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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (3 page)

BOOK: El Mago
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Josh sintió cómo se le revolvía el estómago. Una serpiente. ¿Por qué tenía que ser una serpiente? Les tenía pavor, aunque jamás se lo había confesado a nadie y mucho menos a su hermana.

—Serpientes... —empezó con una voz estridente y entrecortada. Se aclaró la garganta y continuó—: ¿Dónde? —preguntó desesperado, imaginándoselas en todas partes, deslizándose por debajo de los bancos, escurriéndose por los pilares y descendiendo por las lámparas. Sophie negó con la cabeza y frunció el ceño. —No las escucho... sólo... las huelo —explicó mientras abría las aletas de la nariz una vez más—. No, sólo hay una...

—Oh, estás oliendo una serpiente. Está bien... pero una que se arrastra sobre un par de piernas —dijo Scathach bruscamente—. Estás percibiendo el hedor fétido de Nicolas Maquiavelo.

Flamel se arrodilló en el suelo, justo delante de las majestuosas puertas principales, y colocó las manos sobre las cerraduras. Espirales de humo blanco emergieron de sus dedos.

—¡Maquiavelo! —gritó—. Por lo que veo a Dee le ha faltado tiempo para contactar con sus aliados.

—¿Sabes a quién pertenece ese olor? —preguntó Josh todavía asombrado y un tanto confuso.

—Cada persona desprende un aroma mágico —explicó Scatty, quien se había colocado enfrente del Alquimista para protegerlo—. Vosotros, por ejemplo, oléis a helado de vainilla y naranjas, Nicolas a menta...

—Y Dee a huevos podridos —-añadió Sophie.

—Azufre —recalcó Josh.

—Antiguamente relacionado con el infierno —dijo Scatty—. Muy apropiado para el doctor Dee.

Scathach miraba de un lado a otro, prestando una atención especial a las grandes sombras de las estatuas.

—Y bueno, Maquiavelo huele a serpiente. Un olor muy adecuado también.

—¿Quién es? —preguntó Josh. Aquel nombre le resultaba familiar, quizá porque lo había oído antes—. ¿Un ¿amigo de Dee?

— Maquiavelo es un aliado inmortal de los Oscuros Inmemoriales —explicó Scatty— y no es amigo de Dee, aunque están en el mismo bando. Maquiavelo es mayor que el Mago, infinitamente más peligroso y, sin duda alguna, más astuto. Debería haber acabado con él cuando tuve la oportunidad —refunfuñó—. Durante los últimos cinco siglos se ha escondido en el corazón de la política europea, haciendo y deshaciendo a su antojo desde las sombras. La última noticia que me llegó es que había sido nombrado director de la DGSE, la Direction Genérale de la Sécurité Extérieure.

—¿Es un banco? —preguntó Josh.

Scatty esbozó una pequeña sonrisa que dejaba al descubierto sus colmillos vampíricos.

—Significa Dirección General de Seguridad Exterior. Es el servicio secreto francés.

—¡El servicio secreto! Oh, entonces no hay problema —dijo Josh en tono sarcástico.

—El olor es cada vez más intenso —interrumpió Sophie.

Sus sentidos, ahora Despiertos, apreciaban el hedor con agudeza. Concentrándose, dejó que una pequeña parte de su poder se escurriera hacia su aura, que emitía un resplandor fantasmagórico a su alrededor. Unos diminutos hilos de color plateado destellaban entre sus cabellos rubios y sus ojos se habían transformado en un par de monedas de plata reflectantes.

Casi de forma inconsciente, Josh se alejó de su hermana. Ya la había visto antes así, pero seguía asustándole.

—Esto significa que está cerca y que está preparando algún truco mágico —informó Scatty—. ¿Nicolas...?

—Sólo necesito un minuto más.

Las yemas de los dedos de Flamel desprendían un humo verde esmeralda que cubría todo el pomo de la puerta. Se oyó un chasquido en el interior, pero cuando el Alquimista intentó tirar del pomo, la puerta no se movió.

—Quizá necesite más de un minuto.

—Demasiado tarde —murmuró Josh mientras levantaba el brazo y señalaba algo—. Hay algo ahí.

Al otro lado de la gran basílica, la llama de los candelabros había desaparecido. Era como si una suave brisa hubiera penetrado en la capilla y hubiera soplado las velas circulares de los altares y aquellas que decoraban los magníficos candelabros, dejando tras de sí una estela de humo grisáceo. De forma repentina, un aroma a cera invadió la catedral. Era tan intenso, tan fuerte, que incluso cubría el hedor a serpiente.

—No veo nada... —empezó Josh.

—¡Está ahí! —chilló Sophie.

La criatura que se arrastraba por las frías losas de la basílica no era humana. Era más alta que una persona, más ancha y grotesca. Era una silueta blanca de textura gelatinosa con algo sobre los hombros que recordaba a una cabeza. No tenía facciones visibles. Mientras contemplaban a la criatura, dos gigantescos brazos surgieron de su tronco y, en los extremos, se crearon dos manos.

