Yay le envió un mensaje diciendo que estaba harta de Chiark y que había decidido marcharse. Había recibido unas cuantas ofertas de colectivos constructores de otra Placa y aceptaría alguna de ellas sólo para demostrar lo que era capaz de hacer. Yay pasó la mayor parte de la comunicación explicándole sus teorías sobre los volcanes artificiales para las Placas y le describió con todo lujo de detalles gesticulatorios cómo se podía utilizar la luz del sol para enfocarla sobre la parte inferior de una Placa derritiendo la roca al otro lado o, sencillamente, usando generadores para proporcionar el calor necesario. La comunicación iba acompañada por unas cuantas películas sobre erupciones planetarias con explicaciones sobre los efectos y algunas notas sobre la forma de mejorarlos.
Gurgeh pensó que la idea de compartir un mundo con esos volcanes hacía que la idea de las islas flotantes no pareciese tan mala.
–¡Has visto esto! –chilló Flere-Imsaho un día yendo a toda velocidad hacia él.
Gurgeh estaba en el gabinete de chorro de la piscina acabando de secarse. Detrás de la pequeña máquina flotaba una unidad de gran tamaño y aspecto bastante complejo y considerablemente anticuado. Flere-Imsaho la remolcaba mediante una delgada hebra de campo que seguía siendo predominantemente amarillo y verde (pero en el que podían detectarse los manchones blancos de la irritación).
Gurgeh contempló a las dos unidades con los ojos entrecerrados.
–¿Qué ocurre?
–¡Tengo que llevar puesto este maldito trasto! –gimió Flere-Imsaho.
La hebra de campo que la conectaba a la otra unidad emitió un breve destello y las placas de la antigualla giraron sobre sus goznes. La estructura parecía estar hueca, pero cuando la observó con más atención Gurgeh vio que en su centro había una cuna de alambre con el tamaño justo para contener a Flere-Imsaho.
–Oh –dijo.
Se dio la vuelta sonriendo y empezó a secarse los sobacos.
–¡Cuando me ofrecieron el trabajo no me dijeron nada de esto! –protestó Flere-Imsaho cerrando bruscamente las placas con un golpe de campo–. ¡Dicen que es porque se supone que el Imperio no debe saber lo pequeños que podemos llegar a ser! Bueno, ¿entonces por qué no le asignaron la misión a cualquier unidad más grande? ¿Por qué han tenido que humillarme con este.., este...?
–¿Disfraz? –sugirió Gurgeh.
Se pasó una mano por el pelo y se apartó del chorro de aire.
–¿Disfraz? –aulló la unidad bibliotecaria–. ¿Disfraz? ¡Esto no es un disfraz, esto es un montón de harapos indignos! Y no acaba ahí la cosa... ¡Se supone que también debo emitir un «zumbido» y producir montones de electricidad estática para convencer a esos malditos bárbaros de que no sabemos construir unidades que funcionen correctamente! –La vocecita de la máquina subió de tono hasta convertirse en un alarido estridente–. ¡Un «zumbido»! ¡Oh, esto es increíble!
–¿Por qué no solicitas que te asignen otra misión? –preguntó Gurgeh sin perder la calma mientras empezaba a ponerse el albornoz.
–Oh, claro –dijo Flere-Imsaho con amargura y cierta dosis de lo que casi podría haber sido sarcasmo–. Así conseguiría que en el futuro me endilgaran los peores trabajos porque no me he mostrado cooperativa, ¿verdad? –Emitió un campo y el cascarón hueco vibró con un sonido metálico–. Estoy condenada a cargar con este montón de chatarra.
–Unidad, no sabes cuánto lo lamento –dijo Gurgeh.
El morro de la
Factor limitativo
emergió de la Bodega Principal. Dos Porteadores le fueron dando la vuelta hasta dejarla encarada a los veinte kilómetros de pasillo. La nave y sus pequeños remolcadores fueron avanzando lentamente hasta salir del VGS por su proa. La burbuja de aire que rodeaba al
Bribonzuelo
albergaba a más naves, estructuras y piezas de equipo en movimiento; había varias UGC y Supercargueros, aeroplanos y globos llenos de aire caliente, dirigibles y planeadores, y personas que flotaban suspendidas de módulos, vehículos o arneses.
Algunas de ellas se volvieron para ver pasar a la vieja nave de guerra. Los Porteadores se alejaron.
La nave empezó a subir pasando junto a un nivel tras otro de puertas que daban acceso a las bodegas, casco desnudo, jardines colgantes y amasijos de secciones de acomodación abiertas donde la gente paseaba, bailaba, jugaba, practicaba deportes o estaba sentada comiendo o contemplando el panorama de toda aquella actividad aérea. Algunos la saludaron con la mano. Gurgeh lo vio todo por la pantalla de la zona de recreo e incluso reconoció a unas cuantas personas con las que había hablado en fiestas o reuniones sociales y que les saludaron con la mano desde una aeronave.
