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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (19 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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Takeo se tomó el comentario como un reproche, pues él mismo se enorgullecía del hecho de que sus hijas hubieran recibido la misma formación y entrenamiento que si hubieran sido varones: Shigeko, el adiestramiento propio de los guerreros; las gemelas, el desarrollo de los poderes extraordinarios de la Tribu. Apretó los labios con firmeza y volvió a inclinar la cabeza ante Matsuda. El anciano le hizo un gesto para que se acercara y le envolvió con sus frágiles brazos. No pronunció palabra, pero de pronto Takeo entendió que el abad se estaba despidiendo de él, que aquél sería el último encuentro de ambos. Se echó hacia atrás ligeramente para mirar al monje a los ojos. "Es la única persona a la que puedo mirar cara a cara —reflexionó—. La única que no sucumbe al sueño de los Kikuta".

Como si le leyera el pensamiento, Matsuda comentó:

—Dejo a mis espaldas no a uno, sino a dos sucesores dignos; más que dignos. No malgastes el tiempo llorando por mí. Ya sabes todo lo que tienes que saber. Procura no olvidarlo.

Su tono de voz denotaba la misma mezcla de afecto y exasperación que el abad solía utilizar cuando aleccionaba a Takeo en el uso de la espada. De nuevo, éste se vio obligado a contener las lágrimas.

Mientras Takeo se dirigía a la residencia de invitados acompañado por Makoto, el monje le dijo con voz pausada:

—¿Recuerdas cuando fuiste solo a Oshima, al refugio de los piratas? Miyako no puede ser más peligroso.

—En aquel tiempo yo era joven e intrépido. No creía que nadie pudiera matarme. Ahora estoy viejo y lisiado y me atemorizo con mucha más facilidad; no por mí mismo, sino por mis hijas y mi mujer, por mi tierra y por mi pueblo. Me asusta morir y dejarles indefensos.

—Por eso lo mejor es demorar tu respuesta; envía mensajes aduladores, regalos y promesas. Siempre has sido impetuoso: todo cuanto haces, lo llevas a cabo con precipitación.

—Porque sé que mi vida es corta. Me queda poco tiempo para conseguir lo que me he propuesto.

* * *

Se quedó dormido pensando en esa sensación de urgencia que le había empujado durante la mayor parte de su vida. Soñó que estaba en Yamagata, con la noche que había escalado los muros del castillo para poner fin al sufrimiento de los miembros de los Ocultos sometidos a tortura. En sus visiones se desplazaba con la infinita paciencia de la Tribu a lo largo de una noche que parecía interminable. Kenji le había enseñado a aminorar o a acelerar el paso del tiempo a voluntad. Vio en su sueño cómo el mundo se había alterado con respecto a su percepción y se despertó con el sentimiento de que algún misterio acababa de eludirle; pero también con una especie de euforia y, milagrosamente, libre de dolores.

Apenas era de día. No se escuchaba el sonido de la lluvia, tan sólo los primeros cantos de los pájaros y el goteo de los aleros. Sunaomi estaba sentado en su propio colchón, con la mirada clavada en Takeo.

—Tío, ¿estás despierto? ¿Podemos ir a ver al
houou?

Los lacayos de Arai habían montado guardia a las puertas de los aposentos durante toda la noche, a pesar de que Takeo les había asegurado que Sunaomi no corría peligro. Ahora se pusieron en pie de un salto, ayudaron a su joven amo a calzarse las sandalias y le siguieron mientras Takeo guiaba al niño hasta el portón principal. Lo habían desatrancado al amanecer y ahora ya estaba desierto: los centinelas se habían ausentado para desayunar. Tras franquearlo giraron a la derecha y tomaron el estrecho sendero que discurría a lo largo de las murallas del templo y luego ascendía por la ladera de la montaña.

El terreno, rugoso y plagado de piedras, con frecuencia se volvía resbaladizo a causa de la lluvia. Pasado un rato uno de los hombres recogió a Sunaomi y lo acarreó en brazos. El cielo se mostraba limpio, de color azul pálido, y el sol acababa de despuntar por las montañas del este. El sendero se allanó y les condujo a través de un bosque de hayas y de robles perennes. Una alfombra de flores silvestres cubría el suelo y las currucas entonaban su canto matinal, haciendo eco y respondiéndose unas a otras. Más tarde apretaría calor; pero ahora el apacible ambiente, fresco a causa de la lluvia, resultaba perfecto. Takeo escuchó el murmullo de hojas y el batir de alas que indicaban la presencia del
houou
en el bosque que tenían frente a sí. Allí, entre los árboles de anchas hojas, se erguía una paulonia, especie arbórea que los pájaros sagrados honraban al anidar y posarse en ella, aunque se decía que se alimentaban de hojas de bambú.

Ahora que el camino resultaba más fácil de recorrer Sunaomi exigió bajar al suelo, y para sorpresa de Takeo ordenó a los dos lacayos que aguardaran allí mientras él avanzaba junto al señor Otori.

