El jugador (36 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El jugador
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–Ah, los chicos acaban de llegar... –dijo Za.

Un ruido que subía y bajaba de intensidad yendo del gemido al grito se abrió paso a través del parque, y un vehículo aéreo color naranja de gran tamaño cayó del cielo para posarse sobre la hierba envuelto en una tempestad de polvo. La lona de la gran carpa osciló y aleteó salvajemente. Un grupo de policías con armas pesadas fue bajando del vehículo.

Hubo cierta confusión sobre si debían volver a los vehículos o no, y la policía acabó escoltándoles hasta la carpa. Los agentes les tomaron declaración, interrogaron a unos cuantos testigos y confiscaron dos cámaras sin hacer ningún caso a las protestas de los periodistas.

Los dos cadáveres y el atacante herido desaparecieron dentro del vehículo policial color naranja. Una ambulancia surgió del cielo y se llevó a Pequil. La herida del brazo no parecía demasiado grave.

Gurgeh, Za y la unidad salieron de la carpa para ser llevados al hotel en un vehículo de la policía con el tiempo justo de ver cómo una ambulancia de superficie atravesaba las puertas del parque para recoger a los dos machos y la hembra que también habían resultado heridos en el ataque.

–Tienes un modulito encantador –dijo Shohobohaum Za mientras se dejaba caer en un asiento amoldable.

Gurgeh le imitó. El estruendo de los vehículos policiales que se alejaban creó ecos en el interior del módulo. Flere-Imsaho no había despegado los labios desde que entraron en el módulo y se apresuró a desaparecer por la puerta que llevaba a la parte trasera.

Gurgeh pidió una bebida y le preguntó a Za si quería tomar algo.

–Módulo –dijo Za reclinándose en el asiento y poniendo expresión pensativa–, me gustaría tomar un doble de
staol
con una capa de hígado de ala rota shungusteriaungano bien frío en el fondo y un poquito de espíritu de cruchen blanco de Elfire-Spin acompañado por una buena dosis de cascalo... Ah, sí, ponle morillas asadas encima y sírvelo en un cuenco de osmosis Tipprawlic del número tres o en lo más aproximado que tengas a eso.

–¿Ala rota macho o hembra? –preguntó el módulo.

–¿En este sitio? –Za se rió–. Diablos... Pon un poquito de cada.

–Necesitaré unos minutos para prepararlo.

–Oh, no nos importa esperar. –Za se frotó las manos y se volvió hacia Gurgeh–. Bueno... Has sobrevivido. Bien hecho.

Gurgeh le contempló en silencio durante unos momentos como si no supiera qué responder.

–Sí –dijo por fin–. Gracias.

–No hace falta que me des las gracias –dijo Za alzando una mano–. Si he de serte sincero, casi fue divertido. Lo único que lamento es haber matado a ese tipo.

–Me gustaría poder mostrarme tan magnánimo como tú –dijo Gurgeh–. Estaban intentando matarme, ¿lo recuerdas? Y con balas.

La idea de ser alcanzado por una bala le parecía particularmente horrible.

–Bueno... –Za se encogió de hombros–. No creo que haya mucha diferencia entre la muerte por bala y la muerte por el impacto de un haz de radiación coherente. Estás igual de muerto en los dos casos, ¿verdad? Esos pobres desgraciados casi me dan lástima... Los pobres bastardos se limitaban a hacer su trabajo.

–¿Su trabajo? –preguntó Gurgeh, y puso cara de perplejidad.

Za bostezó y asintió con la cabeza mientras se estiraba entre los pliegues del asiento amoldable.

–Sí. Supongo que eran de la policía secreta imperial o del Departamento Nueve o algún sitio similar. –Volvió a bostezar–. Oh, la prensa dirá que eran civiles insatisfechos, claro..., aunque quizá intenten colgarle el muerto a los revs..., pero supongo que la gente lo encontraría un tanto improbable, así que... –Sonrió y se encogió de hombros–. No, puede que decidan intentarlo sólo para ver si se lo tragan.

Gurgeh pensó en lo que acababa de oír.

–No –dijo por fin–. No lo entiendo. Acabas de decir que esos tipos eran de la policía. ¿Cómo es...?

–Policía secreta, Jernau.

–Pero una policía secreta... ¿De qué sirve eso? Creía que una de las razones por las que los policías llevan uniforme es para que se les identifique con facilidad y la gente se lo piense dos veces antes de cometer un delito.

–Cielos, cielos... –dijo Za y se tapó la cara con las manos durante unos momentos. Acabó poniéndolas sobre su regazo, miró fijamente a Gurgeh y tragó una honda bocanada de aire–. Ya... Bueno, la policía secreta es un cuerpo que se dedica a escuchar lo que dice la gente cuando no hay ningún uniforme cerca que les haga pensarse dos veces lo que van a decir. Si la persona en cuestión no ha dicho nada ilegal pero ha dicho algo que les parece peligroso para la seguridad del Imperio la secuestran y la interrogan y, por regla general, la matan. A veces la envían a una colonia penal, pero normalmente se conforman con incinerarla o echar el cadáver por el pozo de una mina abandonada. La atmósfera hierve de fervor revolucionario, Jernau Gurgeh, y hay montones de lenguas sueltas moviéndose a toda velocidad por las calles. Esa policía secreta de la que te estoy hablando... También hace otras cosas. Lo que te ha ocurrido hoy es una de esas cosas.

