El jardinero fiel (39 page)

Read El jardinero fiel Online

Authors: John le Carré

Tags: #Intriga

BOOK: El jardinero fiel
10.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿En Mombasa?

¿O en Lamu, unos doscientos cincuenta kilómetros más al norte en la misma costa?

Volviendo a la mesa de contaduría, Justin seleccionó en esta ocasión el informe de Lesley que llevaba por título: «bluhm, Arnold Moise, médico, víctima desaparecida o sospechoso». Ningún escándalo, ningún matrimonio, ninguna compañera conocida, ninguna concubina. En Argel, el sujeto había vivido en un albergue para médicos jóvenes de ambos sexos, ocupando una habitación individual. No se le conocía ninguna relación especial con nadie de su oenegé. Como pariente más cercano, constaba su hermanastra adoptiva, una belga residente en Brujas. Arnold nunca había solicitado dietas ni el reembolso de gastos de viaje por un acompañante, y nunca había requerido alojamiento en pareja. Según la descripción de Lesley, el saqueado apartamento del sujeto en Nairobi «era monacal y dejaba una clara impresión de abstinencia». El sujeto vivía allí solo y no tenía criados. «En su vida privada, el sujeto parece prescindir de toda clase de comodidades, incluida el agua caliente».

—El club de Muthaiga al completo está convencido de que nuestro bebé está ahí por obra de Arnold —informa Justin a Tessa, con absoluta cordialidad, mientras comen pescado en un restaurante hindú en la periferia de la ciudad. Ella está embarazada de cuatro meses, y aunque la conversación podría inducir a pensar lo contrario, Justin está más enamorado de ella que nunca.

—¿Quiénes son el club Muthaiga al completo? —pregunta Tessa.

—Elena la griega, sospecho. Transmitido por ella a Gloria, transmitido luego a Woodrow —prosigue Justin de buen humor—. No acabo de entender, no obstante, qué se supone que debo hacer al respecto. Llevarte al club y hacerte el amor en la mesa de billar sería quizá una solución, si tú te prestas.

—Entonces estamos ante un doble delito, ¿no? —comenta ella pensativamente—. Y un doble prejuicio.

—¿Doble? ¿Por qué?

Tessa permanece en silencio por un instante, baja la vista y mueve la cabeza en un leve gesto de negación.

—Están cargados de prejuicios, esos hijos de puta…, dejémoslo en eso.

Y en su momento Justin la obedeció. Pero no ahora.

¿Por qué
doble
?, se preguntó, con la mirada fija aún en la pantalla.

Un delito es el adulterio de Arnold. Pero ¿y el segundo? El segundo ¿por qué? ¿Por su raza? ¿Está discriminado Arnold por su supuesto adulterio y por su raza? ¿Una doble discriminación, por tanto?

Tal vez.

A no ser…

A no ser que quien habla sea la abogada de mirada fría que lleva dentro, la misma que decidió desoír una amenaza de muerte que ponía en peligro su búsqueda de la justicia.

A no ser que el
primer
prejuicio percibido no se dirigiera contra el hombre negro que presuntamente se acostaba con una mujer blanca casada, sino contra los homosexuales en general, entre los cuales Bluhm se contaba, aunque sus detractores desconocieran el hecho.

Delito primero:
Arnold es homosexual pero los prejuicios locales no le permiten admitirlo. Si lo admitiera, debería abandonar su labor humanitaria, ya que Moi detesta por igual a oenegés y homosexuales, y como mínimo expulsaría a Arnold del país.

Delito segundo:
Arnold se ve obligado a vivir en una situación de engaño (véase el artículo inacabado escrito por ?). En lugar de declarar públicamente su sexualidad, tiene que adoptar la pose de playboy, atrayendo así las críticas reservadas a los adúlteros transraciales.

Por tanto: un doble delito.

¿Y por qué, para terminar, Tessa no confía este secreto a su amado marido, en lugar de mantenerlo con las deshonrosas sospechas que no debe, ni puede, admitir ni siquiera para sí?, preguntó a la pantalla.

