El juego del cero (21 page)

Read El juego del cero Online

Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: El juego del cero
5.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿En qué dirección? —pregunta Viv, cerrando la ventana cuando me pongo de pie.

Enrollando el fajo de papeles y metiéndolo en el bolsillo delantero, cojo a Viv de la muñeca y la arrastro hacia la izquierda, a lo largo del pasadizo de noventa centímetros de ancho que discurre justo al otro lado de la ventana.

Mirando hacia el monumento a Washington, nos encontramos en el largo balcón del ala del Senado. A diferencia de la enorme cúpula del Capitolio, que se eleva delante de nosotros, de este lado del edificio el camino es llano.

Miro por encima del hombro justo cuando la ventana se abre violentamente detrás de nosotros. El cristal se hace pedazos cuando el marco choca contra la pared blanca del edificio. Janos asoma la cabeza y eso no hace más que acelerar nuestra huida. Nos movemos tan de prisa que la intrincada barandilla de mármol se convierte en una mancha difusa. Ante mi sorpresa, Viv me lleva unos cuantos pasos de ventaja.

El sol brilla y se refleja tan intensamente en la barandilla blanca que tengo que entrecerrar los ojos para poder ver. Es bueno saber adónde me dirijo. Delante de nosotros, el camino se bifurca a medida que nos aproximamos a la cúpula del Capitolio. Podemos seguir recto por el camino o bien torcer a la izquierda hacia el escondrijo que hay inmediatamente después de la esquina. La última vez que hicimos esto, Janos me cogió con la guardia baja. En esta ocasión, estamos en mi terreno.

—Izquierda —digo, tirando del hombro del traje de Viv.

Cuando la arrastro al otro lado de la esquina, justo delante de nosotros aparece una escalera de metal oxidada. Esa escalera conecta con un pasadizo que nos lleva al terrado situado directamente encima de la habitación de la que acabamos de salir.

—Continúa —le indico, señalando la escalera.

Viv sigue corriendo. Yo me quedo donde estoy. A mis pies, un trío de finos alambres corre a lo largo del suelo del balcón, justo del otro lado de las ventanas. Durante los meses de invierno, la división de mantenimiento envía una pequeña corriente a través del tendido eléctrico para derretir la nieve e impedir la acumulación de hielo. Durante el resto del año, los alambres del tendido eléctrico permanecen inservibles. Hasta ahora. Me agacho, aprieto los nudillos contra el suelo y cojo los alambres. Puedo oír las pisadas de Janos cuando corre por el terrado.

—¡Está al otro lado de la esquina! —grita Viv desde el pasadizo.

Precisamente cuento con ello. Impulsándome hacia arriba como si estuviese levantando una barra de pesas, tiro de los alambres con todas mis fuerzas. Las grapas metálicas que los mantienen sujetos al suelo salen volando por el aire. Los alambres quedan tensos, elevándose unos cuantos centímetros del suelo. A la altura perfecta de los tobillos.

Cuando Janos gira en la esquina, sus piernas chocan contra los alambres. A esa velocidad, el fino metal se clava en sus pantorrillas. Por primera vez, lanza un grito de dolor. Es poco más que un rugido apagado, pero es suficiente. Janos trastabilla y cae hacia adelante, golpeándose la cara contra el suelo. Sólo el sonido ya merece la pena.

Antes de que pueda levantarse, salto hacia él, lo agarro de la parte posterior de la cabeza y le aplasto la cara contra la superficie de cobre verde recalentada por el sol. Cuando su mejilla entra en contacto con el metal, Janos finalmente grita… un rugido gutural que vibra contra mi pecho. Es como tratar de sujetar a un toro. Aunque sigo aterrándole la cabeza por detrás, consigue ponerse de rodillas e intenta erguirse. Como si fuese una pantera atrapada, lanza un golpe y una zarpa carnosa me alcanza en la cara. Retrocedo y sus nudillos impactan ligeramente en un punto debajo del hombro, justo debajo de la axila. No duele, pero cuando todo el brazo se entumece y queda colgando laxo al costado del cuerpo, comprendo cuál era su objetivo.

