Read El ladrón de cuerpos Online
Authors: Anne Rice
Asentí.
—Bueno, para serte sincero, en ese momento ya no razonaba bien. El edificio de aduanas estaba repleto. Había varios cruceros fondeados. El Wind Song, el Rotterdam y creo que también el Royal Viking Sun, que amarró justo frente al Queen Elizabeth II. Lo cierto es que había turistas por todas partes, y pronto caí en la cuenta de que les revisaban los
pasaportes sólo a quienes regresaban a los barcos.
"Entré en una de esas boutiques... ya sabes cómo son... llenas de mercaderías horribles, y me compré un par de anteojos para sol espejados, como los que usabas tú cuando tenías la piel tan clara, y una camiseta espantosa, con el dibujo de un loro.
"Me saqué la remera y el saco, me puse la camiseta espantosa, los anteojos, y me ubiqué en un lugar desde donde podía ver todo el largo del muelle a través de las puertas abiertas. No sabía qué otra cosa hacer.
¡Me aterraba que pudieran empezar a revisar los camarotes! ¿Qué iban a hacer cuando no pudieran abrir la puertita de la Cubierta Cinco? ¿O si llegaban a encontrar tu cuerpo en el baúl? Pero, por otra parte, ¿cómo iban a poder efectuar ese registro? ¿Y qué podía impulsarlos a hacerlo, puesto que ya tenían al hombre con el arma?
Hizo una nueva pausa para beber otro sorbo de whisky. En su aflicción, al hacer el relato parecía inocente, de una manera que nunca podría haberlo logrado con su antiguo físico.
—Estaba loco, absolutamente loco. Traté de usar mis viejos pode res telepáticos, y me llevó un tiempo descubrirlos. Además, eso tenía más relación con el cuerpo de lo que hubiera pensado.
—No me sorprende.
—Lo único que pude recoger fueron diversas imágenes y pensamientos de los pasajeros que tenía más cerca. No me sirvió de nada. Pero por suerte mis padecimientos terminaron de improviso.
"Hicieron desembarcar a James. Lo acompañaba el mismo contingente de oficiales que lo había rodeado. Deben haberlo considerado el criminal más peligroso del mundo occidental. Y se había quedado con mi equipaje.
Ostentaba una magnífica imagen de de coro británico, de dignidad, conversando con una alegre sonrisita, aunque era obvio que los oficiales desconfiaban enormemente y se sintieron muy incómodos cuando tuvieron que acompañarlo a la oficina de migraciones y presentar su pasaporte.
"Me di cuenta de que lo obligaban a abandonar el buque para siempre. Incluso le revisaron el equipaje antes de dejar pasar a todo el grupo.
"Y todo ese tiempo me mantuve pegado a la pared del edificio. Con el saco y la camiseta en el brazo, parecía un vagabundo que miraba con esas gafas espantosas mi noble cuerpo viejo. ¿Qué intenciones tendrá?, pensé.
¿Para qué quiere ese cuerpo? Te repito: no comprendía aún lo astuta que había sido su decisión.
"Salí tras el pequeño batallón. Afuera esperaba un patrullero, don de pusieron todo el equipaje mientras él seguía charlando y estrechan do la mano a los oficiales, ahora que no lo habrían de acompañar.
"Me acerqué lo suficiente y pude escucharle profusión de agradecimientos y disculpas, atroces eufemismos, frases vacías y comentarios entusiastas sobre lo mucho que había disfrutado del breve viaje. Parecía gozar lo indecible con toda esa fantochada.
—Sí —convine, con aire lúgubre—. No cabe duda de que es él.
—Después hubo un momento extrañísimo. Cuando le sostenían la puerta del auto para que subiera, se volvió y me miró fijo como si supiera que yo había estado ahí todo el tiempo. Pero lo disimuló con mucha inteligencia paseando la mirada por el gentío que entraba y salía por los enormes portones, .me miró de nuevo muy fugazmente y sonrió.
"Sólo cuando el vehículo se marchó, me di cuenta de lo que había pasado.
