Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
—Os escoltaremos —aseguró Stass Allie.
Varios soldados destinados en el pasillo abrieron camino para el grupo, y poco después llegaron hasta las puertas que daban a la plaza principal. Allí, les cortó el paso un comando clon.
—No pueden salir por aquí —dijo el comando de forma tajante.
—Vienen con nosotros —aclaró Shaak Ti.
Haciendo señas a sus compañeros de armadura blanca, el comando se hizo a un lado y franqueó el paso al grupo de Padmé. El cielo sobre la plaza estaba atestado de helicópteros y transportes de personal. Se estaban desplegando BT-TT y otras piezas de artillería móvil.
Las Jedi llevaron a Padmé, C-3PO, Bail y Mon Mothma hasta el flotador de techo abierto. La motojet estaba aparcada junto a él.
Shaak Ti pasó una pierna por encima del asiento y puso en marcha el motor. Stass Allie se sentó tras ella.
—Buena suerte.
Los senadores y el droide miraron cómo las dos Jedi despegaban en dirección al Edificio Administrativo del Senado. Entonces, con Bail pilotando, abordaron el flotador ovalado y se dejaron caer hacia el ancho cañón que se abría debajo de la plaza.
El tráfico también era denso allí, pero la habilidad de Bail hizo que encontrasen un hueco y se dirigieron hacia la entrada de los refugios, situada bajo los hangares del Centro Médico del Senado.
Sin advertencia previa, dos rayos de luz escarlata cayeron sobre ellos desde algún lugar por encima del domo del Senado.
—¡Cazas buitre! —gritó Bail.
Padmé se aferró a C-3P0, mientras Bail hacía girar al vehículo intentando escapar de los disparos de plasma. El caza droide con las alas en forma de vaina que había disparado sólo era uno de los varios que ametrallaban vehículos, plataformas de aterrizaje y edificios. Los helicópteros de la República los perseguían de cerca, disparando los poderosos cañones de sus alas.
La boca de Padmé estaba abierta de asombro. Aquello era algo que nunca hubiera esperado ver en Coruscant.
Bail hacía todo lo posible para esquivar los rayos láser y de plasma, pero no era el único piloto que lo intentaba y, rápidamente, las colisiones formaron parte de una carrera de obstáculos. Dejando que el flotador descendiera todavía más, Bail se dirigió hacia la entrada más cercana a los refugios, haciendo caso omiso del fuego amigo y enemigo, que cada vez llovía más cerca de ellos.
Una intensa llamarada de luz cegó a Padmé. El flotador se ladeó ostensiblemente, haciendo que sus ocupantes casi cayeran al vacío. Empezó a salir humo de la turbina de estribor, y la pequeña nave cayó prácticamente a plomo.
—¡Sujetaos fuerte! —gritó Bail.
—¡Estamos perdidos! —aseguró C-3PO.
Padmé se dio cuenta de que Bail se desviaba hacia una plataforma de desembarco rematada por un ancho puente. Las lágrimas brotaban de sus ojos a causa de una repentina náusea.
—¡Anakin! —gritó, apretándose el abdomen con una mano—. ¡Anakin!
E
l
Mano Invisible
, nave insignia de la flota separatista, kilométrico crucero del general Grievous, mantenía una órbita estacionaria sobre el Distrito del Senado de Coruscant, ahora iluminado completamente por la luz del sol. Parecía un majestuoso bosque metálico, alzándose incluso por encima de las nubes. Las holoimágenes ampliadas de los edificios se proyectaban desde la mesa táctica situada en el puente del crucero. Grievous las estudió un minuto, antes de volver a su lugar de costumbre, frente a las pantallas delanteras.
Las gigantescas naves en forma de cuña que, por buenas razones, eran el orgullo de la flota republicana brillaban bajo la luz del día al situarse en posición para proteger la mayoría de los centros importantes del planeta. En los primeros momentos del ataque, Grievous sorprendió unas cuantas de esas naves con los escudos bajados, y ahora ardían corno antorchas sobre el lado nocturno de Coruscant, con naves auxiliares bombero y de rescate siguiendo su estela y recogiendo vainas de escape y botes salvavidas. Los cruceros supervivientes estaban manteniendo a raya las naves separatistas, pero eso apenas importaba, dado que ni el bombardeo aéreo ni la invasión eran importantes para el plan.
Desde el punto de vista de los comandantes navales republicanos, a Grievous le faltaba un plan. Opinaban que la desesperación producto de sus derrotas anteriores en los Bordes Medio y Exterior le había obligado a reunir los restos de su flota y lanzarse a una batalla que no podía ganar. Y la verdad es que Grievous estaba haciendo todo lo posible para no contradecirlos. Las naves de guerra bajo su mando estaban diseminadas al azar y eran vulnerables a cualquier contraataque mientras concentraban su fuego en satélites de comunicaciones y espejos orbitales, lanzando sólo ocasionales descargas de plasma poco eficaces contra el mundo que habían venido a atacar.