—¡Un golem! —gritó Sophie aterrorizada—. ¡Un golem de cera!

Entonces extendió las manos y su aura empezó a brillar. En un intento de derrotar a la criatura, Sophie lanzó soplos de aire frío a través de las yemas de sus dedos, pero sólo consiguió arrugar ligeramente la piel de cera de la criatura.

—¡Protege a Nicolas! —ordenó Scathach mientras se abalanzaba sobre la bestia empuñando sus espadas de combate, aunque de nada sirvió. La cera atrapó sus armas y, para extraerlas del cuerpo de la criatura, la Guerrera tuvo que emplear todas sus fuerzas. Volvió a atacar pero sólo consiguió cortar diminutos pedazos de cera. La criatura estaba a punto de azotarle un buen golpe, de forma que Scathach tuvo que desempuñar sus espadas mientras se las arreglaba para esquivar la embestida. Un puño bulboso sacudió el suelo y cientos de glóbulos de cera blanca rociaron el lugar.

Josh agarró una de las sillas de madera amontonadas en la tienda de regalos que se hallaba en la parte trasera de la iglesia. Sujetándola por dos de las patas, la golpeó en el pecho de la criatura... donde se quedó clavada. Cuando la figura de cera se volvió hacia Josh, le arrancó la silla de las manos. Josh no dudó en coger otra silla y salió corriendo hacia la espalda de la criatura intentando así embestirla por detrás. La silla se destrozó al chocar con los hombros de la criatura, dejando su piel repleta de astillas, como si fueran las púas de un puercoespín.

Sophie permanecía inmóvil. Desesperada, intentaba recordar algunos de los secretos de la magia del Aire que la Bruja de Endor le había enseñado sólo unas pocas horas antes. La Bruja le confesó que este arte mágico era uno del los más poderosos. De hecho, Sophie fue testigo de su supremacía cuando derrotó al ejército de muertos vivientes que Dee había despertado contra ellos en Ojai. Pero no tenía ni la menor idea de qué podría funcionar contra el monstruo de cera que tenía delante. Sabía cómo crear un tornado en miniatura, pero no podía arriesgarse a evocarlo en la basílica.

—¡Nicolas! —gritó Scatty. Con sus espadas incrustadas en el cuerpo de la criatura, la Guerrera utilizaba su nunchaku, dos barras de madera unidas entre sí con una cadena corta, para acabar con el golem. Con ellas asestaba tales golpes que le dejaba profundas hendiduras en la piel, pero de nada servían. Entonces le propinó uno de los golpes más implacables. De inmediato, la suave madera de su nunchaku quedó incrustada en la cera del monstruo. Poco a poco, la cera fue cubriendo el arma y, cuando la criatura se dio la vuelta hacia Josh, le arrancó el arma de las manos y Scathach salió disparada hacia la otra punta de la basílica.

Con una mano, formada únicamente con un pulgar y algunos dedos difusos, como si fuera una manopla, agarró

a Josh por el hombro y le apretó con fuerza. El dolor era tal que Josh tuvo que arrodillarse.

—¡Josh! —gritó Sophie. Su voz resonó en los muros de la gigantesca iglesia.

El joven trató de apartar la mano de la criatura, pero la cera era demasiado escurridiza y los dedos se hundieron en la masa blanca. Un río de cera templada empezó a derramarse de la mano del monstruo, deslizándose hacia el hombro de Josh y recorriéndole el pecho mientras éste se quedaba sin respiración.

—¡Josh, agáchate!

Sophie agarró una silla de madera y la lanzó desde donde estaba. La silla pasó rozando la cabeza de su hermano, despeinándole el cabello, hasta colisionar directamente con el brazo de cera. Golpeó con precisión y exactitud en la zona donde debería haberse encontrado el codo, La silla se quedó clavada, pero el movimiento distrajo a la criatura, que se despreocupó del muchacho y le abandonó amoratado y cubierto de una capa de cera. Arrodillado en el suelo, Josh contemplaba aterrado cómo las manos gelatinosas alcanzaban el cuello de su hermana.

Muerta de miedo, Sophie gritó.

Josh observó cómo los ojos de su melliza parpadeaban, cómo el color plateado reemplazaba al azul y cómo su aura resplandecía incandescente en el mismo instante en que las zarpas del golem se acercaron a ella. De inmediato, los brazos de la criatura empezaron a derretirse. Sophie extendió la mano, con los dedos completamente separados, y la colocó sobre el pecho del golem. Segundos más tarde, el pecho se había fundido, crepitando y siseando, hasta formar una masa de cera.

