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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (20 page)

BOOK: El juego de los Vor
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—¿Quién…? —Sí. Livia Nu podía haberle sustraído el disco archisecreto de ese modo. Pero si ella no era el superior de Liga, si ni siquiera pertenecía a su organización criminal polense, ¿quién era en realidad?—. ¡Necesitamos saber más, señor! Esto podría ser el comienzo de algo.

—Esto podría ser el
final
de nuestra misión. ¡Maldita sea! Y ahora no podemos regresar a Barrayar vía Pol. Estamos aislados, ¿Adónde vamos? —Ungari comenzó a caminar, y era evidente que pensaba en voz alta—. Yo quiero ir a Aslund. Su tratado de extradición con Pol no rige en este momento, pero… y además están sus complicaciones con los mercenarios. Ahora que han conectado a Rotha con Naismith. Gracias a su descuido.

—Por lo que dijo Chodak, no creo que el almirante Naismith sea recibido con los brazos abiertos —admitió Miles a regañadientes—

—La estación Consorcio del Conjunto Jackson no tiene tratados de extradición con nadie. Estas pantallas han quedado completamente inutilizadas. Tanto Rotha como Naismith. Tendrá que ser el Consorcio. Descenderé allí con la nave, entraré en la clandestinidad y regresaré a Aslund por mi cuenta.

—¿Y yo, señor?

—Usted y Overholt deberán separarse y regresar a casa.

A casa. Y en la ignominia.

—Señor… Escapar no me parece bien. Supongamos que nos quedamos aquí y probamos la inocencia de Rotha. Ya no estaríamos aislados, y Rotha seguiría siendo una pantalla viable. Es posible que nos estén empujando a hacer esto, a detener todo y escapar.

—No imagino cómo alguien puede haber averiguado mi fuente de información en Seguridad Civil de Pol. Creo que pretenden tenernos atrapados aquí. —Ungari se golpeó la palma con el puño derecho, tomando una decisión—. Vamos al Consorcio. —Viró y se marchó, haciendo resonar sus botas por el corredor. Un cambio en la presión del aire y unos cuantos sonidos apagados indicaron a Miles que la nave despegaba de Pol Seis.

Miles habló en voz alta en la cabina vacía.

—¿Pero y si tienen planes para ambas eventualidades? Yo los tendría.

—Sacudió la cabeza con incertidumbre, y entonces se levantó para vestirse e ir tras Ungari.

9

Miles decidió que la principal diferencia entre la estación de enlace del Consorcio Jacksoniano y la de Pol era la colección de objetos que sus mercaderes ofrecían a la venta. Miles se detuvo frente al distribuidor automático de discos-libro en una plaza muy parecida a la de Pol Seis y repasó un enorme catálogo de pornografía utilizando el avance rápido del aparato. Bueno, casi todo el tiempo utilizó el avance rápido, ya que algunas veces colocó la pausa entre divertido y pasmado. Resistiendo con nobleza la curiosidad, llegó a la sección de historia militar y descubrió, para su gran decepción, que sólo contaba con una escasa colección de títulos.

Miles Insertó su tarjeta de crédito y la máquina le entregó tres obleas. No era que estuviese muy interesado en el
Bosquejo de la Estrategia Trigonal en las Guerras de Minos IV
, pero le aguardaba un largo y tedioso camino hasta llegar a casa, y el sargento Overholt no prometía ser el más brillante de los compañeros de viaje. Miles guardó los discos en su bolsillo y suspiró. Qué pérdida de tiempo y de esfuerzo había constituido esta misión.

Ungari había hecho los arreglos para que la nave de Victor Rotha, su piloto y su ingeniero fuesen «vendidos» a un testaferro que, con el tiempo, los devolvería a Seguridad Imperial de Barrayar. Miles había continuado suplicando a su superior para que no dejase de utilizar a Rotha, a Naismith o incluso al alférez Vorkosigan, pero entonces había llegado un mensaje del cuartel general de Seguridad Imperial, dirigido a Ungari exclusivamente.

Éste se había retirado para descifrarlo, apareciendo media hora después con el rostro lívido.

Entonces había modificado su itinerario para partir una hora después con rumbo a la Estación Aslund en una nave comercial. Se había negado a comunicar el contenido del mensaje a Miles o al sargento Overholt. Se había negado a llevar consigo a Miles. Se había negado a permitir que Miles continuara realizando observaciones militares independientes en el Consorcio.

Ungari dejó a Overholt con Miles, o viceversa. Resultaba un poco difícil saber quién había quedado a cargo de quién. Overholt parecía haber abandonado un poco de su subordinación para actuar como una niñera, desalentando a Miles en sus intentos de salir a explorar el Consorcio e insistiendo para que permaneciese en su habitación del hotel.

Ahora esperaban el momento de abordar una nave comercial que se dirigía a Escobar sin escalas, donde se presentarían en la embajada barrayarana y serían enviados a casa sin demora. A casa, y sin haber obtenido nada valioso.

Miles miró su reloj. Faltaban veinte minutos para abordar. Bien podían sentarse mientras esperaban. Con una mirada irritada a su sombra, Overholt, se alejó por la plaza con pasos cansados. Overholt lo siguió con el ceño fruncido.

