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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

El Mago (40 page)

BOOK: El Mago
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—¡Josh!

La Dísir se abalanzó una vez más sobre Josh, empuñando su espada. Una lanza sólida de llamas amarillentas se clavó en el cuerpo de la Valkiria, explotando entre su armadura blanca que, de inmediato, comenzó a oxidarse y deshacerse. Y entonces volvió a crearse otro muro de llamas que separaba a la guerrera del muchacho.

—Josh.

Una mano se posó sobre el hombro de Josh. De forma casi instantánea, el joven dio un salto por el miedo y el terrible dolor que sentía en el hombro. Alzó la mirada y se topó con el doctor John Dee, que estaba ligeramente inclinado hacia él.

Un humo mugriento y de color amarillo emergía entre las manos del Mago, que estaban cubiertas por unos guantes grises hechos trizas. Su traje elegante cosido a mano ahora no era más que harapos rotos. Dee sonrió de forma amable.

—Será mejor que nos marchemos lo antes posible —dijo mientras señalaba el muro de llamas—. No puedo mantener esto eternamente.

Mientras el Mago inglés pronunciaba estas palabras, la espada metálica de la Valkiria brotaba entre las llamaradas. Dee ayudó a Josh a ponerse en pie y le condujo hacia atrás.

—Espera —interrumpió Josh con la voz ronca—. Scatty... —Tosió, se aclaró la garganta y continuó—: Scatty está atrapada...

—Ha escapado —explicó rápidamente Dee mientras abrazaba al muchacho, mostrándole así su apoyo y conduciéndole directamente hacia el coche de policía.

—¿Escapado? —farfulló Josh algo confundido.

—Nidhogg perdió el control y la dejó escapar en el momento en que yo estaba creando esa cortina de fuego entre tú y la Dísir. Vi cómo se retorcía entre las garras de la bestia, lograba salir de ahí y corría en dirección contraria al muelle.

—¿Ella... ella ha huido?

Aquello no tenía mucho sentido. La última vez que Josh había logrado vislumbrar a la Guerrera, su cuerpo yacía sin fuerzas e inconsciente. Intentó concentrarse, pero tenía un dolor punzante en la cabeza y sentía la piel tirante por las llamas.

—Incluso la legendaria Guerrera no ha podido vencer a Nidhogg. Los verdaderos héroes sobreviven a la batalla porque saben escoger el momento idóneo para huir.

—¿ Me ha abandonado ?

—Dudo que se hubiera dado cuenta de que tú estabas ahí —dijo enseguida Dee mientras invitaba a Josh a subirse a la parte trasera de un coche patrulla mal aparcado. Dee se deslizó a su lado rápidamente. Después, dio unas palmaditas en el hombro de aquel anciano de cabello canoso y ordenó—: Vámonos.

Josh se acomodó con la espalda completamente erguida.

—Esperad... Clarent está ahí—dijo.

—Confía en mí —declaró Dee—, no quieras volver a por ella.

El doctor John Dee recostó la espalda sobre el respaldo del asiento y Josh pudo mirar a través de la ventanilla. La Dísir, que tan sólo unos minutos antes había lucido una armadura de malla prístina, intentaba cruzar a zancadas el muro de llamas, que ya había empezado a perder intensidad. Vislumbró al muchacho en el interior el coche y salió corriendo hacia él, gritando palabras en un idioma ininteligible que más bien parecían aullidos de un lobo.

—Nicolas —se apresuró en decir Dee—. Está muy enfadada. Deberíamos irnos ya.

Josh apartó la vista de la Valkiria y miró al conductor. Le espeluznó comprobar que se trataba del mismo hombre que había visto en las escaleras del Sagrado Corazón.

Maquiavelo giró la llave en el contacto de un modo tan salvaje que el motor de arranque chirrió. El coche avanzó dando tumbos, con sacudidas, y después se detuvo.

—Genial —murmuró Dee—. Esto es lo último.

Josh miraba atentamente cómo el Mago se apoyaba sobre la ventanilla, se acercaba la mano a la boca y soplaba con fuerza. Una esfera amarilla de humo salió rodando de entre su palma y cayó sobre el suelo. Rebotó un par de veces, como si fuera una pelota de goma, y después, cuando había alcanzado la misma altura que la cabeza de la Dísir, explotó. Unas hebras gruesas y pegajosas con la misma consistencia que la miel, salpicaron a la Valkiria. Después, treparon por sus piernas, pegando así a la guerrera al suelo.

—Esto la mantendrá entretenida... —empezó Dee

Sin embargo, la espada de la guerrera atravesó fácil mente las hebras.

—O quizá no.

Josh cayó en la cuenta de que Maquiavelo había intentado arrancar el motor otra vez, pero no lo había conseguido.

—Permíteme —musitó mientras trepaba por el asiento del conductor y Maquiavelo se deslizaba hacia el asiento del copiloto.

