El juego del cero (33 page)

Read El juego del cero Online

Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: El juego del cero
11.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Harris…? —dice una voz en la distancia.

Supongo que se trata de otra jugarreta de mi imaginación. Es decir, hasta que la voz vuelve a hablar.

—¡Harris, no puedo oírlo! —grita—. ¡Diga algo más!

—¿Viv?

—¡Diga algo más!

Su voz resuena a través del espacio. Es difícil precisar la dirección.

—¿Viv, eres tú?

—¡Siga hablando! ¿Dónde está?

—¡En la oscuridad… mi lámpara se agotó!

Se produce un segundo de pausa, como si hubiese un retraso en su voz.

—¿Se encuentra bien?

—¡Necesito que vengas a buscarme!

—¿Qué?

—¡Ven a buscarme! —grito.

La pausa sigue ahí.

—¡No puedo! —grita a su vez—. ¡Siga la luz!

—¡No veo ninguna luz! He girado en demasiadas esquinas. Vamos, Viv, ¡no veo nada!

—¡Entonces siga mi voz!

—¡Viv!

—¡Siga mi voz! —me suplica.

—¡¿Me estás escuchando?! ¡Tu voz reverbera en todos los túneles! —Me interrumpo y hago una pausa, manteniendo las frases cortas, de modo que el eco no interfiera. Ella necesita oír lo que digo—. ¡Está demasiado oscuro! ¡Si escojo el camino equivocado, jamás me encontrarás!

—¡¿O sea que pretende que me pierda con usted?! —dice.

—¿Tienes luz?

—¡Harris…!

—¿Tienes luz? ¡No nos queda mucho tiempo!

Su pausa es incluso más prolongada que la mía. Ella sabe lo que quiero decir. Cuanto más tiempo espere, menores son las posibilidades de que estemos solos aquí abajo. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero cuando se trata de Janos, no puede durar demasiado.

—¡No temas, Viv! ¡Sólo es un túnel!

Esta vez, su pausa es aún más larga.

—¡Si se trata de una artimaña…!

—¡No es una artimaña! ¡Necesito ayuda…!

Ella sabe que no estoy bromeando. Además, como dice siempre el senador cuando habla de nuestros mayores donantes, «Incluso cuando te dicen que el pozo está seco, si cavas un poco más profundo, siempre hay algo en la reserva».

—¿Realmente necesita que vaya? —pregunta con voz temblorosa.

—¡No puedo moverme! —contesto—. Viv… Por favor…

Mientras permanezco tendido en la oscuridad, la cueva vuelve a sumirse en un profundo silencio. La mera posibilidad de avanzar en la oscuridad… especialmente si está sola… he visto antes el dolor en sus ojos. Está aterrada.

—¿Viv, sigues ahí?

Ella no contesta. No es una buena señal. El silencio aumenta y no puedo evitar pensar que incluso las reservas hace mucho que se han secado. Probablemente está hecha un ovillo en el suelo y…

—¡¿Cuál de estos túneles debo seguir?! —grita, y su voz retumba a través de las cuevas.

Me siento con las manos apoyadas en el suelo.

—¡Eres la mejor, Viv Parker!

—¡No estoy bromeando, Harris! ¿Qué dirección debo tomar?

Su voz se oye muy lejos, pero su tono desesperado es inconfundible. Esto no es fácil para ella.

—¡El túnel que tiene el barro fresco! ¡Busca mis huellas!

Mi voz reverbera en el túnel hasta desaparecer por completo.

—¿Lo has encontrado?

Mi voz se pierde nuevamente. Todo se reduce a una chica de diecisiete años con una linterna en la cabeza.

—¡Tiene los pies muy pequeños! —grita.

Intento sonreír, pero ambos sabemos que le queda un largo camino por delante. Junto a la jaula está la gran lámpara industrial que pende del techo. No por mucho tiempo. Esa luz quedará fuera de su vista en cualquier…

—¡Harris…!

—¡Puedes hacerlo, Viv! ¡Imagina que estás en la casa de los espejos!

—¡Odio ese tipo de cosas! ¡Me muero de miedo!

