—¿Mi válvula? ¿A qué te refieres?
—En todo momento fluye en tu interior un torrente de energía positiva. Digamos que es como la presión del agua en tu casa. Esa presión del agua siempre está ahí, junto a tu válvula. Si quieres que entre agua en tu casa, no tienes más que abrir la válvula para dejar que penetre. Pero si la válvula está cerrada, el agua no puede entrar. Tu tarea consiste en mantener abierta esa válvula para que pueda entrar el bienestar. El bienestar siempre está a tu disposición, pero debes dejarlo entrar.
—Pero, Salomón —protestó Sara—, ¿de qué me sirve mantener abierta mi válvula en una escuela en la que todos están siempre de malhumor y se comportan con crueldad?
—En primer lugar, cuando abras tu válvula no prestarás atención a la crueldad de la gente, y algunas cosas cambiarán ante tus propios ojos. Muchas personas dudan entre abrir o cerrar sus válvulas, pero cuando entran en contacto contigo y comprueban que tienes tu válvula abierta, se acercan a ti con una sonrisa o una frase amable. Por otra parte, ten en cuenta que una válvula abierta no sólo incide en lo que ocurre hoy, sino en lo que ocurra mañana y pasado mañana. De modo que cuantos más días te sientas feliz, más agradables te resultarán las circunstancias mañana y pasado mañana. Practícalo, Sara. Comprende que ninguna circunstancia, por negativa que te parezca en ese momento, merece que cierres tu válvula. Lo más importante es proponerte mantener tu válvula abierta.
He aquí algunas palabras que debes recordar, Sara, y repetir tantas veces como puedas: «Mantendré mi válvula abierta pase lo que pase».
—De acuerdo, Salomón —respondió Sara dócilmente, aunque no estaba muy convencida.
Pero recordó que en términos generales las cosas le habían ido mucho mejor desde que practicaba las técnicas que le había propuesto Salomón.
—Lo practicaré. Espero que dé resultado —dijo Sara antes de alejarse del bosquecillo de Salomón. Sería estupendo sentirse bien pase lo que pase. Eso es lo que quiero.
El coche de la madre de Sara estaba aparcado a la entrada. «Qué raro —pensó Sara— mi madre no suele llegar a casa tan temprano».
—Hola, ya estoy aquí —dijo Sara al abrir la puerta de entrada, sorprendida por este insólito anuncio de su llegada.
Pero no obtuvo respuesta. Dejó sus libros sobre la mesa del comedor y después de atravesar la cocina y salir al pasillo que conducía a los dormitorios preguntó: —¿Hay alguien en casa?
—Estoy aquí, cariño —contestó la madre de Sara con su apacible voz.
Las cortinas del dormitorio estaban corridas y su madre yacía en la cama con una toalla sobre los ojos y la frente.
—¿Qué te pasa, mamá? —preguntó Sara.
—No es más que un dolor de cabeza, tesoro. Me ha dolido todo el día y al final decidí que no podía quedarme otro minuto más en el trabajo, de modo que regresé a casa.
—¿Te sientes mejor?
—La cabeza me duele menos cuando cierro los ojos. Me quedaré acostada un ratito. No tardaré en salir. Cierra la puerta de la habitación y cuando llegue tu hermano, dile que saldré dentro de un rato. Si duermo unos minutos me sentiré mejor.
Sara salió de la habitación de su madre de puntillas y cerró la puerta con suavidad. Se quedó unos momentos en el pasillo, sin saber qué hacer. Sabía que tenía que hacer las faenas de la casa que hacía cada día de su vida, pero hoy todo parecía distinto. Sara no recordaba la última vez que su madre no hubiera acudido al trabajo por sentirse indispuesta, y le preocupaba que hubiera llegado tan temprano a casa. Notaba un nudo en el estómago y se sentía desorientada. No se había percatado de hasta qué punto el carácter estable y alegre de su madre tenían un efecto tranquilizador sobre ella.
—Esto no me gusta —dijo Sara en voz alta—. Espero que el dolor de cabeza de mamá desaparezca enseguida.