Miles reflexionó sobre Livia Nu. Al escapar de su invitación erótica, se había perdido la aventura más apasionante de su breve vida. Aunque la expresión en su rostro no había sido precisamente de amor. Bueno, no podía esperarse que una mujer se enamorara a primera vista de Victor Rotha, por cierto. El brillo de sus ojos se parecía más al de un
gourmet
contemplando un exquisito
hors d'oeuvre
recién presentado por el camarero. Se había sentido como si de sus orejas asomaran ramitas de perejil.

Ella podía haber ido vestida como una cortesana y moverse como tal, pero no había habido nada servil en su actitud. Los gestos del poder en las prendas del que nada puede. Inquietante.

Tan hermosa.

Una cortesana, una espía asesina, ¿qué era ella? Y por encima de todo, ¿a quién pertenecía? ¿Era la jefa de Liga o su adversaria? ¿O su destino? ¿Había matado ella misma al hombre con cara de conejo? Fuera lo que fuese, Miles cada vez estaba más convencido de que ella era una pieza clave en el rompecabezas del Centro Hegen. Debían haberla seguido en lugar de escapar de ella. El sexo no era la única oportunidad que se había perdido. El encuentro con Livia Nu lo perturbaría durante mucho tiempo.

Al alzar la vista, Miles se encontró con que su paso había sido cerrado por un par de mercenarios del Consorcio. Oficiales de seguridad civil, se corrigió con ironía. Miles alzó el mentón. ¿Y ahora qué?

—¿Sí, caballeros?

El fornido se volvió hacia el enorme, quien se aclaró la garganta.

—¿Señor Victor Rotha?

—¿Y si lo soy, qué?

—Existe una orden de busca y captura con recompensa en contra suya. Está acusado del asesinato de un tal Sydney Liga. ¿Desea mejorar la oferta?

—Probablemente. —Miles hizo un gesto de exasperación—. ¿Quién paga por mi arresto?

—El nombre es Cavilo. Miles sacudió la cabeza.

—Ni siquiera lo conozco. ¿Pertenece a la Seguridad Civil de Pol, por casualidad?

El oficial miró su panel.

—No —le dijo, y agregó con locuacidad—: Los polenses casi nunca hacen negocios con nosotros. Piensan que deberíamos entregarles criminales gratis. ¡Como si nos importara que volviesen!

—Mm… La ley de la oferta y la demanda. —Miles suspiró. A Illyan no le alegraría encontrarse con esto en su cuenta de gastos—. ¿Cuánto ha ofrecido Cavilo por mí?

El oficial volvió a revisar su panel y alzó las cejas.

—Veinte mil dólares betaneses. Debe tener mucho interés en usted.

Miles emitió una risita.

—Pero yo no traigo tanto dinero conmigo. El oficial extrajo su cachiporra eléctrica.

—Muy bien entonces.

—Tendré que hacer algunos arreglos.

—Los hará desde Detenciones, señor.

—¡Pero perderé mi vuelo!

—Probablemente ésa sea la idea —respondió el oficial.

—Supongamos… que después Cavilo retira su oferta.

—Perdería un depósito considerable.

La justicia jacksoniana era verdaderamente ciega. Se la vendían a cualquiera.

—Eh…, ¿puedo hablar un momento con mi asistente? El oficial frunció los labios y estudió a Overholt con desconfianza.

—Que sea rápido.

—¿Usted qué piensa, sargento? —le preguntó Miles en voz baja volviéndose hacia él—. No parecen tener una orden para usted.

Overholt se veía tenso, y sus ojos casi aterrados.

—Si pudiéramos llegar hasta la nave…

El resto no hacía falta decirlo. En Escobar compartían la opinión de los polenses sobre la «ley» del Consorcio Jacksoniano—. Una vez a bordo de la nave. Miles estaría en «suelo» escobareño; el capitán no lo entregaría por su propia voluntad. Aunque… ¿ese Cavilo sería capaz de ofrecer lo suficiente como para convencer a todos los ocupantes de la nave? La suma necesaria sería enorme.

—Intentémoslo.

Miles se volvió hacia los oficiales del Consorcio y sonrió, presentando las muñecas en señal de rendición. Overholt se abalanzó sobre ellos.

El primer puntapié del sargento hizo que el hombre de la cachiporra saliera despedido. Entonces Overholt giró rápidamente y golpeó la cabeza del otro con ambas manos. Miles ya estaba en movimiento. Se agachó para esquivar los golpes y corrió con todas sus fuerzas por la plaza. En ese momento descubrió a un tercer mercenario, vestido de civil. Miles pudo reconocerlo por la red brillante que arrojó entre sus piernas. El hombre lanzó una carcajada mientras Miles caía hacia delante, tratando de rodar para salvar sus huesos frágiles. Al fin chocó contra el suelo con un golpe que dejó sin aire sus pulmones. Inhaló con los dientes apretados, sin gritar, mientras el dolor de su pecho competía con el ardor de la red que rodeaba sus tobillos. Miles se retorció en el suelo y miró hacia atrás.