—¿Qué me dices de la noria? ¡A todo el mundo le encanta la noria!

—¡Harris, está demasiado oscuro!

Mis palabras de ánimo no están dando el resultado previsto.

—¡Apenas si puedo ver…!

—¡Tus ojos se adaptarán!

—¡El techo…! —grita. Su voz se corta.

Le doy un segundo pero no se oye nada.

—¿Viv, va todo bien?

No hay respuesta.

—¿Viv…? ¡¿Estás ahí?!

Silencio total.

—¡Viv! —grito con todas mis fuerzas, sólo para asegurarme de que lo oiga.

Nada.

Mi mandíbula se tensa, el silencio se hace más profundo y, por primera vez desde que me marché, comienzo a preguntarme si seremos los únicos que estamos aquí abajo. Si Janos cogió un vuelo diferente…

—¡Siga hablando, Harris! —su voz finalmente resuena en el aire. Debe de haber entrado en el tramo principal del túnel. Su voz es más clara… menos que un eco.

—¿Estás…?

—¡Siga hablando! —grita, tartamudeando ligeramente. Hay algo que no va bien. Me digo que es sólo producto de su miedo de estar atrapada bajo tierra, pero cuando se vuelve a hacer el silencio, no puedo evitar pensar que se trata de algo peor—. Hábleme de su trabajo… de sus padres… cualquier cosa —me ruega. Sea lo que sea que esté ocurriendo, ella necesita algo que distraiga su mente.

—M-mi primer día en el Senado —comienzo—. Viajaba en metro hacia el trabajo y cuando entré en el vagón había un anuncio (no recuerdo qué anunciaba) que decía: «Busca más allá de ti». Recuerdo haber estado mirando ese anuncio todo…

—¡No me venga con discursitos! —grita—. ¡Cuénteme algo real!

Es una simple petición, pero me sorprende el tiempo que tardo en encontrar una respuesta.

—¡Harris…!

—¡Todas las mañanas le preparo el desayuno al senador Stevens! —digo súbitamente—. Cuando estamos en sesión, tengo que pasar a recogerlo por su casa a las siete de la mañana, entrar y prepararle cereales con arándanos frescos…

Hago una breve pausa.

—¿Habla en serio? —pregunta Viv. Aún está temblando, pero puedo percibir la risa en el fondo de su garganta.

Sonrío para mí.

—El hombre es tan inseguro que debo acompañarlo a cada votación que se produce en el hemiciclo, por si es acorralado por otro miembro. Y es tan despreciable que ni siquiera va a almorzar sin llevar a un cabildero. De ese modo, no tiene que hacerse cargo de la cuenta…

Después de la pausa, oigo una sola palabra de Viv.

—Más…

—El mes pasado, Stevens cumplió sesenta y tres años… Organizamos cuatro fiestas de cumpleaños diferentes para él (cada una a mil dólares el cubierto para recaudar fondos), y en cada una de ellas les dijimos a los invitados que era la única fiesta que habíamos organizado. Gastamos cincuenta y nueve mil dólares en salmón y algunos pasteles de cumpleaños… recaudamos más de doscientos de los grandes… —Me siento con las rodillas apoyadas en el suelo, y sigo gritando en la oscuridad—. En su oficina hay un
homerun
de béisbol de cuando los Atlanta Braves ganaron las Series Mundiales hace unos años. Lleva incluso la firma de Jimmy Carter, pero se suponía que el senador no debía quedarse con ese trofeo. Le pidieron que lo firmase y nunca lo devolvió.

—Se lo está inventando todo…

—Hace un par de años, durante una campaña para recaudar fondos, un cabildero me entregó un cheque para el senador. Yo se lo devolví diciéndole: «No es suficiente». En sus propias narices.

Oigo su risa. Le ha gustado.

—Cuando acabé la universidad era tan idealista que comencé y abandoné un programa de teología para graduados. Ni siquiera Matthew lo sabía. Quería ayudar a la gente, pero la parte correspondiente a Dios seguía entrometiéndose…

Por el silencio me doy cuenta de que he conseguido captar su atención. Sólo tengo que atraerla hacia mí.