Aún le dolía el hombro derecho, pero al menos volvía a sentir los dedos de las manos y no creía que se hubiera roto ningún hueso. Iba a tener un moratón enorme; otro más para su colección. Girando la llave en el contacto, Josh pisó el acelerador y, de forma inmediata, echó marcha atrás en el mismo momento en que la Dísir alcanzaba el vehículo. De repente, agradeció haber aprendido a conducir en el Volvo abollado de su padre. La espada se clavó en la puerta, perforando el metal, de forma que la punta quedó a unos centímetros de la pierna de Josh. A medida que el coche chirriaba, la Valkiria se puso en pie y sujetó su arma con ambas manos. La hoja metálica de la espada rasgó la puerta y el guardabarros, desconchando el metal como si fuera papel. Además, también rajó el neumático más cercano al conductor, que explotó produciendo un ruido ensordecedor.

—¡Continúa! —exclamó Dee.

—¡No pienso frenar! —prometió Josh.

El motor del vehículo chirriaba mientras, al mismo tiempo, el neumático frontal golpeaba con fuerza el suelo. Pero Josh había logrado alejarse del muelle...

... en el mismo instante en que Juana apareció en el otro extremo con el Citroën.

Juana frenó de repente, de forma que el coche derrapó ni las piedras aún húmedas. Sophie, Nicolas y Juana contemplaban, algo confundidos, a Josh conduciendo marcha atrás un coche patrulla a gran velocidad, alejándose así de Nidhogg y de la Dísir. Pudieron ver con claridad a Dee y Maquiavelo en el interior del coche mientras ejecutaba un giro y salía a toda velocidad del aparcamiento.

Durante un instante, la Dísir permaneció en el muelle. Parecía perdida y desconcertada. Después, se dio cuenta de la presencia de los recién llegados. Dando media vuelta, corrió hacia ellos con la espada girando sobre su cabeza y produciendo un grito de guerra bárbaro.

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o me ocuparé de esto —prometió Juana. Daba la sensación de que incluso le satisfacía la idea. Rozó la manga de Flamel y asintió hacia el lugar donde la Guerrera aún permanecía atrapada entre las garras de Nidhogg.

—Id a por Scathach —ordenó. Ahora, el monstruo estaba a menos de dos metros del borde del muelle y seguía arrastrándose ansiosamente hacia el agua. La joven francesa agarró su espada y se apeo del coche con un brinco ágil.

—Más humanos con espadas —musitó la Dísir. —No sólo humanos cualesquiera —añadió Juana mientras giraba su arma y acariciaba los restos de la malla oxidada de los hombros de la Valkiria—. ¡Soy Juana de Arco!

La espada larga que empuñaba empezó a girar y a retorcerse, creando una rueda de acero que provocó que la Dísir diera varios pasos atrás. Aquella joven atacaba con ferocidad.

—Soy la Doncella de Orleans.

Sophie y Nicolas se aproximaban cautelosamente hacia la bestia. Sophie se fijó en que la cola estaba completamente cubierta por una capa de piedra negra que empezaba a extenderse por la espalda y por las piernas traseras de la criatura. El peso de aquella cola de piedra mantenía clavado a Nidhogg en el suelo. Sophie pudo ver cómo sus gigantescos músculos se tensaban mientras intentaba arrastrarse hacia el agua. Las garras y la cola de piedra dejaban tras de sí una estela de hendiduras en el pavimento.

—¡Sophie! —exclamó Flamel—. ¡Necesito ayuda!

—Pero Josh... —empezó la joven, algo distraída.

—Josh se ha ido —interrumpió bruscamente Nicolas.

Con un movimiento ágil, el Alquimista rescató a Clarent del suelo. Flamel no pudo evitar soltar un aullido al notar el ardor del arma. Empezó a correr hacia la criatura y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, clavó en Nidhogg la espada. El arma se balanceaba de modo inofensivo sobre la piel de piedra del animal.

—Sophie, ayúdame a liberar a Scatty y después iremos en busca de Josh. Utiliza tus poderes.

El Alquimista arremetió otra vez contra la bestia, pero sus esfuerzos no sirvieron para nada. Sus peores miedos estaban haciéndose realidad: Dee había conseguido llevarse a Josh... y Josh tenía consigo las dos páginas del Códex que el Mago necesitaba. Nicolas miró por encima del hombro. Sophie permanecía inmóvil; parecía asustada y estaba atónita.

—¡Sophie! ¡Ayúdame!

Obedientemente, Sophie levantó las manos, presionó el pulgar en su tatuaje e intentó evocar la Magia del luego. No ocurrió nada. No podía concentrarse; estaba demasiado preocupada por su hermano. ¿Qué estaría haciendo Josh? ¿Por qué habría decidido marcharse junto con Dee y Maquiavelo? Era imposible que le hubieran obligado a hacerlo... ¡él estaba conduciendo el coche!