Za se reclinó en el asiento y se encogió aparatosamente de hombros.

–Por otra parte, supongo que podrían haber sido revs, o ciudadanos insatisfechos con el régimen actual. Lo hicieron fatal, desde luego, pero... Eso es muy típico de la policía secreta, créeme. ¡Ah!

Una bandeja entró flotando por el umbral. La bandeja contenía un cuenco de gran tamaño metido en un recipiente térmico. Za cogió el recipiente y contempló la espumeante superficie multicolor del líquido que desprendía una humareda bastante espectacular.

–¡Por el Imperio! –gritó, y apuró el cuenco de un solo trago volviendo a dejarlo con un golpe seco sobre la bandeja–. ¡Aaaaah! –exclamó.

Tosió, tragó aire y se limpió los ojos con una manga. Después contempló a Gurgeh parpadeando lentamente.

–Disculpa que me cueste tanto entenderlo –dijo Gurgeh–. Pero si esas personas eran de la policía imperial... Debían estar obedeciendo órdenes, ¿no? ¿Qué está pasando? ¿Intentas decirme que el Imperio quiere verme muerto porque me falta muy poco para vencer a Ram?

–Hmmm –dijo Za y volvió a toser–. Veo que estás aprendiendo, Jernau Gurgeh. Mierda, creía que un jugador sería un poquito más... Bueno, pensaba que tendrías una malicia natural más pronunciada y que serías algo más rastrero, no sé si me explico. Eres como un bebé rodeado de carnívoros hambrientos y... Sí, alguien con mucho poder quiere verte muerto,

–¿Crees que volverán a intentarlo?

Za meneó la cabeza.

–Resultaría demasiado obvio. Volver a intentar algo semejante... Tendrían que estar realmente desesperados..., al menos a corto plazo. Creo que esperarán a ver qué ocurre en tu siguiente partida de diez, y si tus contrincantes no consiguen eliminarte harán que tu próximo oponente de la modalidad singular utilice la opción física con la esperanza de que eso te asuste lo suficiente para hacerte abandonar. Si es que consigues llegar tan lejos, claro...

–¿Crees que soy una amenaza tan peligrosa para ellos?

–Eh, Gurgeh... Acaban de comprender que han cometido un error. No viste los noticiarios antes de tu llegada. Afirmaban que eras el mejor jugador de toda la Cultura y te describían como una especie de monstruo decadente, un hedonista que no ha trabajado ni un solo día en toda su vida, un tipo arrogante y totalmente convencido de que ibas a ganar. Oh, y también decían que tu cuerpo estaba atiborrado de glándulas implantadas mediante operaciones horrendas, que te habías tirado a tu madre, que jodías con hombres..., puede que incluso con animales, que eras medio ordenador y medio humano... Pero cuando el Departamento vio algunas de las partidas que habías jugado durante el trayecto hasta aquí anunció que...

–¿Cómo? –exclamó Gurgeh y se incorporó en el asiento–. ¿Qué quieres decir con eso de que vieron algunas de las partidas que jugué durante el trayecto?

–Me pidieron algunas de tus partidas más recientes. Me puse en contacto con la
Factor limitativo
–por cierto, esa nave es francamente pesada, ¿no?–, y le pedí que me enviara los movimientos de un par de las partidas más recientes que hubieras jugado con ella. El Departamento les echó un vistazo y dijo que jugabas tan mal que les encantaría dejarte participar usando tus glándulas productoras de drogas y todo lo que te diera la gana... Lo siento. Di por sentado que la nave te pediría permiso antes de enviarme las partidas. ¿No lo hizo?

–No –dijo Gurgeh.

–Bueno... Dijeron que podías jugar sin someterte a ninguna clase de restricciones. Creo que no les hacía ninguna gracia... La pureza del juego y todo eso, ¿comprendes? Supongo que la orden debió venir de bastante arriba. El Imperio quería demostrar que ni tan siquiera todas esas ventajas injustas de que disfrutas te permitirían aguantar mucho tiempo en la Serie Principal. Los primeros dos días de tu partida contra ese sacerdote y sus compinches debieron hacer que se frotaran sus malvadas manecitas de puro placer, pero... Tu victoria como por arte de magia hizo que se les cayeran las narices en el plato de sopa. Emparejarte con Ram en la modalidad singular debió parecerles una idea genial que les sacaría del atolladero, pero estás a punto de hacerle pedacitos y se han dejado dominar por el pánico. –Za eructó–. Ésa es la explicación de la chapuza a la que has asistido hace poco.

–Entonces... ¿El sorteo que me emparejó con Ram estaba amañado?

–Por las pelotas de Dios, Gurgeh... –Za se rió–. ¡No, hombre! ¡Mierda santa! Oye, ¿realmente eres tan ingenuo o me estás tomando el pelo?