Cuando se hallaron fuera del alcance del oído de los hombres, le dijo confidencialmente a su tío:

—No hace falta que Tanaka y Suzuki vean los
houous.
Se les podría ocurrir cazarlos o robar sus huevos. He oído que los huevos del pájaro sagrado son muy valiosos.

—Puede que sea una buena decisión —aprobó Takeo.

—Ellos no son como el señor Gemba o el señor Makoto —prosiguió el niño—. No sé cómo explicarlo... Mis lacayos ven, pero no entienden.

—Te expresas perfectamente —replicó Takeo con una sonrisa.

Un curioso silbido llegó desde el dosel de ramas que se hallaba sobre sus cabezas; luego se escuchó en respuesta un canto más áspero.

—Ahí están —susurró Takeo, embargado por el asombro y el sobrecogimiento que la presencia de los pájaros sagrados le provocaba, invariablemente. El canto del
houou
era como la propia apariencia del ave: bello y extraño, elegante y torpe a la vez. Aquellos asombrosos seres resultaban fascinantes y un tanto cómicos, al mismo tiempo. Jamás se acostumbraría a ellos.

Sunaomi miraba hacia arriba, con semblante extasiado. Entonces, una de las avecillas salió volando de entre las hojas y, batiendo las alas con fuerza, aterrizó en el árbol contiguo.

—Es el macho —explicó Takeo—. Y ahí llega la hembra.

Sunaomi, entusiasmado, estalló en risas cuando el segundo pájaro bajó en picado atravesando el claro; su cola era larga y sedosa y sus ojos, dorados. El plumaje mostraba gran variedad de colores, y al aterrizar sobre la rama una de las plumas se le desprendió.

Los pájaros no estuvieron posados más que un instante. Giraron la cabeza para mirarse, piaron otra vez (cada uno con su canto diferente), miraron breve pero intensamente a Takeo y luego salieron volando y se perdieron en el bosque.

—¡Ah! —Sunaomi ahogó un grito y salió corriendo tras ellos mirando al cielo, de modo que dio un traspié y cayó boca abajo, sobre la hierba. Al levantarse, llevaba la pluma en la mano.

—¡Mira, tío!

Takeo se aproximó al niño y cogió la pluma. Mucho tiempo atrás Matsuda le había enseñado otra pluma de
houou,
de color blanco y ribeteada de púrpura. Procedía de un pájaro que Shigeru había visto de niño, y desde entonces se había conservado en el templo. La pluma de Sunaomi, también de blancura inmaculada, tenía los bordes de color ocre.

—Quédatela —le dijo a su sobrino—. Te recordará este día y la bendición que has recibido. No olvides que en los Tres Países buscamos la paz sin descanso para que el
houou
nunca nos abandone.

—Entregaré la pluma al templo —resolvió Sunaomi—, como garantía de que algún día volveré y me instruiré con el señor Gemba.

"Desde luego, las tendencias de este niño son excelentes —pensó Takeo—. Lo educaré como si fuera mi propio hijo".

13

Una vez que el señor Otori hubo emprendido viaje con Sunaomi, Taku se sentó en la veranda y contempló el jardín empapado mientras reflexionaba sobre lo que Takeo le había contado. La información le provocaba más desasosiego del que había dado a entender, pues amenazaba con enfrentarle abiertamente con su hermano mayor, algo que Taku de manera invariable intentaba evitar. "¡Qué necio es Zenko! Siempre lo ha sido. Es igual que nuestro padre", pensó. A los diez años de edad, minutos antes de que el terremoto hubiera destrozado la ciudad, Taku había sido testigo de cómo su padre traicionaba a Takeo. Zenko culpaba a éste de la muerte de Arai, pero su hermano menor había interpretado la escena de una manera radicalmente distinta. Para entonces Taku sabía que su padre, en un arranque de ira, había ordenado la muerte de la madre de los niños, y jamás olvidaría ni perdonaría la presteza con la que Arai puso en peligro la vida de sus propios hijos. En aquel momento, había dado por supuesto que Takeo mataría a su hermano mayor —desde entonces, a menudo soñaba que, de hecho, así había sido— y jamás entendió el resentimiento de Zenko por el hecho de que Takeo le hubiera perdonado la vida.

De niño, Taku había sentido auténtica devoción por Takeo y ahora, en plena madurez, le respetaba y admiraba. Además la familia Muto había jurado fidelidad a los Otori; él nunca rompería tal juramento. Aparte de las obligaciones que el sentido del honor y la lealtad le imponían, para romper su promesa tendría que ser tan necio como Zenko, pues la posición que Taku había alcanzado en los Tres Países era todo cuanto podía desear; le otorgaba poder y estatus, y así mismo le permitía aprovechar al máximo sus dotes extraordinarias.

Takeo también le había enseñado muchas cosas que, de joven, había aprendido de la Tribu. Taku sonrió para sí, recordando las numerosas ocasiones que él mismo había sucumbido al sueño de los Kikuta hasta que aprendió a eludirlo, e incluso a utilizarlo. Reflexionó que existía un fuerte vínculo entre ambos; se asemejaban en muchos aspectos, y los dos conocían los conflictos que la mezcla de sangre traía consigo.