Recordó el nombre del restaurante hindú que a ella tanto le gustaba: Haandi.

Las mareas de celos que Justin conseguía mantener a raya desde hacía mucho tiempo rompieron de pronto los muros de contención y lo envolvieron. Pero eran celos de otro tipo: celos por el hecho de que Tessa y Arnold le hubieran ocultado incluso ese secreto, junto con todos los demás que compartían; por el hecho de que lo hubieran excluido de su precioso círculo de dos, dejándolo mirar a distancia como a un voyeur angustiado, sin saber, pese a todas las promesas de ella, que en realidad no había nada que ver y nunca lo habría; por el hecho de que, como Ghita había intentado explicar a Rob y Lesley antes de arredrarse, nunca saltara entre ellos una sola chispa; por el hecho de que la única relación existente entre ellos fuera precisamente la clase de relación fraternal que Justin había descrito a Ham sin creérselo del todo él mismo.

Un hombre perfecto, había dicho Tessa de Bluhm en una ocasión. Ni siquiera Justin el escéptico había pensado jamás en él en otros términos. Un hombre capaz de tocar la fibra homoerótica que todos llevamos dentro, le había comentado una vez a Tessa en su inocencia. Atractivo y elocuente. Cortés con amigos y desconocidos. Con un atractivo que residía tanto en su voz ronca como en su barba de color gris acero, y en sus abultados ojos africanos de largos párpados que jamás se apartaban de uno mientras hablaba o escuchaba. Un atractivo que residía en los contados pero oportunos gestos con que puntuaba sus opiniones lúcidas y bien expresadas. Un atractivo que residía en sus esculpidos pómulos, y en su cuerpo ligero y esbelto, tan ágil y elástico como el de un bailarín, e igual de disciplinado en su contención. Nunca brusco, nunca desconsiderado, nunca cruel, pese a que en todas las fiestas y congresos se tropezaba con occidentales tan ignorantes que Justin sentía vergüenza ajena. Incluso los viejos del club Muthaiga decían: «vaya con ese Bluhm, Dios mío, en nuestros tiempos no había negros como ése, no es raro que la joven novia de Justin se haya prendado de él».

¿Por qué, pues, por lo más sagrado, no me libraste de mi suplicio?, preguntó Justin airado a Tessa, o a la pantalla.

«Porque yo confiaba en ti y esperaba a cambio el mismo grado de confianza».

Si confiabas en mí, ¿por qué no me lo dijiste?

«Porque no defraudo la confianza de mis amigos y te exijo que respetes esa circunstancia y me admires por ello. Muchísimo y en todo momento.

»Porque soy abogada y, por lo que atañe a secretos —como Tessa solía decir—, una tumba, comparada conmigo, es una charlatana».

Capítulo 14

Y la tuberculosis es un negocio redondo, o si no, que le pregunten a Karel Vita Hudson. El día menos pensado las naciones ricas se las verán con una pandemia de tuberculosis, y la Dypraxa generará las ganancias multimillonarias con las que sueña todo buen accionista. La peste blanca, la gran amenaza, el gran imitador, el capitán de la muerte ya no se limita a los desdichados de este mundo. Hace lo que hizo cien años atrás. Flota como una inmunda nube tóxica
sobre el propio horizonte de Occidente
, aun si las víctimas son sus pobres.

  • Un tercio de la población mundial contagiado por el bacilo
    .

Dice Tessa a su ordenador, resaltando y subrayando a su paso.

  • En Estados Unidos la incidencia ha crecido en un veinte por ciento en siete años

  • Un enfermo no sometido a tratamiento contagia a un promedio de
    entre diez y quince personas al año

  • Las autoridades sanitarias de la ciudad de Nueva York se han arrogado la facultad de
    encarcelar a los tuberculosos que no acepten voluntariamente el aislamiento

  • El treinta por ciento del total de casos de tuberculosis conocidos son en la actualidad resistentes al tratamiento

La peste blanca no es una enfermedad congénita, lee Justin. La contraemos como consecuencia del aire malsano, condiciones de vida malsanas, higiene malsana, agua malsana y negligencia malsana de la administración.

