—De acuerdo —asintió Tabit—, pero ten cuidado. Quizá, y solo por si acaso, deberías preguntar a maesa Ashda si sabe dónde está Kelan. Para asegurarnos de que sigue en Belesia y no va a perseguirte hasta un callejón oscuro, ya me entiendes.
Cali advirtió el tono de preocupación de Tabit y lo besó en la mejilla, sonriente.
—De acuerdo, lo haremos a tu manera. Me aseguraré de que Kelan no ronda por aquí antes de asomar la nariz fuera de la Academia. Nos vemos luego.
Tabit se despidió de ella y se quedó contemplándola mientras trotaba pasillo abajo, con el hábito revoloteando en torno a sus pies. Todavía le parecía todo un extraño sueño. Y lo más curioso era que había aceptado con naturalidad la existencia del mundo vacío del que acababan de escapar, pero todavía le costaba creer que lo que estaba sucediendo entre él y Cali fuese real. Sacudió la cabeza y prosiguió su camino junto a Tash y Rodak.
Pero había una idea que no dejaba de dar vueltas en su mente, y que tenía que ver con la conversación que acababa de mantener con Cali. Frunció el ceño, tratando de atraparla.
—Estás en las nubes hoy, ¿eh? Me pregunto por qué —se burló Tash—. Vamos,
granate
, ¿falta mucho para llegar a la enfermería?
Tabit no le hizo caso. Cali había interrumpido su razonamiento al anunciar que tenía intención de ir a la Casa de los Alguaciles, pero él, en realidad, no había terminado de pensar. Retomó su reflexión donde la había dejado. «Si maese Belban iba a descubrir la forma de viajar a la época prebodariana y solucionar así los problemas con el suministro de bodarita…», recordó. Pero eso no tenía sentido. ¿Valía la pena matar a uno de los más insignes profesores de la Academia por un experimento sin garantías de éxito? Si Kelan hubiese logrado asesinar a maese Belban, algún otro habría proseguido su investigación, y el Invisible se habría arriesgado por nada. Después de todo, su mayor baza era, precisamente, que jamás salía de entre las sombras. Había llegado a matar a Ruris y a Brot porque habían desobedecido la ley de la discreción que imperaba en su organización. «Por lo que sé, el Invisible solo ataca cuando cree amenazada su situación», reflexionó Tabit. «Cuando piensa que alguien podría hacer que dejara de ser invisible.» Rechazó aquella idea, sin embargo. Después de todo, ¿qué podría saber maese Belban del Invisible, si incluso dudaba de su existencia? Además, el profesor se había mostrado sumamente huraño a la hora de relacionarse con los demás. Solo había salido de su estudio para ir a encerrarse en aquella casita abandonada de Belesia y, después, en el último mundo al que nadie querría ir a parar.
«También estuvo lo de su viaje al pasado, claro», siguió pensando Tabit. «Pero allí no…»
Se detuvo de pronto cuando una idea lo sacudió por dentro.
Y todas las piezas encajaron.
—¿Tabit? —lo llamó Tash—. ¿Qué te pasa?
La mente del estudiante seguía trabajando a toda velocidad, pero se esforzó por volver a la realidad.
—La enfermería está al final del pasillo —les indicó—, la tercera puerta a la izquierda. No tiene pérdida; decid que vais de mi parte.
—Tabit, ¿estás bien? —preguntó Rodak—. Pareces nervioso.
—Lo estoy —respondió él—. Porque, por una vez en la vida, me gustaría que mi razonamiento estuviese equivocado.
Dio media vuelta y echó a correr, sin dar ninguna explicación.
Cali encontró a maesa Ashda en su taller, dibujando un portal artístico, y se quedó contemplándola con una sonrisa.
Aquel portal no se activaría jamás, porque estaba dibujado con pintura roja corriente; muchos maeses consideraban una extravagancia y una pérdida de tiempo el hecho de que una pintora reputada como maesa Ashda dibujara portales inútiles solo por el placer de hacerlo y por la belleza del resultado final, pero a Cali le parecía maravilloso. Otra media docena de tablas de madera reposaban contra las paredes, cubiertas con grandes paños oscuros que protegían el arte de maesa Ashda.
Aprovechó un momento que la profesora apartaba el pincel de la tabla para observar su obra desde lejos, y carraspeó suavemente. Ella se sobresaltó al verla.
—Disculpad, maesa Ashda —se apresuró a decir Cali—. No pretendía interrumpir.
—No te preocupes, estudiante Caliandra —respondió ella con una cálida sonrisa—. Estaba ensimismada en mi trabajo y no te he oído llegar.
