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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (43 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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—Deberíamos trasladar el resto de la flota de Hagi a Hofu —opinó Fumio—. De esa manera controlaríamos el mar por el oeste y podríamos atacar en Kumamoto, si es que fuera necesario.

—Es verdad, nuestro mayor peligro es que Zenko aproveche mi ausencia y opte por la sublevación. Pero su mujer va a venir a Hagi y sus hijos ya están aquí. En mi opinión, no será tan temerario como para arriesgar sus vidas. Kaede está de acuerdo conmigo y ejercerá toda su influencia sobre Hana. Tú y tu padre iréis con la flota a Hofu; tenéis que prepararos para un ataque por mar. Taku está instalado allí, y os mantendrá informados de todo cuanto ocurra. Puedes llevarte a los extranjeros.

—¿Regresan a Hofu?

—Van a establecer un negocio. Ayúdales, y de paso vigila sus movimientos. Mai, la muchacha de los Muto, les acompañará.

A continuación, Takeo pasó a explicar a su viejo amigo sus preocupaciones con respecto al número de extranjeros que podía haber en Kumamoto; le habló del espejo y de que sospechaba que otros objetos podrían estar entrando al país a través de esa ciudad.

—Averiguaré lo que pueda —prometió Fumio—. He llegado a conocer bien a don Joao este invierno, y empiezo a entender su idioma. Por suerte no es un hombre discreto, sobre todo después de varias frascas de vino. Hablando de vino —añadió—, compartamos unos tragos. Mi padre quiere verte.

* * *

Durante varias horas Takeo dejó a un lado sus inquietudes y disfrutó del vino y de la comida preparada por Eriko —pescado fresco y verduras de primavera—, de la compañía de su amigo y de la del viejo pirata Fumifusa, así como del hermoso jardín.

Contento y tranquilo, regresó a la casa junto al río y tuvo la satisfacción de escuchar la voz de Shizuka en cuanto atravesó la cancela.

—¿No has traído a Miki? —preguntó Takeo al reunirse con ella en la sala de la primera planta.

Haruka les sirvió el té y luego se marchó.

—No sabía muy bien qué hacer —respondió Shizuka—. Miki estaba deseando volver a ver a sus padres. Os echa de menos, y a su hermana también. Pero está en esa edad en la que se aprende con rapidez. Me pareció que no debíamos desaprovechar el momento. Además, tú vas a pasar fuera todo el verano y Kaede estará ocupada con el recién nacido... En todo caso, le conviene aprender a obedecer.

—Confiaba en poder verla antes de irme —se lamentó Takeo—. ¿Se encuentra bien?

Shizuka esbozó una sonrisa.

—Está espléndida. Me recuerda a Yuki a esa edad. Rezuma confianza y seguridad. De hecho, en ausencia de Maya ha florecido; le ha venido bien abandonar la sombra de su hermana.

La mención del nombre de Yuki trasladó a Takeo a una especie de ensoñación. Al percatarse de ello, Shizuka continuó:

—Tuve noticias de Taku a finales del invierno. Por lo visto Akio ha estado en Kumamoto con su hijo.

—Es cierto. No quiero hablar del asunto abiertamente con mi familia, pero su presencia en la ciudad fortificada de Zenko tiene muchas implicaciones que tú y yo debemos comentar. ¿Cuentas con el apoyo de los decanos de los Muto?

—Me han contado que algunos desaprueban mi nombramiento. No en el País Medio, sino en el Este y en el Oeste. Me sorprende que Taku no haya regresado a Inuyama, donde podría ejercer cierto control sobre los miembros de la Tribu que viven en el Este. Yo misma debería ir, pero no quiero dejar a Kaede en estos momentos, sobre todo porque vas a marcharte tan pronto.

—Taku se ha obsesionado con la chica que enviamos para cuidar de Maya —indicó Takeo, notando de nuevo un destello de cólera.