Los países ricos la aborrecen porque es una afrenta a su impecable gestión doméstica; los países pobres, porque en muchos de ellos es sinónima de sida. Algunos países se niegan a reconocer su existencia, prefiriendo desmentir la realidad a admitir la vergüenza.

Y en Kenia, como en otros países africanos, la incidencia de la tuberculosis se ha cuadruplicado desde la aparición del virus del sida.

En un informal mensaje, Arnold enumera las dificultades prácticas que plantea el tratamiento de la enfermedad sobre el terreno:

  • Diagnóstico difícil y prolongado Los pacientes deben traer muestras de esputo en días consecutivos.
  • El trabajo de laboratorio es esencial, pero a menudo alguien destroza o roba los microscopios.
  • No disponemos de tintura para detectar el bacilo La tintura se vende, se bebe, se termina y no se reemplaza.
  • El tratamiento dura ocho meses Muchos pacientes lo abandonan al cabo de un mes, cuando notan cierta mejoría, o venden las pastillas.
  • Las pastillas contra la tuberculosis se ponen a la venta en el mercado negro como tratamiento para las enfermedades de transmisión sexual. La Organización Mundial de la Salud insiste en que debe mantenerse bajo vigilancia a los pacientes bajo tratamiento hasta que ingieren la medicación Resultado una pastilla se vende en el mercado negro «mojada» o «seca», dependiendo de si ha estado o no en la boca de alguien…

Para acabar una lacónica posdata:

La tuberculosis mata a más madres que cualquier otra enfermedad En África, las mujeres siempre pagan el precio Wanza fue un conejillo de Indias, y se convirtió en víctima.

Como fueron también conejillos de Indias aldeas enteras de Wanzas.

Fragmentos de un artículo aparecido en la página cuatro del
International Herald Tribune
:

«También Occidente es vulnerable a las cepas de tuberculosis resistentes al tratamiento», de Donald G. McNeil Jr.,
New York Times
.

Algunas partes destacadas por Tessa.

AMSTERDAM
. Las cepas mortales de tuberculosis resistente al tratamiento están cada vez más presentes no sólo en los países pobres, sino también
en los países ricos de Occidente
, según un informe de la Organización Mundial de la Salud y otros grupos implicados en la lucha contra la tuberculosis.

«Es un aviso: cuidado, muchachos, esto va en serio», declaró el doctor Marcos Espinal, el principal autor del informe. «Se perfila una potencial crisis de gran magnitud en el futuro»…

Pero el arma más poderosa de que dispone la comunidad médica internacional para recaudar fondos es la advertencia de que
la propagación incontrolada de casos en el tercer mundo permitirá que se unan las cepas divergentes, formando algo incurable y en extremo contagioso que afectará a Occidente
.

Nota al pie de Tessa, escrita en una letra misteriosamente contenida, como si reprimiera adrede cualquier sensación:

«Arnold dice: Los inmigrantes rusos afincados en Estados Unidos, en particular aquellos procedentes de los campos de trabajo, son portadores de las más diversas cepas de tuberculosis multirresistente, de hecho en una proporción superior a la de Kenia, donde multirresistente no es sinónimo de seropositivo. Un amigo suyo está tratando casos muy graves en la zona de Bay Ridge de Brooklyn, y las cifras ya alcanzan límites aterradores, dice. La incidencia a lo largo y ancho de Estados Unidos, entre los hacinados grupos urbanos minoritarios, aumenta de manera constante, según parece».

O expresado en el lenguaje que mejor se comprende en todas las Bolsas del mundo: si el mercado de la tuberculosis evoluciona según los pronósticos, se prevén unas ganancias de billones y billones de dólares, y el encargado de generarlos es la Dypraxa, siempre y cuando, claro está, el lanzamiento preliminar en África no revele efectos secundarios alarmantes.