—Ayudé a redactar nuevamente la ley de quiebras, pero como aún estoy devolviendo los préstamos de la universidad, tengo cinco tarjetas Mastercard diferentes —le digo—. Mi recuerdo más nítido de mi infancia es haber sorprendido a mi padre llorando en la sección de niños de Kmart porque no podía permitirse el lujo de comprarme un
pack
de tres camisetas Fruit of the Loom blancas y, en cambio, tuvo que comprarme de la marca Kmart… —Mi voz comienza a debilitarse—. Paso demasiado tiempo preocupándome por lo que otras personas piensan de mí…

—Todo el mundo lo hace —me grita Viv.

—Cuando estaba en la universidad, trabajaba en una heladería y cuando los clientes chasqueaban los dedos para llamar mi atención, yo rompía el fondo de su cucurucho con un golpecito del meñique, de modo que cuando estaban a una o dos manzanas de distancia, el helado les chorreaba por encima…

—Harris…

—Mi verdadero nombre es Harold, en el instituto me llamaban Harry, y cuando entré en la universidad lo cambié por Harris porque pensé que era un nombre más apropiado para un líder… El mes próximo, si aún tengo este trabajo, aunque no se supone que deba hacerlo, es probable que filtre al
Washington Post
el nombre del nuevo candidato propuesto para el Tribunal Supremo sólo para probar que formo parte del circuito… Y durante la pasada semana, a pesar de mis esfuerzos por ignorarlo, realmente he sido consciente del hecho de que, con Matthew y Pasternak muertos, después de diez años en Capitol Hill, no hay nadie… no tengo verdaderos amigos…

Mientras pronuncio estas palabras, estoy de rodillas, aterrándome el estómago con ambas manos y con el cuerpo doblado hacia el suelo. Mi cabeza se encuentra tan baja que siento las puntas de las piedras contra la frente. Una de ellas se clava justo debajo del pelo, pero no hay dolor. No hay nada. Cuando me doy cuenta de ello, estoy completamente aturdido… tan vacío como lo he estado desde el día en que descubrieron la lápida de mi madre. Justo al lado de la de mi padre.

—Harris… —llama Viv.

—Lo siento, Viv, eso es todo lo que tengo —contesto—. Sólo sigue el sonido.

—Lo intento —insiste ella.

Pero a diferencia de lo que sucedía antes, su voz no rebota en la habitación. Llega directamente desde mi derecha. Levanto la cabeza y sigo el rastro del sonido justo cuando la oscuridad se abre. Delante de mí, el cuello del túnel cobra vida con un débil resplandor de luz, como un faro que se enciende en medio de la niebla del océano. Tengo que entrecerrar los ojos para adaptar la vista.

Desde las profundidades del túnel, la luz gira en mi dirección, iluminándome.

Aparto la vista sólo el tiempo suficiente para reunir mis pensamientos. Cuando vuelvo a fijar la vista en el extremo del túnel, tengo una sonrisa en los labios. Pero por la forma en que la luz de Viv ilumina directamente hacia mí, sé lo que ve.

—Harris, realmente lo siento…

—Estoy bien —insisto.

—No le he preguntado cómo se sentía.

Su tono de voz es suave y tranquilizador. No hay una pizca de juicio en él.

Alzo la vista. La luz brilla desde la parte superior de la cabeza de Viv.

—¿Qué, acaso nunca había visto antes a un ángel guardián con peinado afro? Hay alrededor de catorce de nosotros en el paraíso.

Ella gira la cabeza de modo que la luz no siga cegándome. Es la primera vez que establecemos contacto visual. No puedo evitar una sonrisa.

—La Dulce Moca…

—… al rescate —dice ella, completando mi pensamiento. Se inclina sobre mí y alza los brazos como una levantadora de pesas, flexionando los músculos. No es sólo la postura. Tiene los hombros cuadrados. Los pies están firmemente asentados en el suelo. No podría derribarla ni con una bola demoledora—. ¿Quién está preparado para entregarse a la Vivmanía? —pregunta.

