–No, no, nada de eso. Permita que le felicite. Creo que ha tomado una decisión muy sabia y..., sí, incluso valerosa. Confieso que llegó a pasarme por la mente la idea de que Contacto le había ofrecido esta oportunidad con el único fin de conseguir que se sintiera más satisfecho de su vida actual. Si las grandes Mentes esperaban verle rechazar su oferta, me alegra ver que ha decidido sorprenderlas. Bien hecho.
–Gracias.
Gurgeh intentó Sonreír.
–Su nave estará preparada lo más pronto posible. Debería ponerse en camino hoy mismo.
–¿Qué clase de nave es?
–Una vieja Unidad General de Ofensiva de la clase «Asesino» que sobrevivió a la guerra idirana. Ha estado en almacenamiento profundo a unas seis décadas de aquí durante los últimos setecientos años. Se llama
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. Sigue estando en condiciones de combatir, pero le quitarán el armamento e instalarán un conjunto de tableros y un módulo especial. Tengo entendido que su Mente no es nada del otro mundo. Esas naves de guerra no pueden permitirse el lujo de un ingenio brillante o el tener dotes artísticas, pero creo que es un artefacto bastante simpático y con el que es fácil llevarse bien. Le ayudará a estudiar el juego y será su oponente durante el viaje. Si lo desea puede llevarse a alguien con usted, aunque de todas formas enviaremos una unidad para que le acompañe. Hay un humano destacado en Groasnachek, la capital de Eá, y él será su guía así como su... ¿Estaba pensando en llevar consigo un acompañante?
–No –dijo Gurgeh.
De hecho había pensado en pedirle a Chamlis que le acompañara, pero sabía que en el curso de su larga vida la vieja unidad ya había tenido emociones –y aburrimiento– más que suficientes. No quería colocarla en una posición donde se viera obligada a responder con un no, y suponiendo que Chamlis deseara ir con él estaba seguro de que llevaban el tiempo suficiente siendo amigos y habían alcanzado un grado de intimidad y confianza suficientes para que le bastara con pedírselo.
–Probablemente es lo mejor. Bien, ¿y las posesiones personales? Si desea llevarse consigo algo más grande que un módulo pequeño o un ser vivo de tamaño superior al de un humano corriente quizá haya ciertos problemas que...
Gurgeh meneó la cabeza.
–Oh, no, no quiero llevarme nada tan grande, se lo aseguro. Unas cuantas cajas de ropa..., quizá uno o dos adornos..., nada más. ¿En qué clase de unidad habían pensado para que me acompañe?
–Habíamos pensado en una combinación de diplomático-traductor acostumbrado a toda clase de situaciones; probablemente será una veterana con experiencia que ya haya tenido alguna relación con el imperio. Deberá poseer un conocimiento bastante amplio de todas las costumbres y manierismos sociales del imperio, de sus formas de etiqueta y tratamiento..., ese tipo de cosas. No puede imaginarse lo fácil que resulta cometer errores en una sociedad semejante... La unidad se encargará de resolver todos los problemas de etiqueta a que pueda enfrentarse. También poseerá una biblioteca, naturalmente, y tal vez un grado limitado de capacidad ofensiva.
–No quiero una máquina de combate, Worthil –dijo Gurgeh.
–Es por su propia seguridad y le aconsejo que la acepte. Estará bajo la protección de las autoridades imperiales, naturalmente, pero no son infalibles. El ataque físico es poco frecuente, pero se ha dado en el curso de algunas partidas y existen ciertos grupos que quizá deseen hacerle daño, y aparte de eso debe saber que la
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no podrá quedarse cerca de usted para protegerle en cuanto le haya llevado a Eá. Los estamentos militares del imperio han dejado bien claro que no quieren tener ninguna nave de guerra flotando en los cielos de su planeta central. Permitirán que la
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se acerque a Eá porque les hemos asegurado que no lleva ningún tipo de armamento. En cuanto la nave se haya marchado la unidad será la única protección totalmente fiable con que contará.
–Pero no me hará invulnerable, ¿verdad?
–No.
–Entonces correré el riesgo de confiar en la protección del imperio. Quiero una unidad tranquila y apacible. Nada de armas y nada..., nada de tiro al blanco y objetivos prioritarios.
–Le aconsejo fervorosamente que...
–Unidad –dijo Gurgeh–, si quiero hacer un buen papel en el Azad necesito sentir que mi situación es lo más aproximada posible a la de los nativos, con su vulnerabilidad y preocupaciones incluidas. No quiero que su artefacto me cubra las espaldas. Ir allí sabiendo que no necesito tomarme el juego tan en serio como los demás no serviría de nada.
La unidad guardó silencio durante unos momentos.
–Bueno, si está seguro de que eso es lo que desea... –dijo por fin.
No parecía muy convencida.
–Sí, estoy seguro.
–Muy bien. Si insiste... –La unidad emitió algo parecido a un suspiro–. Creo que eso es todo. La nave debería estar aquí dentro de...
–Hay una condición –dijo Gurgeh.
–¿Una..., una condición? –exclamó la unidad.