—¡Harris, corra! —me grita Viv desde el pasadizo junto a las ventanas.

Ella tiene razón. No puedo vencerlo mano a mano. Me giro hacia Viv y echo a correr a toda velocidad. Mi brazo está muerto y se sacude inerte a mi lado. Detrás de mí, Janos sigue sujeto al suelo por los alambres y tratando de librarse de ellos. Mientras corro hacia la escalera metálica que conduce al terrado, otra media docena de grapas salen volando. Conseguirá liberarse en pocos segundos.

—¡Venga! —grita Viv, parada en el borde del último escalón y haciéndome señas desesperadas.

Utilizando mi brazo bueno para sostenerme de la barandilla, me escabullo escaleras arriba hacia el pasadizo que zigzaguea a través del terrado. Desde aquí, con la cúpula del Capitolio a mis espaldas, el terrado plano del ala del Senado se abre delante de mí. La mayor parte está cubierto por conductos de aire, respiraderos, una red de cableado eléctrico y un puñado de cúpulas redondeadas que se elevan como burbujas a la altura de la cintura desde la superficie del terrado. Serpenteando a través de todos esos obstáculos, sigo el pasadizo cuando describe una curva alrededor del borde de la pequeña cúpula que está justo delante de nosotros.

—¿Está seguro de que sabe adónde…?

—Aquí —digo, girando hacia la izquierda hacia otra escalera metálica que nos lleva fuera del pasadizo y hacia una sección diferente del balcón. Gracias a Dios que la arquitectura neoclásica es simétrica. A lo largo de la pared que se encuentra a mi izquierda hay una ventana que permitirá que entremos nuevamente en el edificio.

Pateo con todas mis fuerzas el marco de la ventana. El cristal se hace añicos, pero el marco resiste. Quito algunos restos de cristal para poder asirme bien y tiro con ambas manos hacia afuera. Puedo oír el golpe de las pisadas de Janos en el pasadizo.

—¡Tire con más fuerza! —grita Viv.

La madera se rompe en mis manos y la ventana se abre de par en par, balanceándose hacia mí. Las pisadas se oyen cada vez más cerca.

—Entra… —digo, ayudando a Viv a deslizarse dentro del edificio. Me lanzo justo detrás de ella y aterrizo con un golpe seco sobre la moqueta gris. Estamos en la oficina de alguien.

Un empleado con sobrepeso abre súbitamente la puerta.

—No pueden estar aquí…

Viv lo aparta del camino y yo corro tras ella. Como mensajera, Viv conoce el interior de este lugar tan bien como cualquiera. Y el camino que ahora recorre —giros bruscos sin apenas detenerse— demuestra que ya no me sigue. Ahora es ella la que manda.

Atravesamos el área de acogida principal de la oficina del conservador del Senado y continuamos nuestra carrera por una estrecha escalera curva que resuena bajo nuestros pasos. Tratando de mantenernos fuera de la vista de Janos, salvamos los últimos tres escalones de un salto y salimos al tercer piso del Capitolio. La puerta cerrada delante de nosotros dice «Capellán del Senado». No es un mal lugar para esconderse. Viv comprueba el pomo.

—Está cerrada con llave —dice.

—Yo confiaba en tus plegarias.

—No diga eso —me sermonea.

Se oye un mido seco que viene de arriba. Ambos alzamos la vista y vemos a Janos en la parte superior de la escalera. Tiene el lado izquierdo de la cara de un rojo brillante, pero en ningún momento abre la boca.

Viv sale disparada hacia la izquierda, por el corredor y hacia otro tramo de escaleras. Yo corro hacia el ascensor, que está un poco más lejos, justo a la vuelta del corredor.

