizo mención a nuestro valle, pero sí dijo que buscabais a una joven y a un mago. —Nanda hizo una pausa intencionada para que sus palabras causaran efecto—. Sabemos dónde se encuentran ambos y creemos que la joven se halla en grave peligro.

—¿Los habéis visto? —preguntó Tanis, mientras se inclinaba hacia adelante, llevado por la excitación.

—Los vio Hoto —dijo Nanda, mirando al anciano de cabello blanco y tez cobriza, que permanecía apartado del grupo—. Ante todo, he de explicaros algo.

—Mi bisabuelo Hoto es un
verda
, o, como decís vosotros, un anciano. Por razones que incluso escapan a nuestra comprensión, algunos faetones no mueren de vejez. En lugar de ello, alrededor de su nonagésimo cumpleaños (nuestro término medio de vida), les sobreviene una necesidad imperiosa de volar hacia el sol. Se remontan más y más, hasta que el agotamiento o la falta de oxígeno, o ambas cosas, les hace perder el conocimiento. Mientras caen a plomo sobre Krynn, tiene lugar una metamorfosis prodigiosa. Al recobrar el sentido, todavía a miles de metros sobre el suelo, descubren que se han transformado en
verdas
. Su estatura ha aumentado, el cabello es blanco como la nieve, la envergadura, agilidad y resistencia de sus alas se ha incrementado enormemente, en tanto que su necesidad de alimento, bebida y descanso ha disminuido. Salvo que sufran un accidente, viven hasta los trescientos años.

—Solitarios por naturaleza, los
verdas
viven apartados del resto de la comunidad y actúan como centinelas. La razón por la que os explico todo esto es que, una vez al mes durante varios años, bisabuelo Hoto ha visto al hechicero de cráneo afeitado volando hacia las montañas. Su punto de destino se encuentra justo al otro lado de los límites de nuestro valle. Hoto está seguro desde hace tiempo de que las actividades del hechicero tienen un propósito maligno.

—Ayer, sabiendo que estaba próxima la fecha de su llegada periódica, Hoto montó guardia y aguardó. Al anochecer, se quedó perplejo al ver un gran pez muy extraño que nadaba corriente arriba, en el mismo río donde fuisteis rescatados. Mientras Hoto observaba, el pez debió de herirse de gravedad, ya que dejaba un rastro de sangre muy abundante. Para mayor desconcierto, el pez se transformó ante sus ojos en una joven de tez muy pálida y cabellos plateados, que salió de la corriente a la orilla.

—¡Es Selana! —gritó Tas.

—Bien, pues, la tal Selana tenía un corte muy profundo en un brazo —continuó Nanda—, y se cubría sólo con unos harapos mojados que se congelaron con el soplo de aire. Hoto se dispuso a rescatarla, pero estaba demasiado lejos. Antes de que llegara hasta su posición, ocurrió algo aún más misterioso. De la nada apareció una criatura. Hoto afirma que tenía apariencia de minotauro, pero que no era una verdadera bestia. Era una creación monstruosa hecha de blanca piedra viviente. Esa cosa cogió a la mujer y la transportó hasta la cara de la montaña, al mismo lugar donde va el hechicero cada mes.

—Perfecto —declaró Tas—. Tenemos a Balcombe, al brazalete y a Selana juntos en el mismo sitio. Incluso el barón, Rostrevor, se encuentra allí, estoy seguro. Podemos rescatarlos a todos al mismo tiempo.

Por vez primera, Hoto se dirigió al grupo. No se movió, sino que siguió sentado en el taburete, sin apartar la mirada de la lumbre.

—A quienquiera que planeéis rescatar, tendrá que ser hoy.

Tanis se volvió hacia Nanda, con las cejas arqueadas en un gesto interrogante. El semielfo no estaba familiarizado con las costumbres sociales de los faetones, pero resultaba evidente la rigidez de su jerarquía. Lo último que deseaba era ofender a las personas que podían ser sus mejores aliados. Nanda captó la muda súplica de Tanis.

—Tienes permiso para hablar, Tanis el Semielfo, pero sé sincero en todo cuanto digas.

—Teniendo en cuenta lo que ha dicho Hoto, propongo que ataquemos la guarida de Balcombe esta noche —comenzó Tanis—. No hemos tenido mucho éxito en nuestros anteriores enfrentamientos con este hombre, pero, si lo sorprendemos, cabe la posibilidad de vencerlo.

—Esta noche será demasiado tarde. Dentro de unas horas será demasiado tarde. Ahora es el momento. —En la voz del anciano no había rencor, ni sarcasmo, ni crítica. Salvo al Orador de los Soles, Tanis no había oído a nadie expresar un argumento con tan firme convicción.

No quería ofender al anciano faetón poniendo en duda su aserto, pero el recuerdo del combate sostenido con Balcombe en los subterráneos del castillo de Tantallon seguía indeleble en su memoria. La idea de precipitarse en otra lucha, sin tiempo para hacer planes o preparativos, lo asustaba. De nuevo, Nanda percibió la inquietud del semielfo.

—Tienes permiso para preguntar a Hoto si lo deseas. Recuerda, no obstante, que ese beneplácito casi nunca se le concede a un forastero. Recuerda también que su veracidad es irrebatible. Si Hoto dice que es así, es que es así. Puedes pedirle que te lo aclare.

Tales restricciones casi hacían superflua cualquier pregunta, pensó Tanis, pero al menos obtendría más información.

—¿Por qué es tan importante actuar deprisa? —inquirió.

