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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (14 page)

BOOK: El juego de los Vor
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—Era obvio.

—Seguridad hermética, dijo usted —murmuró el conde Vorkosigan, sin poder contener la risa—. La más costosa que se ha ideado. A prueba de los virus más inteligentes—. El equipo más sofisticado, ¿y dos alféreces son capaces de violarlo?

Aguijoneado, Illyan replicó:

—¡Yo no prometí que fuera a prueba de idiotas!

El conde Vorkosigan se enjugó los ojos y suspiró.

—Ah, el factor humano. Corregiremos el defecto, Miles, gracias.

—Eres un cañón sin amarrar, muchacho, disparando en todas direcciones —le gruñó Illyan, estirando el cuello para verlo por encima del escritorio.

Miles todavía estaba en el suelo, encorvado y sin fuerzas. —Esto, junto a tu travesura anterior con esos malditos mercenarios… Un arresto domiciliario no sería suficiente. No volveré a dormir tranquilo hasta que te tenga encerrado en una celda con las manos atadas a la espalda.

Miles, quien en ese momento hubiese asesinado a alguien con tal de dormir decentemente una hora, sólo se encogió de hombros. Tal vez lograse persuadir a Illyan para que lo dejara ir a esa bonita celda sin más demora.

El conde Vorkosigan había guardado silencio, y en sus ojos se veía un extraño brillo pensativo. Illyan también notó su expresión y se detuvo.

—Simon —dijo el conde Vorkosigan—, no cabe duda de que Seguridad Imperial tendrá que continuar vigilando a Miles. Tanto por su bien como por el mío.

—Y por el del Emperador —agregó Illyan, con malhumor—. Y por el de Barrayar. Y por el de los espectadores inocentes.

—¿Pero existe un modo mejor y más eficiente para vigilarlo que ser
asignado
a Seguridad Imperial?

—¿Qué? —exclamaron Illyan y Miles a la vez, en el mismo tono horrorizado.

—No hablará en serio —dijo Illyan.

—Seguridad nunca estuvo entre mis diez asignaciones preferidas —señaló Miles.

—No se trata de una preferencia, sino de una aptitud. Recuerdo que el mayor Cecil lo discutió conmigo en cierta ocasión. Pero tal como dice Miles, no lo incluyó en su lista.

Tampoco había puesto meteorólogo polar en su lista, recordó Miles.

—Usted lo dijo antes —observó Illyan—. Ahora ningún comandante del Servicio lo querrá. Y yo no soy una excepción.

—A decir verdad, no hay ninguno a quien yo pueda confiárselo. Con excepción de usted. —El conde Vorkosigan esbozó una sonrisa particular—. Siempre he confiado en usted. Simon. Illyan pareció algo aturdido, como un gran táctico que comenzaba a verse vencido por otra estrategia.

—Supondrá matar varios pájaros de un tiro —continuó el conde Vorkosigan con la misma voz persuasiva—. Podemos decir que se trata de un exilio interno no oficial, de una degradación. Eso nos librará de mis enemigos políticos, quienes de otro modo intentarían sacar algún provecho de este asunto. Suavizará la imagen de que estamos perdonando un motín, cosa que ningún servicio militar puede permitir.

—Un verdadero exilio —dijo Miles—, Aunque sea extraoficial e interno.

—¡Oh, sí! —dijo el conde Vorkosigan con suavidad—. Pero no será una verdadera deshonra.

—¿Podremos confiar en él? —preguntó Illyan con desconfianza.

—Parece que sí. —La sonrisa del conde era como el brillo de una navaja—. Seguridad podrá aprovechar sus talentos. Más que ningún otro departamento, seguridad
necesita
de sus talentos.

—¿Para ver lo obvio?

—Y lo que no es tan obvio. Existen muchos oficiales a quienes se les puede confiar la vida del emperador. No hay tantos a quienes se les pueda confiar su honor.

De mala gana, Illyan hizo un gesto vago de aceptación. Quizá por prudencia, el conde Vorkosigan no trató de obtener un mayor entusiasmo de su Jefe de Seguridad. Se volvió hacia Miles y le dijo:

—Pareces necesitar una enfermería.

—Necesito una cama.

—¿Qué tal una cama en la enfermería? Miles tosió y parpadeó con fatiga.

—Sí, me parece bien.

—Vamos, buscaremos una.

Miles se levantó y salió apoyado en el brazo de su padre, con los pies chapoteando en sus bolsas de plástico.

—Aparte de todo, ¿cómo estaba la isla Kyril, alférez Vorkosigan? —inquirió el conde—. Tu madre ha notado que no te comunicabas muy seguido con casa.

—Estaba ocupado. El clima era brutal, el terreno era mortífero, y un tercio de la población, incluyendo a mi superior inmediato, estaba ebria la mayor parte del tiempo. El cociente intelectual promedio igualaba la temperatura media en grados centígrados, no había una mujer en quinientos kilómetros a la redonda y el comandante de la base era un psicópata homicida. Aparte de todo eso, era encantadora.

—Parece que no ha cambiado en lo más mínimo en veinte años.