—¡Sophie! —gritó una vez más Nicolas.

No obstante, Sophie sabía que su hermano había estado en peligro, en un peligro terrible. Tenía esa corazonada. Siempre que Josh se metía en un lío, Sophie lo adivinaba. Cuando casi se ahoga en la playa Pakala, en Kauai, ella se había despertado jadeando y sin aliento; cuando se rompió las costillas en un campo de fútbol en Pittsburg, ella sintió un pinchazo en el costado izquierdo.

—¡Sophie!

¿Qué había sucedido? Unos instantes antes Josh estaba en una situación fatídica... y ahora...

—¡Sophie! —repitió Flamel.

—¿Qué? —respondió tajante Sophie volviéndose hacia el Alquimista. De repente, sintió una oleada de ira; Josh tenía razón, había estado en lo cierto siempre. Todo esto era culpa de Nicolas Flamel.

—Sophie —dijo Nicolas en tono más amable y considerado—. Necesito que me ayudes. No puedo hacerlo yo solo.

Sophie miró fijamente al Alquimista. Se encontraba agachado sobre el suelo, rodeado por un vapor fresco y verdoso. Una hebra gruesa de color esmeralda estaba atada alrededor de una de las piernas descomunales de la criatura. Sin embargo, el otro extremo se perdía en el pavimento, lo cual demostraba que Flamel había intentado atrapar a la bestia. Otra cuerda de humo, menos sólida y más delgada que la primera, rodeaba una de las patas traseras del monstruo. Nidhogg dio un paso hacia delante y el cabo verde se disolvió en el aire. Si daba unos pasos más, se llevaría a Scathach, su amiga, a las profundidades del río. Sophie no iba a permitir que tal cosa sucediera.

El temor y la cólera dejaron que Sophie se concentrara. Cuando presionó su tatuaje, unas llamas brotaron de cada uno de sus dedos. Lanzó llamaradas plateadas hacia la espalda de Nidhogg, pero aquello no surtió efecto. Después roció el monstruo con un granizo diminuto y ardiente, pero, al parecer, el monstruo ni se dio cuenta.

El fuego no había funcionado, así que Sophie se decantó por utilizar la Magia del Aire. Sin embargo, los tornados en miniatura que lanzaba a la criatura no sirvieron para nada. Hurgando entre los recuerdos de la Bruja, intentó evocar un truco que Hécate había utilizado contra la Horda Mongola. La joven dio vida a un viento cortante y lo envió directamente hacia los ojos de Nidhogg. La criatura pestañeó durante un segunda, de forma que un párpado protector se deslizó sobre su gigantesco ojo.

—¡No funciona nada! —grito mientras el monstruo arrastraba a Scatty hacia el río—.¡No funciona nada!

La Dísir inició su ataque contra la joven francesa, Juana se agachó, y la espada de 1a Valkiria pasó silbando sobre su cabeza. Finalmente, la espada metálica colisionó contra el Citroën, destrozando por completo el parabrisas.

Juana estaba furiosa; le encantaba su Charleston de 2CV. Francis había querido regalarle un coche nuevo por su cumpleaños, en enero. Le había entregado un montón de jugosos catálogos de los que debía escoger el coche que más le gustara. Ella ni siquiera echó un vistazo a los catálogos; le dijo que siempre había querido un coche clásico de estilo francés. Su marido había buscado por toda Europa el modelo perfecto e invirtió una pequeña fortuna en restaurarlo para conseguir su aspecto prístino original Cuando se lo entregó, el coche estaba envuelto en un lazo gigante de color azul, blanco y rojo.

Una segunda embestida de la Dísir aplastó el capó del coche; y una tercera arrancó el pequeño foco redondo que colgaba sobre la rueda frontal derecha, como si se tratara de un ojo. La luz parpadeó y se fundió.

—¿Sabes —preguntó Juana con una mirada colérica mientras esquivaba los golpes de la Valkiria— lo difícil que es encontrar las partes originales de este coche?

La Dísir retrocedió, intentando desesperadamente defenderse de la espada de Juana mientras fragmentos de su malla metálica salían volando cada vez que el arma de la francesa rozaba su armadura. Intentaba imitar estilos de lucha diferentes para defenderse, pero no había nada lo suficientemente efectivo.

—Te darás cuenta —continuó Juana mientras empujaba a la Valkiria hacia la orilla del río— de que no tengo un estilo de lucha determinado. Eso es porque me entrenó la mejor guerrera de todas: Scathach, la Sombra.

—Es posible que me derrotes —dijo la Dísir—, pero mis hermanas vendrán a vengar mi muerte.

—Tus hermanas —añadió Juana con un ataque salvaje que partió en dos la espada de la Dísir—. ¿Te refieres a las dos Valkirias que en este preciso momento están atrapadas en un iceberg?

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