El jugador (47 page)

Read El jugador Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El jugador
6.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

–¿Otra vez la manipulación genética? –le preguntó una mañana Gurgeh mientras desayunaba.

–Sí. Naturalmente.

–No sabía que pudiéramos hacer todas esas cosas.

–Está claro que no lo sabías –dijo la unidad–. Hombre, por todos los... La Cultura lleva once mil años viajando por el espacio. El que la mayoría de vosotros os hayáis instalado en ambientes idealizados hechos a medida no quiere decir que hayáis perdido vuestra capacidad de adaptación rápida a los cambios. Fuerza en la profundidad, redundancia, exceso de diseño... Ya conoces la filosofía de la Cultura, ¿no?

Gurgeh contempló a la máquina con el ceño fruncido. Movió la mano en un arco que abarcó las paredes de la habitación y terminó en una de sus orejas.

Flere-Imsaho osciló de un lado a otro en el encogimiento de hombros típico de la unidad.

La partida en el Tablero de la Forma terminó con Gurgeh en el quinto lugar de la clasificación. Empezó a jugar en el Tablero del Cambio sin ninguna esperanza de ganar, pero con una pequeña posibilidad de pasar a la ronda siguiente como Clasificado. Hacia el final de la partida estuvo realmente inspirado. Su familiaridad con el último de los tres tableros principales había llegado a ser tan grande que tenía la sensación de moverse en un terreno conocido donde no había secretos, y disfrutaba utilizando el simbolismo elemental que sustituía al emparejamiento y las tiradas de dados empleadas durante las fases anteriores. Gurgeh estaba convencido de que los azadianos no sabían moverse demasiado bien en el Tablero del Cambio. El Imperio no parecía comprenderlo y le prestaba muy poca atención.

Y lo consiguió. Uno de los almirantes ganó la partida y Gurgeh logró pasar a la ronda siguiente como Clasificado. El margen entre él y el otro almirante fue de un solo punto: 5.523 contra 5.522. Había estado a punto de quedar eliminado, y la única situación más apurada que se le ocurría era un empate con partida eliminatoria, pero cuando pensó en ello después comprendió que jamás había dudado de que conseguiría pasar a la ronda siguiente.

–Has estado peligrosamente cerca de empezar a decir tonterías sobre el destino, Jernau Gurgeh –comentó la unidad cuando Gurgeh intentó explicárselo.

Gurgeh estaba sentado en su habitación con la mano sobre la mesa que tenía delante y la unidad intentaba quitarle el brazalete Orbital de la muñeca. Gurgeh ya no podía pasárselo por la mano, y la expansión de su musculatura hacía que le apretara demasiado.

–El destino –dijo Gurgeh, y puso cara pensativa. Asintió con la cabeza–. Sí, supongo que es una sensación bastante parecida.

–¿Y qué vendrá a continuación? –exclamó la máquina mientras utilizaba un campo para cortar el brazalete–. ¿Dios? ¿Fantasmas? ¿El viaje temporal?

La unidad apartó el brazalete de su muñeca y volvió a unir el minúsculo Orbital en el punto por donde lo había cortado. El brazalete recuperó su forma circular.

Gurgeh sonrió.

–El Imperio.

Cogió el brazalete, se levantó y fue hasta la ventana haciendo girar el Orbital entre sus dedos. Clavó la mirada en las losas que cubrían la superficie del patio.

«¿El Imperio? –pensó Flere-Imsaho–. Espero que esté bromeando...»

Fue hacia Gurgeh y le convenció para que le dejara guardar el brazalete dentro de su disfraz. Dejarlo a la vista era demasiado peligroso. Siempre existía la posibilidad de que alguien comprendiera lo que representaba.

