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Authors: Noah Gordon

Tags: #Histórica

El médico (81 page)

BOOK: El médico
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«Jesús —pensó—. O Shaddai, o Alá, o quien seas. ¿Cómo puedes permitir semejante pérdida?»

Los reyes conducían a hombres ordinarios a la batalla, y algunos de los sobrevivientes eran gentes de baja estofa y otros, individuos perversos, pensó con amargura. No obstante, Dios había permitido que segaran la vida de quien poseía cualidades de santidad y una mente que cualquier erudito envidiaba y ambicionaba. Mirdin habría pasado toda su vida tratando de curar y servir a la humanidad.

Desde el entierro de Barber, Rob no había estado tan conmovido y afectado por una muerte, y todavía mascullaba desesperado cuando llegaron a Ispahán.

Se aproximaron a última hora de la tarde, de manera que la ciudad estaba tal como la vio por vez primera, con sus edificios blancos sombreados de azul y los tejados con el reflejo rosa de las montañas de arenisca. Cabalgaron directamente hasta el
maristan
, donde dejaron a los dieciocho heridos.

Después fueron a los establos de la Casa del Paraíso, donde se libró de la responsabilidad de los animales, las tropas y los esclavos.

A continuación, pidió su castrado castaño. Farhad, el nuevo capitán de las Puertas, estaba por allí y lo oyó. Ordenó al mozo de cuadra que no perdiera un minuto tratando de localizar a un caballo determinado entre tantos animales.

—Entrega otra montura al
hakim
.

—Khuff dijo que me devolverían mi caballo.

«No todo tenía que cambiar», dijo Rob para sus adentros.

—Khuff está muerto.

—Pues aun así quiero mi caballo.

Para su propia sorpresa, su voz y su mirada se endurecieron. Venía de una carnicería que le daba nauseas, pero ahora ansiaba golpear, y descargar la violencia.

Farhad conocía a los hombres y supo reconocer el reto en la voz del
hakim
. No tenía nada que ganar y sí mucho que perder en una reyerta con aquel
Dhimmi
. Se encogió de hombros y dio media vuelta.

Rob montó junto al mozo de cuadra, recorriendo de un lado a otro los establos. Cuando divisó a su castrado, se avergonzó de su desagradable conducta. Separaron el caballo y lo ensillaron, mientras Farhad acechaba sin ocultar su desdén al ver la bestia defectuosa por la que el
Dhimmi
había estado dispuesto a pelear.

Pero el caballo castaño trotó entusiasmado hasta el Yehuddiyyeh.

Al oír ruidos entre los animales, Mary cogió la espada de su padre y la lámpara, y abrió la puerta que separaba la casa del establo.

Él había vuelto.

El caballo castaño ya había sido desensillado, y en ese momento Rob lo hacía retroceder hacia el pesebre. Se volvió, y bajo la tenue luz Mary notó que había adelgazado mucho; era casi idéntico al muchacho flacucho y semisalvaje que había conocido en la caravana de Kerl Fritta.

Rob estuvo a su lado en tres zancadas y la abrazó sin hablar.

Después le tocó el vientre plano.

—¿Todo fue bien?

Mary soltó una carcajada temblorosa, porque estaba fatigada y dolorida.

Rob se había perdido sus frenéticos gritos por cinco días.

—Tu hijo tardó dos días en llegar.

—Un hijo.

Apoyó su enorme palma en la mejilla de Mary. A su contacto, la oleada de alivio la hizo temblar, estuvo a punto de derramar el aceite de la lámpara y la llama parpadeó. Durante su ausencia se había vuelto dura y fuerte, una mujer curtida, pero era todo un lujo volver a confiar en alguien competente.

Como pasar del cuero a la seda.

Mary dejó la espada y le cogió la mano para llevarlo al interior, donde el bebé dormía en una cesta forrada con una manta.

En ese momento, vio con los ojos de Rob el trocito de humanidad de carne redonda, las facciones enrojecidas e hinchadas por los dolores del parto, la pelusilla oscura en la cabeza. Sintió fastidio por ese hombre enigmático, pues no logró dilucidar si estaba decepcionado o sobrecogido de júbilo.

Cuando Rob levantó la vista, en su expresión había congoja y placer.

—¿Cómo está Fara?

—Karim vino a decírselo. Observé con ella los siete días del
shiva
. Después cogió a Dawwid e Issachar y se unió a una caravana con rumbo a Masqat. Con la ayuda de Dios, ya están entre los suyos.

—Será duro para ti estar sin ella.

—Es más duro para ella —respondió Mary amargamente.

El bebé soltó un leve vagido y Rob lo levantó del canasto y le acercó el dedo meñique, que el niño aceptó, hambriento.