El sujeto menos enorme estaba inclinado, con las manos en la cabeza, mareado. El otro acababa de recuperar su cachiporra. Por eliminación, la figura caída sobre el pavimento debía ser el sargento Overholt.

El sujeto con la cachiporra miró a Overholt y sacudió la cabeza. Entonces pasó por encima de él para dirigirse hacia Miles. El oficial mareado extrajo su propia cachiporra y golpeó en la cabeza al hombre caído para luego seguir al primero sin mirar atrás. Al parecer, nadie estaba interesado en comprar a Overholt.

—Habrá un diez por ciento de recargo por resistirse al arresto —dijo el portavoz de los mercenarios mirando a Miles. Este observó sus botas brillantes. La cachiporra cayó sobre él como un palo.

Al tercer golpe Miles comenzó a gritar. Al séptimo, perdió el conocimiento.

Miles recuperó la conciencia demasiado pronto, cuando todavía era arrastrado entre los dos hombres uniformados. Temblaba de un modo incontrolable. Le costaba trabajo respirar y no lograba aspirar el aire suficiente. Unas oleadas de pinchazos pulsaban por su sistema nervioso. Tenía la impresión caleidoscópica de tubos luminosos y corredores, y más pasillos desiertos. Al fin se detuvieron bruscamente. Cuando los mercenarios le soltaron los brazos cayó en cuclillas sobre el suelo frío.

Otro oficial de seguridad civil lo espió por encima de una consola. Una mano lo sujetó por el cabello y lo obligó a echar la cabeza hacia atrás; el destello rojizo de un examinador retinal lo cegó unos momentos. Sus ojos parecían extraordinariamente sensibles a la luz. Sus manos temblorosas fueron apretadas contra una especie de almohadilla de identificación. Cuando lo soltaron, Miles volvió a caer acurrucado. Sus bolsillos fueron vaciados: aturdidor, documentos de identidad, pases, dinero en efectivo, todo fue colocado en una bolsa de plástico. Miles emitió un leve gemido cuando también introdujeron en la bolsa su chaqueta blanca con todos sus secretos tan útiles. El cerrojo fue cerrado con su propio pulgar apretado contra él.

El oficial de Detenciones estiró el cuello.

—¿Desea hacer una oferta?

—Ughh… —logró responder Miles, cuando su cabeza fue echada hacia atrás otra vez.

—Dijo que sí —le socorrió el mercenario que lo había arrestado.

El oficial de Detenciones sacudió la cabeza.

—Tendremos que esperar hasta que se le pase la conmoción. Creo que han exagerado, muchachos. No es más que un enano.

—Sí, pero con él había un sujeto bien grande que nos causó problemas. El pequeño mutante parece ser el que manda, así que le hicimos pagar por ambos.

—Me parece justo —le concedió el oficial de Detenciones—. Bueno, tardará un rato en recuperarse. Arrójenlo en el calabozo hasta que deje de temblar lo suficiente como para hablar.

—¿Está seguro de que eso es una buena idea? Por más raro que se vea, el muchacho todavía puede querer hacernos alguna Jugarreta.

—Mm… —El oficial de Detenciones observó a Miles atentamente—. Déjenlo en la sala de espera junto a los técnicos de Marda. Son sujetos callados y lo dejarán tranquilo. Y pronto se habrán ido.

Miles fue arrastrado otra vez. Las piernas no le respondían, sólo se sacudían de forma espasmódica. Los refuerzos de sus piernas parecían amplificar el efecto de los golpes recibidos allí, o tal vez era la combinación con la red. Una larga habitación parecida a una barraca, con catres alineados a ambos lados, pasó frente a sus ojos. Los oficiales lo depositaron sobre un catre vacío en el extremo menos poblado de la habitación. Uno de ellos trató de enderezarlo, pero luego arrojó una manta sobre su cuerpo, que no dejaba de retorcerse, y se marchó con los demás.

Pasó un buen rato sin que nada le impidiese disfrutar de toda la colección de nuevas sensaciones físicas. Él creía que ya había experimentado toda clase de dolores posibles, pero las cachiporras de los oficiales habían descubierto nervios, sinapsis y ganglios que jamás había imaginado poseer. Nada como el dolor para concentrar la atención en el propio ser. Era casi solipsista. Pero parecía estar pasando… Si tan sólo se calmasen esas sacudidas epilépticas que lo tenían extenuado…

Un rostro onduló frente a sus ojos. Un rostro familiar.

—¡Gregor! Me alegro de verte —farfulló Miles sin fuerzas. Sus ojos se abrieron de par en par a pesar del ardor. Sus manos se aferraron a la camisa de Gregor, una camisa celeste de prisionero—.
¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Es una larga historia.

—¡Ah! ¡Ah! —Miles se apoyó sobre un codo y miró a su alrededor en busca de asesinos, de alucinaciones, no sabía de qué—. Dios. ¿Dónde…?

Gregor posó una mano sobre su pecho y lo obligó a acostarse.

—Cálmate. —Y agregó en un susurro—: ¡Y cállate…! Será mejor que descanses un poco. No tienes muy buen aspecto.

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