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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

El invierno de Frankie Machine (16 page)

BOOK: El invierno de Frankie Machine
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21

John Heaney sale a fumarse un cigarrillo junto al contenedor, en la parte de atrás del Hunnybear's.

Ha sido una noche de muchísimo trabajo. El local está atestado, porque, a la pandilla habitual de lugareños, hay que sumarle un enjambre de turistas de una convención que han venido de Omaha. En todo caso, las chicas están haciendo su agosto y la caja registradora del bar suena como un camión de bomberos.

John se saca el paquete de Marlboro del bolsillo de la camisa y el mechero del bolsillo del pantalón, enciende un cigarrillo y se apoya en el contenedor. De pronto, un brazo le aprieta la garganta hasta ahogarlo y siente que ya no se apoya en sus pies. Serán dos centímetros, pero lo suficiente para no poder respirar ni para apoyarse y tratar de zafarse.

—Pensaba que éramos amigos, John —le dice Frank Machianno.

Frankie Machine está de pie dentro del contenedor; la basura le llega a la pantorrilla y con su fuerte antebrazo izquierdo aprieta el cuello de Heaney.

—¡Coño! —dice John.

—Mouse Junior te ha delatado —dice Frank—. ¿Qué ha pasado, John? ¿Te he vendido una partida de atún en mal estado o qué?

—¡Coño! —repite John.

—Tendrás que esmerarte un poco más —dice Frank.

Se abre la puerta trasera del club e inunda la zona una cuña de luz amarilla. John siente que lo izan bruscamente, como un pescado a una barca, y enseguida está tumbado en la basura con el cuerpo pesado de Frank encima y el cañón de una pistola apretado contra su sien izquierda.

—Vamos, grita —susurra Frank.

John niega con la cabeza.

—Una decisión prudente —dice Frank—. Que sean dos: dime quién te dijo que fueras a ver a Mouse Junior.

—Nadie —susurra John.

—John, eres un cocinero mediocre y por la noche trabajas en un club de alterne —dice Frank—, así que no es lo tuyo mandar matar a nadie. Y, como me vuelvas a mentir, te juro que te dejo seco y abandono tu cuerpo aquí, con la basura, que es donde debe estar.

—Yo no quería, Frank —lloriquea John—. Me dijeron que me podían ayudar.

—¿Quiénes, Johnny? ¿Quién vino a verte?

—Teddy Migliore.

«Teddy Migliore —piensa Frank—, el dueño del Callahan's y vástago de la Combinación. Las noticias no son buenas.»

—¿Ayudarte en qué?

—Me han imputado.

—¿Imputado?

—Por esta mierda del Aguijón G —dice John—. Yo era el repartidor. Le llevé dinero a un poli y resultó que era agente secreto.

John le suelta el resto de la historia. Lo estaban presionando de los dos lados: los federales, ofreciéndole un trato para que cantase, y la familia, amenazándolo con quitarlo de en medio para que no hablara.

—Estaba jodido del todo, Frank.

Entonces Teddy Migliore le ofreció una salida: que fuera a ver a Mouse Junior e hiciera un trato con él. Entonces la mafia no lo borraría del mapa y haría que le retiraran la imputación o, como mínimo, le conseguirían un indulto.

—¿Y tú te has creído esa chorrada? —le pregunta Frank, sabiendo que es una pregunta inútil, porque un condenado se cree cualquier cosa que le proporcione aunque sea una mínima esperanza.

Amartilla la pistola y siente que John se estremece debajo de él.

—Por favor, Frank, no lo hagas —dice John—; lo siento.

Frank afloja otra vez el percusor y los sollozos sacuden el cuerpo de John.

—Yo me voy, Johnny —susurra Frank—. Tú espera aquí cinco minutos antes de salir. Si te sientes culpable por lo que me has hecho, espera una hora antes de llamar a Teddy; de lo contrario, en fin, no hay nada que yo pueda hacer.

Frank sale del contenedor y se sacude la basura. Le gustaría conseguir un sitio donde poder darse una ducha y cambiarse de ropa, pero en aquel momento tiene otra cosa que hacer. Se dirige a su coche y abre el maletero.

22

Frank espera en la acera frente al Callahan's a que cierre. La espera se le hace larga y fría a las dos de la madrugada. Por fin, empiezan a salir en tropel los jóvenes modernos y, unos minutos después, el gorila se dispone a cerrar con llave.

Entonces interviene Frank. El gorila intenta darle, pero Frank esquiva el puñetazo, saca el bate de
softball
que lleva bajo la chaqueta y batea al gorila en la espinilla, al mejor estilo Tony Gwynns. El consiguiente crac y el hecho de que el gorila caiga sobre la acera llaman la atención de la pandilla que todavía queda dentro del bar. Uno de los muchachos se abalanza sobre Frank.

Frank le da un golpe en el plexo solar con el extremo romo del bate y a continuación gira el mango hacia arriba, formando un arco, y pilla al tío bajo la barbilla. Frank retrocede un paso para dejarlo caer y ve que el hombre siguiente se mete la mano en la chaqueta, a la altura de la pistolera. Frank gira el bate y le rompe la muñeca contra la culata de la pistola.