—He oído rumores. Me temo que mis dos hijos han supuesto una decepción para ti, después de todo lo que has hecho por ellos.

Shizuka se expresaba con voz comedida, pero Takeo se daba cuenta de que se sentía desconsolada.

—Confío en Taku plenamente —dijo Takeo—, pero semejantes distracciones acabarán por hacerle descuidado. La cuestión de Zenko es diferente, aunque por ahora lo tenemos bajo control. Sin embargo parece decidido a reclamar el mando de la familia Muto, y eso va a enfrentarle directamente contigo y con Taku y, desde luego, conmigo. —Tras hacer una pausa, añadió:— He intentado aplacarle. Le he amenazado y le he dado órdenes, pero está resuelto a provocarme.

—Cada día se parece más a su padre —observó Shizuka—. No puedo olvidar que Arai decretó mi muerte y que no le habría importado contemplar cómo matabas a sus hijos llevado por su ansia de poder. Mi recomendación, como cabeza de los Muto y como amiga de los Otori, es que te libres de Zenko de inmediato, antes de que reúna más apoyos. Yo misma me encargaré. Sólo tienes que pedírmelo.

Sus ojos brillaban, pero no derramó una lágrima.

—El día que nos conocimos, Kenji me dijo que debía aprender de ti a ser despiadado —respondió Takeo, asombrado de que Shizuka le aconsejase tan fríamente el asesinato de su propio hijo mayor.

—Pero ni Kenji ni yo conseguimos enseñarte. Zenko es consciente de ello y por eso no se acobarda ante ti, ni te guarda respeto.

Aunque el comentario se le clavó como un aguijón, Takeo respondió con voz calmada:

—He comprometido a este país y a mí mismo hacia un camino de justicia y paz basadas en la negociación. No permitiré que la amenaza de Zenko nos desvíe de la ruta.

—Entonces arréstale y júzgale por conspirar en tu contra. Haz que sea un procedimiento legal, pero actúa cuanto antes. —Shizuka le observó unos instantes y al ver que no contestaba, prosiguió:— No vas a seguir mi consejo, Takeo; no hace falta que me lo digas. Por supuesto te agradezco que perdones la vida de mi hijo, pero me temo que el precio que todos nosotros tendremos que pagar será insoportable.

Las palabras de Shizuka hicieron que el gélido toque de la premonición le recorriera la espalda. El sol ya se había puesto y el jardín se había transformado bajo la luz azul del atardecer. Las luciérnagas revoloteaban sobre el torrente y Takeo vio llegar a Sunaomi y a Chikara, quienes chapoteaban en el agua que fluía a través del orificio del muro; debían de haber estado jugando a la orilla del río y ahora el hambre les habría hecho volver a casa. ¿Cómo podría quitar la vida al padre de esos niños? Sólo conseguiría que se volvieran contra él y que el feudo familiar se prolongara.

—He propuesto que Sunaomi se comprometa con Miki en matrimonio —comentó.

—Buena estrategia. —A continuación, Shizuka hizo un visible esfuerzo por hablar con ligereza—. Aunque, la verdad, no creo que ninguno de los dos te lo agradezca. No se lo digas a nadie, pero Sunaomi odiaría la idea. Le disgustó muchísimo el episodio del verano pasado. Supongo que cuando sea mayor se dará cuenta del honor que el compromiso matrimonial supone.

—Es demasiado pronto para un anuncio oficial; tal vez lo haremos cuando yo regrese a finales de verano.

Por la expresión de Shizuka, pensó que ella volvería a insistir en que para entonces Takeo podría haber perdido su autoridad sobre el país; pero en ese momento se escuchó un grito desde el extremo más alejado de la casa, donde se encontraban los aposentos de las mujeres. Takeo escuchó los pasos de Haruka, que corría a lo largo de la veranda haciendo cantar al suelo de ruiseñor.