Sus campos se volvieron visibles durante un segundo. La mezcla de azul, marrón y gris casi deslumbró a Gurgeh.
–Cierta unidad llamada Mawhrin-Skel... Está aquí, ¿no? –dijo Gurgeh.
–Sí –dijo Worthil–. Se me ha informado de que esa máquina vive aquí en la actualidad. ¿Qué pasa con ella?
–Fue exiliada de Circunstancias Especiales. La echaron. Desde que llegó aquí nos hemos... Nos hemos hecho amigos. Le prometí que si alguna vez llegaba a tener cualquier clase de influencia sobre Contacto haría cuanto pudiese para ayudarla. Me temo que sólo jugaré al Azad si la unidad vuelve a ser admitida en CE.
Worthil tardó unos segundos en responder.
–No tendría que haberle hecho esa promesa, señor Gurgeh.
–Admito que la hice pensando que jamás llegaría a poder cumplirla, pero ahora estoy en situación de hacerlo y eso me obliga a imponer como condición el que readmitan a Mawhrin-Skel.
–Pero no querrá que esa máquina vaya con usted, ¿verdad?
Worthil parecía perplejo.
–¡No! –exclamó Gurgeh–. Prometí que intentaría conseguir que volvieran a admitirla en el servicio activo, nada más.
–Ya... Bien, debo confesarle que no poseo la autoridad necesaria para hacer la clase de trato que me está pidiendo, Jernau Gurgeh. Esa máquina fue reducida a la condición de civil porque se la consideró peligrosa y porque no quiso someterse a la terapia de reconstrucción. Su caso no es algo sobre lo que pueda tomar decisiones. Es un asunto que concierne al departamento de admisión.
–Me da igual. Tengo que insistir.
Worthil volvió a emitir aquella especie de suspiro, alzó el recipiente esférico que había colocado sobre el asiento y pareció estudiar su lisa superficie.
–Haré todo cuanto esté a mi alcance –dijo con un tono de irritación casi imperceptible–, pero me temo que no puedo prometerle nada. Los departamentos de admisión y apelación no soportan que se ejerza ninguna presión sobre ellos, sea del tipo que sea, y pueden llegar a ponerse terriblemente moralistas.
–Necesito cumplir con la obligación que he adquirido hacia Mawhrin-Skel –dijo Gurgeh en voz baja–. No puedo marcharme de aquí sin estar en condiciones de jurar que he hecho cuanto estaba en mis manos para ayudarle.
La unidad de Contacto no pareció haber oído sus palabras. –Hmmm –dijo por fin–. Bien, veremos qué se puede hacer al respecto. El vehículo subterráneo siguió cruzando velozmente la base del mundo sin hacer ningún ruido.
–Por Gurgeh... ¡Un gran jugador y un gran hombre!
Hafflis estaba de pie sobre el parapeto a un extremo de la terraza con una botella en una mano y un cuenco lleno de una droga que desprendía vapores en la otra. El kilómetro de precipicio bostezaba detrás de él. La mesa de piedra estaba llena de personas que habían venido a despedirse de Gurgeh. El anuncio oficial explicaba que Gurgeh subiría al VGS
Bribonzuelo
mañana por la mañana para viajar hasta las Nubes, donde participaría en los Juegos Pardetilisianos representando a la Cultura. Los Juegos eran una gran celebración lúdica convocada por la Meritocracia Pardetilisi que tenía lugar en la Nube Menor cada veintidós años, año más o menos.
Gurgeh había sido invitado a aquel torneo igual que había sido invitado a los Juegos anteriores y a varios millares de competiciones y convocatorias de todos los tamaños y modalidades que se celebraban dentro de la Cultura y fuera de ella. Había rechazado aquella invitación tal y como hacía siempre, pero la historia que se había hecho circular era que había cambiado de parecer y que iría a los Juegos para representar a la Cultura. Los Juegos se inaugurarían dentro de tres años y medio, lo cual hacía que la necesidad de marcharse tan bruscamente resultara un poco difícil de explicar, pero Contacto había aplicado sus considerables dotes creativas a las tablas temporales, y eso más unas cuantas mentiras puras y simples había bastado para que el curioso que se tomara la molestia de hacer preguntas al respecto sacara la impresión de que el
Bribonzuelo
era la única nave que podía llevar a Gurgeh hasta las Nubes con el tiempo suficiente para que se sometiera al largo y complejo proceso de matriculación y pruebas preliminares.
–¡Brindo por Gurgeh!
Hafflis echó la cabeza hacia atrás y se llevó la botella a los labios. Todos los invitados se unieron al brindis bebiendo de una docena de tipos distintos de cuenco, copa, vaso y jarra. Hafflis fue oscilando sobre sus talones aumentando lentamente el ángulo de inclinación hacia atrás a medida que apuraba la botella. Algunos invitados gritaron advertencias o le arrojaron trocitos de comida. Hafflis tuvo el tiempo justo de apartar la botella de su boca y chasquear sus labios manchados de vino antes de perder el equilibrio y desaparecer detrás del parapeto.
–Oops –dijo su voz desde un poco más abajo.
