El loco (3 page)

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Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Fantástico, Filosofía, Relato

BOOK: El loco
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L
A
N
OCHE Y YO

—Soy como tú, oh Noche: oscuro y desnudo. Sigo por el camino en llamas que está sobre mis sueños y cada vez que mi pie toca la tierra, brota allí un roble gigantesco.

—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún miras hacia atrás para medir la huella que dejaste en la arena.

—Soy como tú, oh Noche: silencioso y profundo. Y en el corazón de mi soledad hay una diosa que está dando a luz un hijo, y en él se tocan el Cielo y el Infierno.

—No tú no eres como yo, oh Loco, porque aún te estremeces ante el dolor, y la canción del abismo te espanta.

—Soy como tú, oh Noche: salvaje y terrible; porque mis oídos están llenos de los gritos de naciones conquistadas y de suspiros de tierras olvidadas.

—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún tomas a tu pequeño Yo por compañero y no logras ser amigo de tu Yo gigantesco.

—Soy como tú, oh Noche: cruel y temible; porque mi pecho está iluminado por navíos en llamas, y mis labios están húmedos con la sangre de guerreros asesinados.

—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún tienes deseos de tu alma gemela, y no te has convertido en la única ley para ti mismo.

—Soy como tú, oh Noche: jovial y alegre; porque aquel que duerme bajo mi sombra está borracho con vino virgen, y aquella que me sigue peca alegremente.

—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque tu alma está envuelta en el velo de los siete dobleces, y no llevas tu corazón sujeto en tu mano.

—Soy como tú, oh Noche: paciente y apasionado; porque en mi pecho, mil amantes muertos están sepultados en mortajas de besos marchitos.

—¿Eres, Loco, de verdad como yo? ¿Eres como yo? ¿Puedes cabalgar en la tempestad como si fueras un corcel y empuñar como espada al relámpago?

—Como tú, oh Noche, como tú, soy alto y poderoso. Y mi trono está edificado sobre montones de dioses caídos, y ante mí también pasan los días para besar el borde de mi vestido, pero jamás para mirarme a la cara.

—¿Eres como yo, hijo de mi más oscuro corazón? ¿Y piensas mis pensamientos indómitos y hablas mi cósmico lenguaje?

—Sí, somos gemelos, oh Noche, porque tú revelas el espacio y yo revelo mi alma.

R
OSTROS

He visto un rostro con mil semblantes, y un rostro que no era sino un solo semblante, como si estuviera en un molde. He visto un rostro cuyo resplandor no ocultaba su fealdad interior, y un rostro cuyo resplandor escondía una belleza espléndida. He visto un rostro viejo con arrugas inexpresivas, y un rostro terso en el que todas las cosas habían dejado huella. Conozco los rostros porque miro a través de la tela que mis propios ojos tejen, y busco la realidad que hay debajo.

E
L
O
CÉANO
M
AYOR

Mi alma y yo fuimos a bañarnos al mar grande. Y cuando llegamos a la playa, buscamos un lugar escondido y solitario. Mientras caminábamos vimos a un hombre sentado en una piedra gris. Sacaba de un saco pizcas de sal para arrojarlas al mar.

—Es un pesimista —dijo mi alma—. Abandonemos este lugar. No podemos bañarnos aquí.

Y caminamos hasta llegar a una ensenada. Allí vimos a un hombre de pie sobre una roca blanca. Tenía en la mano un cofre incrustado de piedras preciosas, del que sacaba trozos de azúcar para arrojarlos al mar.

—Es un optimista —dijo mi alma—. Él tampoco debe contemplar nuestros cuerpos desnudos.

Seguimos adelante. Y en la playa vimos a un hombre que recogía peces muertos y amorosamente los devolvía al agua.

—No podemos bañarnos delante de él —dijo mi alma—. Es un filántropo.

Y seguimos adelante. Entonces llegamos a un lugar donde vimos a un hombre dibujando su sombra en la arena. Grandes olas venían y borraban el dibujo. Pero él volvía a empezar una y otra vez.

—Es un místico —dijo mi alma—. Dejémosle.

Y seguimos hasta una caleta, donde vimos un hombre que recogía espuma y la depositaba en una copa de alabastro.

—Es un idealista —dijo mi alma—. Ciertamente que tampoco debe ver nuestra desnudez.

Y caminamos. De pronto oímos una voz que gritaba:

—¡Éste es el mar! ¡Éste es el profundo mar! ¡Éste es el vasto y poderoso mar!

Y cuando llegamos allí, vimos a un hombre con la espalda vuelta al mar, que tenía una caracola puesta en el oído para escuchar su murmullo. Mi alma dijo:

—Sigamos: Éste es un realista que da la espalda a todo lo que no puede aprehender, y se conforma con un fragmento.

Y seguimos adelante. Entre las rocas había un hombre con la cabeza enterrada en la arena. Y dije a mi alma:

—Podemos bañarnos aquí porque él no puede vernos.

—No —dijo mi alma—. Éste es el peor de todos. Es un puritano.