Extiende una mano y se ofrece a levantarme del suelo. Nunca me he mostrado reacio a aceptar la ayuda de otra persona, pero cuando ella mueve rápidamente los dedos y espera a que yo coja la mano que me tiende, estoy harto de preocuparme por las posibles consecuencias. «¿Qué es lo que le debo?» «¿Qué es lo que ella necesita?» «¿Cuánto me va a costar?» Después de diez años en Washington, he llegado al punto de mirar con suspicacia a la cajera del supermercado cuando me pregunta «¿papel o plástico?». En Capitol Hill, un ofrecimiento de ayuda siempre se refiere a otra cosa. Miro la mano abierta y tendida de Viv. Nunca más.

Sin dudarlo, me levanto. Viv me agarra la mano y tira de ella para ayudarme a ponerme de pie. Es exactamente lo que necesitaba.

—Nunca se lo diré a nadie, Harris.

—No pensé que lo harías.

Viv piensa en ello durante un momento.

—¿Realmente hacía eso con los cucuruchos de helado?

—Solamente a los muy capullos.

—O sea, que… eh… hipotéticamente, si yo estuviese trabajando en una hamburguesería y entrara una mujer con un bronceado artificial y un corte de pelo a la moda que vio en
Cosmopolitan
y me dijese que trabajaría en ese lugar toda la vida (sólo porque tardábamos demasiado en servirle su pedido), si yo fuese a la cocina y escupiese dentro de su coca-cola
light
y luego lo mezclara con una pajita, ¿me convertiría eso en una mala persona?

—¿Hipotéticamente? Yo diría que ganas puntos con la pajita, pero aun así sigue siendo jodidamente repugnante.

—Sí —dice ella orgullosamente—. Lo fue. —Me mira fijamente y añade—: Nadie es perfecto, Harris. Aunque todos los demás piensen que lo eres.

Asiento, sin soltarme de su mano. Sólo hay una luz entre nosotros, pero mientras permanezcamos juntos, es más que suficiente.

—¿Estás preparada para ver por qué están cavando aquí? —pregunto.

—¿Acaso tengo elección?

—Siempre tienes elección.

Mientras impulsa los hombros hacia atrás, hay una nueva confianza en su silueta. No por lo que ha hecho por mí, sino por lo que ha hecho por sí misma. Viv mira hacia el túnel que hay a mi izquierda, su lámpara de minero tallando la oscuridad con su haz de luz.

—Pero démonos prisa, antes de que cambie de opinión.

Me lanzo hacia adelante junto a las rocas, adentrándome en la caverna.

—Gracias, Viv… lo digo en serio… gracias.

—Sí, sí y más sí.

—De verdad —añado—. No te arrepentirás.

Capítulo 45

Mientras recorría el aparcamiento de grava de la mina Homestead, Janos contó dos motocicletas y un total de diecisiete vehículos, la mayoría de ellos camionetas. Chevrolet… Ford… Chevrolet… GMC… Todos ellos de fabricación estadounidense. Sacudió la cabeza. Podía entender la fidelidad a un coche, pero no a un país. Si los alemanes comprasen los derechos para construir el Shelby Series One y trasladaran la fábrica a Múnich, el coche seguiría siendo el mismo. Una obra de arte.

Metió las manos en los bolsillos de su cazadora tejana, echó otra dura mirada a los coches aparcados y examinó lentamente los detalles: neumáticos cubiertos de barro… parachoques abollados… Incluso en aquellos vehículos que estaban en mejor estado, las tuercas desgastadas de las ruedas delataban el deterioro provocado por el uso. De todo el lote, solamente dos coches parecían haber pasado alguna vez por un túnel de lavado: el Explorer que conducía Janos… y el Suburban negro que estaba aparcado en la esquina más alejada del parking.

Other books

Shattered Rules by Allder, Reggi
Close Enough to Touch by Victoria Dahl
As the Dawn Breaks by Erin Noelle
The Proposal by Mary Balogh
The Man Who Forgot His Wife by John O'Farrell
Abandon by Elana Johnson
Driftwood by Harper Fox