—Sara.
Sara oyó la voz de Salomón. «¿Tu felicidad depende de las circunstancias que te rodean? Creo que ésta es una buena oportunidad para practicar».
—De acuerdo, Salomón. ¿Pero cómo quieres que practique? ¿Qué debo hacer?
«Abre tu válvula, Sara. Cuando te sientes mal, significa que tu válvula está cerrada. Procura pensar en algo que haga que te sientas mejor, hasta que notes que tu válvula vuelve a abrirse». Sara se dirigió a la cocina, pensando en su madre postrada en la cama en la habitación de al lado. Vio el bolso de su madre sobre la mesa de la cocina; no podía dejar de pensar en su madre. «Toma la decisión de hacer algo, Sara. Piensa en tus tareas y decide hacerlas esta noche en un tiempo récord. Decide hacer algo más, algo más que tus tareas habituales».
Esa idea hizo que Sara se pusiera de inmediato manos a la obra. Se movió rápidamente, recogiendo las cosas que diversos miembros de la familia habían ido dejando desperdigadas por la casa, lentamente, a lo largo de varias horas ayer por la tarde, antes de acostarse. Recogió los periódicos diseminados por el suelo de la sala de estar y los colocó en una pila ordenada, tras lo cual quitó el polvo de las superficies de las mesas en la sala de estar. Luego limpió el lavabo y la bañera del único baño de la casa. Vació los cubos de basura en la cocina y la papelera del baño. Ordenó los papeles que tenía su padre diseminados sobre el amplio escritorio de roble, tan enorme que apenas cabía en el rincón de la sala de estar, procurando no dejar nada muy lejos del lugar donde lo había dejado su padre. No estaba segura de si existía cierto orden en el desorden de su padre, pero en todo caso no quería causar problemas. Su padre pasaba muy poco tiempo sentado ante su escritorio, y Sara se preguntaba a menudo por qué había dedicado un espacio tan grande de la sala de estar a aquel trasto. Pero procuraba a su padre un lugar donde reflexionar y, lo que era más importante, un lugar donde dejar los papeles sobre los que no quería seguir pensando en aquellos momentos.
Sara se movió con rapidez, decidida a terminar cuanto antes, y cuando tomó la decisión de no pasar el aspirador sobre la alfombra de la sala de estar, para no molestar a su madre, se percató de lo bien que se sentía después del breve rato que había dedicado a limpiar y recoger la casa. Pero al decidir no pasar el aspirador, para no importunar a su madre que estaba descansando, volvió a concentrarse en la circunstancia negativa, lo cual le hizo sentir de nuevo aquella incómoda sensación en la boca del estómago.
«¡Es asombroso! —pensó Sara—. Ahora me doy cuenta de que la forma en que me siento depende sólo de las cosas a las que presto atención. Las circunstancias no han cambiado, pero mi atención, sí». Sara se sintió entusiasmada. Había descubierto algo muy importante. Había descubierto que su alegría no dependía de ninguna otra persona ni objeto. De pronto oyó que se abría la puerta de la habitación de su madre; y ésta salió al pasillo, entrando en la cocina.
—¡Qué limpio y ordenado está todo, Sara! —exclamó su madre, que parecía sentirse más aliviada.
—¿Ya no te duele la cabeza, mamá? —preguntó Sara con ternura.
—Me siento mucho mejor, Sara. He podido descansar un rato porque sabía que tú te ocuparías de todo. Gracias, cariño.
Sara se sentía divinamente. Sabía que en realidad no había hecho mucho más de lo que hacía todos los días al llegar de la escuela. Su madre no la apreciaba por lo que había hecho. Lo que su madre apreciaba era que Sara tuviera su válvula abierta. Lo conseguiré, pensó Sara. Puedo mantener mi válvula abierta sean cuales sean las circunstancias. Sara recordó la afirmación de Salomón: «Mantendré mi válvula abierta pase lo que pase».