Oficialmente iba a emprender un crucero recreativo en solitario antes de acudir a los Juegos Pardetilisianos, pero ya había dejado caer unas cuantas alusiones indicadoras de que quizá acabara decidiendo no participar en la competición. Algunas publicaciones teóricas y servicios de noticias se habían interesado lo suficiente por su brusca marcha de Chiark –y el igualmente brusco cese en la publicación de artículos– como para ponerse en contacto con sus representantes a bordo del
Bribonzuelo
y entrevistarle. Gurgeh utilizó la estrategia que ya había acordado con Contacto, y procuró dar la impresión de que estaba un poco harto de los juegos en general y de que el viaje –y su inscripción en el gran torneo–, eran intentos de reavivar la vacilante llama de su interés.
Todo el mundo parecía habérselo tragado.
La nave llegó a la parte superior del VGS y fue ascendiendo lentamente junto a la capa de nubes que había sobre el parque. Siguió subiendo por los estratos de aire más tenue que había a continuación, se encontró con el Supercarguero
Causa primaria
y los dos fueron descendiendo poco a poco por un lado de la envoltura atmosférica interior del VGS. Atravesaron lentamente todas las capas de los campos –el campo antichoques, el aislante, el sensorial, el receptor y detector, el de energía y tracción, el campo del casco, el sensorial exterior y, finalmente, el horizonte–, y acabaron volviendo a encontrarse en libertad de avanzar por el hiperespacio. Después de unas cuantas horas de frenado hasta velocidades que los motores de la
Factor limitativo
no tendrían dificultad en mantener, la nave de guerra desarmada quedó confiada a sus propios recursos y el
Causa primaria
volvió a acelerar con rumbo a su VGS.
–... por lo que lo más prudente sería no mantener ningún tipo de actividad sexual. Tomarse en serio a un macho ya les resultará bastante difícil aunque tu aspecto les parezca extraño, pero si intentaras establecer cualquier clase de relaciones sexuales estamos casi seguros de que lo considerarían como un insulto.
–¿Alguna otra buena noticia, unidad?
–Y no hagas ninguna referencia al tema de las alteraciones sexuales. Conocen la existencia de las glándulas productoras de drogas aunque no saben gran cosa sobre sus efectos exactos, pero lo ignoran todo sobre las mejoras físicas realmente serias. Oh, puedes hablar de las callosidades que protegen zonas delicadas y ese tipo de cosas, eso carece de importancia... Pero incluso las toscas alteraciones de los conductos y vasos sanguíneos utilizadas en tu diseño genital provocarían algo parecido a una revolución si llegaran a enterarse de su existencia.
–¿De veras? –preguntó Gurgeh.
Estaba sentado en el salón principal de la
Factor limitativo
. Flere-Imsaho y la nave le estaban explicando qué podía decir y qué debía callarse mientras se hallara en el Imperio. Estaban a pocos días de viaje de la frontera.
–Sí. Sentirían una envidia terrible –dijo la diminuta unidad con su voz chillona y algo chirriante–. Y probablemente también les darías asco y te considerarían repugnante.
–Pero lo peor sería la envidia –dijo la nave mediante su unidad manejada a distancia, que emitió una especie de suspiro.
–Bueno, sí –dijo Flere-Imsaho–, pero aparte de eso también le...
–Verás, Gurgeh –se apresuró a interrumpirle la nave–, lo que debes recordar por encima de todo es que su sistema social se basa en la propiedad. Todo lo que veas y toques y todo aquello con lo que entres en contacto pertenecerá a una persona o institución. Será suyo y lo poseerán, ¿comprendes? Todas las personas a las que conozcas serán conscientes de su posición dentro de la sociedad y de la relación que mantienen con quienes los rodean.
»Otra cosa muy importante que no debes olvidar es que los humanos también pueden ser propiedad de alguien; y no en términos de auténtica esclavitud, que se sienten muy orgullosos de haber abolido, sino en el sentido de que según el sexo y la clase a la que se pertenezca un individuo puede ser propiedad parcial de otro u otros porque se ve obligado a vender su trabajo o sus talentos a quien tiene los medios de adquirirlos. En el caso de los machos la entrega más total se da cuando se convierten en soldados. Los miembros de sus fuerzas armadas viven en una situación muy parecida a la de los esclavos, pues apenas si tienen libertad personal y pueden ser castigados con la muerte en caso de que no obedezcan las órdenes de sus superiores. Las hembras venden sus cuerpos firmando el contrato legal del «matrimonio» con un intermedio, el cual paga sus favores sexuales mediante...
–¡Oh, nave, vamos...!
Gurgeh no pudo contener la risa. Había hecho algunas investigaciones particulares sobre el Imperio, había leído sus propias historias y había visto sus grabaciones divulgativas. La imagen de las costumbres e instituciones del Imperio que le estaba dando la nave le parecía injusta, llena de prejuicios y terriblemente impregnada de la actitud de superioridad tan típica en la Cultura.