El barman sale de detrás de la barra empuñando una porra e intenta pegarle a Frank en la nuca, pero Frank se vuelve, levanta el bate en sentido horizontal para parar la porra, echa el brazo hacia atrás y empuja el bate hacia la nariz del barman, que se rompe, salpicando sangre por todos lados. A continuación, Frank cruza el pie derecho sobre el izquierdo, gira y lanza un cuadrangular contra las costillas flotantes del barman.

Tres tíos menos. Teddy Migliore se queda parado como si sus pies hubieran echado raíces; después se da la vuelta y sale corriendo.

Frank hace rodar el bate por el suelo y, al rebotar, pilla a Teddy en la parte posterior de las rodillas y lo despatarra. Frank se le echa encima antes de que intente siquiera levantarse. Le clava la rodilla derecha en la parte baja de la espalda, lo agarra del cuello por detrás y le parte la cara contra las baldosas caras, hasta que la lechada se llena de hilitos de sangre.

—¿Qué coño te he hecho yo a ti, eh? Dime: ¿qué coño te he hecho?

Frank se agacha, pasa una mano bajo la barbilla de Teddy y la levanta, mientras el otro brazo forma una barra que le atraviesa el cuello. Puede partirle la médula o asfixiarlo o las dos cosas.

—Nada —jadea Teddy—. Yo solo cumplo órdenes.

—¿Y quién ha dado la orden? —preguntó Frank.

Frank oye que empiezan a ulular las sirenas de la policía. Algún civil habrá visto al barman retorciéndose en la acera y habrá llamado a la pasma. Frank aumenta la presión sobre el cuello de Teddy.

—Vince —dice Teddy.

—¿Por qué? ¿Por qué quería Vince borrarme del mapa?

—Y yo qué sé —gime Teddy—. Te juro, Frankie, que no lo sé. Simplemente me dijo que te despachara.

«Que me despachara —piensa Frank—, como si fuera una carta. Y Teddy miente. Sabe exactamente por qué Vince quería matarme o, si no, simplemente le está echando toda la culpa a un muerto.»

—¡Policía! Salgan con las manos donde podamos verlas. Frank suelta a Teddy, pasa por encima de él y entra en su oficina para salir por la puerta trasera. Al marcharse, oye una voz en el contestador: «¿Teddy? Soy yo, John...» Frank sale al callejón y echa a correr.

Teddy Migliore está sentado en su oficina y se pasa la mano por el cuello. Alza la vista a los policías uniformados y dice:

—Mira que habéis tardado... Con el pasión que os pagamos.

Los polis no parecen demasiado conmovidos. Además, ya no cobran más, porque hay que ser idiota para aceptar un sobre de Teddy Migliore, con los tiempos que corren y con la Operación Aguijón G y todo eso.

—¿Sabe quién ha sido? —pregunta uno de los polis.

—¿Quiere hacer la denuncia? —pregunta el otro.

—Idos a la mierda —les dice Teddy.

Por supuesto que lo va a denunciar, pero no a aquellos dos infelices. Espera a que se marchen y coge el teléfono.

Frank sale corriendo del callejón y vuelve a la calle.

«Mira que eres bobo —se dice—: lo habías entendido justo al revés. No fue Los Ángeles quien contrató a Vince para borrarte del mapa, sino que Vince utilizó a Los Ángeles o por lo menos a Mouse Junior para tenderte una trampa; pero ¿por qué?»

No se le ocurre nada que él les hubiera hecho a Vince Vena ni a los Migliore. Solo recuerda algo que hizo por ellos.

23

Corría el verano de 1968, el verano en que Frank regresó de Vietnam.

Pensándolo bien, mientras ve la lluvia que salpica las ventanas de su piso franco, Frank se da cuenta de que ha matado a más hombres para el Estado que para la mafia.

«Y hasta me condecoraron y me dieron de baja con honores.»

Frank se cargó a un montón de vietcongs y soldados del ejército norvietnamita durante el período que estuvo en Vietnam. En eso consistía su trabajo: era francotirador y lo hacía de puta madre. Algunas veces sentía que no estaba bien, pero jamás se sintió culpable por eso. Ellos eran soldados, él era soldado y en 1a guerra los soldados se matan entre sí.

Frank nunca aceptó nada de toda aquella gilipollez de
Apocalipsis Now
. Jamás disparó contra mujeres ni niños ni masacró ninguna aldea ni tampoco vio a nadie que lo hiciera. Él se limitó a matar soldados enemigos.

La Ofensiva del Tet fue hecha para gente como Frank, porque el enemigo salió a hacerse matar. Antes que eso, había habido patrullas frustrantes en la selva, con las que por lo general no se lograba nada, salvo cuando caías en alguna emboscada del vietcong y perdías a un par de hombres, aunque, de todos modos, jamás llegabas a ver al enemigo.

En cambio, en el Tet salieron en masa y fueron abatidos a tiros en masa. Frank fue, él solo, una máquina demoledora en la ciudad de Hué. Los combates puerta a puerta eran perfectos para sus habilidades y Frank se vio involucrado en duelos mano a mano con francotiradores del ejército norvietnamita que a veces duraban días. Fueron batallas de ingenio y habilidad en las que Frank triunfaba siempre.