Se había llevado mi viejo cuerpo con toda premeditación, dejándome con este otro, de veintiséis años.
Levantó su vaso una vez más, bebió un sorbo y me observó.
—Puede que hubiera sido imposible realizar la transformación en ese momento —prosiguió—. Sinceramente, no lo sé. Pero lo cierto es que él quería ese cuerpo y que yo quedé ahí, frente al edificio de aduanas, y que ¡había vuelto a ser un hombre joven!
Tenía la mirada clavada en el vaso aunque era evidente que no lo veía; luego volvió a posarla sobre mí.
—Se cumplió lo del "Fausto", Lestat. Había comprado juventud, pero lo raro era que... ¡no había vendido mi alma!
Guardó silencio, meneó un tanto la cabeza, dio la impresión de que estaba por retomar el relato. Por último, dijo:
—¿Me perdonas que te haya abandonado? No tenía forma de volver al barco. Y desde luego, James iba camino a la cárcel, o al menos eso creía yo.
—Claro que te perdono. David, ambos sabíamos que esto podía suceder.
¡Calculamos que te iban a arrestar, y eso hicieron con él! No tiene la menor importancia. ¿Al final qué hiciste? ¿Adonde fuiste?
—A Bridgetown. En realidad no fue ni siquiera una decisión. Se me acercó un taxista negro muy simpático, pensando que yo era pasajero del barco, y efectivamente lo era. Me ofreció hacerme buen precio para dar un paseo por la ciudad. Había vivido muchos años en Inglaterra. Tenía una voz agradable. Creo que ni le contesté. Me limité a afirmar con la cabeza y subí al autito. Recorrimos la isla durante horas. Debe haberme considerado un tipo muy raro.
"Recuerdo que atravesamos unas bellísimas plantaciones de caña de azúcar. El me contó que el caminito se había construido para carros y caballos. Yo pensaba que probablemente esos campos tenían el mismo aspecto que hace doscientos años. Lestat me lo podrá decir; él debe saberlo, pensaba. Después me miraba las manos, movía un pie, flexionaba los brazos, hacía cualquier movimiento ¡y sentía la fuerza, el vigor de este cuerpo! Entonces empezaba de nuevo a maravillarme y no prestaba atención a la voz del hombre ni a los lugares que íbamos pasando.
"Por último, llegamos a un jardín botánico. El afable conductor estacionó y me invitó a conocerlo. A mí, ¿qué más me daba? Compré la entrada con el dinero que con tanta gentileza habías dejado en los bolsillos para el Ladrón de Cuerpos, entré y me encontré con uno de los lugares más hermosos del mundo.
"Aquello era un sueño, Lestat. Tengo que llevarte a ese lugar, tienes que verlo... tú, que tanto disfrutas de las islas. En realidad, ¡no podía pensar en otra cosa que en ti!
"Y debo explicarte algo. Desde la primera vez que nos vimos, jamás te miré a los ojos ni oí tu voz, jamás pensé siquiera en ti sin sentir pena. Es la pena que se relaciona con la mortalidad, con el hecho de tomar conciencia de la edad que uno tiene, de los propios límites, de todo lo que no volveremos a ser nunca más. ¿Me entiendes?
—Sí. Cuando recorrías el jardín botánico pensabas en mí. Y no sentiste la pena.
—Así es. No la sentí.
Esperé. David bebió con avidez otro sorbo de whisky; luego alejó el vaso.
Su cuerpo alto, fornido, reflejaba su elegancia de espíritu, se movía con gestos moderados, y una vez más pude oír el tono llano, mesurado, de su voz.
—Tenemos que ir ahí —dijo—, pararnos en esa colina sobre el mar.
