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Authors: D.E. Stevenson

Tags: #Relato

El libro de la señorita Buncle (32 page)

BOOK: El libro de la señorita Buncle
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—¿De verdad? —preguntó Barbara. Se animó al instante—. ¿La leerá, a ver qué le parece? ¿No será mucha molestia para usted, señor Abbott?

—Será un placer —replicó él con galantería.

Después de comer llevó a su invitada a ver una película que, por lo visto, era «la producción más formidable y sorprendente de la época». Se le hizo formidablemente aburrida y se alegró al ver que la señorita Buncle opinaba lo mismo. No es que se alegrara porque le gustara aburrir a sus invitados con producciones formidables, sino porque eso corroboraba más certeramente que cualquier otra cosa que la señorita Buncle era la mujer ideal. Si
Su maravillosa amiga
le parecía un tostón, no había más que hablar. Muchas espectadoras y un buen número de espectadores seguían las espeluznantes aventuras de
Su maravillosa amiga
con enorme interés, y eso sí que era sorprendente de verdad.

Era sorprendente que alguien pudiera pensar en rodar cosas así y, huelga decirlo, lo formidable era el presupuesto de producción, no hacía falta leerlo en el programa, pero la trama era tan pueril que ni un niño normal de diez años se la tragaría. Era una mera excusa para exhibir decorados y escenas románticas. El protagonista hacía trampas en las cartas, o eso afirmaban sus antagonistas; todo el mundo lo creía, menos
Su maravillosa amiga.
Ella creía en él, cómo no, pero él decía que no podía casarse con ella hasta que su honor quedara libre de sospechas. Para conseguirlo tenía que ir a la corte del Gran Mogol. Nadie sabía por qué tenía que ir allí, pero la mayor parte del público, embriagada con los increíbles decorados, había perdido por completo el sentido crítico.

Su maravillosa amiga
lo seguía a una distancia prudencial, velando por su seguridad, y les sucedían aventuras fabulosas en la selva, pero las sorteaban con una facilidad y una sangre fría que dejaban en evidencia el aplomo de Elizabeth Wade.
Su maravillosa amiga
llegaba a la corte del Gran Mogol justo a tiempo de salvar a su amado de las maquinaciones de un amigo de cuya sinceridad y lealtad jamás había dudado, aunque ella, gracias a su instinto femenino, sabía desde el principio que era MALO. Cualquiera con dos ojos en la cara se habría dado cuenta desde el principio de que ese hombre era MALO. ¿Cómo no, si era bizco y tenía un agujero negro en los dientes de delante? A pesar de los aplastantes indicios, el amado siempre confiaba en él y no lo pagaba caro por muy poco.

Su maravillosa amiga
llegaba a la corte del Gran Mogol acompañada de terremotos, truenos y relámpagos de tormenta tropical; el palacio del Gran Mogol se derrumbaba columna a columna y aplastaba a todo bicho viviente, menos a los dos enamorados, por descontado, que parecían completamente ajenos al destino del Gran Mogol y de sus esbirros y no daban la menor señal de acudir en auxilio del traidor bizco, que agonizaba con una pierna atrapada bajo los escombros. Allí lo dejaban, recibiendo su justo merecido, y huían juntos por pantanos infestados de cocodrilos y selvas infestadas de tigres; no podían olvidarse las desgarradoras escenas amorosas que se producían de vez en cuando: en una de ellas los perseguía un elefante loco.

A esas alturas de la película, la heroína había perdido inevitablemente la sangre fría, aunque no se le había movido un pelo de la permanente, y derramaba gruesas y aceitosas lágrimas al declarar que, si el héroe no se casaba con ella, se tiraría por un precipicio (que, por cierto, apareció de pronto muy oportunamente en plena selva) y así acabaría con su triste e inútil existencia.

—¿Habrá de verdad gente capaz de hacer esas cosas? —susurró Barbara al señor Abbott.

—¡Dios nos libre! —contestó el caballero con fervor—. ¿Nos vamos? —Barbara asintió sin darse cuenta de que, en la oscuridad de una sala de cine, no se ve si alguien asiente—. ¿Nos vamos? —repitió el señor Abbott un par de minutos después.

En esos dos minutos,
Su maravillosa amiga
casi se había tirado por el precipicio, aunque no llegó a tanto, por supuesto. El héroe conseguía rescatarla a tiempo y se fundían los dos en un abrazo desesperado… La mujer que ocupaba la butaca de delante del señor Abbott sollozaba a lágrima viva con un pañuelo en la cara…

—Sí, vámonos —susurró Barbara.

Se fueron lo más rápida y silenciosamente posible, tropezando con paraguas y pisando los pies a mucha gente. El público se enfadó mucho porque le tapaban la pantalla en el momento crítico o, en cualquier caso, en uno de los momentos críticos de la acción.

—¡Uf! —dijo el señor Abbott cuando salieron a la brillante luz del día—. ¡Uf, qué mal rato! Estoy acabado. ¿Le apetece un té?

Barbara dijo que sí; encontraron un pequeño salón de té, se adueñaron de una mesita y pidieron.

