Huxley, descendiente de una dinastía de sabios, es un novelista que piensa, o sea, un novelista nada común; sentía admiración por él desde que leyera
Point Counter Point y Jesting Pilate
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Me recibió en su Club, porque esa misma noche tenía que salir de Londres. Es un hombre cortés, no es viejo, gran trabajador a pesar de su vista ya debilitada. Le hice la pregunta por la que más interés sentía.
—¿Cuál será la condición futura del hombre? —Huxley me miró esbozando una maliciosa sonrisa de complicidad, y respondió:
—Es el problema que hoy ocupa mi mente más que todos los otros. Le haré conocer mis últimas previsiones deseando que resulten vanas y falaces.
»Lo que se llama ahora "edad atómica" es, a mi parecer, la crisis del paso del estado anárquico de la inteligencia humana al estado celular y gregario al que probablemente estamos destinados. Nos hemos acostumbrado a admirar los progresos intelectuales realizados por nuestra especie desde la edad cuaternaria hasta el siglo vigésimo: artes, ciencias, pensamiento, y demás progresos. Pero esa lozanía del espíritu humano quizá no sea más que un lujo infantil, una juvenil explosión de la raza humana, y que ha puesto en peligro hasta nuestra existencia —como podemos verlo claramente hoy en día— y que el instinto de conservación hará cesar para dar lugar a una forma de vida enteramente diversa.
»La inteligencia, que en su origen fue para el hombre un arma de defensa contra los peligros y amenazas de la naturaleza, desde hace unos veinte o treinta siglos se dedicó a trabajar por su cuenta, caprichosa y alocadamente, siguiendo dos orientaciones: la fantasía y el raciocinio. Todos los mitos, los inventos, las metafísicas, las artes, las utopías políticas y sociales, han procedido de ese doble juego de la libre actividad mental. Han proporcionado al hombre alegrías, diversiones, alivios momentáneos, entusiasmos y voluptuosidades, pero al cabo de treinta siglos de experiencia los resultados finales son pavorosos y desastrosos. El hombre ha creado mundos imaginarios, ha construido edificios frágiles, se ha entregado a encantamientos debilitantes, se ha enviciado con estupefacientes espirituales nocivos, ha intentado evasiones que concluían por duplicar su esclavitud. Dicho colapso comenzó a manifestarse en el ochocientos. El romanticismo, el individualismo, el anarquismo, el esteticismo, el satanismo, todo ello precedió, mediante la disgregación de la sociedad, de la familia y del alma, a la disgregación del átomo operada por los físicos. La inquietud moral, la alineación progresiva, el pesimismo radical, la inestabilidad social, la ruptura con las tradiciones y la decadencia de las religiones, todo esto condujo a los hombres civilizados de nuestro tiempo a la amargura, al descontento, a la rebelión, al terror, a la manía del suicidio, a la previsión de un exterminio total de la especie humana.
»Pero el hombre, al igual que el resto de los animales, posee todavía el instinto de conservación y ha corrido al refugio. Hay dos fenómenos bastante recientes que representan el muro de contención contra el desastre y son señales premonitorias del próximo vuelco de nuestra vida; son de orden diverso pero concomitante: la sustitución de la máquina por el esfuerzo humano y la de los regímenes totalitarios en lugar de los sistemas liberales y democráticos.
»El hombre se está convirtiendo en siervo y súcubo de las máquinas; los pueblos se están transformando en masas anónimas, movidas y niveladas por un poder central autoritario y sin "control".
»Las tentativas de las dictaduras de nuestro siglo parecen haber fracasado, por lo menos parcialmente. Pero su frecuente aparición y multiplicación es un hecho histórico indestructible y que no se agota. Lenin, Mussolini, Hitler, Pilsudski, Franco, Antonescu, Stalin, todos ellos pueden ser para los últimos fieles de la libertad, seres odiosos y odiables, pero sin duda alguna son los portaestandartes de un sistema social que, para evitar los errores, las demoras, los desórdenes, las dilapidaciones y los peligros de la edad parlamentaria, concluirá por reducir las naciones del mundo a hormigueros y colmenas.
»Sin saberlo tiende a la misma finalidad la imposición de los medios mecánicos en todas las actividades del hombre, hasta en las mentales. El triunfo de la Cibernética, que ya se prevé como inminente, acabará con los últimos vestigios de la iniciativa humana. En las grandes fábricas norteamericanas, que sirven de modelo para el resto del mundo, el hombre ya no es más que un adminículo de la máquina, aun cuando sea de carne, y forma parte de la gran máquina sin nada humana que algún día hasta prescindirá de él.
»O sea: el hombre se está convirtiendo en una simple célula del Leviatán político y en un simple engranaje del inmenso monstruo de la máquina omnipresente y omnifactora. Presenciamos hoy un hecho que cien años antes hubiera parecido increíble: la supresión y la muerte del individuo.