Caliandra avanzó unos pasos, animada por la amabilidad que siempre le había mostrado la profesora de Arte.
—No os molestaré mucho tiempo —le aseguró—. Solo quería preguntaros si habéis visto a vuestro ayudante últimamente.
Maesa Ashda frunció el ceño y le dirigió una mirada penetrante.
—¿Vuelves a ir con Kelan, estudiante Caliandra? Ah, disculpa —añadió de pronto—, eso no es asunto mío.
—No, no… —se apresuró a responder Cali—. Se trata solo de una duda académica. Pero hace días que no lo encuentro y…
—Tenía un trabajo pendiente en Belesia, creo, y todavía no ha vuelto. —Cali inspiró hondo, aliviada—. Pero quizá yo te pueda ayudar. ¿De qué se trata?
Cali titubeó. La sonrisa de maesa Ashda, afectuosa y comprensiva, la animaba a confiar en ella. Y la joven deseaba con toda su alma contarle a alguien todo lo que había sucedido. La miró. «No sabe lo de Kelan», pensó. «No sabe que es un mentiroso, un contrabandista, un ladrón, un estafador y, probablemente, también un asesino.» Se estremeció al pensar en ello, porque una parte de ella aún recordaba al muchacho del que había estado enamorada dos años atrás. Sintió ganas de llorar.
—Oh, Cali —suspiró maesa Ashda—. ¿Te encuentras bien? Ven aquí.
Ella no se hizo de rogar. Le habían sucedido muchas cosas en los últimos días; cosas que aún no había sido capaz de asimilar del todo.
Maesa Ashda le pasó un brazo por los hombros.
—Puedes contarme lo que sea —le dijo al oído, y su voz sonó como un arrullo.
Cali cerró los ojos e inspiró hondo. Después se desasió con suavidad del abrazo de la profesora.
—Sois muy amable —dijo—, pero no es nada, de verdad. Se me pasará.
Maesa Ashda sonrió.
—Ah, bien. Me alegro mucho —dijo—. En tal caso, ¿podrías echarme una mano con algo?
Cali cambió el peso de una pierna a otra, inquieta. Tenía cosas que hacer, y Tabit y maese Belban la estarían esperando en el desván donde pensaban alojar a Yiekele.
—No tengo mucho tiempo, maesa Ashda…
—Será solo un momento —le prometió ella—. Quería pedirte opinión sobre un diseño en el que estoy trabajando.
Cali sonrió, halagada. Asintió y se acercó a la profesora, que de nuevo la rodeó con un brazo para conducirla hasta uno de los paneles velados.
Y entonces, de pronto, la puerta se abrió con violencia y entró Tabit como una tromba.
—¡Cali, aléjate de ella! —gritó—. ¡Es el Invisible!
La joven se volvió hacia Tabit para decirle que aquello era absurdo… pero la mano de maesa Ashda se crispó sobre su nuca con la fuerza de una garra.
—Estudiante Tabit —lo saludó ella con serena amabilidad—. ¿A qué vienen esas prisas? ¿Qué te trae por aquí?
Tabit no apartaba la mirada de Cali. Ella no sabía cómo reaccionar, porque la acusación de su amigo le parecía absurda y, sin embargo… tenía por cierto que él jamás la habría lanzado sin una buena razón.
—Vos, maesa Ashda —dijo Tabit—. Vos asesinasteis al ayudante de maese Belban, hace veintitrés años.
Ella se quedó perpleja. Después estalló en carcajadas.
—¡Ah, ya entiendo! —exclamó—. Es una de esas bromas de estudiantes, ¿verdad? Bien jugado, Tabit. Por un momento he creído que hablabas en serio.
Pero Tabit negó con la cabeza.
—Hablo en serio —dijo—. Vos estabais allí esa noche, yo os vi. Y maese Belban también. Pero ni él ni yo os reconocimos, porque vimos solo lo que queríamos ver: a una joven estudiante inocente y asustada.
Maesa Ashda continuaba sonriendo.
—Tendrás que inventar algo mejor, estudiante Tabit. ¿Cuántos años tienes? ¿Diecinueve, veinte…? Ni siquiera habías nacido cuando sucedió todo eso. —Se puso seria de repente—. Y no deberías mencionar a maese Belban tan a la ligera; ya tendrías que saber que aquel episodio fue muy doloroso para él.
Tabit titubeó un breve instante. Pero entonces alzó la cabeza con decisión y clavó la mirada en maesa Ashda.