—En la vida se me podría ocurrir una cosa así —dijo Barbara mientras se quitaba los guantes y los dejaba en una silla vacía. Se refería a las increíbles aventuras que acababan de ver, lógicamente.

—¡Gracias a Dios! —exclamó el señor Abbott con el mayor respeto.

—Es que no tengo imaginación —continuó Barbara, apesadumbrada—. Solo puedo escribir sobre cosas reales… cosas que suceden de verdad. ¿Cómo se les pueden ocurrir esas cosas? Deben de tener una forma de pensar muy distinta a la de las personas normales.

—Sí —dijo el señor Abbott por decir algo, pues estaba admirando rendidamente la forma de devorar bollitos de la señorita Buncle. ¡Qué proeza! ¡Qué estómago infalible! Él todavía tenía la comida a la altura del segundo botón del chaleco, aunque no había comido más que ella, de eso estaba seguro—. Pues no sé cómo se les podrán ocurrir —prosiguió, pasado el momento de mayor embeleso—. Más valdría que no se les ocurrieran, ¿verdad? Puede que las sueñen después de ir al zoológico y merendar algo indigesto a base de queso fundido.

Barbara se rió y luego suspiró.

—Me gustaría saber escribir cosas así. Parece que la gente disfruta con ellas… Porque supongo que, si lloran, significa que se divierten, ¿no?… Si pudiera, nadie se reconocería en lo que escribo ni se enfadaría. Cuando termine
Más poderosa es la pluma…
no sé de qué voy a escribir.

—¿Copperfield está agotado? —preguntó el señor Abbott, comprensivo.

—Prácticamente, me temo.

—No se preocupe, algo aparecerá. Tómese unas vacaciones cuando termine
Más poderosa es la pluma…
Se las merece de verdad, ¿no cree?

Capítulo 24
Más poderosa es la pluma…

A
l día siguiente, cuando el señor Abbott llegó a casa después del trabajo, le esperaba
Más poderosa es la pluma…
Rasgó el envoltorio con entusiasmo, estaba muy emocionado. La señorita Buncle era un enigma para él, tanto la mujer como la escritora. A veces tenía la impresión de que la entendía muy bien, y otras, en cambio, nada de nada. No sabía cómo sería el libro nuevo, tanto podía ser el bodrio más espantoso como resultar otro éxito de ventas. Se temía que
El perturbador de la paz
hubiera sido una casualidad única y que la señorita Buncle nunca volviera a escribir nada digno de leerse, aunque también podía equivocarse, por supuesto. Se sentó a leer cómodamente.

Más poderosa es la pluma…
también era «todo sobre Copperfield», como decía ella. Reconoció a varios personajes de
El perturbador de la paz,
aunque también había algunos nuevos, como el señor Shakeshaft, que era el vicario, la señorita Claire Farmer, nieta de la anciana señora Farmer, la señora que llevaba peluca y ponía pectina en su famosa mermelada de ciruelas, y la señora Rider, que era la mujer del médico.

El señor Shakeshaft era un vicario joven, entregado y serio que caía en las redes de la señora Myrtle Coates, la cual suponía que el joven poseía una gran fortuna. La señora Myrtle Coates era un personaje de
El perturbador de la paz
del que el señor Abbott se acordaba muy bien; hoy diríamos que era una auténtica «cazafortunas» que tenía relaciones con un joven desagradable y de poca monta. Este nuevo embrollo con el vicario de Copperfield no la redimía, ni mucho menos; primero, ella lo provocaba descaradamente y después lo rechazaba en el último momento porque él perdía toda su fortuna por una quiebra bancaria. Y, hasta aquí, el vicario y la señora Myrtle Coates.

El argumento principal narraba las aventuras y desventuras de Elizabeth Wade, el otro yo de la señorita Buncle. La señorita Wade escribía un libro y las peripecias de su carrera de novelista reflejaban las extraordinarias experiencias de la propia señorita Buncle. La señorita Wade escribía un libro que editaban los señores Nun and Nutmeg
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, nombre que hizo estallar en carcajadas al señor Abbott. Esa editorial de nombre tan especiado publicaba el libro de la señorita Wade e inmediatamente se convertía en un éxito de ventas. El libro era «todo sobre Copperfield»; a unos los irritaba y a otros los complacía, según el retrato que la señorita Wade hiciera de cada cual. Se titulaba
Ahogados en un vaso de agua,
de J. Farrier, y todo el pueblo hablaba de él y lo criticaba severamente, al menos quienes carecían de discernimiento, porque los demás lo consideraban genial, cosa que se demostraba sin lugar a dudas en las ventas, que, por supuesto, eran totalmente inauditas. El tema era poco usual e intrigante, el señor Abbott nunca había leído una novela sobre una mujer que escribe una novela sobre una mujer que escribe una novela. Parecía un juego de espejos como los de los sastres, en los que la mujer y su novela se reflejaban una y otra vez hasta el infinito. Si se pensaba mucho en ello, la cabeza empezaba a dar vueltas, pero no era necesario, a menos que se quisiera, naturalmente. Y, hasta ahí, el argumento principal.