—Anoche, Nuitari, la luna negra, entró en su plenilunio. Este hombre realiza sus rituales durante dicho período. Esta noche, Nuitari estará en conjunción con Lunitari, circunstancia que desencadena una gran magia. Esta combinación estelar no se repetirá hasta dentro de treinta y tres días. He observado a este hombre durante años y conozco sus pautas. Celebrará su ritual esta noche. Y, una vez realizado, ya no habrá nadie a quien rescatar.

Tasslehoff fue incapaz de contener la lengua más tiempo.

—Tiene toda la razón. No comprendo a qué viene tanta precaución. Oí a Balcombe decir que estaba encantado de tener la oportunidad de entregar el alma de Rostrevor, y ese joven es sólo hijo de un caballero. ¡Imagina lo que estará planeando ahora, que tiene en su poder a una princesa! Voto porque partamos de inmediato.

Tanis sacudió la cabeza.

—Nadie ha puesto el asunto a votación, Tasslehoff. Creo que serán nuestros anfitriones quienes tomarán la decisión.

Nanda los miró a los ojos, uno tras otro.

—La mujer, Selana, no es importante para nosotros. La protegeríamos si nos fuera posible, como Hoto trató de hacer. Pero su suerte no nos incumbe.

—Por otro lado, el hechicero, Balcombe, es un problema potencial. Sabemos que utiliza las montañas para ocultar sus prácticas diabólicas a las gentes de Tantallon. El hecho, en sí mismo, tampoco nos concierne, ya que sus actividades, sean cuales sean, no han causado daño a nuestro territorio. Pero por experiencia sabemos que, al final, esto cambiará. Incluso si abandona la región y nunca regresa, su guarida vacía atraerá monstruos que intentarán hacernos sus presas. Por tanto, lo mejor es alejarlo antes de que su presencia nos ocasione más dificultades.

—Si esta forma de pensar os parece dura, sabed que es nuestro estilo. De este modo nos hemos protegido del mundo exterior a lo largo de miles de años, y continuaremos haciéndolo mientras no nos quede otro remedio. Por ahora, vuestros intereses y los nuestros coinciden y podemos colaborar. Han traído vuestras armas. Preparaos, porque partimos de inmediato.

Tanis, Tas y Flint giraron sobre sus talones y vieron a unos faetones que habían entrado en la estancia trayendo sus armas mientras hablaba el cabecilla. El enano recogió su hacha de doble hoja y su cuchillo y colgó ambos en su cinturón. Tanis se colgó de un hombro la aljaba con las flechas, en el otro la correa que sostenía la funda y la espada, y recogió el arco, frotando el trozo de cuero engrasado por el que sujetaba el arma, así como las suaves curvas de la madera. Tas recobró su jupak y su daga y metió varios trozos del delicioso pan de Cele en sus bolsillos. Al cabo de unos momentos, todos estaban preparados.

Nanda indicó a los tres compañeros que se acercaran al borde del acceso arqueado. A sus espaldas se situaron otros tantos faetones y pasaron sus brazos en torno a sus pasajeros. Entonces, antes de dar tiempo a que ninguno protestara o se dejara llevar por el pánico, los tres faetones saltaron de la plataforma y se lanzaron al aire junto con sus cargas vivientes. El viento silbó en los oídos de Tas y su copete de cabello castaño ondeó mientras se precipitaban hacia el suelo; de pronto escuchó el inconfundible sonido siseante del fuego al encenderse cuando las alas llameantes del faetón surgieron en su espalda, y sintió el peso de su cuerpo contra los brazos del ser volador cuando se nivelaron y cogieron una trayectoria horizontal. Por mucho que ansiaba rescatar a Selana, Tasslehoff deseó, sin poder remediarlo, que la guarida de Balcombe estuviese muy lejos.

17

Blu

Selana recobró el conocimiento. Olía a estiércol quemado y sentía el calor de unas llamas. A pesar de ello, temblaba de frío. Parpadeó y sus ojos azul verdosos, apagados por el agotamiento, se abrieron de par en par por la sorpresa.

Estaba a solas, tumbada sobre el suelo arenoso de una caverna grande y rectangular, alumbrada únicamente por la exigua luz de la hoguera de palos y estiércol que ardía en el centro. El techo era demasiado bajo para el tamaño de la gruta, quizás unos tres metros y medio de altura. A la mortecina luz, apenas lograba percibir los contornos de unas aberturas angostas situadas a izquierda y derecha, en el límite de su campo de visión.

«¿Dónde estoy? —se preguntó—. Lo último que recuerdo es que estaba nadando… en unas aguas frías como el hielo… Me herí… y recobré mi forma humana».

Selana se estremeció al recordar el espantoso corte que se había hecho en el brazo derecho; se había desmayado por el dolor y la crudeza del tiempo. La sorprendió el hecho de que la herida ya no le doliera. ¿Habría estado inconsciente tanto tiempo que había dado lugar a que se le curara el corte? Intentó tocarse la herida, examinar el alcance del daño sufrido, pero descubrió que no podía mover las manos.

Sólo entonces fue consciente del tacto de un metal frío y pesado en torno a sus muñecas. Vio que estaba esposada con grilletes, de los que salían dos cadenas sujetas al áspero granito rosa de la pared. Guardaba un vago recuerdo de haber sufrido una alucinación; algo sobre un minotauro, con venas rojas y vibrantes destacadas en su cuerpo humanoide y su bestial cabeza de toro. ¿Había visto de verdad a esa criatura?
Algo
la había traído aquí, desde luego. Pero, ¿dónde estaba ahora?

Other books

Stiff by Mary Roach
The Accident by Kate Hendrick
Murder is an Art by Bill Crider
Lovely by Beth Michele
Rapture by Susan Minot
A Hole in Juan by Gillian Roberts
Throw Them All Out by Peter Schweizer
Hard Case Crime: The Max by Ken Bruen, Jason Starr