Read El libro de los portales Online

Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (30 page)

BOOK: El libro de los portales
7.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Disquisiciones en torno al cálculo de coordenadas
,
maese Belban de Vanicia.
Capítulo 12: «Posibilidad de viajar con un único portal»
(también conocido como «la hipótesis Belban»)

Si no hubieseis estado hablando ayer de portales borrados y todas esas cosas —dijo Cali—, probablemente esto se me habría pasado por alto.

Tabit asintió, pero apenas la escuchaba.

Se encontraban, de nuevo, en el estudio de maese Belban. El joven se había inclinado para examinar uno de los portales azules, concretamente una zona situada en la parte inferior del círculo externo del trazado.

—¿Lo ves? Ahí había algo escrito. En el círculo de coordenadas.

—Sí —coincidió Tabit tras un instante—. Y lo borraron. Pero no se me ocurre qué puede ser —admitió, levantándose y retrocediendo nuevamente para contemplar el portal en su totalidad.

Empezó a contar los símbolos para asegurarse de que no faltaba ninguno, pero Cali lo interrumpió:

—Ya lo he comprobado yo. Cuando vi el borrón pensé que quizá no funcionaba porque habían eliminado una coordenada, pero están todas.

—¿Has repetido…?

—¿… la medición? —completó ella—. ¡Claro que sí! Y está todo bien. Pero puedes comprobarlo por ti mismo, si quieres —concluyó, encogiéndose de hombros—. Después de todo, siempre has sido mejor que yo en Cálculo de Coordenadas.

Tabit cogió el medidor que Cali le tendía, reprimiendo una sonrisa al comprobar que, pese a la despreocupación que fingía con respecto a sus estudios, en el fondo su compañera también parecía competir con él, a su manera. Pero no hizo ningún comentario al respecto.

—Bien —dijo, fijando el medidor de Caliandra en el centro exacto del portal azul—, te voy a ir recitando los resultados. Comprueba tú que son los mismos.

Ella asintió y se situó al inicio de la retahíla de símbolos que enmarcaba el portal.

Tabit ajustó las ruedas y esperó.

—Tierra… treinta y siete.

—Correcto —asintió Cali.

Tabit hizo girar la siguiente rueda y aguardó a que la aguja se detuviera de nuevo.

—Agua: veintitrés.

—Correcto.

Tabit repitió la operación con la siguiente rueda.

—Viento: quince.

—Correcto.

Prosiguieron con el resto de variables, y todos los resultados coincidían con los que había calculado el profesor Belban. Los únicos que no se ajustaban a los suyos eran los correspondientes a las variables de Luz y Sombra, algo que los dos estudiantes ya habían previsto que sucedería, porque solían depender del momento del día en que se realizaba la medición.

—Piedra… setenta y cinco —prosiguió Tabit.

—Correcto.

—Metal… diecisiete.

—Correcto.

—Madera… veintiocho.

—Correcto también —suspiró Caliandra—. ¿Lo ves? Ya te dije que estaba todo bien. Si quieres, podemos ajustar las coordenadas lumínicas, a ver si con eso conseguimos activar el portal, pero…

—Espera —la detuvo Tabit; se había quedado contemplando el aparato con gesto reconcentrado—. Caliandra, ¿este medidor es tuyo?

—Claro —respondió ella—. ¿De quién iba a ser, si no? Venía en la lista de material necesario para la asignatura de Cálculo de Coordenadas, ¿no te acuerdas? Todos nos compramos uno entonces.

—Todos menos yo, supongo —murmuró Tabit; volvió a fijarse en el borrón de la pared y, después, alzó la cabeza para mirar a Cali a los ojos—. Como no podía permitírmelo, siempre he usado uno prestado del almacén de material. ¿Sabías que antiguamente los medidores Vanhar tenían doce variables?

—¿Doce? —se rió Cali—. Me tomas el pelo.