La señora Rider, la mujer del médico, estaba bien definida y tratada con comprensión. Al señor Abbott le gustó muchísimo: le parecía un personaje realmente encantador. Era sospechosa de ser la autora de
Ahogados en un vaso de agua
y, en consecuencia, pasaba un mal trance, porque se convertía en la víctima de una conspiración absurda y totalmente increíble que urdían entre Myrtle Coates y Horsley Downs con el fin de demostrar la autoría del libro. Ese episodio en concreto le hizo dudar. ¿Se molestaría la señorita Buncle si le proponía que lo eliminase? El secuestro del niñito de los Rider era muy inverosímil y poco convincente incluso en una novela como
Más poderosa es la pluma…
y la mayoría lo interpretaría como una farsa. Volvería a pensarlo más tarde y lo hablaría con la señorita Buncle.

La trama de
Más poderosa es la pluma…
era complicada, tenía muchos hilos. Por una parte, el de Myrtle Coates y el de la conspiración contra la señora Rider; por otra, el argumento central de Elizabeth Wade y su libro; y, por otra aún, varios hilos menores, todo entretejido con mucho ingenio. El señor Abbott lo desenmarañó mentalmente. Tras liberarse de los grilletes, el señor Horsley Downs vivía mucho mejor que en
El perturbador de la paz.
Se permitía diversiones inocentes, como invitar a actrices a comer en The Berkeley. Eso debió de añadirlo la noche anterior, porque llevaba el sello de la autenticidad y la tinta todavía estaba azul. En la nueva novela, los Gaymer, los Waterfoot y la señorita Earle desempeñaban papeles secundarios: ya se encontraban fielmente descritos en la primera. Aludía al divorcio de los Gaymer por encima, sin ahondar; los Waterfoot mandaban postales desde Roma y contaban que habían recorrido el Foro y les parecía muy interesante. Las señoritas Earle y Darling partían finalmente a Samarcanda con los mejores deseos de sus amistades.

Las diferentes tramas secundarias se entremezclaban, pero sin perder su identidad, y el señor Abbott creía que eran ciertas o muy parecidas a la realidad, como quedaba demostrado en la veracidad absoluta, casi aterradora, de las peripecias de Elizabeth Wade. Su propio retrato en el personaje del señor Nun le hizo muchísima gracia. Barbara siempre trataba amablemente a las personas que apreciaba.

En general, se parecía mucho a
El perturbador de la paz,
pero se notaba el buen hacer de una mano más firme. Era mejor, más divertido y más uniforme en el estilo. La señorita Buncle había progresado mucho en el arte de escribir, pero sin perder ni un ápice de la extraordinaria simplicidad que algunas personas habían tomado por sátira. El editor estaba encantado con
Más poderosa es la pluma…

En los últimos capítulos, la señorita Buncle recogía todos los hilos con astucia, los reunía y los remataba limpiamente, todos menos el más importante. Elizabeth Wade se quedaba en suspenso, por así decir. Ahí era donde se había atascado, porque ¿cómo iba a rematar al personaje de Elizabeth Wade si Barbara Buncle no sabía lo que le pasaría a ella?

El señor Abbott comprendió el escollo. Se requería algo que redondeara y completara el tema principal, algo rotundo. Era muy difícil, claro, porque
Más poderosa es la pluma…
se basaba completamente en la realidad, carecía de elementos fantásticos, como el niño prodigioso de la segunda mitad de
El perturbador de la paz.
Todo era real: por lo tanto, el desenlace tenía que serlo también; de lo contrario perdería altura artística.

Estuvo un buen rato reflexionando hasta que, por fin, sonrió. Vio la conclusión del libro con toda claridad, una forma redonda y convincente de cerrarlo. Esperaba sinceramente que también complaciera a la señorita Buncle. Fue a buscar un folio y escribió el croquis de lo que se le había ocurrido para el final de
Más poderosa es la pluma…
No tardó mucho, naturalmente, porque no eran más que unas líneas generales y lo más escuetas posible, porque no quería que se notara una mano ajena en las últimas páginas del libro de la señorita Buncle. Le costó mucho más tiempo escribir la carta y las notas que adjuntó al manuscrito; tuvo que repetirla varias veces hasta encontrar la mejor forma de expresarse. A continuación lo empaquetó todo y se lo mandó a la señorita Buncle por correo certificado.

En la oficina de Correos, mientras esperaba el recibo, pensó que tal vez fuera una manera singular de declararse a una señorita. Esperaba que Barbara se lo tomara bien, que comprendiera la sutileza del asunto y que le hiciera justicia en el libro. Porque todo se reflejaría en la novela, naturalmente, ésa era la idea principal: Elizabeth Wade confiaba al editor que se había estancado con la novela; el señor Nun se ofrecía a leerla, le proponía un final que iba emparejado con la petición de mano a la propia autora.
Más poderosa es la pluma…
terminaría con la boda del señor Nun y la señorita Elizabeth Wade, imposible imaginarse un final mejor. El personaje de Elizabeth quedaba rematado por todo lo alto, precisamente el final idóneo para
Más poderosa es la pluma…

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