Al regresar de Vietnam, descubrió que el país que había dejado ya no existía. Disturbios raciales, «enfrentamientos a favor de la paz»,
hippies
, LSD. El ambiente del surf estaba casi muerto, porque muchos de los tíos estaban en Vietnam o estaban jodidos por eso o habían seguido el camino de los
hippies
y se habían ido a vivir a una comuna en Oregón.

Frank guardó el uniforme y se fue a la playa. Durante muchas semanas, estuvo surfeando casi siempre solo y encendiendo pequeñas hogueras y comiendo al aire libre, tratando de recuperar el pasado, pero no era lo mismo.

En cambio, Patty sí que era la misma. Le había escrito todos los días que él estuvo en Vietnam: cartas largas, simpáticas y llenas de noticias sobre lo que sucedía allí, quién salía con quién, quiénes habían roto, sobre su trabajo como secretaria, los padres de ella y los de él, cualquier cosa. También hablaba de amor, en pasajes apasionados en los que le contaba lo que sentía por él y en lo impaciente que estaba porque él volviera.

Y era verdad, porque, en cuanto sus padres se marcharon de su casa, la «buena chica católica» lo llevó a su habitación y lo arrojó sobre su cama. Claro que no tuvo que empujarlo mucho, recuerda Frank.

«¡Dios mío! La primera vez con Patty...»

Llegaron hasta el límite, como tantas veces en el asiento trasero de su coche, pero aquella vez ella no juntó las piernas ni lo apartó de un empujón, sino que lo guió hacia dentro. Él se sorprendió, pero no puso ningún reparo, evidentemente, y, cuando llegó el momento de salir —demasiado pronto, recuerda él, todo atribulado— ella susurró: «No hace falta. Estoy tomando la píldora.»

¡Qué sorpresa! Había ido al médico y había empezado a tomar la píldora, anticipándose a su regreso, le dijo, mientras estaban acostados en su cama después, con la cabeza de ella en el hueco de su axila.

—Quería estar preparada para ti —le dijo y a continuación añadió con timidez—: ¿He estado bien?

—Increíble.

Entonces volvió a empalmarse —«Dios mío, lo que es ser joven», piensa Frank— y lo hicieron otra vez y entonces ella tuvo un orgasmo y dijo que, de haber sabido lo que se estaba perdiendo, lo habría hecho mucho antes.

Patty era buena en la cama: cariñosa, dispuesta, apasionada. Nunca tuvieron problemas con el sexo. Así que Frank volvió con Patty y comenzaron la larga marcha inevitable hacia el matrimonio.

Lo que no era inevitable era el futuro de Frank.

¿Qué haría ahora que había acabado su incursión en la infantería de Marina? Pensó en volver a enrolarse y hacer carrera dentro del cuerpo, pero Patty no quería que volviera a Vietnam y a él no le gustaba la idea de pasar tanto tiempo lejos de San Diego. Su padre quería que entrara en el negocio del atún, pero a él tampoco le apetecía eso. Podría haber ido a la universidad, aprovechando los beneficios de la ley de asistencia a los veteranos, pero no tenía demasiado interés en estudiar nada.

Por consiguiente, fue inevitable que acabara trabajando para la mafia.

No fue nada dramático ni repentino. Simplemente, un buen día Frank tropezó con Mike Pella y fueron a tomar una cerveza y después empezaron a verse a menudo. Mike le habló de su pasado, de que había crecido en Nueva York con la familia Profaci, de que había tenido algún follón allí y entonces lo enviaron al oeste a trabajar para Bap hasta que las cosas se arreglaran. Pero a él le gustaba California y Bap le caía bien, así que había decidido quedarse.

—Después de todo, ¿para qué coño sirve la nieve? —preguntó Mike.

«Para nada», pensó Frank.

Empezó a frecuentar con Mike los clubes donde los mafiosos pasaban el día y aquello no había cambiado, sino que seguía igual, como si el tiempo fuese un continuo. Resultaba tranquilizador y familiar.

«Sobre todo familiar», piensa Frank ahora.

Eran los mismos mafiosos de siempre: Bap, Chris Panno y Mike, por supuesto. Jimmy Forliano tenía un negocio de transporte por carretera en East County y de vez en cuando venía también, pero no había nadie más. Eran un grupito estrecho y bien avenido en lo que, por aquel entonces, seguía siendo una ciudad pequeña.

«Así eran las cosas en San Diego en aquella época —piensa Frank ahora—. No éramos ni siquiera una banda ni una familia bien definida, como las que había en las grandes ciudades de la costa este. Y tampoco pasaba gran cosa.»

En San Diego, por lo general tolerante, había un fiscal federal nuevo que le hacía la puñeta a todo el mundo. Había confeccionado una lista de veintiocho cargos contra Jimmy y Bap por alguna gilipollez relacionada con el sindicato de camioneros y complicaba en general la vida a todo lo que tuviera que ver con la delincuencia organizada en la ciudad.

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