Cuando llegara la Incandescencia se deslizaría alrededor de la fortaleza como una ola de lividez llameante. Lo que salvaba al castillo de la incineración en esas ocasiones era el viaducto de dos kilómetros que iba de un depósito situado en las colinas hasta las murallas de Klaff, detrás de las que había un conjunto de cisternas gigantes y un complejo sistema de rociadores capaz de mantener a la fortaleza bajo una cortina de agua mientras el fuego pasaba junto a ella, aunque ni tan siquiera los rociadores podían eliminar la necesidad de cerrar y asegurar todas las puertas y ventanas. Si el sistema de rociado se averiaba existían unos refugios tallados en la roca a gran profundidad por debajo del castillo capaces de alojar a toda su población hasta que el fuego se hubiese alejado. Hasta el momento el agua siempre había conseguido salvar a la fortaleza, y el Castillo Klaff seguía siendo un oasis de sequedad amarillenta rodeado por la desolación que creaban las llamas.
La tradición exigía que el Emperador –es decir, quien hubiera ganado la última partida– estuviera en Klaff cuando llegaran las llamas. El Emperador salía de la fortaleza cuando éstas se habían extinguido y ascendía a través de la oscuridad y las nubes de humo hasta la negrura del espacio para atravesarla y llegar al centro de su Imperio. El cronometraje de la ceremonia no siempre había sido perfecto, y durante los siglos que llevaba de existencia hubo varias ocasiones en que el Emperador y su corte se vieron obligados a refugiarse en otro castillo e incluso un par de ellas en que no pudieron estar presentes en Ecronedal durante la Incandescencia. Pero esta vez los cálculos del Imperio eran correctos y parecía como si la Incandescencia –que debía iniciarse a sólo doscientos kilómetros de la fortaleza, allí donde los arbustos cenicientos cambiaban bruscamente abandonando su tamaño y altura normal para convertirse en los árboles gigantescos que rodeaban el Castillo Klaff– se presentaría más o menos a tiempo para proporcionar el telón de fondo adecuado a la coronación.
Gurgeh se sintió incómodo apenas hubieron aterrizado. Eá tenía un poquito menos de lo que los más bien arbitrarios criterios de la Cultura consideraban una masa promedio, por lo que su gravedad era un equivalente bastante aproximado a la fuerza producida por el Orbital de Chiark mediante la rotación y a la creada por la
Factor limitativo
y el
Bribonzuelo
mediante el uso de campos antigravitatorios. Pero Ecronedal tenía una vez y media la masa de Eá, y Gurgeh tenía la sensación de que su peso había aumentado de repente.
El castillo había sido equipado hacía mucho tiempo con ascensores de aceleración lenta, y resultaba bastante raro ver a alguien que no fuera un sirviente subiendo las escaleras, pero durante los primeros días del planeta –bastante más cortos que los de Eá–, Gurgeh tuvo dificultades para desplazarse incluso sobre una superficie plana.
Sus habitaciones daban a uno de los patios interiores del castillo. Gurgeh y Flere-Imsaho se instalaron en ellas –la unidad no daba ninguna señal de sentirse afectada por la nueva gravedad–, acompañados por el sirviente al que cada finalista tenía derecho. Después de su llegada Gurgeh expresó ciertas dudas sobre si era realmente necesario que le asignaran un sirviente («Sí –había dicho la unidad–, ¿qué clase de hombre puede necesitar dos sirvientes?»), pero se le explicó que era una tradición y un gran honor para el sirviente, y acabó accediendo.
La noche de su llegada hubo una fiesta no muy animada. Los asistentes no abandonaron sus asientos y se dedicaron a charlar sin demasiado entusiasmo. El cansancio del largo viaje y la salvaje gravedad que les oprimía hicieron que el tema principal de conversación fuese la hinchazón de tobillos. Gurgeh no estuvo mucho rato en la fiesta. Era la primera vez que veía a Nicosar desde el gran baile que había conmemorado el comienzo de los juegos. Las recepciones celebradas a bordo del
Invencible
no se habían visto honradas con la presencia imperial.
–Procura no equivocarte esta vez –dijo Flere-Imsaho cuando entraron en el gran salón del castillo.
El Emperador estaba sentado en un trono e iba dando la bienvenida a los invitados. Gurgeh se disponía a arrodillarse como todos los demás, pero Nicosar le vio, meneó un dedo cargado de anillos y señaló su propia rodilla con el dedo.
–Nuestro amigo de una sola rodilla... No lo habréis olvidado, ¿verdad?
Gurgeh puso una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza. Nicosar dejó escapar una leve carcajada. Hamin estaba sentado a la derecha del Emperador y Gurgeh le vio sonreír.
Gurgeh se sentó junto a una pared cerca de una vieja armadura. Sus ojos recorrieron el salón sin demasiado interés y acabaron posándose en un ápice que estaba de pie en un rincón hablando con el grupo de ápices uniformados sentados en taburetes que le rodeaba. Gurgeh frunció el ceño. El ápice se salía de lo corriente no sólo porque estaba de pie, sino porque parecía estar metido en un esqueleto de metal gris que arrugaba la tela de su uniforme de la Flota.