Entonces una gran tristeza cubrió el rostro de mi alma y se apoderó de su voz.

—Marchémonos de aquí —me dijo—, porque no hay un solo lugar escondido y solitario donde bañarnos. No quiero que este viento desordene mi cabellera dorada, ni deseo enseñar mi blanco pecho a este aire, ni permitir que la luz descubra mi desnudez sagrada.

Entonces abandonamos aquel mar para buscar el Océano Mayor.

C
RUCIFICADO

Grité a los hombres:

—¡Quiero ser crucificado!

Y ellos dijeron:

—¿Por qué ha de caer tu sangre sobre nuestras cabezas?

Y respondí:

—¿De qué otra manera seréis glorificados si no crucificáis a los locos?

Comprendieron y fui crucificado. Y la crucifixión me calmó.

Y cuando estaba suspendido entre la tierra y el cielo alzaron sus cabezas para mirarme, y se llenaron de gozo, porque nunca antes habían usado la cabeza. Pero mientras me observaban, uno de ellos preguntó:

—¿Qué intentas expiar?

Y otro gritó:

—¿Por qué causa te sacrificas?

Y un tercero dijo:

—¿Piensas comprar a semejante precio la gloria del mundo?

Entonces un cuarto dijo:

—¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse un dolor así?

Y a todos respondí:

—Recordad tan sólo que sonreí. Nada expío, por nada me sacrifico, no deseo gloria y nada tengo que perdonar. Tenía sed y os pedí que me dieseis mi sangre para beberla, porque ¿qué otra cosa puede apagar las sed de un loco sino su propia sangre? Yo estaba mudo y os pedí que me hicieseis heridas que me sirvieran de bocas. Estaba prisionero de vuestros días y de vuestras noches y busqué una puerta para días y noches mejores. Y ahora me voy tal y como otros crucificados se han ido. Y no penséis que estamos cansados de crucifixiones. Es preciso que haya crucificados por hombres mejores, en tierras mejores y en mejores cielos.

E
L ASTRÓNOMO

A la sombra de un templo, mi amigo y yo vimos un ciego sentado solo. Mi amigo dijo:

—Mira ahí al hombre más sabio de nuestro país.

Dejé a mi amigo y me aproximé al ciego, lo saludé y conversamos. Después de un tiempo le dije:

—Perdona mi pregunta, pero ¿desde cuándo eres ciego?

Respondió:

—Desde mi nacimiento.

Dije:

—¿Qué sendero has recorrido para llegar a la sabiduría?

Me respondió:

—Soy astrónomo. —Puso la mano en el pecho y agregó—: Observo todos esos soles, y lunas y estrellas.

N
OSTALGIA

Estoy sentado aquí, entre mi hermano el monte y mi hermana la mar.

Los tres somos uno en soledad, y el amor que nos une es profundo y fuerte y extraño. En verdad es más profundo que la profundidad de mi hermana, y más fuerte que la fuerza de mi hermano, y más extraño que la extrañeza de mi locura.

Siglos tras siglos han transcurrido desde que la primera aurora cenicienta nos permitió vernos el uno al otro. Y aunque hemos visto el nacimiento y el desarrollo de la muerte de muchos mundos, todavía somos ávidos y jóvenes.

Somos jóvenes y ávidos, sin embargo, no tenemos compañía y nadie nos visita; y aunque yacemos siempre casi abrazados, nos sentimos desconsolados. ¿Qué consuelo puede haber para el deseo contenido y la pasión reprimida? ¿De dónde vendrá el ardiente Dios para calentar el lecho de mi hermana? ¿Y qué torrente apagará el fuego de mi hermano? ¿Y quién es la mujer que gobernará en mi corazón?

En el silencio de la noche, mi hermana murmura en sueños el nombre desconocido del flamígero dios, y mi hermano llama a lo lejos a lo fría y distante diosa. Pero a quién llamar en mi sueño, no lo sé.

Estoy sentado aquí, entre mi hermano el monte y mi hermana la mar. Los tres somos uno en soledad, y el amor que nos une es profundo y fuerte y extraño.

U
NA BRIZNA DE HIERBA

Una brizna de hierba dijo a una hoja caída de un árbol en otoño:

—¡Cuánto ruido haces al caer! Espantas todos mis sueños de invierno.

La hoja replicó indignada:

—¡Tú, nacida en lo bajo y habitante de lo bajo, eres insignificante e incapaz de cantar! ¡Tú, no vives en las alturas y no puedes reconocer el sonido de una canción!

La hoja de otoño cayó en tierra, y se durmió. Y cuando llegó la primavera, despertó nuevamente de su sueño y era una brizna de hierba.

Y cuando llegó el otoño, y fue presa de su sueño invernal, flotando en el aire empezaron a caerle las hojas encima. Murmuró para sí misma:

—¡Oh, estas hojas de otoño! ¡Hacen tanto ruido! Espantan todos mis sueños de invierno.

E
L
O
JO

Dijo el Ojo un día:

—Veo más allá de estos valles una montaña velada por niebla azul. ¿Verdad que es hermosa?