—Sí, eso dije yo cuando vi la antigualla que me prestó maesa Inantra. Me explicó que el medidor que Vanhar diseñó originalmente tenía doce variables, una por cada miembro del Consejo, pero que la duodécima en realidad no servía para nada.

—¿Quieres decir que no importaba qué cantidad indicase…?

—Quiero decir que no importaba que pusieras o no un duodécimo símbolo en el portal, porque funcionaba de la misma manera, con o sin él. Y por eso, me explicó maesa Inantra, hace por lo menos cien años que los medidores que fabrican en el taller de Mecánica tienen solo once variables.

Cali ladeó la cabeza y silbó con admiración.

—¿Así que siempre has usado un medidor centenario para tus cálculos? ¡Y aun así eras el primero de la clase!

Tabit agitó la mano, incómodo.

—Eso no es importante ahora. Lo que quiero decir es que tal vez maese Belban utilizó también un medidor antiguo, y quizá colocó doce símbolos, y no once, en torno al portal.

Caliandra lo pensó un momento.

—Pero eso no cambiaría nada, ¿verdad? Porque, según dices, la duodécima variable no tiene ninguna utilidad.

Tabit se desinfló de pronto.

—No, tienes razón —admitió—. Si el portal no funciona con once coordenadas, tampoco lo hará con doce.

—O tal vez sí —replicó Cali, que se había quedado contemplando el portal con los ojos entornados—, porque este portal es diferente. Si fuera como los demás, funcionaría con once coordenadas. Tal vez, precisamente por estar hecho con un tipo de bodarita distinto, necesite esa duodécima coordenada para activarse.

—Es una teoría traída por los pelos —opinó Tabit—. Además, ¿a qué podría corresponder esa duodécima variable?

—No lo sé, pero podemos tratar de averiguarlo. Anda, vamos, no te quedes ahí parado. Trae tu medidor centenario y repitamos el cálculo otra vez —lo apremió, sin poder contener la emoción—. Si te das prisa, tal vez puedas llegar al almacén antes de que se vaya maesa Inantra.

Tabit se mostró reticente, porque quería pensar en aquello con calma, pero Cali no se lo permitió. De modo que, renegando por lo bajo, el joven salió del estudio del profesor Belban y recorrió los pasillos con paso ligero hasta llegar a su destino.

Tuvo suerte; maesa Inantra, la profesora de Mecánica y encargada del almacén, estaba a punto de marcharse, pero no lo había hecho aún. Algo perpleja, le prestó a Tabit el medidor que él le pidió.

—¿A qué vienen tantas prisas? —le preguntó—. ¿No podías esperar hasta mañana?

—Sí —rezongó Tabit—. Bueno, no. Es una larga historia.

Regresó, pues, al despacho de maese Belban, donde lo esperaba Caliandra, casi dando saltitos de la emoción.

—¡Vamos, vamos, haz la medición!

Un poco intimidado por su entusiasmo, Tabit colocó el aparato en el centro del portal.

Repitieron la medición; Caliandra había hallado un frasco de pintura azul en la alacena, y ya había borrado de ambos portales los símbolos correspondientes a las variables lumínicas, de modo que anotaron las de aquel preciso instante para poder dibujarlas después en los círculos de coordenadas. Cuando llegaron al duodécimo símbolo, los dos contemplaron el medidor con expectación.

La aguja giró un par de veces y después se detuvo.

—Sesenta y dos —leyó Tabit—. Un cifra bastante elevada. Me pregunto a qué corresponderá.

Acarició el símbolo grabado en la duodécima rueda del medidor. Significaba «Indefinido». Un indicio más de que aquella variable estaba ahí solo para completar el círculo, y no porque tuviera ninguna relevancia especial. O eso había creído hasta el momento.

Cali ya estaba pintando los símbolos en la pared para completar el círculo de coordenadas del portal.

—Vamos, coge un pincel y ayúdame —apremió a su compañero.

Tabit la miró y dejó escapar una exclamación horrorizada. Ella se detuvo, con el pincel en alto, y se quedó mirándolo, asustada.