–¿Quién es ése? –preguntó Gurgeh volviéndose hacia Flere-Imsaho.
La unidad estaba suspendida entre su silla y la armadura pegada a la pared, y hasta sus zumbidos y chisporroteos parecían menos entusiásticos que de costumbre.
–¿Quién es quién?
–Ese ápice del... ¿exoesqueleto? ¿Es así como lo llamáis? El del rincón.
–Es el Mariscal Estelar Yomonul. Durante los últimos juegos hizo una apuesta personal bendecida por Nicosar: si perdía tendría que pasar un Gran Año en prisión. Perdió, pero esperaba que Nicosar utilizaría el derecho de veto imperial –cosa que puede hacer en todas las apuestas no corporales–, porque el Emperador no querría perder los servicios de uno de sus mejores comandantes durante seis años. Nicosar utilizó el derecho de veto para librarle de la celda, pero le obligó a llevar puesto ese artefacto durante el mismo período de tiempo que habría pasado en prisión.
»La prisión portátil es protoconsciente. Posee varios sensores independientes, aparte de lo que se puede esperar en un exoesqueleto convencional, como la micropila y los miembros servoasistidos. Ha sido concebida con el objetivo de que Yomonul pueda cumplir sus deberes militares y de que se vea sometido a la disciplina de una prisión en todo lo demás. Sólo le permite ingerir los alimentos más simples, no le deja beber alcohol, le obliga a practicar un régimen de ejercicios físicos muy estricto, no le deja participar en las actividades sociales –su presencia aquí esta noche indica que ha recibido alguna dispensa especial del Emperador–, y no consiente que copule. Aparte de eso, tiene que escuchar los sermones de un capellán de prisión que le visita dos horas cada diez días.
–Pobre tipo. Y por lo que veo parece que tampoco puede sentarse.
–Bueno, supongo que le está bien empleado por intentar ser más listo que el Emperador –dijo Flere-Imsaho–. Pero su sentencia ya casi ha terminado.
–¿No se la han reducido por buena conducta?
–El Servicio Penal Imperial no hace rebajas, Gurgeh. Pero si te portas mal siempre pueden alargar tu sentencia.
Gurgeh meneó la cabeza y contempló al prisionero encerrado en su prisión individual.
–El Imperio es un hueso duro de roer... ¿Eh, unidad?
–Oh, desde luego... Pero si alguna vez intenta meterse con la Cultura descubrirá el auténtico significado de la palabra dureza.
Gurgeh se volvió hacia la máquina y la observó con cara de sorpresa. El aparatoso disfraz grisáceo y su proximidad al metal deslustrado de la vieja armadura hacían que Flere-Imsaho cobrara un aspecto de dureza amenazadora y casi siniestra.
–Vaya, vaya... Parece que tienes la noche combativa, ¿eh?
–Sí. Y creo que harías bien imitándome.
–¿Piensas en los juegos? Estoy preparado.
–Oye, ¿realmente vas a tomar parte en este montaje propagandístico?
–¿Qué montaje propagandístico?
–Sabes muy bien a qué me refiero. Ayudar al Departamento a inventarse la mentira de que has sido derrotado... Fingir que has perdido; conceder entrevistas y mentir.
–Sí. ¿Por qué no? Eso me permitirá continuar jugando. Si no lo hiciera quizá intentaran impedirme seguir adelante.
–¿Matándote?
Gurgeh se encogió de hombros.
–Descalificándome.
–¿Tan importante es el seguir jugando?
–No –mintió Gurgeh–. Pero contar unas cuantas mentiras... Bueno, no me parece un precio demasiado elevado.
–Ya –dijo la máquina.
Gurgeh esperó a que añadiera algo más, pero Flere-Imsaho guardó silencio. Se marcharon de la fiesta un poco después. Gurgeh se levantó de la silla y fue hacia la puerta. No se acordó de que estaba prohibido abandonar la presencia imperial sin ponerse de cara al trono y hacer una reverencia, y la unidad tuvo que recordárselo.
Su primera partida en Ecronedal –la que terminaría con el resultado oficial de su derrota pasara lo que pasase– era otra partida de diez jugadores. Esta vez no hubo ni la más mínima señal de acción colectiva contra él, y cuatro jugadores le propusieron que se aliara con ellos para enfrentarse a los demás. Era la forma tradicional de juego en la modalidad de diez, aunque era la primera vez que Gurgeh participaba directamente en ella. Hasta entonces su único contacto con aquel sistema de juego había sido como objetivo de las alianzas formadas por los demás.
Gurgeh se encontró discutiendo las tácticas a seguir con dos almirantes de la Flota, un general estelar y un ministro imperial en lo que el Departamento garantizaba era una sala electrónica y ópticamente estéril situada en un ala del castillo. Las conversaciones sobre la partida duraron tres días, después de los cuales los azadianos juraron ante Dios y Gurgeh dio su palabra de que no romperían el acuerdo hasta que los otros cinco jugadores hubieran sido aniquilados o hasta que éstos les hubieran derrotado.
