Tabit sacudió la cabeza.
—No, maese. No me importa si no me lo califican, o si tengo que trabajar el doble para pintar también otro portal… Pero he de hacer el de Yunek. Cuando digo que es importante para ellos, lo digo muy en serio.
Maese Maltun le dirigió una mirada penetrante. Ya no sonreía.
—Yo también hablo muy en serio, muchacho, cuando digo que es la decisión del Consejo, y que es irrevocable. Olvida ese portal. No se pintará, y punto.
—Pero…
—Sé que has tenido un mal día, Tabit, y lo lamento —cortó el rector con sequedad—. Pero no lo estropees más desafiando a tus superiores.
Tabit abrió la boca para replicar; sin embargo, se lo pensó mejor y se calló lo que iba a decir.
—Como mandéis, maese —murmuró finalmente—. Solicito, pues, un par de días de permiso para ir a visitar al cliente y comunicarle personalmente la decisión del Consejo.
—Supongo que no te lo puedo negar —suspiró el rector.
«Supongo que no», pensó Tabit para sus adentros. Pero le habían negado ya muchas cosas a lo largo de aquel día, así que no le habría extrañado que no se lo hubiesen concedido. Y, de todas formas, no tenía ni idea de cómo iba a decirle a Yunek que no pintaría su portal.
—Ve, Tabit —dijo maese Maltun; sonrió de nuevo, con calidez—. Y anímate. Vendrán tiempos mejores, no lo dudes.
—Sí, maese —susurró Tabit—. Gracias, maese.
Había hablado de forma mecánica, porque no se sentía confortado en absoluto, y mucho menos agradecido.
Salió del despacho del rector y recorrió las dependencias de la Academia como alma en pena.
Aún no podía creerlo. Aquel estaba siendo su día más nefasto en mucho tiempo. No solamente no había conseguido el puesto como ayudante del profesor Belban sino que, por si fuera poco, ni siquiera podría terminar el portal para Yunek.
Se sintió tentando de dejarlo estar; de no volver por aquella granja nunca más. Pero comprendió enseguida que no podía hacer eso. No solo por Yunek sino, sobre todo, por él mismo. «Debo ir y contarles lo que ha pasado», reflexionó. «No me quedaría tranquilo si no lo hiciera. No puedo seguir con mi vida sin más, sin darles ningún tipo de explicación.» Pero ¿cómo iba a destruir de un plumazo sus esperanzas? No había palabras para decirles que todo lo que se habían sacrificado durante aquellos años no había servido para nada. «Puede que no sea tan terrible, después de todo», pensó de pronto. «Tal vez bastará con que ahorren un poco más. Quizá no tendrán el portal para Yania este año, pero puede que al otro, o al siguiente… Ella es muy joven aún. Todavía tiene tiempo de preparar los exámenes», se dijo, más animado. «Y, en cualquier caso, no es culpa mía. Yo estaba dispuesto a pintar su portal, aún lo estoy… Es cosa de la Academia.»
Aun así, comprendió, sería un mal trago para él y para la familia. Respiró hondo. Cuanto antes pasara por ello, mejor.
Se frotó un ojo con cansancio. Tenía programada una tarde de prácticas con el grupo de maese Saidon, pero decidió que hablaría con él para posponerla y partiría inmediatamente. Después de todo, ya era el mejor de la clase en Medición de Coordenadas, y no había ningún otro grupo de nivel superior al que pudieran promocionarlo. No se perdería nada importante, y maese Saidon lo sabía tan bien como él.
Además, en aquel momento se sentía rebelde. ¿Para qué le habían servido todas las clases, las prácticas, las horas de estudio, los cientos de bocetos y diseños que había trazado, los miles de cálculos de coordenadas que había realizado? ¿De qué le valía ser el mejor estudiante de la Academia, si su futuro aún dependía de las decisiones de otros?
Trató de calmarse. Era solo un proyecto, se dijo, apartando de su mente el recuerdo de Yunek y su familia. Le encargarían uno nuevo muy pronto, y él dibujaría el portal y sería maese por fin. Sin duda, el Consejo tenía buenas razones para anular el encargo de Yunek. Si había otros proyectos más urgentes, Tabit no tardaría en ponerse a trabajar otra vez.
De pronto, se dio cuenta de que no había comido nada en toda la mañana, y de que ya era casi la hora del almuerzo. Se encaminó, pues, al comedor de estudiantes, donde esperaba encontrarse con sus amigos. La perspectiva lo animó un poco. No le hacía mucha gracia que todos comentaran la mala suerte que estaba teniendo aquel día, pero era un poco mejor que tener que lidiar con la decepción él solo. Después, decidió, recogería sus cosas y emprendería el camino hacia la granja de Yunek.
Los encontró a los tres reunidos en torno a la mesa de siempre. Por la mirada que Zaut le dirigió, Tabit dedujo que Unven y Relia ya le habían puesto al día. Alzó una mano, pidiendo silencio, antes de que el muchacho pudiera abrir la boca.