«Muy bien, Sara. Un diez». Sara leyó las palabras escritas en la parte superior del ejercicio que había hecho ayer y que el señor Jorgensen acababa de devolverle. Sara trató de reprimir una sonrisa de satisfacción al leer las palabras escritas con bolígrafo rojo. El señor Jorgensen se volvió para mirada mientras entregaba a la niña sentada delante de ella su ejercicio. Cuando Sara le miró, el maestro le guiñó el ojo.
Sara sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría. Se sentía sumamente orgullosa de sí misma. Era un sentimiento nuevo para ella, y le resultaba muy agradable. Sara estaba impaciente por regresar al bosquecillo y hablar con Salomón.
—¿Qué le ha pasado al señor Jorgensen, Salomón? —preguntó Sara— parece otro hombre.
—Es el mismo, Sara, pero has observado otras cosas en él.
—No creo que haya observado otras cosas en él, sino que hace cosas que no hacía antes.
—¿Por ejemplo?
—Sonríe más que antes. A veces sonríe antes de que suene el timbre. Antes apenas sonreía. ¡Hasta me ha guiñado el ojo! Y en clase cuentas unas historias tan divertidas que hace que nos riamos a carcajadas. Parece más feliz que antes, Salomón.
—Todo parece indicar que tu maestro se ha unido a tu cadena de la alegría, Sara.
La niña se quedó pasmada. ¿Acaso Salomón le atribuía a ella el cambio en la conducta del señor Jorgensen?
—¿Quieres decir que he sido yo quien ha hecho que el señor Jorgensen se sienta más feliz?
—No ha sido sólo cosa tuya, Sara, porque el señor Jorgensen desea ser feliz. Pero tú le has ayudado a recordar que desea ser feliz. Y le has ayudado a recordar por qué decidió ser maestro.
—Yo no he hablado con el señor Jorgensen de esas cosas, Salomón. ¿Cómo pude haberle ayudado a recordarlas?
—Lo conseguiste a través del aprecio que sientes por el señor Jorgensen. Verás, cada vez que prestas atención a alguien, o a algo, y al mismo tiempo sientes esa maravillosa sensación de aprecio, haces que se intensifique el estado de felicidad de esas personas. Les proporcionas un baño de aprecio.
—¿Como si las rociara con la manguera del jardín? —Sara rió de gozo, satisfecha de que se le había ocurrido esa ingeniosa analogía.
—Sí, Sara, es algo muy parecido. Pero antes de que puedas rociar a las personas con la manguera, tienes que conectarla al grifo y abrirlo. Y eso lo haces al apreciarlas. Cada vez que sienten aprecio o amor por alguien, cada vez que ves algo positivo en una persona o en algo, te conectas al grifo.
—¿Quién instala el aprecio en el grifo, Salomón? ¿De dónde sale?
—Siempre ha estado ahí, Sara. Es algo natural.
—¿Entonces por qué las personas no rocían siempre a los demás con su aprecio?
—Porque la mayoría de las personas se han desconectado del grifo, Sara. No intencionadamente, pero no saben cómo permanecer conectadas a él.
—Así que según tú, ¿puedo conectarme cuando quiera al grifo y rociar con mi aprecio a quien quiera, en cualquier momento y en cualquier lugar?
—Así es, Sara. Y cada vez que rocíes a las personas con tu manguera de aprecio, observarás unos cambios evidentes.
—¡Vaya! —murmuró Sara, tratando de captar mentalmente la magnitud de lo que acababa de averiguar— ¡es como magia, Salomón!
—Al principio parece magia, Sara, pero al cabo de un tiempo te parecerá de lo más natural. Sentirse bien —y convertirte en un catalizador para que otros se sientan bien —es la cosa más natural.
Sara cogió la cartera y la chaqueta que se había quitado, dispuesta a despedirse de Salomón hasta el día siguiente.
—Recuerda, Sara, que tu tarea consiste en mantenerte conectada al grifo.
Sara se detuvo y se volvió para mirar a Salomón, comprendiendo de golpe que esto quizá no fuera tan fácil, ni tan mágico, como el búho le había dado a entender.