El manuscrito de Avicena (42 page)

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Authors: Ezequiel Teodoro

BOOK: El manuscrito de Avicena
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—Y si la Madre es la Virgen, ¿dónde está Roma? ¿Qué es Roma? —Preguntó el médico a Alex, que permanecía como en trance, con los párpados cerrados.

—Roma tiene que ser una idea, un concepto. No se refiere a la ciudad, ni al Vaticano, es un símbolo... Se trata de una señal, una Virgen sentada en el trono..., que supera las viejas tesis de los Papas de Roma, que triunfa. Es una Virgen coronada sobre algo... sobre...

En ese momento Javier se giró. La pequeña puerta se encontraba enfrente de la primera. Se acercó, arrojó la vela de un cirio y usó el soporte para obstruir la apertura, en la mano sujetaba la linterna, luego se alejó un par de pasos hacia atrás como temiendo que de aquella puerta pudiera surgir algún monstruo.

—No lo sé, no he visto nada aún de la iglesia. Es una Virgen coronada, de eso no hay duda pero tenemos que buscar...

—No hay tiempo Alex, tiene que ser ya...

El haz de luz se detuvo en ese instante sobre la pequeña puerta de la torre. A unos cuatro metros de altura, entronizada en un arco de medio punto, una figura pequeña, de apenas medio metro, encima de una columna con capitel de indiscutible procedencia romana.

·—Aquí es...—rugió Javier—. La hemos encontrado.

La inglesa abrió los ojos, se volvió y miró hacia donde señalaba el agente. Allí estaba: la Virgen coronada que se asentaba sobre Roma, triunfante, sonriente y poderosa. Una imagen de la Virgen sobre un capitel de ascendencia latina.

—¡La siguiente frase!

El guardián de Roma se ensucia las manos al vigilar.

—Otro acertijo de estos y no... —se quejaba Alex cuando un estallido los paralizó. ¡Un disparo!

Javier enfocó al médico y a Alex, se mantenían de pie y juntos, quienesquiera que fuesen persistían en su actitud de no dañarles. Dirigió la linterna hacia los muros preguntándose desde dónde dispararon, en el interior de la nave sólo estaban ellos. Después orientó el haz de luz hacia el coro y, finalmente, al retablo. Nadie, era imposible.

El silencio que sobrevino fue más opresivo que la descarga, alguien disponía de un arma y la había utilizado. En medio de esa calma incierta se infiltró en todos la sensación de que en cualquier momento podrían morir, al doctor Salvatierra aquella impresión de hallarse en manos de desconocidos le paralizaba los músculos. Se frotó el muslo derecho, un hormigueo le recorría las piernas de arriba abajo, sintió una sacudida, como una corriente eléctrica, y se derrumbó sobre un banco. La inglesa ni siquiera acertó a sujetarle y el golpe de su espalda contra el asiento resonó en los muros.

—¡Javier, ayúdame! —Gritó Alex.

El agente corrió junto al médico.

—Alúmbranos.

La linterna palidecía su semblante, era normal que la luz amarilleara su cara pero no hasta ese extremo. Javier le tomó el pulso, no bajaba de ciento diez. El médico resollaba y sudaba abundantemente por el cuero cabelludo, Alex sacó un pañuelo de papel de su bolso y le secó la frente.

—Tienes que reposar y tomar algo, no hemos comido nada desde esta mañana.

El médico negó con un gesto. Aunque por unos segundos se había visto arrojado a un pozo negro ahora volvía poco a poco en sí y lo primero que recuperó no fue la sensación de que se encontraba en peligro sino la impresión de que el riesgo era mucho mayor para Silvia. La muerte la acecha, hay que actuar. Se apoyó en el respaldo del banco y en el antebrazo que le ofrecía Javier y se alzó con lentitud.

—No tenemos tiempo, encontremos lo que hemos venido a buscar... —les rogó a media voz.

Alex se conmovió. Le emocionaba la determinación que el amor sin límites hacia Silvia le confería, el doctor Salvatierra amaba profundamente a su mujer, la mayoría de los hombres fanfarroneaban, él entregaba todo lo que poseía por su esposa con honestidad, asustado aunque dispuesto a resistir.

—El guardián de Roma no puede ser otro que la piedra sobre la que se asentó la Iglesia católica, San Pedro —explicó Alex.

El médico la dirigió una mirada de agradecimiento.

—Antes de llegar a ese punto debemos averiguar qué nos dice la Virgen, puede señalar un sitio, esconder alguna nueva pista.

En ese momento oyeron unos pasos, procedían de la torre.

—No tenemos tiempo de elucubraciones. ¿Qué quieres hacer? ¿Analizar, explorar, sistematizar la información para averiguar si hay un puñetero error en todo esto? —Protestó Javier—. ¡Hagámoslo de una vez y marchémonos!

—Vale, busquemos ese manuscrito... —le gritó la inglesa.

—Bien —replicó el agente.

—Bien —insistió ella.

Los pasos se habían detenido. El médico les contempló a ambos, había que poner algo de cordura en esta situación.