—¿Ha estado allí? ¿Y de todos modos permitió que me enviaran a
mi
?

—Comandé la Base Lazkowski durante cinco meses, mientras aguardaba la capitanía del crucero
General Vorkraft
. Durante ese período mi carrera sufría una especie de eclipse político.

—¿Y qué le pareció?

—No recuerdo demasiado. Estaba ebrio la mayor parte del tiempo. Cada uno encuentra su propia forma de soportar al Campamento Permafrost. Yo diría que a ti te ha ido mejor que a mi.

—Encuentro alentador saber que usted ha sobrevivido a ello, señor.

—Pensé que así sería. Por eso lo mencioné. De todos modos, no fue una experiencia que yo querría exhibir como ejemplo. Miles miró a su padre.

—¿Piensa… piensa que hice lo correcto, señor? Anoche.

—Sí —dijo el conde simplemente—. Algo correcto. Tal vez no haya sido la mejor de todas las actitudes correctas posibles. Quizá dentro de tres días encuentres una táctica que hubiese sido más adecuada, pero tú eras quien estaba allí y debía decidirlo. Yo trato de no mostrarme más listo que mis comandantes de campaña.

Por primera vez desde que abandonara la isla Kyril, Miles sintió que se le alegraba el corazón.

Miles pensó que su padre lo llevaría al Hospital Militar Imperial, el enorme complejo que le resultaba tan familiar y que se encontraba a unos pocos kilómetros de allí, pero hallaron una enfermería más cerca, tres pisos más abajo en el Cuartel General de Seguridad Imperial. El lugar era pequeño pero completo, equipado con un par de consultorios, habitaciones privadas, celdas para el tratamiento de prisioneros y testigos custodiados y una puerta con un rótulo inquietante: «Laboratorio Químico de Interrogaciones». Illyan ya debía haberlos llamado, porque un enfermero los estaba aguardando en la recepción para atenderlos. Momentos después, llegó un cirujano de Seguridad, con la respiración un poco agitada. El hombre se alisó el uniforme y saludó al conde Vorkosigan puntillosamente antes de volverse hacia Miles.

Miles imaginó que el cirujano estaba más acostumbrado a poner nerviosa a la gente que a ser inquietado por ella, y no sabía muy bien cómo manejar la situación. ¿Quedaría algo de aquella antigua aura de violencia en su padre después de todos esos años? ¿El poder o la historia? ¿Algún carisma personal por el cual los hombres poderosos se arrastraban ante él como perros? Miles podía sentir ese calor que emanaba de él con perfecta claridad y, sin embargo, no parecía afectarle de la misma manera.

Aclimatación, tal vez. El antiguo Lord Regente era el hombre que solía tomarse dos horas para almorzar cada día, desapareciendo en el interior de su residencia, y sólo una guerra era capaz de impedir que lo hiciese. Sólo Miles sabía lo que ocurría durante aquellas horas, cómo el gran hombre con su uniforme verde tragaba un emparedado en cinco minutos y luego pasaba la siguiente hora y media sentado en el suelo con su hijo que no podía caminar, jugando, hablando o leyendo en voz alta. Algunas veces, cuando Miles mostraba una resistencia histérica a cierta dolorosa terapia física, espantando a su madre e incluso al sargento Bothari, su padre era el único con la firmeza suficiente como para
insistir
en que hiciese esas diez angustiosas flexiones con las piernas, en que se sometiese a la hipovaporización, a una nueva intervención quirúrgica o a los productos químicos que ardían en sus venas.
Eres un Vor. No debes atemorizar a tus súbditos con esta muestra de descontrol
. El olor penetrante de la enfermería, la tensión del médico, todo le trajo una avalancha de recuerdos. No era de extrañar, reflexionó Miles, que Metzov no hubiese logrado infundirle el temor suficiente. Cuando el conde Vorkosigan se marchó, la enfermería pareció quedar completamente vacía.

Al parecer no ocurría nada especial en el cuartel general esa semana. La enfermería estaba muy silenciosa, y sólo entraban en ella algunos miembros del personal aquejados de jaqueca o de desórdenes estomacales causados por un exceso de alcohol la noche anterior. Una tarde, dos técnicos pasaron tres horas trabajando en el laboratorio y luego partieron a toda prisa. El médico detuvo la pulmonía incipiente de Miles antes de que se convirtiera en pulmonía galopante. Durante ese tiempo. Miles reflexionó y aguardó a que la terapia de seis días con antibióticos siguiera su curso. También planificó lo que haría cuando los médicos lo dejasen partir. Solicitaría un permiso e iría a su casa en Vorbarr Sultana.

—¿Por qué no puedo ir a casa? —se quejó Miles ante su madre la siguiente vez en que ella lo visitó—. Nadie me dice nada. Si no estoy bajo arresto, ¿por qué no puedo pedir una licencia e ir a casa? Sí estoy bajo arresto, ¿por qué las puertas no están cerradas con llave? Me siento como en el limbo.

La condesa Cordelia Vorkosigan emitió un gruñido muy poco femenino.

—Estás en el limbo, hijito.