—¿Qué pasa?

—¡Llevas el pelo suelto! —acusó Tabit—. ¡Y largo!

Cali parpadeó un momento, mientras asimilaba lo que él había dicho. Entonces sonrió, entre aliviada y avergonzada.

—Sí, lo siento, lo olvidé. —Se trenzó el cabello rápidamente, aunque el resultado no quedó muy firme ni muy airoso—. ¿Mejor así?

Tabit, que, a pesar de llevar su pelo negro cortado a la altura de la nuca, ya se había hecho una trenza tiesa y prieta, la miró con cierto aire de reproche.

—Vamos, relájate —se defendió ella—. Solo son unos cuantos símbolos.

Trabajaron en silencio. Tabit era meticuloso y concienzudo. Cali, por el contrario, dibujaba con mano firme y rápida. Por supuesto, ella terminó antes, y Tabit comprobó, no sin cierta envidia, que su trazo era más que notable.

—Vamos —lo animó ella—. Cierra el enlace ya.

Tabit asintió y, tras fijarse bien en la forma en que estaba dispuesta la última cenefa en el portal gemelo, la reprodujo en el suyo con toda la fidelidad de que fue capaz.

Y entonces, cuando la última pincelada se deslizó sobre el muro de piedra, uniendo dos trazos sueltos en una espiral perfecta, el portal, de repente, se activó.

Tabit dio un respingo, sorprendido, cuando un suave resplandor azul lo bañó de pies a cabeza. Retrocedió, trastabillando, y cayó de espaldas al suelo. Desde allí, sentado sobre las baldosas de piedra, contempló maravillado los dos portales gemelos, que se habían encendido a la vez.

—Aquí tienes —dijo Caliandra, orgullosa—. La bodarita azul funciona. Para que estos portales se activen, solo hay que calcular una coordenada más.

—Es… —Tabit sacudió la cabeza, aún sin saber qué decir—. Es asombroso —acertó a desgranar—. Pero ¿por qué…? ¿Y qué…? ¿Y cómo…? —se le acumulaban las preguntas, incapaz de formular ninguna completa.

Cali estaba exultante.

—¡Y lo hemos descubierto nosotros, Tabit! —exclamó—. ¿Te imaginas lo que dirá maese Maltun cuando lo sepa?

—Aún no estamos seguros de que funcione —objetó Tabit, tratando de contener un poco el entusiasmo de la chica.

Ella lo miró, con los brazos en jarras y un mohín de enfado.

—¿Cómo que no? ¡Ahora verás!

Y, antes de que Tabit pudiera reaccionar, saltó al interior de uno de los portales azules.

—¡Calian…! —empezó Tabit, horrorizado; pero, cuando ya decía «… dra!», la joven reapareció, casi instantáneamente, a través del segundo portal.

—¿Lo ves? —le dijo; señaló los dos círculos azules—. Dos portales gemelos, perfectamente conectados.

Tabit se levantó, aún con el corazón latiéndole con fuerza.

—No vuelvas a hacer eso —le reprochó—. Me has dado un buen susto. Además —añadió, antes de que Cali pudiese replicar—, hay algo que no me cuadra. No puede ser tan sencillo.

—¿El qué? Lo hemos hecho, ¿no?

—¿Y no crees que al profesor Belban ya se le habrá ocurrido esto mismo? Está claro que dibujó el duodécimo símbolo y que, por tanto, activó los portales. Pero ya ves que no llevaban muy lejos y, además, ¿por qué borraría el símbolo después?

Cali frunció el ceño, pensativa, y después se volvió hacia la mesa, donde había intentado ordenar, con escaso éxito, los papeles de maese Belban.