Josh se puso en cuclillas, cerca de Flamel, con las manos cubriéndose los ojos para protegerse de la cegadora luz plateada. Vislumbró a su hermana acercándose a la bestia de cera, con los brazos extendidos y con el aura resplandeciendo como nunca. Un calor imperceptible derritió a la criatura, convirtiéndola en cera líquida. De repente, se escucharon unos ruidos estrepitosos. Se trataba de las espadas y el nunchaku de Scathach y de los restos de las sillas de madera.

El aura de Sophie empezó a titilar y Josh se puso en pie a su lado para ayudarla a mantener el equilibrio.

—Estoy mareada —musitó mientras se desplomaba sobre los brazos de su hermano. Había perdido la conciencia y estaba congelada. Ahora, el habitual aroma de su aura, de vainilla dulce, se había tornado más agrio y amargo.

Scatty se abalanzó para recoger sus armas del montón de cera líquida que en esos momentos parecía más bien un muñeco de nieve derretido. Limpió las espadas meticulosamente antes de introducirlas en sus correspondientes vainas que llevaba en la espalda. Rascando la cera blanca de su nunchaku, lo deslizó en el interior de una pistolera de su cinturón; después, se acercó a Sophie.

—Nos has salvado —dijo con tono serio—. Es una deuda que jamás olvidaré.

—Ya está —añadió Flamel inesperadamente. Retrocedió y Sophie, Josh y Scathach contemplaron cómo los remolinos de humo verde se escurrían por la cerradura. El Alquimista empujó la puerta. Al abrirse, penetró una ráfaga de aire fresco que disipó el empalagoso aroma de cera derretida.

—Podrías habernos ayudado, ¿no te parece? —gruñó Scatty.

Flamel sonrió abiertamente mientras se pasaba los de dos por los vaqueros, dejando un rastro de luz verde en la ropa.

—Sabía que lo tendrías bajo control —contestó mientras salía de la basílica. Scathach y los mellizos le siguieron.

Las sirenas de la policía indicaban que estaban más cerca, aunque la parte delantera de la iglesia se hallaba completamente vacía. El Sagrado Corazón se alzaba sobre una pequeña colina, uno de los puntos más altos de la capital francesa y, desde allí, se gozaba de unas magníficas vistas de la ciudad. El rostro de Nicolas se iluminó de satisfacción.

—¡Hogar, dulce hogar!

—¿Qué pasa entre los magos europeos y los golems? —preguntó Scatty, siguiéndole—. Primero Dee y ahora Maquiavelo. ¿Acaso no tienen imaginación?

Flamel parecía sorprendido.

—Eso no era un golem. Los golems necesitan un conjuro para poder cobrar vida.

Scatty asintió con la cabeza. Evidentemente, eso ya lo sabía.

—Entonces, ¿qué...?

—Eso era un tulpa.

Scatty abrió los sus ojos verdes, atónita.

—¡Un tulpa! ¿Maquiavelo es tan poderoso?

—Obviamente.

—¿Qué es un tulpa? —preguntó Josh a Flamel. Sin embargo, fue su hermana quien respondió a su pregunta y, una vez más, Josh recordó la brecha que se había abierto entre ambos desde que Despertaron los poderes de Sophie.

—Una criatura creada y animada gracias al poder de la imaginación —explicó Sophie con indiferencia.

—Eso es —añadió Nicolas Flamel mientras respiraba hondamente—. Maquiavelo supuso que habría cera en la catedral, así que, simplemente, le dio vida.

—Pero ¿ estás seguro de que él sabía que ese producto de su imaginación no sería capaz de detenernos? —preguntó Scatty.

Nicolas salió del arco central que enmarcaba la parte frontal de la basílica y se quedó inmóvil en el borde del primer escalón de los que conducían hacia la calle.

—Oh, claro que sabía que no podría detenernos —dijo pacientemente—. Sólo quería entretenernos hasta que él llegara —señaló.

A lo lejos, las angostas calles de Montmartre habían cobrado vida gracias a los sonidos y luces de varios coches patrulla franceses. Docenas de gendarmes uniformados se habían reunido al pie de las escaleras. De entre las callejuelas aparecían más policías para formar un cordón alrededor del edificio. Sorprendentemente, ninguno se atrevió a subir un solo peldaño.

Flamel, Scatty y los mellizos ignoraron a la policía. Observaban al hombre alto, esbelto y de cabello canoso que lucía un elegante esmoquin y que, con parsimonia, empezaba a ascender la escalinata, dirigiéndose hacia ellos. Se detuvo al verlos salir de la basílica, se apoyó sobre una barandilla metálica y alzó el brazo a modo de saludo.

—Déjame adivinar —dijo Josh—, ése es Nicolás Maquiavelo.

—El inmortal más peligroso de Europa —añadió el Alquimista. Creedme: este hombre hace que a su lado Dee parezca un simple aficionado.

4

ienvenido a París, Alquimista. Sophie y Josh se sobresaltaron. Maquiavelo estaba demasiado lejos para que su voz se escuchara con tanta claridad.

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