—Sé lo que vas a decir —empezó—, y puedes ahorrártelo. En serio, no pasa nada. Terminaré mis estudios, inscribiré mi nombre en el Registro de Maeses y pintaré portales en toda Darusia y más lejos, si hiciera falta. —Le brillaron los ojos ante la sola idea de que las relaciones diplomáticas con Rutvia, Scarvia o Singalia permitieran a los maeses, en el futuro, pintar portales más allá de las fronteras del país—. Después de todo, es lo que siempre soñé, y era lo que había planeado hacer con mi vida, antes de que maese Belban anunciase que necesitaba un ayudante.
Sus compañeros cruzaron una mirada.
—Si tú lo dices… —dijo Unven, encogiéndose de hombros.
—Claro que sí —lo animó Relia—. Y ya no te queda nada para ser maese. Ya estás trabajando en tu proyecto final, ¿verdad?
Tabit hundió la mirada en el plato y revolvió su contenido con la cuchara, tratando de parecer indiferente.
—Pues no, el Consejo lo ha cancelado —respondió—, pero no importa: no tardarán en encargarme otra cosa.
Los demás guardaron un silencio sorprendido.
—Vaya, Tabit, hoy no es tu día de suerte, ¿eh? —comentó Zaut, antes de que Relia lo hiciera callar de un codazo—. Quiero decir… —trató de arreglarlo— que, naturalmente, esto no es más que un pequeño retraso sin importancia.
—Además —añadió Unven—, si te encargan un portal diferente, te ahorrarás tener que hacer otro viaje a esa granja perdida en medio de la nada…
—Anda, es verdad —recordó Zaut—; tenías que pintar un portal para un campesino.. en Uskia, ¿verdad? —Sacudió la cabeza—. ¿Ves como debías hacer cosas más importantes? Está claro que el Consejo piensa igual que yo: no creo que cualquiera merezca tener un portal en el salón de su casa.
—¿Y en qué te basas para decidir quién lo merece y quién no? —replicó Tabit; no había alzado la voz, ni la mirada, pero había un cierto matiz de dureza en el tono que empleaba—. ¿En su dinero? ¿En el linaje de su familia?
—No sigáis por ahí —les advirtió Relia—. El Consejo tendrá sus motivos para cancelar el proyecto de Tabit. De todas formas, él tiene que hacer su examen final, como todos, así que tarde o temprano le pasarán otro encargo, y ya está. Además, Unven tiene razón: al menos te ahorrarás ese viaje tan largo. La última vez que fuiste, tardaste nada menos que dos días en volver.
Tabit respiró hondo y dejó la cuchara. Levantó la cabeza y, cuando miró a sus amigos, había desaparecido de sus ojos todo rastro de enojo. Ahora parecía cansado, sin más.
—Tengo que ir igualmente —respondió—, a explicarles a los clientes que no vamos a pintar su portal.
Unven le restó importancia con un gesto indolente.
—Deja que vaya el viejo Rambel —respondió—. Al fin y al cabo, es su trabajo, ¿no?
—
Maese
Rambel —corrigió Tabit—. No, iré yo. Los clientes me conocen, y, además, se portaron muy bien conmigo cuando fui a visitarlos. —Por la forma sorprendida en que lo miraron sus compañeros, comprendió de pronto que no veían nada de particular en ello; se suponía que todo el mundo debía tratar bien a los pintores de portales—. En cualquier caso, ya he pedido el permiso. Me voy esta misma tarde.
—Vaya, no te reconozco —comentó Zaut—. ¿Cuántas clases te has perdido ya en el último mes?
—Las compensa con todas las horas que ha pasado en la biblioteca estudiando mientras los demás nos íbamos de juerga —lo defendió Unven—. ¿Verdad que sí, Relia?
Ella lo ignoró.
—Que tengas buen viaje, Tabit —le dijo—. Yo también me marcho hoy a casa; mi padre me ha pedido que vaya para ayudarlo con el pedido de Belesia.
—¿Así que consiguió por fin ese acuerdo del que estaba pendiente? ¡Qué buena noticia! —se alegró Tabit, con sinceridad.
Relia sonrió, halagada.
—Sí; es un envío muy importante y me necesita para que le eche una mano con el inventario. Estaré fuera varios días, así que no podré pasarte apuntes.
—No te preocupes, ya me los dejará Unven. ¿Verdad?
—Ah, claro, cuenta con ello —respondió el joven, abatido de pronto ante la perspectiva de la marcha de Relia.
Tabit terminó de comer, se despidió de sus amigos y regresó a su habitación. Estaba acabando de recoger sus cosas cuando llamaron a la puerta con energía. Salió a abrir.