Aun así, Zenko era su hermano mayor y a Taku, desde la cuna, le habían enseñado a respetar la jerarquía de la Tribu. Si fuera necesario, estaría dispuesto a matar a Zenko, como le había dicho a Takeo; pero de ninguna manera le insultaría haciendo caso omiso del derecho de su hermano a dar su opinión sobre quién de los Muto debía asumir el mando de la familia. Taku decidió que él mismo optaría por su madre, Shizuka, sobrina de Kenji. Sería un término medio aceptable.

El marido de Shizuka, el doctor Ishida, se disponía a llevar a Hagi al hijo menor de Zenko, por lo que podría trasladar cartas o mensajes verbales a su propia esposa. En opinión de Taku, el médico era digno de confianza. Su principal flaqueza consistía en una cierta inocencia, como si le costara comprender el verdadero alcance que la maldad podía llegar a tener en el ser humano. Tal vez se hubiera propuesto ignorar la malevolencia del señor Fujiwara, a quien había servido durante muchos años; y cuando la auténtica naturaleza del noble quedó en evidencia, la conmoción fue aún mayor. Con la excepción del coraje necesario para emprender las exploraciones que llevaba a cabo, no era valiente, físicamente hablando; le horrorizaba luchar.

Taku decidió que permanecería cerca de Zenko y Kono, incluso viajaría con el hijo de Fujiwara al Oeste, donde concertaría un encuentro con Sugita Hiroshi, su mejor amigo. Era importante que el señor Kono se llevase de regreso a la capital una imagen auténtica de los Tres Países y le hiciera ver al Emperador y al general de éste que en Maruyama e Inuyama la población apoyaba al señor Otori, mientras que Zenko estaba solo.

Razonablemente satisfecho con tales resoluciones, se dirigió a los establos para ver si
Ryume,
su viejo caballo, se había recuperado del viaje. Le satisfizo lo que encontró: a pesar de los defectos que el hermano de Taku pudiera tener, su conocimiento sobre el cuidado de la caballería era inigualable. Los mozos habían acicalado a
Ryume.
Las crines y la cola del corcel estaban desenredadas y libres de barro; el animal parecía seco, alimentado y contento. A pesar de su avanzada edad, aún era una espléndida montura y los encargados de las cuadras lo admiraban abiertamente, incluso trataban al propio Taku con mayor deferencia por su causa.

Se encontraba Taku acariciando al equino y ofreciéndole zanahorias, cuando su hermano entró en el recinto de los establos. Se saludaron con calidez, pues todavía quedaba entre ellos un residuo de afecto, un vínculo de la infancia que hasta el momento había evitado un enfrentamiento abierto.

—Aún tienes al hijo de
Raku —
comentó Zenko, alargando la mano y frotando la frente del animal.

A Taku le vino a la memoria la envidia de su hermano cuando habían regresado a Hagi en primavera con los dos preciosos potros, uno de Hiroshi y el otro de él mismo, prueba evidente del afecto que Takeo profesaba a ambos jóvenes. Aquella circunstancia sirvió para confirmar la frialdad del señor Otori con respecto a Zenko.

—Quédatelo —decidió de repente—. A pesar de su edad, aún puede engendrar potrillos.

Con la excepción de su hijos, Taku no podría haber ofrecido a su hermano nada que apreciara en mayor medida. Albergó la esperanza de que su gesto pudiera suavizar los sentimientos de Zenko hacia él.

—Gracias, pero no puedo aceptarlo —respondió—. Es un regalo del señor Otori; en todo caso, me parece demasiado viejo para procrear. Como le ocurre al señor Otori —añadió mientras se encaminaban a la residencia—, que tiene que conseguir hijos varones de hombres más jóvenes que él.

Taku se dio cuenta de que Zenko sólo pretendía hacer una broma, pero su comentario también denotaba un matiz de amargura. "Mi hermano consigue que todo lo que dice parezca un insulto", reflexionó.

—Es un gran honor para ti y tu mujer —repuso Taku con voz templada; pero observó que el semblante de Zenko se había ensombrecido.

—¿De verdad es un honor, o ahora mis hijos se han convertido en rehenes suyos? —preguntó irritado.

—Sin ninguna duda, eso depende de ti —replicó Taku.

Zenko respondió con evasivas e inmediatamente cambió de tema.

—Supongo que irás a la aldea de los Muto para los funerales —comentó Zenko una vez que hubieron tomado asiento en el interior de la residencia.

—Tengo entendido que el señor Takeo desea celebrar una ceremonia en Hagi. Nuestra madre está allí. Además, como no hay cadáver que enterrar...

—¿No hay cadáver? Entonces, ¿dónde murió Kenji? ¿Y cómo sabemos que ha muerto? No sería la primera vez que desapareciera a voluntad —observó el hermano mayor.

—Sé con seguridad que ha muerto. —Taku lanzó una mirada a su hermano y continuó:— Puede que haya fallecido por su enfermedad; pero la misión que estaba llevando a cabo era extremadamente peligrosa y había anunciado que si conseguía tener éxito, regresaría de inmediato a Inuyama. Te cuento esto en confianza. La versión oficial será que sucumbió de muerte natural.

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