En el jardín, los niños se detuvieron y la siguieron con la mirada.

—¡Shizuka, doctor Ishida! —gritaba Haruka—. ¡Venid, deprisa! Han empezado los dolores de la señora Otori.

* * *

El recién nacido, como Kaede había sabido en todo momento, era varón. La noticia se celebró al instante por toda la ciudad de Hagi, si bien con cierto comedimiento pues la lactancia era una época delicada y el primer vínculo con la vida resultaba tenue y frágil. Con todo, el alumbramiento había sido rápido y el niño gozaba de fortaleza y salud. Parecía haber razones para confiar en que el señor Otori tuviera un hijo varón como heredero. La maldición que, según las habladurías, había traído consigo el nacimiento de las gemelas, quedó olvidada.

A lo largo de las siguientes semanas la noticia fue recibida con igual alegría por todo el territorio de los Tres Países, al menos en las ciudades de Maruyama, Inuyama y Hofu. Posiblemente el entusiasmo fuera menor en Kumamoto, pero Zenko y Hana profesaron las felicitaciones de rigor y enviaron espléndidos regalos: túnicas de seda para el recién nacido, así como un pequeño sable que había pertenecido a la familia Arai y un poni. Hana inició los preparativos para su próximo viaje a Hagi, deseosa de ver a sus hijos y acompañar a su hermana mientras Takeo se encontraba de viaje.

Cuando terminó el periodo de confinamiento de la señora Otori y la casa hubo sido purificada de acuerdo con la tradición, Kaede llevó al niño ante Takeo y se lo colocó en los brazos.

—Es lo que he deseado toda mi vida —suspiró—. Darte un hijo varón.

—Ya me has dado más de lo que me merezco —respondió él, emocionado.

No estaba preparado para la oleada de ternura que ahora le invadía hacia aquella criatura diminuta, de cara sonrosada y cabello negro, ni tampoco para aquel sentimiento de orgullo. Amaba a sus hijas y nunca había creído desear nada más, pero al sujetar a su hijo le embargó una necesidad hasta entonces desconocida para él. Los ojos le ardían y, sin embargo, no podía dejar de sonreír.

—¡Estás feliz! —exclamó Kaede—. Me daba miedo... Tantas veces me has repetido que no deseabas hijos varones, que estabas satisfecho con nuestras hijas, que casi me convenciste.

—Sí, estoy tan feliz que no me importaría morirme en este momento —repuso Takeo.

—A mí me ocurre lo mismo —murmuró ella—. Pero no hablemos de muerte. Vamos a vivir y a ver cómo crece nuestro hijo.

—Ojalá no tuviera que dejarte.

De pronto le asaltó la idea de abandonar el viaje a Miyako. Que el Cazador de Perros atacara si quería: los ejércitos de los Tres Países le repelerían con facilidad, y también se encargarían de Zenko. Takeo estaba atónito ante la fortaleza de aquel sentimiento; lucharía hasta la muerte para proteger el País Medio, de manera que este niño Otori pudiera heredarlo. Examinó la idea cuidadosamente y luego la descartó. En primer lugar intentaría la vía de la paz, como había decidido. Si ahora pospusiera el viaje, daría la impresión de arrogancia y cobardía.

—Me encantaría que te quedaras, pero debes partir —recogió al niño de los brazos de Takeo y miró a su hijo a la cara; su propio semblante estaba impregnado de amor por la criatura—. Con este hombrecito a mi lado, no me encontraré sola.

33

Takeo tuvo que emprender viaje casi inmediatamente para poder realizar la mayor parte del trayecto antes de que empezaran las lluvias de la ciruela. Shigeko e Hiroshi llegaron desde Maruyama y Miyoshi Gemba, de Terayama. Miyoshi Kahei ya había partido hacia el Este al comienzo del deshielo con el ejército principal de los Otori: quince mil hombres de Hagi y Yamagata. Otros diez mil se congregarían en Inuyama al mando de Sonoda Mitsuru. Desde el verano anterior se habían acopiado suministros de arroz, cebada, pescado en salazón y pasta de soja, y se habían enviado a las fronteras con el Este para alimentar a las ingentes tropas. Por fortuna la cosecha había sido abundante; ni el ejército ni los que se quedaban atrás pasarían hambre.