Dos de sus hijos más jóvenes abandonaron la partida del juego de las tres tazas con que estaban entreteniendo a un enumerador estigliano considerablemente perplejo, fueron corriendo al parapeto y rescataron a su ebrio progenitor del campo de seguridad. Hafflis dio unos cuantos pasos tambaleantes por la terraza y se derrumbó en su asiento riendo a pleno pulmón.
Gurgeh estaba sentado entre la profesora Boruelal y uno de sus viejos amores, Vossle Chu, la mujer cuyas antiguas aficiones habían incluido la metalurgia. Vossle vivía en Rombree, en el extremo opuesto de Chiark desde Gevant, y había venido hasta allí sólo para despedir a Gurgeh. En la multitud que se apretujaba alrededor de la mesa había por lo menos diez ex-amantes suyas. Gurgeh se preguntó qué significado podía tener el que en los últimos años seis de las diez hubieran decidido convertirse en hombres y no hubieran vuelto a cambiar de sexo, pero el alcohol hizo que el enigma pronto dejara de interesarle.
Gurgeh y el resto de los invitados estaban emborrachándose concienzudamente, tal y como era tradicional en tales ocasiones. Hafflis había prometido que Gurgeh no sufriría el destino infligido a un joven amigo de ambos hacía unos cuantos años. El joven había sido aceptado en Contacto y Hafflis dio una fiesta para celebrar su admisión. Al final de la fiesta le desnudaron por la fuerza y le arrojaron al precipicio..., pero el campo de seguridad había sido desconectado previamente y el nuevo recluta de Contacto cayó novecientos metros –seiscientos de ellos con el estómago vacío–, antes de que los tres robots domésticos que Hafflis había ocultado en el bosque emergieran silenciosamente de entre los árboles para cogerle al vuelo y devolverle a la terraza.
La Unidad General de Ofensiva (Desmilitarizada)
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había llegado a Ikroh aquella misma tarde y Gurgeh había bajado a la galería de tránsito para echarle un vistazo. La nave medía unos trescientos metros de longitud y su aspecto era tan esbelto como sencillo. Tenía el morro puntiagudo, tres protuberancias en forma de lágrimas vagamente parecidas a enormes carlingas que terminaban en el morro y cinco protuberancias bastante más gruesas que circundaban su parte central; la popa era una superficie plana. La nave le saludó, le dijo que había venido hasta allí para llevarle a bordo del VGS
Bribonzuelo
y le preguntó si tenía alguna exigencia especial en cuanto a la dieta.
Boruelal le dio una palmada en la espalda.
–Vamos a echarte de menos, Gurgeh.
–Lo mismo digo –replicó Gurgeh inclinándose hacia adelante a causa del impacto.
Estaba empezando a sentirse bastante emocionado. Se preguntó cuándo llegaría el momento de arrojar los farolillos de papel por encima del parapeto para que bajaran flotando hasta caer en el bosque. Las luces que había detrás de la cascada estaban apagadas y todo el precipicio se hallaba sumido en la oscuridad. Un dirigible cuya tripulación parecía estar formada casi exclusivamente por fanáticos de los juegos había echado el ancla en la llanura deteniéndose a la altura de Tronze y había prometido una exhibición de fuegos artificiales para más avanzada la noche. Todas aquellas muestras de respeto y afecto habían logrado conmover considerablemente a Gurgeh.
–Gurgeh... –dijo Chamlis. Gurgeh se volvió hacia la vieja máquina sin soltar la copa. Chamlis depositó un paquetito en su mano–. Es un regalo –dijo. Gurgeh contempló el paquetito de papel atado con una cinta–. No es más que una vieja tradición –le explicó Chamlis–. Ábrelo cuando estés a bordo.
–Gracias –dijo Gurgeh asintiendo lentamente con la cabeza. Guardó el regalo en un bolsillo de su chaqueta y después hizo algo que no tenía costumbre de hacer con las unidades. Se inclinó hacia la vieja máquina y rodeó los campos de su aura con los brazos–. Muchas, muchísimas gracias...
La noche se fue haciendo cada vez más oscura. Un breve chaparrón casi apagó las ascuas que había en el canal que corría por el centro de la mesa, pero Hafflis ordenó a unos cuantos robots de aprovisionamiento que trajeran más cajas de licores y todos se lo pasaron en grande rociando las ascuas con el contenido de las botellas para mantenerlas encendidas. Los charquitos de llamas azuladas acabaron con la mitad de los farolillos de papel, consumieron los pétalos de las flores, hicieron un considerable número de agujeros en las ropas de los invitados y chamuscaron el pelaje del enumerador estigliano. Los rayos brillaron sobre las montañas que dominaban el lago y la cascada se encendió con el fabuloso resplandor de las luces que había detrás de ella. Los fuegos artificiales del dirigible hicieron que todos aplaudieran y fueron respondidos con más fuegos artificiales y nubes-láser desde Tronze. Gurgeh fue desnudado y arrojado al lago, pero los hijos de Hafflis le sacaron de él sano y salvo antes de que hubiera tragado demasiada agua.