Es esta idea lo que impulsa a Justin a regresar, con toda urgencia, al hospital de Uhuru, en Nairobi. Yendo de inmediato a la mesa de contaduría, revuelve otra vez entre los expedientes policiales y desentierra seis páginas fotocopiadas, escritas por Tessa en letra vacilante a causa de la fiebre, en su esfuerzo por consignar el historial clínico de Wanza en un lenguaje propio de un niño.

Wanza es madre soltera.

No sabe leer ni escribir.

La conocí en su aldea y volví a encontrarla en el barrio de Kibera. La dejó embarazada su tío, que la violó y después la acusó de seducirlo. Éste es su primer embarazo. Wanza abandonó la aldea para evitar que la violara otra vez su tío, así como otro hombre que la acosaba.

Wanza dice que, en su aldea, había mucha gente enferma con continuos ataques de tos. Muchos hombres tenían el sida, y también las mujeres. Dos mujeres embarazadas habían muerto recientemente. Como Wanza, había estado visitando un centro médico a ocho kilómetros de allí. Wanza no quería seguir siendo atendida en el mismo centro. Temía que sus pastillas fueran malas. Esto demuestra lo inteligente que es Wanza, ya que muchas nativas tienen una fe ciega en los médicos, aunque sientan más respeto por las inyecciones que por las pastillas.

En Kibera, un hombre y una mujer blancos vinieron a verla. Como llevaban batas blancas, Wanza supuso que eran médicos. Sabían de qué aldea era ella. Le dieron unas pastillas, las mismas que toma en el hospital.

Wanza dice que el hombre se llama Law-bear. Se lo hago repetir muchas veces: ¿Lor-bear? ¿Lor-beer? ¿Lohrbear? La mujer blanca que lo acompañaba no habló con Wanza, pero la examinó y le extrajo unas muestras de sangre, orina y esputo.

Vinieron a verla a Kibera dos veces más. No se interesaron por ninguna de las otras personas de su choza. Le dijeron que debía dar a luz en el hospital porque estaba enferma. Eso dejó muy intranquila a Wanza. En Kibera hay muchas mujeres embarazadas, y ninguna da a luz en el hospital.

Lawbear dijo que no le cobrarían nada, que todos los gastos estarían cubiertos. No preguntó quién los pagaría. Dice que los dos, el hombre y la mujer, estaban muy preocupados. Verlos tan preocupados no le parecía buena señal. Wanza hizo un comentario en broma sobre eso, pero ellos no se rieron.

Al día siguiente vino a recogerla un coche. Ya casi salía de cuentas. Era la primera vez que montaba en un coche. Dos días después, Kioko, su hermano, llegó al hospital para hacerle compañía. Se había enterado de que estaba allí internada. Kioko sabe leer y escribir y es muy inteligente. Los dos hermanos se quieren mucho. Wanza tiene quince años.

Kioko dice que cuando otra mujer embarazada de la aldea estaba a punto de morir, fue a verla esa misma pareja de blancos y le tomaron unas muestras igual que habían hecho con Wanza. En su visita a la aldea, se enteraron de que Wanza había huido a Kibera. Kioko dice que mostraron mucha curiosidad por ella y le preguntaron cómo podían localizarla, y él les escribió sus indicaciones en una libreta. Así es como esa pareja de blancos dio con Wanza en el barrio de Kibera y la hizo ingresar en el hospital de Uhuru para tenerla en observación. Wanza es una cobaya africana, una de las muchas que no han sobrevivido a la Dypraxa.

Other books

Amanda's Eyes by Kathy Disanto
Always Mr. Wrong by Joanne Rawson
Faith of My Fathers by John McCain
The White Bull by Fred Saberhagen
Go for the Goal! by Fred Bowen
Sunset Trail by Wayne D. Overholser
The Scorpion's Gate by Richard A. Clarke