De todos los preparativos para el viaje, el más complicado era el traslado del
kirin
hembra, que había crecido aún más. Su pelaje se había oscurecido y ahora mostraba el color de la miel; pero la calma y tranquilidad del animal permanecían inalterables. El doctor Ishida consideraba que no debería caminar todo el trayecto, pues la cordillera de la Nube Alta le supondría un esfuerzo excesivo. Al final se tomó la decisión de que Shigeko e Hiroshi la transportaran por barco hasta Akashi.

—Podríamos ir todos por mar, Padre —sugirió Shigeko.

—Nunca he estado más allá de las fronteras de los Tres Países —repuso Takeo—. Quiero conocer el terreno y los caminos que atraviesan la cordillera. Si llegaran los tifones en el octavo o noveno mes, entonces tendríamos que regresar por esa ruta. Fumio va a viajar a Hofu. Os llevará a vosotros y al
kirin,
y también a los extranjeros.

Las flores de cerezo se habían desprendido de las ramas y nuevas hojas verdes sustituían a los pétalos, cuando Takeo y su comitiva partieron a caballo desde Hagi hacia Matsue, a través de los puertos de montaña y a lo largo de la carretera de la costa. Había realizado este trayecto en muchas ocasiones desde el día en que, siendo un muchacho mudo, había viajado en la dirección contraria con el señor Shigeru a lomos del caballo de uno de sus lacayos; pero aquel itinerario nunca dejaba de traerle a la memoria recuerdos del hombre que en aquel entonces le había salvado la vida y le había adoptado. "Suelo decir que no creo en nada, pero rezo a menudo por el espíritu de Shigeru. Y ahora más que nunca, ya que necesito su sabiduría y su coraje", pensó.

La nueva cosecha de arroz empezaba a emerger de la superficie de los campos inundados, que brillaban intensamente bajo los rayos del sol. Había un pequeño santuario en la orilla, justo donde se cruzaban dos caminos. Takeo observó que estaba dedicado a Jo-An, quien en algunos distritos había llegado a asociarse con las deidades locales y era venerado por los viajeros. Meditó con asombro y admiración sobre lo extrañas que resultaban las creencias de la gente, recordando la conversación que había mantenido con Madaren semanas atrás. Le vino a la memoria la convicción que había empujado a su hermana a dirigirse a él, la misma que había sustentado a Jo-An en sus esfuerzos por ayudar a Takeo; ahora el antiguo paria se había convertido en un santo para aquellos que en vida le habrían despreciado, a quienes él consideraba no creyentes.

Volvió la vista a Miyoshi Gemba, que cabalgaba a su costado; era un compañero de viaje tranquilo y risueño, el mejor que se pudiera desear. Había dedicado su existencia a la Senda del
houou;
se trataba de una vida difícil, basada en el dominio de uno mismo, y sin embargo no dejaba marcas físicas de sufrimiento. Gemba tenía el cutis suave y los huesos bien cubiertos. Mientras cabalgaba, a menudo parecía sumirse en una profunda meditación y de vez en cuando lanzaba una especie de zumbido, como un trueno distante o el rugido de un oso. Casi sin darse cuenta, Takeo se puso a hablar de Sunaomi, a quien Gemba había conocido en Terayama, y explicó sus planes de comprometer al niño en matrimonio con su hija.

—Será mi yerno. Imagino que su padre se alegrará.

—A menos que el propio Sunaomi te quiera como un hijo devoto, un matrimonio no conseguirá nada —sentenció Gemba.

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