En el pasillo lo aguardaba maese Rambel. Se trataba de un hombrecillo pequeño y malhumorado; había sido profesor de la Academia tiempo atrás, pero hacía ya muchos años que no impartía clases. Aun así, los estudiantes no lo tenían en mucha estima por su costumbre de reñirlos por todo, incluso por motivos que no eran de su competencia, y mucho menos de su incumbencia. Su trabajo consistía ahora en organizar y distribuir los encargos, asegurarse de que los portales de los pintores principiantes estaban bien hechos y gestionar el cobro de las tarifas de la Academia. Había sido él quien, un par de semanas atrás, había informado a Tabit de que su proyecto final sería el portal para Yunek. Bien mirado, había sido una gentileza por parte del rector comunicarle en persona la cancelación de su proyecto. En realidad, aquel era cometido de maese Rambel.
—Menos mal que no te has marchado todavía —gruñó al ver a Tabit—. ¿A qué vienen esas prisas? ¿Y se puede saber qué se te ha perdido a ti por allí?
—Os referís al encargo de Yunek, ¿verdad? —respondió él, algo desconcertado por sus bruscos modales—. Lo han anulado…
—Sí, sí, órdenes del Consejo, ya sabes —refunfuñó maese Rambel—. Cada vez se ponen más puntillosos a la hora de seleccionar las peticiones. Y son más lentos para evaluarlas. Hoy han cancelado varios encargos de un plumazo, y algunos estaban en marcha desde hace semanas.
Tabit se sintió un poco aliviado al saber que no era el único cuyo proyecto había sido descartado. Al menos eso excluía la teoría de que alguien en la Academia tenía algo personal contra él.
—Voy a hablar con el cliente, he de informarle de que no vamos a pintar su portal…
—No, tú no debes hacer eso, en realidad. Es mi trabajo. Pero, mira, ya que te has ofrecido y, según me ha dicho el rector, estás deseoso de volver a ese lugar en medio de ninguna parte, yo no te lo voy a impedir. Sin embargo, has de saber que el cliente se enfadará mucho si no le devuelves el depósito.
—¿El depósito? —repitió Tabit sin entender.
Maese Rambel suspiró con impaciencia.
—La fianza, el adelanto o como quieras llamarlo. ¿Qué os enseñan ahora a los estudiantes? Mucho debate, mucha teoría, pero poca cosa sobre cómo funciona todo esto en realidad.
—¿Yunek ya ha pagado por el portal? —comprendió Tabit.
—Una parte, sí. No creerías que los maeses trabajamos sin una garantía previa por parte del cliente, ¿verdad? Te sorprendería saber cuánta gente se esfuma sin pagar una sola moneda en cuanto el portal empieza a brillar.
—Pero, si no vamos a pintar el portal de Yunek…
—Ya lo vas captando. Para ser uno de los mejores estudiantes de la Academia, según dicen, eres un poco lento, ¿no? Toma, aquí está el depósito del granjero. Hasta la última moneda. Devuélveselo, y estaremos en paz.
Tabit tomó el saquillo que le tendía el maese, demasiado aturdido para replicar. Le sorprendió comprobar que pesaba bastante.
—Aquí hay mucho dinero —comentó.
—Menuda novedad —replicó maese Rambel, de mal humor—. Ve y devuélveselo al granjero. Y no lo pierdas por el camino, ¿de acuerdo?
Eso era justamente lo que Tabit temía.
—Pero… voy muy lejos, y por esa zona hay ladrones y bandidos.
—No me digas. Bueno, ese es tu problema. ¿O es que prefieres que vaya yo a Uskia? Dímelo ahora, porque tengo mucho trabajo y, si voy a perder dos días enteros, debo saberlo ya.
Tabit suspiró. Se sintió tentado de devolverle el saquillo y dejarlo todo en sus manos. Pero, de nuevo, recordó a Yunek y a su familia. Los imaginó recibiendo la noticia por boca del antipático maese Rambel, y pensó que no se merecían aquello.
—No, iré yo. Y les devolveré el depósito —añadió, algo más animado.
Después de todo, y ya que sería portador de tan malas noticias, quizá el hecho de reembolsarles su dinero suavizara un poco las cosas.
«6. Los estudiantes de la Academia podrán recibir visitantes que se hayan identificado previamente.
7. Los visitantes podrán alojarse en las habitaciones de los estudiantes.
7.1. Un estudiante podrá alojar a un visitante cada vez, que podrá ocupar la cama auxiliar.
7.2. Los estudiantes podrán alojar en sus habitaciones solo a visitantes de su mismo sexo para que los dormitorios masculinos y femeninos de la Academia sigan siendo merecedores de tales nombres. La norma se aplica también a todo tipo de familiares, sin excepciones.
7.3. Los visitantes que vayan a alojarse más de una noche en la Academia deben notificarlo en Administración.
7.3.a. Los visitantes podrán alojarse en la Academia un máximo de veinte noches al año.
8. Los visitantes podrán hacer uso del comedor, jardines y otras dependencias comunes del círculo exterior, pero no entrar en las aulas, estudios o habitaciones de los maeses, ni tampoco cruzar portales privados, aunque vayan acompañados de estudiantes o maeses.»