Za se reclinó en el asiento meneando la cabeza. Clavó los ojos en el suelo y se dedicó a lanzar eructos casi inaudibles.

Gurgeh se puso en pie y fue hacia las puertas del módulo para contemplar la ciudad que bailoteaba bajo la temblorosa calina típica de las últimas horas del atardecer. Las largas sombras de las torres se extendían sobre el paisaje urbano como si fueran pelos separados por grandes calvas en una piel vieja y apolillada. Los vehículos aéreos iban y venían reflejando la claridad rojiza del crepúsculo.

Gurgeh estaba seguro de que nunca había sentido una frustración y una ira tan intensas. Otra sensación desagradable que añadir a las que había estado experimentando últimamente... Había atribuido aquellas extrañas emociones al juego y al hecho de estar tomándoselo realmente en serio por primera vez.

Todo el mundo parecía convencido de que se le podía tratar como si fuera un niño. Decidían lo que debía saber y lo que debía ignorar, le ocultaban cosas que habría debido conocer y cuando por fin se dignaban revelárselas se comportaban como si hubiera debido saberlas desde el principio.

Se volvió hacia Za, pero el enviado estaba frotándose el estómago y no parecía prestarle ninguna atención. Za dejó escapar un ruidoso eructo y sonrió como si acabara de recordar algo muy divertido.

–¡Eh, módulo! –gritó–. ¡Conecta el canal diez! Sí, en la pantalla, ¿dónde si no?

Za se puso en pie y trotó hacia la pantalla hasta quedar casi pegado a ella. Cruzó los brazos delante del pecho, empezó a silbar una serie de notas inconexas y clavó los ojos en las imágenes. Gurgeh las observó desde un lado de la habitación.

Las noticias mostraban a un contingente de tropas imperiales posándose en un planeta lejano. Los pueblos y las ciudades ardían, las columnas de refugiados serpenteaban lentamente, las cámaras tomaban primeros planos de los cadáveres. También había entrevistas con los llorosos familiares de los soldados que habían muerto en la operación militar. Los habitantes del planeta recién invadido –unos cuadrúpedos peludos con labios prensiles– eran mostrados yaciendo de bruces en el barro con los miembros atados o arrodillados delante de un retrato de Nicosar. Uno de ellos había sido esquilado para que los hogares del Imperio pudieran ver qué aspecto tenía debajo de todo aquel pelo. Los labios de los nativos se habían convertido en trofeos muy buscados.

El reportaje siguiente mostró como Nicosar aniquilaba a su oponente en la modalidad singular del juego. Había primeros planos del Emperador caminando de un extremo a otro del tablero o firmando algunos documentos en un despacho y otros planos tomados desde una distancia bastante mayor que volvían a mostrarle en el tablero mientras un comentarista explicaba entusiásticamente lo bien que había jugado.

Después llegó el ataque contra Gurgeh. Ver el incidente en la pantalla le dejó asombrado. Todo terminó en un instante. Un salto, Gurgeh cayendo al suelo, la unidad desapareciendo en las alturas, unos cuantos destellos, Za emergiendo de entre la multitud, confusión y movimiento y luego un primer plano de su rostro, un plano de Pequil yaciendo en el suelo y otro plano de los cadáveres. El comentarista explicó que Gurgeh se encontraba algo aturdido pero que la rápida acción policial le había permitido salir ileso del atentado. La herida de Pequil no era grave. Le habían entrevistado en el hospital y Pequil pudo explicar cómo se encontraba delante de las cámaras. En cuanto a los atacantes, el comentarista dijo que eran unos extremistas.

–Eso significa que luego quizá decidan afirmar que eran revs –dijo Za. Desactivó la pantalla y se volvió hacia Gurgeh–. ¿No te ha parecido que actué muy deprisa? –preguntó, sonriendo alegremente y extendiendo los brazos a los lados–. ¿Has visto como me moví? ¡Fue soberbio! –Za rió y giró sobre sí mismo. Después medio caminó y medio bailó hasta llegar al asiento amoldable y se dejó caer en él–. Mierda, fui allí con la idea de ver qué clase de chiflados habían sacado del zoo para que se manifestaran en contra de tu presencia, pero... ¡Uf, cómo me alegro de haber ido! ¡Qué velocidad! ¡Jodida gracia animal, maestro!

Gurgeh estuvo de acuerdo en que Za se había movido muy deprisa.

–¡Veámoslo otra vez, módulo! –gritó Za.

La pantalla del módulo se activó y Shohobohaum Za rió y aplaudió mientras observaba los escasos segundos de acción. Hizo que la pantalla volviera a pasarlos unas cuantas veces a cámara lenta sin dejar de aplaudir y pidió otra bebida. El segundo cuenco humeante llegó bastante más deprisa que el anterior, lo cual indicaba que los sintetizadores del módulo habían sido lo bastante prudentes para no borrar el código. Gurgeh se dio cuenta de que Za tenía intenciones de quedarse un buen rato y volvió a sentarse. Pidió algo para picar. Za acogió las bandejitas con un bufido despectivo y fue masticando las morillas asadas que acompañaban su cóctel humeante.

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