A pesar de la ironía de su tono, Miles sintió un gran placer al escuchar su fuerte acento betanés. Ella sacudió la cabeza… Llevaba su cabellera ondulada echada hacia atrás y suelta sobre la espalda. Su tono rojizo brillaba contra una exquisita chaqueta otoñal color café, bordada con hilos de plata, y vestía una falda oscilante, típica de las mujeres pertenecientes a la clase Vor. Sus llamativos ojos grises y su semblante pálido eran tan inteligentes, que uno casi no notaba que no era hermosa. Durante veintiún años había pasado por una matrona Vor, a la sombra de su Gran Hombre y, sin embargo, no parecía haber sido afectada por las jerarquías barrayaranas… aunque sí había sido afectada por sus heridas, pensó Miles.

¿Por qué nunca pienso que ambiciono comandar una nave tal como lo hizo mi madre?
La capitana Cordelia Naismith, de Estudios Astronómicos Betaneses, se había dedicado a la arriesgada tarea de extender los conductos de enlace por agujeros de gusano paso a paso, por el bien de la humanidad, por el conocimiento puro, por el progreso económico de la Colonia Beta, por… ¿qué era lo que la había impulsado? Había dirigido una nave de inspección tripulada por sesenta personas, viajando muy lejos de casa y sin posibilidad alguna de recibir ayuda… Sin duda existían ciertos aspectos envidiables en su carrera. La cadena de mando, por ejemplo, podía haberse convertido en una ficción en el espació remoto, los deseos del cuartel general betanés, un asunto para realizar especulaciones y envites.

Ahora se movía con tanta naturalidad entre la sociedad barrayarana… Sólo sus observadores más cercanos notaban lo indiferente que le resultaba. Ella no le temía a nadie, ni siquiera al temible Illyan, y no era controlada por nadie, ni siquiera por el propio almirante. Era esa falta de temor, decidió Miles, lo que volvía tan inquietante a su madre. La capitana del almirante. Seguir sus pasos sería como caminar sobre el fuego.

—¿Qué está ocurriendo allá afuera? —preguntó Miles—. Este lugar es casi tan divertido como una reclusión solitaria, ¿sabes? ¿Han decidido que soy un amotinado, después de todo?

—No lo creo —dijo la condesa—. Están licenciando a los demás, a tu teniente Bonn y a los otros, no precisamente con deshonra, pero sin los beneficios, las pensiones o el nivel social que tanto parece importar a los hombres de Barrayar…

—Considéralos como una clase particular de reservistas —le sugirió Miles—. ¿Qué hay de Metzov y los soldados?

—Él será licenciado del mismo modo. Es quien más ha perdido, creo.

—¿Simplemente lo dejarán suelto? —Miles frunció el ceño. La condesa Vorkosigan se encogió de hombros.

—Como no ha habido muertes, convencieron a Aral de que no podía enfrentarlo a una corte marcial. Decidieron no levantar cargos contra los soldados.

—Hum… Creo que me alegro. Ah… ¿y yo?

—Oficialmente continúas detenido por Seguridad Imperial. Indefinidamente.

—Se supone que el limbo es un sitio indefinido. —Su mano jugueteó con la sábana. Todavía tenía los nudillos hinchados—, ¿Cuánto tiempo?

—El que se necesite para lograr el efecto psicológico buscado.

—¿Y cuál es? ¿Volverme loco? Tres días más serán suficientes.

Ella hizo una mueca.

—Deben convencer a los militares barrayaranos de que estás siendo castigado de forma apropiada por tu… crimen. Mientras permanezcas confinado en este siniestro edificio, pensarán que estás sufriendo… lo que sea que ellos imaginen que ocurre aquí. Si se te permitiera salir a corretear por la ciudad, resultaría mucho más difícil mantener la ilusión de que has sido colgado cabeza abajo contra la pared del sótano.

—Todo parece tan… irreal. —Volvió a dejarse caer sobre la almohada—. Yo sólo quería servir.

Una breve sonrisa curvó los labios de la condesa, pero se desvaneció rápidamente.

—¿Estás listo para considerar un cambio de rumbo en tu trabajo, querido?

—Ser un Vor es algo más que un simple trabajo.

—Sí, es una patología. Un delirio obsesivo. Hay una gran galaxia allá fuera, Miles. Existen otras formas de servir, mayores… causas.

—Y entonces, ¿por qué permaneces aquí? —replicó él.

—¡Ah! —Ella esbozó una sonrisa triste—. Ciertas necesidades de la gente son más apremiantes que las armas.

—Y hablando de papá, ¿va a regresar?

—Hum… No. Debo decirte que se alejará por un tiempo. De ese modo no dará la impresión de que respalda tu actitud, aunque en realidad te esté salvando de la avalancha. Ha decidido fingir públicamente que está enfadado contigo.

—¿Y lo está?

—Por supuesto que no. Sin embargo… comenzaba a trazar algunos planes a largo plazo para ti, incluyéndote en sus proyectos de reforma sociopolítica. Si completabas una sólida carrera militar, pensaba que incluso tus lesiones congénitas podrían ayudar a la salvación de Barrayar.

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