—¿Por qué asesinasteis a aquel estudiante, maesa Ashda? —le preguntó de golpe—. ¿Acaso os descubrió en el almacén… haciendo algo que no debíais? ¿Erais ya el Invisible en aquella época, o pretendíais seguir sus pasos?
Ella le dirigió una mirada reprobatoria.
—Suelo ser bastante permisiva con los estudiantes, pero hay una línea que no te consiento cruzar. Semejante falta de respeto es intolerable, estudiante Tabit. No lo esperaba de ti. Como siempre has sido un estudiante ejemplar fingiré, por tu propio bien, que esta conversación no ha tenido lugar. Y ahora, si me permites, he de seguir trabajando.
Sacudió la cabeza, decepcionada, y le dio la espalda para continuar con lo que estaba haciendo antes de ser interrumpida. Retiró el paño que cubría la tabla de prácticas, revelando debajo un exquisito portal de diseño estelar.
—Tampoco yo lo esperaba de vos —replicó él a su espalda.
Cali paseaba la mirada de uno a otro, horrorizada.
—Tabit, ¿estás seguro…?
—Desearía estar equivocado, pero es la única explicación que tiene sentido —suspiró él—. Durante mi viaje al pasado me tropecé con una chica que rondaba por los pasillos… en su momento no me pregunté qué razones tendría una estudiante para andar despierta a aquellas horas. Siempre ha habido citas clandestinas en la Academia y… —frunció el ceño, de pronto, con la mirada fija en el portal que maesa Ashda acababa de descubrir—. ¿Por qué le habéis puesto coordenadas a un portal artístico? —preguntó de pronto.
Maesa Ashda solo sonrió. Dio una última pincelada al portal, y, de pronto, este se activó.
Cali se cubrió los ojos para protegerlos del inesperado resplandor. Maesa Ashda la empujó contra el tablón; la joven ahogó un grito, tratando de sujetarse a algo, pero perdió el equilibrio… y el círculo rojo se la tragó.
—¡Cali! —gritó Tabit. Corrió hacia el portal, pero se detuvo a pocos pasos de maesa Ashda—. ¿A dónde conduce ese portal? —exigió saber.
Ella sonrió de nuevo.
—Tendrás que averiguarlo por ti mismo. Puedes usar la vía rápida… o la lenta. —Acercó un trapo al último adorno que acababa de dibujar—. La pintura aún está fresca, estudiante Tabit —le advirtió.
Él comprendió que, si maesa Ashda destruía el portal, jamás encontraría a Cali. Le lanzó una torva mirada y se precipitó por el portal, en pos de su amiga.
Cuando su silueta se desvaneció del todo, maesa Ashda respiró profundamente y borró un trazo del portal con gesto hábil y rápido. La luz se apagó, y la profesora se frotó los ojos con cansancio.
Tenía mucho trabajo que hacer.
Tabit salió del portal llamando a Cali.
—¡Estoy aquí! —susurró ella, echándose a sus brazos. Tabit la estrechó contra sí; el resplandor rojo del portal se reflejaba en su rostro, profundamente preocupado—. ¿Qué está pasando?
Tabit se dio la vuelta, pero no tuvo tiempo de atravesar de nuevo el portal antes de que su luz se extinguiera, sumiéndolos en la penumbra.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tabit, mirando a su alrededor.
—Parece una habitación cerrada —respondió Cali.
—
Es
una habitación cerrada —les respondió una voz ronca desde un rincón, sobresaltándolos—. O, al menos, lo será mientras los portales sigan apagados.
Los dos estudiantes descubrieron entonces que había un bulto acurrucado en un rincón.
Pero Cali había reconocido aquella voz.
—¿Yunek? —murmuró; dio unos pasos hacia él, pero se detuvo, recordando de pronto que el joven los había traicionado.
—¡Yunek! —repitió Tabit, entre el desconcierto y la indignación.
La sombra del rincón alzó la cabeza para mirarlos.
—Yo también me alegro de veros —dijo—. Aunque supongo que no habéis venido a sacarme de aquí.
—Ni siquiera sabemos dónde estamos —respondió Cali con cautela.
Sin dejar de vigilar a Yunek por el rabillo del ojo, Tabit examinó la estancia. Comprobó que no tenía ninguna puerta, ni más abertura que un estrecho ventanuco por el que apenas se filtraba un tenue rayo de luz, pero pudo distinguir en la penumbra las siluetas de dos portales dibujados en paredes enfrentadas. Uno de ellos era el que acababan de atravesar. Ambos estaban inactivos.