Flere-Imsaho y la unidad de la nave se contemplaron aparatosamente la una a la otra hasta asegurarse de que Gurgeh se había dado cuenta de lo que hacían.
–De acuerdo –dijo la pequeña unidad bibliotecaria acompañando sus palabras con un destello amarillo de resignación–. Volvamos al principio...
La
Factor limitativo
se encontraba en el espacio flotando sobre Eá, el hermoso planeta azul y blanco que Gurgeh había visto por primera vez casi dos años antes en la pantalla de la habitación de Ikroh. A cada lado de la nave había un crucero de batalla imperial el doble de largo que la
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.
Las dos naves de guerra se habían encontrado con la
Factor limitativo
en los límites del grupo de estrellas en el que se hallaba el sistema de Eá, y la
Factor limitativo
. que ya avanzaba con la lentitud propia de los motores de distorsión en vez de con la propulsión hiperespacial –la cual era otro de los secretos que el Imperio no debía conocer–, se detuvo. Sus ocho protuberancias se habían vuelto transparentes y mostraban los tres tableros del juego, el hangar del módulo y la piscina en las protuberancias de la parte central y los espacios vacíos en las tres protuberancias del morro (el armamento había sido traslado al
Bribonzuelo
), pero los azadianos enviaron una lanzadera con tres oficiales a la nave. Dos se quedaron con Gurgeh mientras el tercero registraba minuciosamente cada protuberancia y hacía una inspección no tan concienzuda del resto de la nave.
Esos oficiales u otros permanecieron a bordo durante los cinco días que duró el viaje hasta Eá. Eran bastante parecidos a como Gurgeh se los había imaginado: rostros chatos de rasgos muy pronunciados y piel afeitada casi blanca. Cuando los tenía cerca Gurgeh se daba cuenta de que eran bastante más bajos que él, pero sus uniformes lograban que pareciesen mucho más altos. Eran los primeros uniformes auténticos que Gurgeh había visto en toda su existencia, y cada vez que los contemplaba sentía una especie de extraño mareo, una sensación de aturdimiento y de estar muy lejos de cuanto le era familiar que iba acompañada por un inexplicable temor respetuoso.
Lo que sabía sobre el Imperio hizo que no le sorprendiera la forma en que le trataban. Los oficiales parecían ignorarle. Casi nunca le dirigían la palabra y cuando lo hacían no le miraban a los ojos. Gurgeh nunca se había sentido tan despreciado e ignorado.
Los oficiales parecían bastante interesados por la nave, pero no prestaron mucha atención a Flere-Imsaho –que procuraba mantenerse lo más lejos posible de ellos–, ni a la unidad remota. Flere-Imsaho se metió en el caparazón hueco de la falsa unidad escasos minutos antes de que los oficiales subieran a bordo de la
Factor limitativo
dejando bien claro lo mucho que le disgustaba aquella farsa. Después contempló en un furioso silencio a Gurgeh mientras éste insistía en que ahora parecía una antigüedad de gran valor y le explicaba con todo lujo de detalles lo atractivo que resultaba aquel caparazón desprovisto de aura. La unidad se apresuró a desaparecer en cuanto los oficiales subieron a bordo.
«Bueno –pensó Gurgeh–, adiós a la ayuda que se suponía debía prestarme cuando tuviera problemas lingüísticos y me enfrentara a las complejidades de la etiqueta.»
El comportamiento de la unidad remota de la nave no fue mucho mejor que el de Flere-Imsaho. La unidad seguía a Gurgeh, pero fingía ser estúpida y tropezaba aparatosamente con algún objeto de vez en cuando. En dos ocasiones Gurgeh se dio la vuelta, chocó con el lento y torpe cubo que flotaba detrás de él y estuvo a punto de caerse. Gurgeh sintió considerables tentaciones de darle una patada.
Gurgeh tuvo que encargarse de explicar a los oficiales que la nave carecía de puente, cubierta de vuelo o sala de control –al menos que él supiera–, pero le pareció que los oficiales azadianos no le habían creído.
Cuando llegaron a Eá los oficiales se pusieron en contacto con su crucero de batalla y hablaron demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera entenderles, pero de repente la
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rompió su silencio y empezó a hablar. La discusión que se produjo a continuación fue bastante acalorada. Gurgeh miró a su alrededor buscando a Flere-Imsaho para que le tradujera lo que se estaba diciendo, pero la unidad había vuelto a esfumarse. Escuchó el veloz intercambio de sonidos ininteligibles durante varios minutos sintiéndose cada vez más frustrado y acabó decidiendo dejar que la nave y los oficiales se las arreglaran entre ellos. Se dio la vuelta para ir a sentarse. La unidad remota había estado flotando cerca del suelo a su espalda. Gurgeh tropezó con ella y en vez de sentarse en el sofá acabó cayendo encima de la unidad. Los oficiales se volvieron para lanzarle una rápida mirada y Gurgeh sintió que se ruborizaba. La unidad remota se alejó dando bandazos de un lado a otro antes de que Gurgeh pudiera propinarle un puntapié.