Mary usaba un vestido suelto, con un cordón en el cuello, que le había cosido Fara. Aflojó el cordón, dejó caer el vestido por debajo de sus senos henchidos y cogió al bebé. Rob también se echó en la estera cuando ella comenzó a amamantarlo. Le apoyó la cabeza en el pecho libre y Mary notó que tenía la mejilla húmeda.

Nunca supo que su padre o ningún otro hombre llorara, y las sacudidas convulsivas de Rob la asustaron.

—Querido mío. Mi Rob... —murmuró.

Instintivamente, su mano libre lo oriento suavemente hasta que la boca de él rodeó su pezón. Era un lactante más indeciso que su hijo, y cuando apretó y succionó, Mary se sintió muy emocionada, aunque tiernamente divertida: por una vez, una parte de su cuerpo penetraba en de él. Pensó fugazmente en Fara, y sin experimentar la menor culpa agradeció a la Virgen que la muerte no se hubiera llevado a su marido. Los dos pares de labios en sus pechos, uno diminuto y el otro grande y conocido, le hicieron experimentar una hormigueante calidez. Quizá la Madre bendita o los santos estaban obrando su magia, pues por un instante los tres fueron uno.

Finalmente, Rob se incorporó, y cuando se inclinó y la besó, Mary probó su propio sabor tibio.

—No soy un romano —dijo él.

SEXTA PARTE
HAKIM

61
EL NOMBRAMIENTO

La mañana siguiente al retorno, Rob estudió a su niño-hombre a la luz del día y vio que era un bebé hermoso, con ojos azul oscuro, muy ingleses, manos y pies grandes. Contó y flexionó suavemente cada dedito de la mano y el pie y se regocijó con sus piernecillas ligeramente arqueadas. Un niño fuerte.

Olía como una prensa olivarera, pues había sido aceitado por su madre.

Luego el olor se hizo menos agradable y Rob cambió los pañales de un bebé por primera vez desde que atendiera a sus hermanos menores. En el fondo, todavía ansiaba encontrar algún día a William Stewart, Anne Mary y Jonathan Carter. ¿No sería un placer mostrar a su sobrino a los Cole largo tiempo perdidos?

Rob y Mary discutieron sobre la circuncisión.

—No le hará daño. Aquí todos los hombres están circuncidados, musulmanes y judíos, y para él será una forma fácil de ser mejor aceptado.

—Yo no quiero que sea mejor aceptado en Persia —dijo Mary con tono de hastío—. Deseo que lo sea en nuestra tierra, donde a los hombres no les cortan ni les atan nada, y los dejan tal como la naturaleza los trajo al mundo.

Rob rió y ella se echó a llorar. La consoló y, después, en cuanto pudo, escapó a conversar con Ibn Sina.

El Príncipe de los Médicos lo saludó cordialmente, dando gracias a Alá por su supervivencia y pronunciando palabras de pesar por Mirdin. Ibn Sina escuchó atentamente el informe de Rob sobre los tratamientos y amputaciones realizados en las dos batallas, y se interesó de forma especial en las comparaciones entre la eficacia del aceite caliente y los baños de vino para limpiar heridas abiertas. Ibn Sina demostró que le interesaba más la validez científica que su propia infalibilidad. Aunque las observaciones de Rob contradecían lo que él mismo había dicho y escrito, insistió en que su discípulo pusiera por escrito sus hallazgos.

—Además, esta cuestión concerniente al vino de las heridas podría ser tu primera conferencia como
hakim
—dijo.

Rob aceptó lo que decía su mente. Luego, el anciano lo observó.

—Me gustaría que trabajaras conmigo —dijo—. Como asistente.

Nunca había soñado con algo semejante. Quería decirle al médico jefe que solo había ido a Ispahán —desde tierras remotas, a través de otros mundos, superando todo tipo de vicisitudes— para tocar el borde de sus vestiduras, pero en lugar de explicárselo, asintió.


Hakim-bashi
, ¡ya lo creo que me gustaría!

Mary no opuso reparos cuando se lo dijo. Llevaba en Ispahán el tiempo suficiente como para no ocurrírsele que su marido pudiera rechazar tal honor, pues además de un buen salario contaría con el prestigio y el respeto inmediatos de la asociación con un hombre venerado como un semidiós, más amado que la misma realeza. Cuando Rob vio que se alegraba por él, la abrazó.

—Te llevaré a casa, te lo prometo, Mary, pero todavía falta algún tiempo. Por favor, confía en mi.

Mary confiaba en él. No obstante, reconocía que si habían de permanecer más tiempo allí, debía cambiar. Resolvió hacer un esfuerzo por adaptarse al país. Aunque reacia, cedió en lo concerniente a la circuncisión de su hijo.