Todo eso era crucial para el plan.
La táctica del terror era efectiva.
Columnas de naves de pasajeros y de carga surgían de centenares de zonas en los hemisferios iluminado y nocturno de Coruscant, intentando alcanzar la seguridad del espacio profundo. Más todavía, las naves que intentaban salir del planeta eran casi tan numerosas como las que entraban, viéndose muchas constreñidas a las rutas de navegación automática que las convertían en presa fácil. En otras partes del espacio local, las naves que aparecían en los puntos de salto hiperespaciales, lejos de la zona de combate, eran apartada de las trayectorias de aproximación y estacionadas a la espera, cerca de las pequeñas lunas de Coruscant, o desviadas hacia los mundos internos del sistema a velocidades sublumínicas.
El espacio entre ellas y el planeta estaba ocupado por cazas droide y cazas estelares pilotados por clones que se destruían mutuamente con saña. Al principio de la batalla, puede que hasta una escuadrilla de cazas buitre hubiera atravesado el frente de la República, pero muchos de sus aparatos quedaron destruidos por los cañones de las plataformas orbitales, las patrullas aéreas o la artillería terrestre. Otras casi se autodestruyeron al chocar con los escudos defensivos que proveían de seguridad adicional a los distritos políticos de Coruscant. Pero eso también formaba parte del plan para inspirar pánico, dado que la visión de las descargas de plasma o de las naves detonando contra los transparentes domos de energía podía resultar aterradora. Las columnas de humo que se elevaban desde algunos de los cañones de ferrocemento más profundos de la capital republicana decían a Grievous que algunos droides habían podido evadir los escudos y el fuego antiaéreo.
Por el mismo motivo, algunas maniobras de las naves defensivas de Coruscant le indicaban lo ansiosos que se sentían sus comandantes por romper las formaciones y atacarle directamente a él. Pero tenían un mundo que proteger y, más importante todavía, eran demasiado escasas como para estar seguras de que lograrían su objetivo. Sin duda esperaban que llegasen refuerzos de sistemas lejanos. Grievous se había anticipado a dicha circunstancia, preparando sorpresas a los destacamentos de la República más cercanos al Núcleo en forma de minas de masa-sombra y de estaciones de combate apostadas en varios puntos de salto a lo largo de las hiperrutas. Aunque eso no impediría la llegada de refuerzos, como mínimo la retrasaría.
Si todo iba según el plan, la flotilla separatista estaría lista para saltar a velocidad luz mucho antes de que llegasen refuerzos suficientes para suponer una seria amenaza.
Grievous se tomó un largo momento para absorber las posiciones de la silenciosa batalla que tenía lugar más allá del grueso transpariacero de las ventanas del puente. Aborrecía estar tan lejos del centro de la acción y del derramamiento de sangre. Pero sabía que debía seguir siendo paciente. Entonces, toda la espera y toda la frustración quedarían justificadas.
Un neimoidiano se dirigió a él desde una de las estaciones del puente.
—General, las transmisiones están volviendo a la normalidad en casi todos los sectores del planeta. El enemigo parece haberse dado cuenta de que utilizamos el mismo sistema interferidor que empleamos en Praesitlyn.
—Era de esperar —respondió Grievous sin volver la vista—. Ordene a les comandantes del Grupo Uno que sigan destruyendo espejos orbitales y satélites de comunicaciones. Sitúe a la plataforma de bloqueo en el punto cero-uno-cero del plano de la elíptica e intensifique sus escudos.
—Sí, general —el neimoidiano hizo una pausa y agregó—: Me siento impelido a informar que todos nuestros destacamentos están sufriendo fuertes pérdidas.
Grievous miró la mesa táctica. Al Grupo Uno le faltaban dos transportes de la Federación de Comercio. Los neimoidianos habían conseguido recuperar el centro esférico de uno de ellos, pero el otro estaba partido por la mitad y podía darse por perdido. En el holocampo de batalla, una miríada de diminutos puntos luminosos se desgajaba de las alas curvas del transpone: eran cazas droide.
—Anule los programas de supervivencia de esos cazas droide —pidió Grievous—. Ordéneles que aceleren y se dirijan directamente hacia Coruscant. Que se conviertan en
kamikazes
.
—¿Asigno algún objetivo específico?
—Los alrededores del Distrito del Senado.
—Algunos de nuestros cazas ya se han infiltrado en ese sector.
—Excelente. Ordéneles que ataquen las plataformas de desembarco, las pasarelas flotantes, las plazas y los refugios. Siempre que les sea posible, deben dedicarse a destruir la defensa civil de Coruscant.
—Afirmativo.
—¿Han llegado refuerzos para la República?
—Una fuerza de asalto compuesta por cuatro cruceros ligeros está surgiendo ahora del hiperespacio rumbo al hemisferio nocturno del planeta. —Ordene a nuestros comandantes que los intercepten.