—Esa persona... —señalaba hacia la puerta de la torre—, esa persona, o personas, intenta impedirnos ayudar a mi mujer. Silvia está en peligro y yo no sé si llegaré a tiempo para... —se dirigió a Javier—, tú eres un profesional. Deberías mostrarte frío en situaciones como ésta, mucho más que cualquiera de nosotros. —El agente iba a contestar pero el médico no se lo permitió—. Y tú, Alex, no eres una chiquilla. Quieres encontrar a quien asesinó a tu padre y a ese Tyler ¿No es así? Para eso tendrás que tener paciencia y no dejarte llevar por el miedo y...

El sonido de un golpe en la puerta de la torre le interrumpió.

—Quieren entrar... —Javier se precipitó hacia la puerta seguido por Alex y el médico. Sonaron varios impactos más.

—Parece que la teoría del susto no era completamente acertada —vociferó la inglesa.

—¡Otro banco! —El agente señaló hacia los asientos de madera.

Agarraron uno de los bancos y lo apoyaron contra la puerta junto a los otros dos que Javier usó minutos antes para obstruir la puerta. Resistirá, se dijo el médico.

—Alex, siempre hay una salida para todo.

—Sí, en nuestro caso, la salida tiene que ser esa —dijo el agente mientras revelaba la localización de una abertura—, bajo la escultura de la Virgen, eso debe ser una señal...

Se trataba de una especie de hendidura de no más de medio metro de ancho, hasta ahora no la habían advertido porque la ocultaba parcialmente el confesionario. Javier cogió la linterna y la dirigió hacia la cavidad oscura que se adivinaba detrás.

—No tenemos otra opción.

El agente fue el primero en entrar. Se trataba de un diminuto cuarto, de no más de tres metros cuadrados, que tan solo albergaba una pila bautismal de piedra. No parecía que allí hubiera una forma de salir. Los otros dos entraron apresuradamente y se encontraron con el mismo panorama desolador.

—¿Y esta es la salida? No se te podía haber ocurrido otra cosa James Bond —se burló Alex.

El director de Operaciones del CNI no tuvo otra opción que claudicar ante la presión del resto de las agencias de información, naturalmente aseguró que la misión encomendada era hallar el manuscrito para alejarlo de las manos de los terroristas. En ningún momento se le ocurrió decir que su interés también tenía mucho de personal.

—Álvarez, debo agradecerte tu colaboración en este trabajo —concedió el director del MI6 una vez finalizada la reunión conjunta—. Sé que para ti no ha debido de ser fácil pero créeme si te digo que tu información será recompensada... si llegamos a tiempo.

El director de Operaciones del CNI no soportaba que lo trataran con esa clase de condescendencia.

—Escúchame bien Sawford. He accedido a compartir mi información porque me tenías entre la espada y la pared. Sin embargo, tenlo claro, no voy a consentir que juegues conmigo. Yo no soy como esos, te lo advierto.

—Entendido. Estaré atento —concluyó el director del MI6, dando por cerrada la comunicación.

Esperó a que la pantalla se apagara y se volvió al comisario Eagan.

—¿Qué te parece nuestro amigo?

—Nos hemos entrometido en sus asuntos, y eso nos podría costar un disgusto.

Sawford no estaba de acuerdo.

—Déjalo que juegue. Es un lobo sin colmillos. Ladra mucho, eso es todo —aseguró—. Y volviendo al operativo, ¿formarás parte de él?

—Creí que no me lo ibas a pedir nunca.

—Nunca hemos sido amigos, es verdad. Pero te lo has merecido.

—Gracias, hombre, por reconocerlo —contestó Eagan con una sonrisa forzada—. ¿Y por dónde empezamos?

El director de la agencia británica evitó una respuesta clara.

—De momento, deberemos tener los oídos bien abiertos. El agente infiltrado del CNI español nos mantendrá al día de todo lo que ocurra; los terroristas se pondrán en contacto con ellos en algún momento para acordar lugar, día y hora del intercambio. Ese será el momento de interceptarlos

—¿Y después? ¿Cuándo lo tengamos?

—Tenemos un encargo real, ¿no es así?

El comisario sonrió, Ya imaginaba que el viejo Sawford no iba a cumplir con su palabra, no se trataba únicamente de los terroristas.

En aquel cubículo sin ventilación sus respiraciones retumbaban en los muros de piedra. Por el contrario, el ruido del exterior apenas se oía, amortiguado por esas mismas paredes. Javier se situó en el centro de la minúscula habitación y echó un rápido vistazo alrededor, enfocando con la linterna en todas direcciones. Por más vueltas que daba no existía una alternativa para salir, excepto la de regresar a la nave de la iglesia. Alex observaba enfadada. Él les había metido en este atolladero y él, pensaba, les tendría que sacar. Se sentó de espaldas a la pila bautismal con los brazos recogidos sobre su regazo y cerró los ojos, estaba cansada, hambrienta y enfadada con Javier y consigo misma. No comprendía qué hacía allí, a mil kilómetros de su casa, el cadáver de su padre estaría ahora volando hacia Londres, ¿debería haberle acompañado? Levantó la barbilla y se encontró con la mirada del doctor, parecía abatido. Le recordó en el museo frente al cañón del arma de Jeff, le quería disparar, le hubiera disparado, pero su compasión, ¡él se compadecía de ella! Su ternura la emocionó.