¿Recuerdas el sonido de las ramas de los cocoteros en Grenada, esa especie de crujido que producían al mecerse en el viento? Jamás has oído una música como la que se oye en aquel jardín de Barbados. Y las flores... qué flores alocadas, impetuosas. ¡Es tu Jardín Salvaje, pero al mismo tiempo tan apacible, tan poco peligroso! ¡Vi la gigantesca palmera de los pordioseros, con sus ramas que se trenzan no bien salen del tronco! Y la "tenaza de langosta", una cosa blanda, monstruosa; y las azucenas... ah, tienes que verlas. También debe ser bellísimo a la luz de la luna, bello para tus ojos.
"Por mí, me habría quedado ahí para siempre. Pero un contingente de turistas me sacó de mi ensoñación. ¿Y sabes una cosa? Eran de nuestro barco. Pasajeros del Queen Elizabeth. —Soltó una risa alegre. Todo su cuerpo se estremeció con sus risitas. —Entonces me marché de inmediato.
"Salí, encontré a mi chofer y le pedí que me llevara a la costa oeste de la isla, pasando la zona de los hoteles suntuosos. Muchos ingleses de vacaciones. Lujo, soledad... canchas de golf. Pero después encontré un sitio... un hotel que da al mar y es exactamente lo que siempre anhelo cuando quiero alejarme de Londres, cruzar el mundo y llegar a algún
lugar cálido, encantador.
. "Le pedí que subiéramos por ese caminito para ir a mirar. Se trataba de una construcción - irregular revestida en yeso, de color rosado, con un precioso comedor techado de paja y abierto al frente, sobre la playa blanca. Mientras paseaba por allí reflexioné sobre todo lo ocurrido, o al menos lo intenté, y resolví quedarme por el momento en ese hotel.
"Le pagué al taxista, lo despedí y me alojé en una pequeña habitación que da al mar. Para llegar a ella tuve que atravesar jardines y entrar en una construcción cuyas puertas daban a un porche cubierto. Desde allí, un senderito bajaba directamente a la playa. No había nada entre mí y el Caribe azul más que cocoteros y algunas matas de hibiscos, cubiertas de hermosísimos pimpollos rojos.
"¡Lestat, empecé a preguntarme si no me habría muerto, si todo aquello no sería más que el espejismo que uno ve cuando está por caer el telón!
Le indiqué con un gesto que comprendía.
—Me tiré en la cama y, ¿sabes qué pasó? Me quedé dormido. Me acosté con este cuerpo y me dormí.
—No me extraña —repuse con una sonrisita.
—Bueno, a mí, sinceramente, sí. ¡Pero cómo te encantaría esa habitación!
Cuando me desperté a media tarde, lo primero que vi fue el mar.
"¡Luego vino el shock de comprobar que seguía dentro de este cuerpo!
Descubrí que en el fondo siempre pensaba que James me iba a encontrar y obligar a salir de él, que iba a terminar vagabundeando, invisible, incapaz de encontrar un físico donde alojarme. Estaba seguro de que iba a ser más o menos así. Hasta se me ocurrió que quedaría suelto, desprendido de mí mismo.
"Sin embargo, ahí estaba yo, y eran más de las tres según este horrible reloj tuyo. Llamé en el acto a Londres. Por supuesto, cuan do horas antes James les había hablado haciéndose pasar por mí, le creyeron, y sólo al escuchar atentamente el relató que ellos me hicieron pude atar cabos y saber lo que había pasado: que nuestros abogados se habían dirigido de inmediato a la sede central de la línea naviera Cunard y le allanaron el camino a James, y que él en esos momentos se hallaba viajando rumbo a los Estados Unidos. En realidad, los de la Casa Matriz pensaron que yo hablaba desde el hotel Park Central, de Miami Beach, para avisarles que había llega do bien y recibido los fondos por ellos girados.
—Tendríamos que haber previsto que él iba a pensar en eso.
— ¡Sí, claro, y qué suma! Además, se la enviaron en el acto porque David Talbot sigue siendo el Superior General. Bueno, yo escuché pacientemente y luego pedí hablar con mi secretario, un hombre de suma confianza, y le conté más o menos lo que estaba ocurriendo: que un hombre de mi mismo aspecto y capaz de imitar mi voz me estaba personificando. Ese monstruo era Raglán James, y si por casualidad volvía a llamar, no debían decirle que ya estaban al tanto de la verdad sino más bien fingir que hacían todo lo que él les indicaba.