Su partida había terminado, y Gurgeh descubrió que eso le dejaba en libertad de seguir la partida de Nicosar. El Emperador estaba jugando en el salón de proa de la fortaleza; una inmensa estancia en forma de cuenco delimitada por muros de piedra gris y capaz de acoger a más de mil personas. El salón de proa serviría de marco a la última partida, aquella cuyo resultado decidiría quién se convertiría en Emperador. El salón se encontraba en el otro extremo del castillo y estaba encarado en la dirección por la que llegarían las llamas. Hileras de grandes ventanales cuyos postigos aún tardarían algún tiempo en quedar cerrados y asegurados permitían contemplar el mar de puntas amarillas de los arbustos cenicientos que se extendía debajo de la fortaleza.

Gurgeh estaba sentado en una de las galerías de observación viendo jugar al Emperador. Nicosar jugaba de una forma muy cautelosa. Iba acumulando ventaja tan lentamente como si el juego fuese una operación comercial en la que todo dependía de los porcentajes, aprovechaba el Tablero del Cambio al máximo para llevar a cabo intercambios beneficiosos y orquestaba los movimientos de los cuatro jugadores con que se había aliado. Gurgeh quedó muy impresionado. El estilo de Nicosar era tan sutil como engañoso. Sus movimientos lentos y meditados sólo mostraban una faceta del Emperador. El movimiento asombrosamente brillante y audaz surgía de la nada justo cuando era necesario para ser empleado allí donde tendría el efecto más devastador. La ocasional jugada brillante de un adversario siempre era como mínimo igualada, y normalmente mejorada.

Gurgeh empezó a sentir cierta simpatía por los adversarios de Nicosar. Incluso el jugar mal resultaba menos desmoralizador que la ocasional ráfaga de brillantez que siempre terminaba siendo aplastada.

–Está sonriendo, Jernau Gurgeh.

Gurgeh había estado tan absorto en la partida que no había visto acercarse a Hamin. El viejo ápice se sentó junto a él moviéndose con mucha cautela. Los bultos visibles bajo su túnica indicaban que llevaba puesto un arnés antigravitatorio para contrarrestar parcialmente los efectos de la gravedad ecronedaliana.

–Buenas tardes, Hamin.

–Acabo de saber que ha conseguido clasificarse. Ha jugado muy bien.

–Gracias. Sólo he conseguido clasificarme a efectos no oficiales, claro está.

–Ah, sí. Oficialmente quedó el cuarto.

–Qué generosidad tan inesperada.

–Valoramos en lo que se merece el que accediera a cooperar con nosotros. ¿Seguirá ayudándonos?

–Por supuesto. Basta con que me pongan delante de las cámaras.

–Quizá mañana. –Hamin asintió y se volvió hacia donde estaba Nicosar. El Emperador observaba su excelente posición en el Tablero del Cambio–. Su oponente en la modalidad singular será Lo Tenyos Krowo, y le advierto que es un gran jugador. ¿Está totalmente seguro de que no quiere abandonar?

–Totalmente. ¿Cree que he permitido que mutilaran a Bermoiya sólo para abandonar ahora porque la tensión empieza a ser excesiva?

–Sí, claro... Comprendo su punto de vista, Gurgeh. –Hamin suspiró sin apartar los ojos del Emperador y asintió con la cabeza–. Y de todas formas sólo ha conseguido clasificarse por un margen de ventaja infinitesimal. Y Lo Tenyos Krowo es muy, muy bueno. –Volvió a asentir–. Sí... Puede que por fin haya encontrado su nivel, ¿eh?

El rostro lleno de arrugas se volvió hacia Gurgeh.

–Es muy posible, rector.

Hamin asintió con expresión distraída y volvió a apartar la mirada de Gurgeh para posarla nuevamente en su Emperador.

A la mañana siguiente Gurgeh grabó algunos planos de falsos movimientos en el tablero. La partida que acababa de jugar fue reconstruida y Gurgeh hizo unos cuantos movimientos creíbles pero poco inspirados, y cometió un claro error. Los papeles de sus adversarios fueron interpretados por Hamin y dos catedráticos del Colegio de Candsev, y la habilidad con que imitaron los estilos de los ápices contra los que había estado jugando impresionó considerablemente a Gurgeh.