Luego estaba Javier, se dijo con hastío, tanta riña con él la extenuaba.

—Estamos encerrados, no hay más salidas, admítelo.

El agente permanecía de espaldas y ni siquiera se volvió para responder. Alex sonrió, después sintió un escalofrío y se arrebujó en su chaqueta. Hace frío aquí, ¿no debería...? Fue como una chispa, el conocimiento le llegó sin más, existe una corriente de aire que nace en el suelo, junto a la pila, y penetra por las aberturas de su chaqueta y le pone los vellos de punta. Se levantó como un resorte.

—¡En el suelo, en el suelo!

Alex movía frenéticamente las manos señalando la pila bautismal.

—¡Junto a la pila aire, aire junto a la pila!

Javier y el médico la miraron desconcertados, al principio no comprendían a qué se refería; después el agente reaccionó, se agachó y puso la mano sobre el empedrado. Efectivamente, entre las grietas de las losas colocadas alrededor de la pila emergía una pequeña corriente de aire subterránea. Existía una salida debajo, ¿pero cómo llegar a ella? El doctor Salvatierra se acercó a la pila, ¿y si esto fuera la solución?

—Qué decía el último poema.

Javier fue a coger la PDA y las palabras de Alex le detuvieron.

—El guardián de Roma se ensucia las manos al vigilar.

Sonrió y señaló hacia la pared, frente a la pila. Hacía rato que lo había visto pero no había caído en la cuenta de ello hasta ese momento.

—Tenemos la solución al enigma del vigilante con las manos sucias.

Sus acompañantes desviaron la mirada hacia dónde indicaba el médico.

—Allí tenéis a San Pedro con las manos negras, unas manos que señalan a la pila bautismal. Es el camino. Lo habéis encontrado sin recurrir siquiera a la cita.

El doctor Salvatierra se refería a una imagen de poco más de cincuenta centímetros encastrada en la pared a unos tres metros de altura. Las manos del santo habían sido pintadas de negro como si se tratase de guantes.

Javier y Alex se volvieron entonces hacia la pila. Debía tener cientos de años, quizás los mismos que la iglesia, pensó la inglesa. En su base habían esculpido unos marcos acabados en arcos de medio punto, igual que el que resguardaba a la Virgen de la columna. Eran ocho, pero a primera vista sólo cuatro estaban ocupados. Contenían tres figuras humanas, la primera portando una cruz, y las otras dos sosteniendo en un cuarto marco, situado entre ellas, un gran libro.

—Podría ser el manuscrito —aventuró Alex.

—O la Biblia —replicó el agente.

—En cualquier caso, la clave está aquí, no tenemos otra opción; ahora hay que descubrir cómo abrir la puerta.

—¿La puerta?

A Javier aquello no le decía nada. Alex, por el contrario, lo comprendió en seguida.

—Para los cristianos el bautismo es una iniciación —explicó la inglesa—, a través de este sacramento acceden a la comunidad de la los símbolos eran fundamentales, se utilizaban para todo, y qué mejor símbolo que éste para esconder una puerta; sólo alguien con los conocimientos adecuados podría interpretarlo de la forma...

Un fuerte golpe en la nave interrumpió a Alex, quienquiera que fuese había conseguido atravesar la puerta de la torre.

—Están cerca. Apresurémonos. —La situación se volvía más complicada para todos, el médico agarró del brazo a Javier—. ¡La siguiente cita!

Las palabras del comienzo te serán útiles para bajar al inframundo.

—¡¿Qué palabras?! ¡¿Qué principio?! ¡¿El del libro?! ¡¿El de la guía?!

Las preguntas de Alex resonaron en la diminuta sala bautismal, después el sonido de unos pasos evidenció la cercanía de su perseguidor, ahora parecía obvio que únicamente se trataba de una persona. El agente se colocó en la entrada y se llevó la mano a la cintura, donde portaba su pistola.

—No, Javier —la mano del doctor le detuvo—, no podemos hacerlo a toda costa.

El agente asintió con un gesto y el médico retiró la mano. De todas formas Javier sacó el arma, levantó el cañón hacia el techo e hizo un barrido por la nave con la linterna que portaba en la otra mano.

¡No había nadie!

—¡Ha desaparecido!

El médico se volvió hacia Alex.

—Tengo una corazonada. Esa frase, la que encontraste en la entrada, ¿cómo decía?

La inglesa sacó una libreta en la que había apuntado la palabra.
AOUESTEDIUEX.

—Tiene que significar algo. La escribieron junto a la puerta, al comienzo de la iglesia. Debe ayudar.

Alex comprendió a qué se refería.

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