Rob fue a pedir consejo a Nitka la Partera.

—Acompáñame —dijo la mujer, y lo llevo dos calles más abajo, a ver al
mohel
, Reb Asher Jacobi.

—Una circuncisión —dijo el
mohel—
. La madre... —refunfuñó, y miró a Nitka con los ojos entornados, atusándose la barba—. ¡Es una Otra!

—No tiene por qué ser un
brit
con todas las oraciones —dijo Nitka, impaciente. Habiendo dado el serio paso de asistir a la Otra a dar a luz, pasó fácilmente al papel de defensora—. Si el padre solicita el sello de Abraham en su hijo, es una bendición circuncidarlo, ¿verdad?

—Sí —admitió Reb Asher—. Tu padre. ¿Quién sujetará al niño? —preguntó a Rob.

—Mi padre ha muerto.

Reb Asher suspiró.

—¿Estarán presentes otros miembros de la familia?

—Solo mi mujer. Aquí no hay más miembros de la familia. Yo mismo sujetaré a mi hijo.

—Es una ocasión celebratoria —dijo Nitka amablemente—. ¿No te molesta? Mis hijos Shemuel y Chofni, unos pocos vecinos...

Rob asintió.

—Yo me ocuparé —propuso Nitka.

A la mañana siguiente, ella y sus robustos hijos, picapedreros de oficio, fueron los primeros en llegar a casa de Rob. Hinda, la huraña vendedora del mercado judío, fue con su Tall Isak, un erudito de barba gris y ojos azorados.

Hinda seguía sin sonreír, pero llevó un regalo consistente en pañales y mantillas. Yaakoh el Zapatero y Naoma, su mujer, se presentaron con una jarra de vino. Mizah Halevi el Panadero y su mujer, Yudit, aparecieron con dos grandes hogazas de pan azucarado.

Sosteniendo el dulce cuerpecillo en posición supina sobre su regazo, Rob tuvo sus dudas cuando Reb Asher cortó el prepucio de tan diminuto pene.

—Que el muchacho crezca vigoroso de mente y cuerpo para una vida de buenas obras —declaró el
mohel
, mientras el bebé berreaba.

Los vecinos levantaron sus cuencos con vino y aplaudieron, Rob dio al niño el nombre judío de Mirdin ben Jesse. Mary odió cada instante de la ceremonia.

Una hora más tarde, cuando todos se hubieron ido, ella y Rob quedaron solos con el bebé. Mary se humedeció los dedos con agua de cebada y tocó ligeramente a su hijo en la frente, el mentón, el lóbulo de una oreja y luego el otro.

—En el nombre del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, yo te bautizo con el nombre de Robert James Cole —dijo en voz alta y clara, imponiéndole los nombres de su padre y de su abuelo.

A partir de ese momento, cuando estaban a solas, llamaba Rob a su marido, y se refería al niño como Rob J.

Al Muy Respetado Reb Mulka Askari, mercader de perlas de Masqat, un saludo.

Tu difunto hijo Mirdin era mi amigo. Que en paz descanse.

Juntos fuimos cirujanos en la India, de donde he traído estas pocas cosas que ahora te envío por intermedio de las amables manos de Reb Moise ben Zavil, mercader de Qum, cuya caravana parte este mismo día hacia tu ciudad, con un cargamento de aceite de oliva.

Reb Moise te entregará un pergamino con un plano que muestra el emplazamiento exacto del sepulcro de Mirdin en la aldea de Kausambi, con la intención de que algún día los huesos puedan ser retirados si ese es tu deseo. Asimismo, te envío el
tefillin
que diariamente se ceñía al brazo y que, me dijo, tú le regalaste para el
minyan
al llegar a los catorce años. Además, te envío las piezas y el tablero del juego del sha con el que Mirdin y yo pasamos muchas horas felices.

No llevó otras pertenencias suyas a la India. Naturalmente, fue enterrado con su
tallit
.

Ruego al Señor que proporcione algún alivio a tu aflicción y a la nuestra. Con su fallecimiento, una luz se apagó en mi vida. Mirdin era el hombre al que más he apreciado. Sé que está con Adashem y abrigo la esperanza de ser digno, algún día, de encontrarme con él.

Por favor, transmite mi afecto y respeto a su viuda y a sus vigorosos hijos, e informales de que mi esposa ha dado luz a un hijo saludable, Mirdin ben Jesse, y les transmite sus deseos amorosos de una buena vida.

Yivorechachah Adonai V'Yishmorechah

Que el señor te bendiga y te guarde.

Yo soy Jesse ben Benjamin,
hakim
.

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