Las partidas menores terminaron con los dos bandos bastante igualados. Gurgeh descubrió que jugar en equipo tenía sus ventajas y sus desventajas. Hizo cuanto pudo para adaptarse y encajar en el estilo de juego de sus aliados. Después hubo más conversaciones y cuando terminaron empezó la batalla en el Tablero del Origen.
Gurgeh lo pasó en grande. Jugar formando parte de un equipo hacía que el juego resultara mucho más interesante, y Gurgeh empezó a sentir algo casi parecido al afecto hacia los ápices junto a los que jugaba. Se ayudaban los unos a los otros cuando tenían problemas, confiaban en los demás durante los ataques en grupo y lo normal era que jugasen como si sus fuerzas individuales realmente fuesen un solo contingente. Como personas sus camaradas no le parecían demasiado atractivos, pero como compañeros de juego no podía negar las emociones que sentía hacia ellos, y a medida que el juego avanzaba e iban logrando aniquilar a sus oponentes Gurgeh fue sintiendo que le invadía la tristeza, pues sabía que no tardarían en luchar los unos contra los otros.
Cuando llegó el momento y el último enemigo se hubo rendido una gran parte de lo que había sentido hasta entonces se esfumó de repente. Gurgeh descubrió que había sido víctima de un engaño parcial. Se había mantenido fiel a lo que consideraba el espíritu de su pacto, mientras que los demás se habían conformado con mantenerse fieles a la letra de éste. Nadie atacó hasta que las últimas piezas del otro equipo hubieron sido capturadas, pero cuando quedó claro que iban a ganar se produjeron unas cuantas maniobras muy sutiles y cada ápice intentó conquistar las posiciones que adquirirían más importancia cuando el pacto dejara de estar en vigor. Gurgeh no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto, y cuando empezó la segunda parte del juego se dio cuenta de que los cuatro ápices le llevaban una considerable ventaja estratégica.
También se dio cuenta de que los dos almirantes habían llegado a un acuerdo de cooperación no oficial, lo cual no tenía nada de sorprendente. Sus fuerzas combinadas eran superiores a las de los otros tres.
Y, en cierta forma, fue precisamente la debilidad de Gurgeh lo que le salvó. Calculó sus movimientos para que no valiese la pena atacarle durante el mayor tiempo posible, y dejó que los otros cuatro fuesen luchando entre ellos. Atacó a los dos almirantes cuando sus efectivos se volvieron lo bastante numerosos para darles alguna posibilidad de controlar todo el tablero, pero escogió cuidadosamente el momento en que eran más vulnerables a su pequeña fuerza que a las bastante más temibles del general y el ministro.
La partida se mantuvo indecisa durante mucho tiempo, pero Gurgeh consiguió ir fortaleciendo gradualmente su posición y aunque fue el primer jugador eliminado del tablero había logrado acumular los puntos suficientes para tener la seguridad de que jugaría en el siguiente tablero. Tres miembros del equipo de cinco original acabaron quedando tan malparados que se vieron obligados a abandonar la competición.
El error que había cometido en el primer tablero le dejó tan debilitado que Gurgeh nunca logró recuperarse del todo, y no hizo muy buen papel en el Tablero de la Forma. Empezaba a tener la impresión de que el Imperio no necesitaría recurrir a la mentira de que le habían eliminado en la primera tanda.
Seguía hablando con la
Factor limitativo
usando a Flere-Imsaho como transmisor y a la pantalla de juegos que había en sus aposentos para ver las partidas.
Aparte de eso, tenía la sensación de que estaba empezando a adaptarse a la gravedad. Flere-Imsaho tuvo que recordarle que era una respuesta incluida en sus genes manipulados. El grosor de sus huesos estaba aumentando rápidamente y su musculatura se había expandido sin necesidad de que Gurgeh hiciera ningún ejercicio físico suplementario.
–¿No te habías dado cuenta de que te estabas volviendo más corpulento? –preguntó la unidad con voz algo exasperada mientras Gurgeh observaba su cuerpo en el espejo de la habitación.
Gurgeh meneó la cabeza.
–Creía que estaba comiendo demasiado.
–Muy observador por tu parte. Me pregunto qué otras cosas puedes hacer de las que no tienes ni la más mínima idea... ¿Es que no te enseñaron nada sobre tu propia biología?
El hombre se encogió de hombros.
–Si lo hicieron se me ha olvidado.
También se fue adaptando al corto ciclo día-noche del planeta, y si las continuas quejas que llegaban a sus oídos podían ser creídas su proceso de adaptación fue mucho más rápido que el de los demás. La unidad le dijo que la inmensa mayoría de jugadores estaban utilizando drogas para adaptarse a las nuevas jornadas de Ecronedal, que sólo duraban tres cuartas partes de un día promedio.