El libro de los portales (71 page)

Read El libro de los portales Online

Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: El libro de los portales
5.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

Dos de sus hombres la aferraron; Cali gritó y forcejeó, pero no consiguió liberarse. Cuando Yunek y Tabit corrieron en su ayuda, los otros dos sicarios los mantuvieron a distancia con sus dagas.

—Ya veo que necesitas conseguir chicas por la fuerza —jadeó Cali—. ¿Es que tus encantos ya no son lo que eran?

—Cierra la boca —le espetó Kelan. Hizo una seña y uno de sus hombres colocó el filo de su navaja en el cuello de la joven. Cali contuvo el aliento—. Ya no tienes tantas ganas de hacer chistes, ¿verdad? Pero no he venido aquí para que me digas cuánto me echas de menos. —Se volvió hacia Tabit y Yunek, que contemplaban la escena, horrorizados—. Vosotros dos: me vais a decir dónde está maese Belban a la de tres, o ella morirá. Uno…

—¡Yo no lo sé! —gritó Yunek—. ¡Te juro que no lo sé!

—Dos…

—Kelan, déjala —murmuró Tabit, pálido como un muerto.

Él sonrió con frialdad y centró su mirada en el estudiante.

—Vaya —observó—. Tenemos un ganador.

—No se lo digas, Tabit —pudo decir Cali.

Kelan ni se molestó en mirarla.

—Tre…

—Está bien, está bien —se apresuró a contestar Tabit—. De acuerdo, te lo diré, pero déjala en paz. Maese Belban está… o debería estar… en el desván de la Academia, el del círculo exterior.

Kelan ladeó la cabeza para mirarlo con curiosidad.

—¿Y por qué debería estar allí? —quiso saber—. No regresasteis a través de ese portal violeta tan extraño, ¿verdad?

—No —respondió Tabit—. No estaba replicado en el lugar de destino, así que se desvaneció en cuanto lo atravesamos. Tuvimos que dibujar uno nuevo y, por supuesto, escribimos en él las coordenadas de la Academia. Hemos regresado hace apenas un rato con maese Belban y… bueno, él pensó que sería una buena idea esconderse de los que querían verlo muerto.

Kelan lo observó un segundo y finalmente se volvió hacia el sicario y asintió. El hombre retiró el cuchillo del cuello de Cali, y ella exhaló aire, aturdida.

—Supongo que ahora sí que estamos muertos del todo —murmuró Yunek—. Si no los tres, por lo menos sí nosotros dos.

—Todavía no —respondió Kelan—. Primero iremos a comprobar que vuestra historia es cierta. Si no encontramos a maese Belban donde habéis dicho, regresaremos y repetiremos el interrogatorio… y esta vez intentaré ser un poco más… persuasivo —añadió, acariciando la mejilla de Cali con los dedos. Ella le escupió. Kelan le dedicó una fría sonrisa.

—¿Qué modales son esos, Caliandra de Esmira? —se burló—. ¿Qué diría tu padre si te viese comportarte como una moza de cuadra cualquiera?

—Apuesto a que tú sabes mucho de mozas de cuadra —replicó ella.

Él no se molestó en responder. Hizo una seña a sus matones y salieron todos de nuevo por el portal.

Tabit se precipitó tras ellos, pero el portal se apagó de pronto y el joven chocó contra una pared de piedra sólida.

En la enfermería, Tash estaba empezando a preguntarse qué había sido de los
granates
.

—Están tardando mucho, ¿no? —preguntó, inquieta.

—La Academia es grande —respondió Rodak con esfuerzo; reprimió una mueca de dolor cuando el médico retiró los vendajes resecos—. Además, quizá quieran estar solos. Ya me entiendes.

Tash negó con la cabeza.

—Conozco a Tabit: primero el deber y luego el placer. Algo pasa. Voy a buscarlos, pero no tardaré. Estás en buenas manos —añadió, oprimiéndole el brazo con afecto.

Salió de la enfermería y recorrió las dependencias de la Academia, sumida en hondas reflexiones. Algunos estudiantes se detenían a mirarla, pero ella no les prestó atención. Hasta que no se tropezó con un maese conocido, cuya excepcional altura le tapó la luz por un momento, no recordó que, en realidad, ella ya no tenía permiso para estar allí.