"No creo que exista en el mundo entero otra organización don de se aceptara semejante historia, ni siquiera viniendo del Superior General.
Debo decir que, si bien me costó bastante convencerlos, fue mucho más sencillo de lo que podría suponerse. Había muchos detalles mínimos que sólo conocíamos mi secretario y yo, o sea que la identificación no fue problema. No le dije, desde luego, que estoy muy bien resguardado dentro del cuerpo de un hombre de veintiséis años.
"Lo que sí le dije fue que necesitaba de inmediato un pasaporte nuevo. No iba a hacer la prueba de salir de Barbados con el nombre de Sheridan Blackwood estampado sobre mi foto. Mi secretario debía comunicarse con nuestro viejo amigo Jake, de México, y éste me haría saber el nombre de alguien que pudiera realizarme el trabajito en Bridgetown esa misma tarde. También me hacía falta algo de dinero.
"Estaba a punto de cortar cuando mi asistente me contó que el impostor había dejado un mensaje para Lestat de Lioncour t: que debía reunirse cuanto antes con él en el Park Central de Miami. El impostor había dicho que Lestat de Lioncourt iba a llamar para preguntar por el mensaje, que se lo dieran sin falta.
Nuevamente se interrumpió, pero esta vez con un suspiro—Sé que yo tendría que haber viajado a Miami; que tendría que haberte advertido que el Ladrón de Cuerpos estaba ahí, pero me ocurrió cuando recibí esa información. Yo sabía que, si me ponía movimiento sin demora, podía llegar al Park Central y enfrentarme con él quizá antes que tú.
—Pero no quisiste hacerlo.
—No, no quise.
—Es perfectamente comprensible, David.
— ¿Te parece? —Me estudió con la mirada.
— ¿A un pequeño demonio como yo se lo preguntas?
Esbozó una pálida sonrisa, volvió a sacudir la cabeza y prosiguió.
—Pasé la noche en Barbados, y medio día de hoy. El pasaporte estuvo listo ayer, de modo que nada me impedía tomar el último vuelo a Miami.
Pero no lo hice. Me quedé en ese precioso hotel, cené ahí, paseé por Bridgetown. Y hoy al mediodía me marché.
—Ya te dije que te comprendo.
— ¿Sí? ¿Y si el ser vil te hubiera atacado de nuevo?
— ¡Imposible! Ambos lo sabemos. Si hubiera podido hacerlo por la fuerza, lo habría logrado también la primera vez. Deja de atormentar te, David. Yo tampoco vine anoche, y eso que pensé que podías necesitarme. Estuve con Gretchen. Bueno, deja de preocupar te por cosas sin importancia. Tú sabes qué es lo que importa: lo que le está pasando a tu antiguo cuerpo en este preciso momento. No has registrado la idea, amigo. ¡Le asesté un golpe de muerte! No, veo que no lo captas. Crees que sí, pero sigues aturdido. Mis palabras deben haber constituido un duro golpe.
Me partió el corazón ver la expresión de dolor de sus ojos, y las arrugas de preocupación en esa piel nueva, tersa. Pero una vez más, esa mezcla de alma antigua y físico joven me pareció tan seductora, que me quedé mirándolo, recordando tal vez la manera en que él me había mirado en Nueva Orleáns y lo impaciente que eso me había puesto a mí.
—Tengo que ir a ese hospital, Lestat. Tengo que ver qué pasó.
—Yo también voy. Puedes acompañarme. Pero en la habitación del hospital entraré nada más que yo. Bueno, ¿dónde está el teléfono? ¡Quiero llamar al Parle Central y averiguar adonde llevaron al señor Talbot! Y te repito: es muy probable que me estén buscando, porque el episodio se produjo en mi cuarto. A lo mejor me convendría llamar directamente al hospital.