Gurgeh acabó el cuarto, tal y como había sido profetizado. Grabó una entrevista con el Servicio Imperial de Noticias en la que expresó lo mucho que lamentaba haber sido eliminado de la Cuarta Ronda y dejó bien claro cuánto agradecía haber tenido la oportunidad de jugar al Azad. Era una experiencia que sólo se podía dar una vez en la vida, estaría eternamente en deuda con el pueblo azadiano, el respeto que sentía hacia el genio del Emperador-Regente había aumentado inconmensurablemente aunque el respeto inicial que sentía hacia él ya era muy grande, pensaba quedarse para seguir el desarrollo de los juegos y transmitía sus más sinceros deseos de felicidad y prosperidad para el Emperador, su Imperio y todos sus habitantes y súbditos en lo que estaba seguro iba a ser un futuro muy brillante.

El equipo de grabación y Hamin parecieron quedar muy complacidos.

–Tendría que haber sido actor, Jernau Gurgeh –le dijo Hamin.

Gurgeh supuso que debía tratarse de un elogio.

Estaba contemplando el bosque de arbustos cenicientos. Los árboles medían sesenta metros de altura o más. La unidad le había explicado que en la etapa más rápida de su desarrollo crecían casi un cuarto de metro por día, y que absorbían tales cantidades de agua y materia del suelo que éste se desmoronaba alrededor de los troncos hundiéndose lo suficiente para revelar los niveles superiores del sistema de raíces que ardería durante la Incandescencia y necesitaría un Gran Año completo para volver a crecer.

Estaba empezando a anochecer y Gurgeh contemplaba el crepúsculo, la fugaz etapa de un día muy corto en que la veloz rotación del planeta hacía que la enana amarilla se hundiera detrás del horizonte. Gurgeh tragó una honda bocanada de aire. No había ningún olor a quemado. La atmósfera parecía estar totalmente despejada, y un par de planetas del sistema de Ecronedal brillaban en el cielo; pero Gurgeh sabía que el aire contenía el polvo suficiente para hacer permanentemente invisibles a la mayoría de estrellas del cielo y convertir la inmensa rueda de la galaxia en una borrosa mancha de luz mucho menos impresionante de lo que resultaba cuando se la veía después de haber dejado atrás la calina gaseosa que envolvía al planeta.

Estaba sentado en un jardincito cerca del punto más alto de la fortaleza y podía ver por encima de las copas de la mayoría de arbustos cenicientos. Su posición le colocaba al mismo nivel que las copas llenas de frutos de los árboles más altos. Las vainas que contenían los frutos tenían el tamaño de un niño hecho un ovillo, y estaban repletas de una mezcla de sustancias en la que predominaba el etanol. Cuando llegara la Incandescencia algunas caerían y algunas permanecerían en la copa de los árboles, pero todas arderían.

Gurgeh pensó en ello y sintió un escalofrío. Decían que faltaban unos setenta días. Cualquier persona que estuviera sentada donde se encontraba ahora cuando llegara el frente de llamas se asaría viva con rociadores o sin ellos. El calor irradiado por el frente bastaría para cocerte. El jardín en el que estaba sentado desaparecería; el banco metálico en el que se encontraba sería trasladado al interior del castillo y quedaría protegido por los gruesos muros de piedra y los postigos de metal y cristal antillamas. Los jardines situados en los patios interiores sobrevivirían, aunque terminarían cubiertos de cenizas transportadas por el viento. Las personas estarían a salvo en el castillo rociado de agua o en los refugios subterráneos..., a menos que fuesen lo bastante estúpidas para permitir que las llamas las sorprendieran fuera, naturalmente. Le habían dicho que eso ocurría de vez en cuando.