—¡Otra vez tú, pequeño gamberro! —tronó maese Saidon—. ¿Cuántas veces tendré que echarte de aquí? ¿Y cómo has entrado esta vez? ¿Escondido en la saca del correo?

—Ah, no —murmuró Tash—. Ahora no tengo tiempo para esto,
granate
. Aquí pasa algo raro, y Tabit y Cali podrían estar en peligro.

Maese Saidon se cruzó de brazos.

—Vaya, esta historia es aún mejor que la de la última vez —comentó—. Vamos a ver qué opina el rector.

—¡Ni se te ocurra ponerme las manos encima…! —empezó a protestar Tash; pero maese Saidon, haciendo caso omiso de sus quejas, se la llevó a rastras, pasillo abajo, en busca de maese Maltun.

Yiekele había entrado en trance apenas unos instantes después de que ella y maese Belban franquearan la puerta del desván. El profesor la ayudó a despejar un rincón para proporcionarle una pared y contempló, fascinado, cómo del pecho de ella comenzaba a manar un reguero de sangre espesa y oscura. Yiekele, con sus ojos naranjas totalmente dilatados y desenfocados, untó sus dedos en aquella sustancia, se acercó a la pared y comenzó a pintar.

Las yemas de sus dedos dibujaron, ágiles y delicadas, un entramado serpenteante de líneas que confluían y se separaban, de trazos que se enroscaban sobre sí mismos y se unían a otros para formar un patrón aparentemente al azar.

Aquel portal era mucho más pequeño que el que había dejado a medias en la caverna y, pese a su indescriptible belleza, también parecía bastante más simple. Los dedos de Yiekele trenzaban volutas y espirales con rapidez, y maese Belban advirtió, interesado, que a aquel ritmo no tardaría en acabarlo. Se sentó a observarla y abrió su diario de trabajo para tomar nota de todo aquello.

Momentos después, alguien entró en el desván.

—Estáis aquí, maese Belban —se oyó una voz femenina, ligeramente sorprendida—. Estábamos preocupados por vos.

—Ah, maesa Ashda —respondió él sin volverse—. Ven a ver esto; estoy seguro de que sabrás apreciarlo.

Ella seguía hablando:

—La estudiante Caliandra me avisó y… —se interrumpió de pronto al ver a Yiekele y aspiró con fuerza—. Por todos los…

Maese Belban sonrió.

—Es hermosa, ¿verdad? Pero no la molestes; está dibujando un portal.

Maesa Ashda ladeó la cabeza, impresionada.

—¿Un… portal? Pero… ¿qué clase de…?

—Es una criatura que procede de un mundo en el que los pintores de portales no necesitan más instrumentos que su propio cuerpo para ejercitar su arte.

Ella calló un momento, atónita, asimilando aquella información.

—Es… un portal bellísimo —pudo decir por fin, con franca admiración—. ¿Con qué está pintando? ¿Con… los dedos de cuatro manos… y una… cola? —añadió, contemplando el apéndice caudal de Yiekele con cierto reparo—. Y… ¿funcionará?

—Funcionará —asintió él.

Ella entornó los ojos con interés y se sentó junto al anciano profesor.

—¿De veras? Contadme más.

Él le dirigió una cansada sonrisa.

—Y después, ¿qué harás? ¿Me matarás a mí también? Dime, ¿has traído un medidor de coordenadas o has refinado tus métodos desde la noche en que asesinaste a Doril?

Maesa Ashda se levantó con brusquedad y lo observó con una mezcla de odio y horror. Echó una rápida mirada de reojo a Yiekele; pero ella seguía pintando su portal sin prestar atención a nada más.

—De modo que lo sabíais —murmuró la profesora.

Maese Belban negó con la cabeza.

—No lo he sabido hasta hace unos instantes, Ashda. Has cubierto muy bien tu rastro y en todos estos años jamás se me ocurrió sospechar de ti. Ni siquiera después de mi accidentada visita al pasado. Recuerdo vagamente haberme topado con una joven estudiante aquella noche, tras encontrar el cuerpo del desgraciado Doril en el almacén… pero mi memoria no es lo que era, y no te reconocí. Y de todas formas, aunque lo hubiese hecho, todos estos años he imaginado al asesino de Doril como alguien distinto… jamás podría haber sospechado de la niña amable y aplicada que eras entonces. Cómo nos has engañado a todos, muchacha.