—Hay algo de eso por aquí —dijo—. No he conseguido entender la mayoría de sus anotaciones; creo que usa un código personal y secreto que habría que descifrar para poder leerlo. Pero en alguna parte —añadió—, estaba el cálculo de coordenadas de los portales. Ya antes me llamó la atención que había una cifra que no me cuadraba. Sesenta y dos, ¿verdad? —Tabit asintió—. Sí, aquí está. —Alzó una hoja repleta de cálculos, escrita en el lenguaje simbólico de la Academia—. Todo esto son divagaciones sobre el sesenta y dos. No he entendido gran cosa, pero tal vez tú puedas encontrarle algún sentido.

El misterio encendió la curiosidad de Tabit.

—Déjame ver. —Examinó con interés el papel que Cali le entregó—. Todo esto no está muy ordenado, ¿verdad?

—Sé que maese Belban escribía todos sus progresos y conclusiones en un diario de trabajo —respondió Cali—, pero no lo he encontrado por ningún sitio. Probablemente esos papeles sean solo apuntes en sucio.

—Aun así, son cálculos muy complejos, y no estoy seguro de entender qué representan. Si supiera qué estaba buscando exactamente…

Cali trasteaba con el medidor de Tabit y apenas lo estaba escuchando. Mientras el joven trataba de descifrar los apuntes de maese Belban, ella realizó diversas mediciones en distintos puntos de la estancia. Hasta salió al pasillo para seguir probando allí.

Cuando regresó, Tabit había bajado la hoja y la contemplaba con extrañeza.

—¿Qué estás haciendo?

Ella se encogió de hombros.

—Intentaba averiguar a qué corresponde la duodécima variable midiendo coordenadas en sitios diferentes, pero… la verdad, entiendo que terminaran por eliminarla. No es una variable, sino una constante. Siempre da sesenta y dos.

—¿Estás segura? —preguntó Tabit, vivamente interesado.

—Bueno, habría que hacer más mediciones, a ser posible lejos de la Academia, incluso en otras ciudades… pero intuyo que siempre obtendremos el mismo resultado.

Tabit arrugó el entrecejo.

—¿Por qué llamar «Indefinida» a una coordenada que nunca cambia? —se preguntó en voz alta.

—Oye, y tú, que has utilizado medidores viejos todo este tiempo… ¿nunca te has fijado en lo que marcaba la duodécima coordenada?

Tabit había vuelto a los apuntes, pero contestó, distraído:

—Sí, la primera vez hice la medición, por curiosidad. Pero, como maesa Inantra me había dicho que no servía para nada, no volví a intentarlo más. Pero escucha, Caliandra, ya sé qué es este papel: el profesor Belban intentaba hacer lo mismo que estás haciendo tú: encontrar variables en la constante. Solo que tú has estado probando al azar y él usaba cálculos matemáticos.

—¿De verdad? ¿Y descubrió algo?

—No lo sé. Tendría que estudiarlo con más calma.

—Vale —asintió ella—. Tú sigue por ahí, que yo investigaré a mi manera.

Tabit no la escuchaba. Pero alzó la cabeza cuando, de pronto, el brillo azulado de la estancia menguó considerablemente.

—¿Qué has hecho?

Cali se había arrodillado junto a uno de los portales, que se encontraba de nuevo inactivo.

—He borrado el duodécimo símbolo del círculo de coordenadas —replicó ella—, para probar algo distinto. Pero… mira, Tabit. El segundo portal no se ha apagado.

El joven se incorporó bruscamente.

—No puede ser —murmuró.

Pero la evidencia lo golpeó con la fuerza de una maza. Cali había desactivado uno de los portales al eliminar la duodécima coordenada, pero el otro, con sus doce símbolos aún dibujados en torno a él, seguía brillando tenuemente.

—Debería haberse desactivado —dijo—. Hemos roto el enlace, los dos portales ya no son iguales ni tienen las mismas coordenadas.

BOOK: El libro de los portales
7.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

From Fake to Forever by Jennifer Shirk
The Letters by Luanne Rice, Joseph Monninger
Atlantic by Simon Winchester
Admission by Travis Thrasher
The Cleaner by Mark Dawson
Echoes in the Bayou by Dukes, Ursula
Pitch Black by Emy Onuora