Vio a Flere-Imsaho flotando por encima de las copas de los árboles. La unidad venía hacia él. Le habían dado permiso para que fuese adonde le diera la gana siempre que avisara a las autoridades de su paradero y accediera a llevar adherido un monitor de posición. Estaba claro que Ecronedal no contenía ninguna instalación militar que el Imperio considerase especialmente delicada. La unidad no se había mostrado muy feliz con las condiciones, pero pensó que si permanecía encerrada en el castillo acabaría enloqueciendo y accedió. Esta había sido su primera expedición.

–Jernau Gurgeh.

–Hola, unidad. ¿Has estado observando a los pájaros?

–No, he estado viendo peces voladores. Pensé que debía empezar con los océanos.

–¿Piensas echar un vistazo al frente de fuego?

–Todavía no. He oído comentar que tu próximo adversario será Lo Tenyos Krowo.

–La partida empezará dentro de cuatro días. Dicen que es muy bueno.

–Lo es. Y también es una de las personas que saben todo lo que hay que saber sobre la Cultura.

Gurgeh clavó los ojos en la máquina.

–¿Qué?

–En el Imperio siempre hay un mínimo de ocho personas que saben dónde se originó la Cultura, qué tamaño aproximado tiene y cuál es nuestro nivel de desarrollo tecnológico.

–¿De veras? –murmuró Gurgeh tensando las mandíbulas.

–Durante los doscientos años últimos el Emperador, el jefe de la Inteligencia Naval y los seis mariscales estelares han estado informados del poder y las dimensiones alcanzadas por la Cultura. No quieren que nadie más tenga acceso a esos datos. Ha sido elección suya, no nuestra. Están asustados, y es muy comprensible que lo estén.

–Unidad –dijo Gurgeh en un tono de voz bastante alto–, ¿se te ha ocurrido pensar que quizá esté un poco harto de que se me trate como a un niño? ¿Por qué diablos no me lo habéis dicho antes?

–Jernau, queríamos facilitarte un poco las cosas, ¿comprendes? ¿Por qué complicar aún más la situación diciéndote que unas cuantas personas sabían todo eso cuando no había ninguna probabilidad real de que llegaras a tener más que un contacto brevísimo con ninguna de ellas? Francamente, si no hubieras llegado a una etapa del Azad en la que deberás enfrentarte a una de esas personas jamás te lo habría dicho. No era necesario que lo supieras. Créeme, estamos intentando ayudarte... Pensé que sería mejor advertirte por si Krowo decía algo durante la partida que te dejara lo bastante perplejo para afectar tu concentración.

–Bueno, me encantaría que mis estados de ánimo os preocuparan tanto como mi concentración –replicó Gurgeh.

Se puso en pie, fue hacia el parapeto y apoyó los codos en él.

–Lo siento mucho –dijo la unidad, pero a juzgar por su tono de voz no estaba nada contrita.

Gurgeh agitó una mano.

–Olvídalo. Bien, entonces debo suponer que Krowo trabaja en la Inteligencia Naval y no en el Departamento de Intercambio Cultural, ¿verdad?

–Correcto. Oficialmente su puesto no existe, pero en la corte todo el mundo sabe que el puesto siempre es adjudicado al jugador de más categoría y más de fiar.

–Sí, ya me parecía algo extraño que un jugador tan bueno como dicen que es Krowo estuviera en Intercambio Cultural.

–Bueno, Krowo lleva tres Grandes Años ocupando el puesto y algunas personas piensan que si realmente lo hubiera deseado habría podido convertirse en Emperador, pero prefiere seguir donde está actualmente. Será un adversario muy difícil.

Other books

Close To Home (Westen Series) by Ferrell, Suzanne
The Shadow Killer by Gail Bowen
Among the Barons by Margaret Peterson Haddix
The Complete Short Stories by Poe, Edgar Allan
Love Alters Not by Patricia Veryan
Smoke & Whispers by Mick Herron
All I Ever Wanted by Vikki Wakefield
Courage (Mark of Nexus) by Butler, Carrie
Never Enough by Ashley Johnson