»El desencadenamiento del individuo ha llevado a la locura, al dolor, al desorden, a las guerras, al peligro del hambre y la muerte. El hombre, con tal de tener seguridad acerca de su alimento y de su paz está dispuesto a renunciar a todas las prerrogativas de la libertad, del genio, de la creación, del riesgo. El hombre, que hasta ahora había sido un joven movedizo e independiente, con todos los grillos e impetuosidades de la juventud, está pasando a la edad madura, a la edad de la renuncia, del orden, de la calma, del conformismo. Éramos aves libres en el espacio, fieras independientes en la selva, pero ya se ha visto que no era posible continuar así, resultaba demasiado caro, era algo que ponía en peligro la existencia misma de nuestra especie. El mundo del futuro será muy semejante a los hormigueros, a las colmenas, a las moradas de los comejenes. El yo será muerto, se renegará de la fantasía, el individuo será reprimido y oprimido, la libertad y la iniciativa serán abolidas; sólo a costa de ese durísimo precio podrá sobrevivir el género humano.
»Quizá también las hormigas, las abejas y los comejenes, que sin duda alguna son animales inteligentes, en tiempos antiquísimos disfrutaron de genio e iniciativa libre antes de reducirse a su condición actual de sociedades instintivas y gregarias. Pues una revolución similar se está verificando en la especie humana, y en algunos países, como por ejemplo en Rusia, hay ya un esbozo de realización. Tendremos que dejar a un lado cosas que para nuestros padres eran el tesoro más maravilloso del hombre la poesía, la libertad, la locura del genio, la autonomía del individuo. Pero no tendremos más remedio que hacer ese sacrificio si queremos salvar los bienes esenciales y primordiales: el pan, la seguridad, la existencia.
»Hasta en mi propia patria, que fue cuna de las libertades civiles e intelectuales, se está consolidando un socialismo estatal que, a pesar de un disfraz parlamentario, tiende a hacer la vida social muy similar a la del comunismo. El individuo muere a fin de que pueda sobrevivir la especie; tal es, hoy en día, el meollo de mis observaciones y el fundamento de mis previsiones.
Diciendo esto Huxley se puso de pie y me pidió disculpas por tener que interrumpir la conversación, pues antes de su partida debía acudir a dos citas más.
Le agradecí calurosamente sus razonamientos, tristes pero lúcidos, y me despedí de él.
Londres, 18 de septiembre.
No tengo la costumbre de escuchar a los oradores heterodoxos e inconformistas que, en homenaje a la libertad de palabra, predican y vociferan todos los días en Hyde Park. Pero hoy mientras cruzaba por el parque me detuve sin saber por qué frente a un caballete que sostenía un cartel en el que se leía escrito en grandes caracteres negros: El Masculinismo. Era el orador un hombre larguirucho, de edad mediana, de cabellos rojizos y alborotados, tenía dos ojos negros, de visionario; aún no había comenzado a perorar porque los oyentes eran muy pocos, apenas tres o cuatro y todos ancianos. Quise esperar la prometida revelación y al cabo de pocos minutos el hombre de la cabellera roja se decidió a hablar:
—Os anuncio la nueva doctrina moral, social y política que transformará la vida del mundo; os anuncio la revolución del Masculinismo.
»En esta misma metrópoli, hace ya muchos años, las mujeres se levantaron furiosas contra los privilegios masculinos, y guiadas por la célebre miss Pankhurst, fundaron el Feminismo. Hoy, al cabo de cincuenta años de luchas y polémicas, el Feminismo ha triunfado: las mujeres tienen todos los derechos civiles y políticos. Hay mujeres en el gobierno y en el parlamento, hay mujeres embajadoras y mujeres militares, las mujeres han invadido las administraciones públicas y privadas, las escuelas y las fábricas, ¡perfectamente bien!
»Nosotros, los masculinistas, no somos contrarios a los continuos y progresivos triunfos del Feminismo. No surge el Masculinismo para oponerse al Feminismo, ¡muy al contrario!, su objetivo declarado y lógico es el de tomar nota de las conquistas del Feminismo, más aún, ampliarlas, extenderlas, hacerlas universales.
»Escuchadme, señores, y seguidme atentamente. En su ingenuidad casera y provinciana imaginaban las mujeres que el privilegio de gobernar a los pueblos, cosa que hasta hace medio siglo le estaba reservada a los hombres, era un honor, una alegría, una satisfacción. Nuestras rivales se engañaban por completo. La política es un arte grosero y falaz, se funda en los compromisos y en los engaños, en la hipocresía y en la desfachatez. La política es incómoda, sucia y peligrosa. Por esto, los masculinistas proponen la entrega total de los poderes a las mujeres, las que por su misma naturaleza son más astutas, más mentirosas y más acomodaticias. ¡Que no haya tan sólo alguna diputada o ministra, sino que todos los parlamentos y todos los gobiernos estén formados únicamente por mujeres!