Más pronto de la que esperaba
, pensó Grievous. Normalmente habría pensado en un plan de contingencia, pero confiaba en que Sidious y Tyranus lo informarían de cualquier cambio. El ataque no habría podido llevarse a cabo con éxito de no ser por las rutas hiperespaciales del Núcleo Profundo utilizadas por su flotilla. Esas rutas, poco conocidas, les fueron dadas por Sidious, menos preocupado por las tácticas de combate que por las estrategias a largo plazo. Era un tipo de guerra que Grievous nunca practicaba. Una guerra en la que denotas aparentes resultaban ser victorias; en la que enemigos aparentes demostraban ser aliados. Una guerra en la que los perdedores se quedaban sin nada, y los vencedores con todo.
Con toda la galaxia.
El neimoidiano a cargo de las comunicaciones calló mientras recibía una actualización de las estaciones de combate. Ahora, tomó de nuevo la palabra.
—General, un grupo de cazas estelares Jedi ha surgido del pozo gravitatorio de Coruscant.
—¿Muy numeroso?
—Veintidós naves.
—Desplegad tantos tri-cazas como sean necesarios.
—Sí, señor.
Grievous se volvió hacia las pantallas.
—¿Está preparada la patrulla de asalto?
El oficial de artillería tardó unos segundos en contestar.
—Su fragata está preparada, y su guardia de élite lo espera en el hangar de lanzamiento.
—¿Mis droides de combate también?
—Cincuenta, general.
—Con eso bastará —comentó Grievous, asintiendo con la cabeza. Miró las pantallas por última vez y habló en voz alta para que lo escuchase toda la tripulación neimoidiana del puente—. Seguid así. Considerad un objetivo factible toda nave de la República.
—Lo siento, Maestro, pero nuestra señal no está siendo transmitida.
Yoda siguió recorriendo la sala de ordenadores del Templo. De repente se detuvo y apuntó con la punta de su bastón a la Jedi que se sentaba frente a la consola de mandos.
—Nada por lo que lamentarse es —la reprendió—. Culpa de los separatistas sin duda. Las transmisiones de este sector de Coruscant Grievous está bloqueando.
La Jedi, una hembra humana de pelo castaño llamada Lari Oll, apartó las manos de la consola y agitó la cabeza confusa.
—¿Cómo puede Grievous...?
—Dooku —cortó Yoda—. Compartiendo nuestros secretos con sus confederados está.
—Si uno de nuestros cazas estelares pudiera atravesar el bloqueo separatista, podríamos enviar un mensaje a través de la HoloRed.
—El Maestro Tiin en eso ha pensado. Contactar con los Jedi de Belderone, Tythe y otros mundos intentó.
—¿Podrán volver a tiempo?
—
Mmmf.
Del objetivo de Grievous depende. Alejarse de Coruscant puede, tras castigarlo ligeramente. Esperar debemos hasta que su plan descubra —Yoda hizo una pausa para reflexionar acerca de sus propias palabras: entonces se apoyó en la punta de su bastón y miró a Lari Oll—. ¿Reestablecidas las comunicaciones están?
—Sólo de forma intermitente. Maestro Yoda.
—Pues al Maestro Windu llama.
Instantes después, la voz de Windu surgió por los altavoces de la consola.
—... Fisto y yo... edificio del Senado. Shaak... Allie... a las habitaciones del Canciller en República Quinientos. Nosotros... con ellos...
—Levantados los escudos de defensa están. Entre sí los distritos incapaces de comunicarse son —Yoda hizo una mueca—. Con el Maestro Ti prueba ahora.
Lari Oll probó varias frecuencias antes de rendirse.
—Lo sien... —se frenó antes de terminar la frase—. No contesta.
Yoda se alejó de la consola, dándole deliberadamente la espalda al conjunto de dispositivos, pantallas y datos, como si los despreciara.
Cerró los ojos para aislarse de cuanto lo rodeaba y dejó fluir sus sentimientos, intentando llegar hasta la mente de Mace y de Kit Fisto a través del turbulento cielo: Shaak Ti y Stass Allie corrían hacia las habitaciones de Palpatine en el República Quinientos; Saesee Tiin, Agen Kolar, Bultar Swan y otros Maestros y Caballeros Jedi intentaban llegar hasta Coruscant a bordo de sus cazas estelares: el espacio local resplandecía debido a la energía de los rayos láser y las explosiones globulares; naves demasiado numerosas para poder contarlas estaban enzarzadas en una batalla monumental...
Grievous lanzaba sus máquinas de guerra contra objetivos militares, pero también contra objetivos civiles, disparando contra todo y contra todos los que se cruzaban en su camino. Había ordenado a sus cazas droide que se estrellaran contra los paraguas defensivos de Coruscant o que atacasen las aeroautopistas de circulación para causar colisiones en cadena.