—El ascensor es más rápido… —le digo.

—Sólo si…

Pulso el botón de llamada y oigo un sonido agudo. Viv regresa rápidamente. Cuando la puerta se abre, oímos a Janos que baja por la escalera. Empujo a Viv dentro del ascensor, entro y trato frenéticamente de cerrar la puerta.

Viv pulsa una y otra vez el botón de «Puerta cerrada».

—Vamos, vamos, vamos…

Introduzco los dedos a modo de cuña en las molduras del metal y tiro con todas mis fuerzas para cerrar la puerta. Viv se agacha junto a mí y repite la operación. Janos se encuentra a sólo unos pasos de distancia. Puedo ver las puntas de sus dedos extendidos.

—¡Prepárate para pulsar la alarma! —le grito a Viv.

Janos se lanza hacia adelante y nuestras miradas se encuentran. Extiende la mano hacia nosotros justo cuando la puerta se cierra con un sonido sordo.

El ascensor comienza a bajar y yo apenas si puedo recuperar el aliento.

—Mi… mi mano —susurra Viv, extrayéndose algo de la palma, que está roja de sangre. Se quita un trozo de cristal de una de las ventanas rotas.

—¿Estás bien? —le pregunto, extendiendo la mano.

No me contesta, concentrada en su palma herida. No estoy seguro siquiera de que haya oído la pregunta. Su mano tiembla incontrolablemente mientras permanece con la mirada fija en la sangre. Está conmocionada. Pero aún se mantiene lo suficientemente consciente como para saber que tiene cosas más importantes de las que preocuparse. Se agarra la muñeca con fuerza para frenar el temblor.

—¿Por qué le persigue el FBI? —pregunta con voz quebrada.

—No es del FBI.

—¿Entonces quién demonios es ese tío?

No es momento de dar una respuesta.

—Prepárate para correr —le digo.

—¿De qué está hablando?

—¿Acaso crees que en este momento no está bajando la escalera?

Ella sacude la cabeza, tratando de mostrarse segura, pero puedo oír una nota de pánico en su voz.

—No es una escalera continua, tendrá que detenerse y cruzar el corredor en dos de los descansillos.

—Sólo en uno de ellos —la corrijo.

—Sí, pero… tiene que detenerse en cada piso para asegurarse de que no nos hemos bajado. —Está haciendo un esfuerzo para convencerse, pero ni siquiera ella se lo cree—. No hay forma de que nos coja… ¿verdad?

El ascensor se detiene en el sótano y la puerta se abre lentamente. Salgo disparado y apenas alcanzo a dar dos pasos cuando oigo un sonoro clic-clac en los escalones metálicos de la escalera que se alza directamente delante de nosotros. Giro la cabeza justo a tiempo para ver a Janos que aparece súbitamente en el escalón superior. Sigue en silencio pero una pequeña sonrisa se extiende a través de sus labios.

«Hijo de puta». Viv corre hacia la izquierda y yo la sigo. Janos baja velozmente la escalera. Le llevamos una ventaja de apenas una treintena de pasos. Viv tuerce súbitamente a la izquierda, de modo que no estamos en su línea de visión, y luego a la derecha. En esta zona, el sótano tiene corredores estrechos y techos bajos. Somos como ratas en un laberinto, girando y corriendo mientras el gato se relame detrás de nosotros.

Un poco más adelante, el largo corredor se ensancha. Al final se divisa un brillante rayo de sol que se filtra a través del cristal de las puertas dobles. Es nuestra puerta de salida. La salida oeste, la puerta que utiliza el presidente cuando sale para prestar juramento. Desde aquí, es un camino directo.

Viv vuelve la cabeza por una fracción de segundo.

—¿Sabe qué…?

Asiento. Ella entiende.

Viv aprieta los puños, acelera y se dirige hacia la luz. Unas cuantas gotas de sangre caen al suelo.