El Oído se puso a escuchar, y después de haber escuchado atentamente durante un tiempo dijo:

—Pero ¿dónde está esa montaña? ¡Yo no la oigo!

Entonces habló la Mano, y dijo:

—En vano trato de palparla o tocarla; no encuentro montaña alguna.

La Nariz dijo:

—No hay ninguna montaña. No puedo olerla.

Entonces el Ojo se volvió hacia otro lado, y todos comenzaron a discutir la extraña alucinación del Ojo. Y decían:

—A este Ojo debe de pasarle algo.

L
OS DOS SABIOS

En la antigua ciudad de Afkar vivían dos sabios. Cada uno odiaba y despreciaba la sabiduría del otro, porque uno de ellos negaba la existencia de los dioses, y el otro era creyente.

Los dos se encontraron un día en la plaza pública en medio de sus discípulos, y comenzaron a disputar y argumentar sobre la existencia o inexistencia de los dioses. Después de horas y más horas de discusión, se separaron.

Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar para implorar perdón a los dioses por sus errores pasados.

A la misma hora, el otro sabio, el defensor de los dioses, quemó sus libros sagrados porque había abrazado el ateísmo.

C
UANDO NACIÓ MI
T
RISTEZA

Cuando nació mi Tristeza la crié con cariño y la cuidé con amorosa ternura.

Y mi Tristeza creció como todas las cosas vivientes: fuerte y bella y llena de delicias sorprendentes.

Y nos amábamos el uno al otro, mi Tristeza y Yo, y amábamos al mundo que nos rodeaba, porque la Tristeza tenía un corazón bondadoso, y el mío era bondadoso con la Tristeza.

Y cuando conversábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban enmarcadas de ensueños, porque la Tristeza tenía una lengua elocuente, y la mía era elocuente con la Tristeza.

Y cuando cantábamos juntos, mi Tristeza y yo, nuestros vecinos se sentaban en las ventanas para escuchar, porque nuestras canciones eran tan profundas como el mar y nuestras melodías estaban llenas de extrañas remembranzas.

Y cuando caminábamos juntos, mi Tristeza y yo, la gente nos miraba con ojos tiernos y murmuraba palabras de inexpresable dulzura. Y había quienes nos miraban con una indisimulada envidia, porque la Tristeza era una cosa noble, y yo estaba orgulloso con la Tristeza.

Pero murió mi Tristeza, como todas las cosas vivientes; y ya solo, me entregué al estudio y la meditación.

Y ahora, cuando hablo, mis palabras resuenan pesadas en mis oídos.

Y cuando canto, mis vecinos no vienen a escuchar mis canciones.

Y cuando camino por las calles, nadie me mira.

Sólo en mi sueño oigo voces que dicen con pena: “Mirad, ahí está el hombre cuya Tristeza ha muerto”.

Y
CUANDO NACIÓ MI
A
LEGRÍA

Cuando nació mi Alegría, la llevé en mis brazos y subí a lo alto de la casa para gritar:

—¡Venid, vecinos míos, venid y contemplad, porque hoy ha nacido mi Alegría! ¡Venid pues y contemplad esta alegre cosa que ríe al sol!

Pero ninguno de mis vecinos vino a ver mi Alegría, y fue grande mi desencanto.

Y todos los días durante siete lunas proclamé mi Alegría desde lo alto de mi casa, y nadie me escuchó. Y mi Alegría y yo nos quedamos solos sin que nadie nos buscara o nos visitara.

Mi Alegría fue empalideciendo y fatigándose, porque ningún otro corazón sino el mío admiraba su belleza, y ningunos otros labios sino los míos besaban sus labios.

Después mi Alegría se murió de soledad.

Y ahora tan sólo recuerdo mi muerta Alegría cuando recuerdo mi Tristeza muerta. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que murmura por un instante al viento, y luego ya no se la escucha más.

E
L MUNDO PERFECTO

Dios de las almas perdidas, tú, que estás perdido entre los dioses, escúchame.

Dulce Destino, que velas por nosotros, espíritus locos, errantes, oídme.

Vivo en medio de una raza perfecta, yo, el más imperfecto. Yo, un caos humano, nebulosa de elementos confusos, me muevo entre mundos acabados, entre pueblos de códigos ejemplares y orden perfecto, cuyos pensamientos son precisos y cuyas visiones son coherentes y están debidamente certificadas.

Sus virtudes, oh Dios, están medidas, sus pecados son pesados, y hasta las innumerables cosas que pasan por la oscuridad del crepúsculo, y que no son ni virtud ni pecado, son registradas y catalogadas. Aquí los días y las noches se dividen y determinan la conducta y están gobernados por normas de impecable precisión.

Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego, sentirse cansado a su debido tiempo.

Trabajar, divertirse, cantar, bailar y luego, acostarse cuando el reloj marque la hora.

Pensar de cierta manera, sentir de cierta manera, y luego, dejar de pensar y sentir cuando cierto astro asoma el horizonte.

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