Maesa Ashda no dijo nada. Solo seguía observándolo fijamente, con un brillo calculador en la mirada. Había vuelto a componer una expresión de serena indiferencia, como si las acusaciones del anciano no tuvieran nada que ver con ella.

—Sin embargo —prosiguió maese Belban con gravedad—, el afán por borrar tus huellas ha sido lo que te ha delatado en esta ocasión. Si te hubieses limitado a saludar al entrar por la puerta, probablemente yo no habría llegado a cuestionarme tu presencia aquí.

»Pero has sentido la necesidad de justificarte, y has mencionado a la estudiante Caliandra. Y eso me ha llamado la atención. No conozco muy bien a mi nueva ayudante, pero sí sé que ella jamás habría delatado mi escondite a ningún profesor de la Academia. Al menos, no voluntariamente —le lanzó una mirada penetrante, pero maesa Ashda no se movió—. Así que… dime, ¿todo esto tiene algo que ver con tu padre?

Ante aquellas palabras, la fría actitud de la profesora de Arte se desmoronó como un castillo de naipes, y su rostro se contrajo en un rictus de rabia.

—¡
Todo
tiene que ver con mi padre! —exclamó—. Pero me sorprende que lo recordéis. La Academia siempre ha hecho gala de una asombrosa habilidad para dar la espalda a los maeses caídos en desgracia.

—Yo lo recuerdo —replicó maese Belban con sequedad—. Maese Telvor de Maradia. Estudiamos juntos, fuimos amigos. Hasta que él traicionó el juramento de la Academia y fue penalizado según las normas.

—¡Las normas! —escupió maesa Ashda con desdén—. ¡Le sacaron los ojos y le cortaron la lengua y los pulgares! Se convirtió en un paria; aún pide limosna en los alrededores de la plaza. ¿Y todo por qué? ¡Porque enseñaba a su hija a pintar portales!

—Ah, su hija… Una muchacha que podría haber entrado en la Academia y aprender la ciencia de los portales a través de los canales adecuados… como, en efecto, llegó a hacer años después, en cuanto cumplió la edad mínima para el ingreso. El Consejo debió de pensar en su momento que había algo raro en tu deseo de ser maesa… y de estudiar en la Academia que había castigado tan duramente a tu padre. Me consta que te vigilaron estrechamente durante tus primeros años… Pero siempre has sido una estudiante ejemplar. Muy respetuosa con las normas, educada y trabajadora… incluso ganaste por méritos propios una plaza en el cuadro docente.

—Como muy bien habéis observado, se me da bien cubrir mis huellas —murmuró maesa Ashda.

—¿Y cuál era el objetivo de todo esto? ¿Infiltrarte en la Academia para vengar a tu padre? Y, si es así, ¿por qué tuviste que hacérselo pagar precisamente a mi ayudante?

Ella sonrió.

—Mi padre solo quería compartir sus conocimientos conmigo. Pero lo acusaron de traición a la Academia por revelar sus secretos a alguien que no vestía el granate. De modo que me dedico a cometer el crimen por el que él fue injustamente condenado. Desde hace mucho tiempo, en realidad. De hecho, el pobre Doril tuvo la desgracia de descubrirme por pura casualidad.

—Comprendo. Y te aseguraste de que no podría contárselo a nadie, porque conocías muy bien las consecuencias de tus actividades. Y por eso has venido ahora a buscarme. Para seguir… cubriendo tus huellas.

—Así es la vida, maese Belban —se limitó a responder maesa Ashda.

Yunek, Tabit y Cali permanecieron encerrados durante lo que les parecieron horas. Los dos estudiantes se habían sentado muy juntos, con las espaldas pegadas a la pared, lejos de Yunek, que ocupaba un rincón más al fondo. Ninguno de los tres tenía ganas de hablar.

Eran conscientes de que el juego se había terminado para ellos. Le habían dicho a Kelan, y en consecuencia a maesa Ashda, lo que quería saber. Ya no los necesitaba y, por tanto, en cuanto encontrase a maese Belban enviaría a Kelan y sus sicarios a silenciarlos para siempre, para que no pudiesen contar al mundo todo lo que sabían.

Other books

Home in Time for Christmas by Heather Graham
Candice Hern by Lady Be Bad
The Shadowkiller by Matthew Scott Hansen
El mapa del cielo by Félix J. Palma
BILLIONAIRE (Part 6) by Jones, Juliette