Detrás de nosotros, Janos galopa como un caballo de carreras, acortando lentamente la distancia que nos separa. Puedo oír su respiración, cuanto más se acerca, más sonora es. Los tres corremos a toda velocidad y los golpes de los zapatos en el suelo resuenan a través del corredor. Estoy a la par de Viv, que está perdiendo fuelle lentamente. Ahora está medio paso por detrás de mí. «Vamos, Viv…» Apenas quedan unos metros. Estudio su cara. Los ojos muy abiertos. La boca también. He visto esa expresión en algunas personas en el kilómetro cuarenta del maratón. No lo conseguirá. Al percibir el dolor de Viv, Janos se desvía ligeramente a la izquierda para quedar justo detrás de ella. Se encuentra tan cerca que casi puedo olerlo.

—¡Viv…! —grito.

Janos extiende la mano para cogerla. Se lanza hacia adelante. La puerta está justo frente a nosotros. Pero cuando Janos lanza el manotazo, cojo a Viv del hombro y giro hacia la derecha, doblando la esquina del corredor y alejándonos de la puerta.

Janos se desliza sobre el suelo encerado, luchando por seguirnos en nuestro nuevo camino. Es demasiado tarde. Para cuando consigue reanudar la persecución, Viv y yo atravesamos unas puertas dobles de vinilo negro que parecen conducir a la cocina de un restaurante.

Sin embargo, cuando las puertas se cierran, nos encontramos con catorce policías armados que llenan el corredor. La oficina situada a nuestra derecha es el cuartel general interno de la policía del Capitolio.

Viv ya tiene la boca abierta.

—Detrás de nosotros hay un tío que está tratando de…

Le clavo la mirada y sacudo la cabeza. Si ella delata a Janos, él me delatará a mí…, y en este momento no puedo permitirme eso. Por la expresión de desconcierto en su rostro, compruebo que Viv no lo entiende, pero es suficiente para que yo tome la iniciativa.

—Ahí detrás hay un tío que está hablando solo —les digo a los tres oficiales más próximos—. Empezó a seguirnos sin ningún motivo, diciendo que somos el enemigo.

—Creo que se apartó de la visita guiada —añade Viv, quien sabe cómo irritar a esos tíos. Se señala la tarjeta de identificación que lleva colgada del cuello y dice—: No lleva identificación.

En ese momento, Janos irrumpe a través de las puertas de vinilo. Tres policías se acercan a él.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —pregunta uno de ellos. No está en absoluto impresionado por la cazadora del FBI, que sabe que puede comprarse en la tienda de regalos.

Antes incluso de que Janos pueda inventar una débil excusa, Viv y yo continuamos por el corredor que se extiende ante nosotros.

—¡Deténganlos! —grita Janos, saliendo tras nosotros.

El primer oficial lo coge de la cazadora y lo obliga a detenerse.

—¿Qué hace? —ruge Janos.

—Mi trabajo —dice el oficial—. Ahora veamos si lleva alguna identificación.

Girando y volviendo hacia atrás a través del laberinto del sótano, finalmente conseguimos salir a través de una puerta en la fachada este del Capitolio. El sol ya ha continuado su viaje hacia el otro lado del edificio, pero aún falta más de una hora para que oscurezca. Pasando a través de los grupos de turistas que toman fotos delante de la cúpula, corremos hacia First Street, esperando que la policía del Capitolio nos permita una cómoda ventaja. Las columnas de mármol blanco de la Corte Suprema están directamente al otro lado de la calle, pero yo estoy demasiado ocupado buscando un taxi.

—¡Taxi! —gritamos Viv y yo simultáneamente cuando uno de ellos reduce la velocidad.

Other books

Primary Target (1999) by Weber, Joe - Dalton, Sullivan 01
Act of God by Jill Ciment
Exiles by Elliot Krieger
Valiant by Holly Black
I See You by Patricia MacDonald
Kanata by Don Gillmor
Shifter's Dance by Vanessa North