»Ellas tienen la lengua más suelta que nosotros, poseen un mayor sentido práctico y menos repugnancia para las cosas sucias; la política está hecha para ellas y solamente para ellas. Y frente al espectáculo de lo que está sucediendo hoy en el mundo no hay que temer que la cosa pública vaya a andar todavía peor, pues esto es claramente imposible. En la peor de las hipótesis los pueblos serian llevados a la miseria y a la muerte, y es lo que ya está sucediendo, de modo que nada se cambiaría. En lugar de esto, cambiará para mejor la suerte de los hombres, quienes finalmente se verán en libertad para dedicarse a actividades más nobles.
»Escuchadme, ciudadanos hombres: el Masculinismo prepara vuestra liberación de los trabajos y misiones más duros e ingratos. Ahora las mujeres han ingresado ya en la enseñanza, pero todavía están en minoría. El oficio de instruir a los niños y jóvenes es, digamos la verdad de una vez por todas, muy fatigoso y molesto; por doquiera es el programa de los escolares estudiar poco y engañar a los maestros. Los únicos alumnos que logran en verdad aprender algo son los que estudian por sí solos, por pasión natural. Así pues, ¿por qué no confiar a las mujeres, y solamente a ellas, la enseñanza inferior y superior? Ellas tienen más paciencia y astucia y un poder de atracción muy superior; se puede descontar desde ahora que los discípulos aprovecharán bastante más que con profesores hombres, quienes a su vez, libres del odioso tedio de la escuela, finalmente podrán estudiar seriamente por su cuenta.
»Y dígase lo mismo del trabajo en todas sus formas. Según las escrituras el trabajo fue impuesto al hombre como castigo, pero, dado que de acuerdo a las mismas Escrituras la primera y verdadera culpable fue la mujer en la persona de Eva, justo es entonces que la pena sea soportada por ella y solamente por ella.
»Me preguntaréis, estimados amigos oyentes, qué harán los hombres si se realizan plenamente las sagradas y legítimas reivindicaciones del Masculinismo. No es difícil responder: liberados ya del trabajo y fastidio que implican el gobierno y demás, finalmente podremos gozar en paz de la maravillosa belleza del mundo. De la acción siempre penosa y peligrosa ascenderemos todos a la felicidad de la contemplación. Las más elevadas actividades del espíritu, que hoy son patrimonio de pocos porque los más deben atender a las bajas ocupaciones de la vida, podrán ser ejercitadas por todos los varones. La poesía, la pintura, la escultura, la investigación científica y la especulación metafísica, tales serán nuestras únicas ocupaciones diarias. La humanidad se dividirá en dos grandes castas diferenciadas por el sexo: la una se dedicará a la política, al comercio, a la producción material, a las escuelas y oficinas, y la otra, la de nosotros los varones podrá consagrarse con plácida tranquilidad a las artes, al pensamiento, al descubrimiento de lo bello y lo verdadero, en una palabra: a todo lo que hace soportable y deseable la existencia. Me parece que el programa del Masculinismo, lacónicamente expuesto con lo dicho, merecerá los sufragios de nuestro sexo, que se verá redimido de esas obligaciones prácticas indignas de su primacía espiritual.
»Y no sentiremos ningún remordimiento, pues precisamente las mujeres han sido las primeras en pretender con todas sus fuerzas hacer lo que hacía únicamente el hombre con sacrificios y resignación. No hacemos más que aceptar las consecuencias extremas de su sublevación. El Masculinismo no es la contestación al Feminismo, sino su realización universal en nombre de nuestra felicidad y de la verdadera justicia.
Mientras hablaba el orador la audiencia había ido engrosando hasta convertirse en una pequeña multitud, y fueron muchos los que aplaudieron con entusiasmo. El hombre de los cabellos rojos y los ojos negros se secó el sudor y sonrió beatíficamente. Yo me fui de Hyde Park caminando a largos pasos y entré en el Savoy.
Galway, 10 de julio.
La feria de San Patricio es la fiesta máxima del año en esta pequeña ciudad irlandesa. Acuden a ella comerciantes, juglares, acróbatas y músicos, desde todos los rincones del país; además llegan innumerables grupos de gente del campo.
Esa feria dura tres días, y tanto el barrio del puerto como los suburbios se llenan de barracas, palcos, bancos y ruidos que resuenan por todas las calles y plazas. Es una bacanal rústica y diabólica que tanto durante el día como durante la noche no conoce interrupción de los gritos, los ruidos, las músicas, los estrépitos y las resonancias de las cornetas y trompas.
Los ciegos cantan melopeas tristes que nadie escucha; los negros bailan y ruedan hinchando las mejillas, los muchachitos se gastan los labios soplando en las cornetas; los jóvenes hacen estallar petardos entre los pies de las muchachas, éstas agitan en el aire los multicolores componentes de sus ropas; los viejos beben, fuman y ríen; disparan los tiradores al blanco; los charlatanes hablan hasta quedar roncos; los saltimbanquis se estiran y retuercen; sudan los vendedores de líquidos; chirrían los gramófonos, gimen y gorjean las radios. En una palabra: se concentra el ruido bestial y la balumba infernal de todas las ferias del mundo.