El mejor lugar del mundo es aquí mismo (9 page)

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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

BOOK: El mejor lugar del mundo es aquí mismo
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Al salir del parque, amarró a
Pirata
al tronco de un árbol y entró en la relojería del barrio.

—Funciona y no funciona al mismo tiempo —explicó al señor con aspecto de búho que le atendió tras el mostrador.

El relojero se tomó su tiempo para observar aquella antigüedad que acababa de caer en sus manos. Levantó el reloj de bolsillo del mostrador con extrema delicadeza, como se trata a las cosas de mucho valor.

—¿Se ha caído? —preguntó.

—No lo sé. Cuando me lo regalaron ya estaba así.

El hombre continuó con su exploración. Miró la esfera con una pequeña lente de aumento sujeta a sus gafas. Acto seguido, escuchó aquel tictac casi imperceptible y buscó el modo de abrir la caja. Finalmente dijo:

—Sólo un momento, tengo que llevarlo al taller.

Iris aguardó en la tienda vacía, en la sola compañía de los numerosos relojes que latían desde todas partes. Un par de minutos más tarde, el relojero regresó con cara de consternación y su reloj en la mano.

—No puedo hacer nada por él —sentenció—. Las piezas que lo componen ya no se fabrican.

—Entonces, ¿no se puede reparar?

—No, pero aunque se pudiera, no debería hacerlo.

—¿Por qué no?

—Porque quien le regaló el reloj quiso entregarle un pedazo de otro mundo. Algo que ya no existe, pero que aún se deja sentir —el relojero acercó la esfera a la oreja de Iris para mostrarle el pequeño ruido que llegaba de ese «otro mundo».

—¿Pero qué sentido tiene regalar algo que no funciona?

—Tal vez el regalo no estaba a simple vista. Mire —dijo el hombre desplegando un pequeño papel—, he encontrado una inscripción detrás de la esfera. La he apuntado aquí, por si desea verla.

En el papel leyó:

ABANDONA EL PASADO

Y EL PRESENTE ARRANCARÁ

—¿Qué significa eso? —preguntó Iris aturdida.

—No tengo ni idea. Lo único que tengo claro es que su amigo no quiso regalarle sólo un reloj.

El almacén de las cuentas pendientes

L
a llave chirrió al girar la cerradura, como si llevara mucho tiempo sin hacerlo. La puerta se abrió entonces a un espacio oscuro e inhóspito, que no se parecía en nada al café donde ella había conocido a Luca.

—Este es el local —dijo Ángela—, como puedes ver, no hay ni rastro del café que dices.

El suelo estaba cubierto por una pátina de polvo que amortiguaba los pasos. El ambiente era frío y húmedo, y la penumbra confería a todo un aire misterioso. De hecho, la escasa luz que se filtraba desde la calle apenas servía para iluminar unos pocos metros. El fondo del local quedaba sumido en la oscuridad total.

—¿Sorprendida? —preguntó Ángela.

—Mucho.

Iris trataba de comprender cómo podía un establecimiento desaparecer por completo o convertirse en otra cosa en un lapso de tiempo tan breve. El teléfono móvil de Ángela rompió el silencio, interrumpiendo sus cavilaciones. Iris continuó caminando, como sonámbula, mientras su acompañante respondía a la llamada.

—Espera un segundo, aquí no tengo cobertura —dijo Ángela, mientras miraba a Iris y señalaba la calle, indicando que salía para poder hablar.

Iris la disculpó con un gesto y continuó avanzando sobre el suelo polvoriento. La curiosidad, y también el desconcierto, la empujaban hacia el fondo del local.

Muy pronto se dio cuenta de que, a medida que avanzaba, la oscuridad parecía diluirse. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y pudo distinguir, al fondo, una gran estantería repleta de cajas. Las había de distintos tamaños y colores. Lo único que las unía era la película de polvo que el tiempo había dejado caer sobre ellas.

«Éste debe de ser el almacén del que me habló Ángela», pensó Iris mientras la examinaba con la mirada.

Había cajas de todos los tamaños. Las más grandes podrían haber contenido un frigorífico o un armario. Las más pequeñas, en cambio, eran del tamaño de una caja de zapatos. Se dio cuenta de que encima de cada una había una etiqueta con un nombre escrito a mano.

«Deben de ser paquetes que esperan ser entregados a sus destinatarios», se dijo Iris, aunque no pudo evitar pensar que todo aquello era muy extraño.

¿Qué contendrían todas aquellas cajas? ¿Por qué estaban allí? ¿Quiénes eran sus destinatarios? ¿Serían la razón por la cual el almacén no encontraba nuevos dueños?

Una suave música llegaba del fondo del local. Iris se detuvo a escuchar, aguantando la respiración. Sobre unos acordes sutiles, una voz melodiosa cantaba algo que le concernía:

Where are you going,

I asked,

Suburban Princess

tonight?
[7]

También ella se preguntaba hacia dónde iba, qué era todo aquello y qué iba a encontrar al final de su camino.

Iris se detuvo súbitamente junto a la pared donde acababa el local. Había una mesa igual a las que tantas veces había visto en el café desaparecido. Sobre la superficie de mármol, humeaba una taza de chocolate que parecía recién servido. Desprendía el mismo aroma delicioso de las otras veces. La cucharilla limpia relucía sobre el plato.

Sin detenerse a analizar el sentido de todo aquello, Iris acercó la taza a sus labios y probó la bebida. El aroma y el sabor del chocolate le recordaron de inmediato a Luca, con quien tantas tazas como aquélla había compartido. Pero esta vez las cosas eran diferentes, porque se encontraba sola… ¿O no?

Escuchó unos pasos que se acercaban en la oscuridad. Iris prestó atención, un poco asustada, y enseguida reconoció una silueta que le resultaba muy familiar. Era un hombre delgado y distinguido con melena abundante: el mago.

—Veo que has descubierto el almacén de las cuentas pendientes. ¿Has encontrado tu caja?

Iris se alegró de volver a verle.

—¿Qué ha ocurrido con el café? —preguntó—, ¿por qué está todo tan distin… ?

Pero él la interrumpió con un gesto decidido.

—Es importante que encuentres la caja que lleva tu nombre.

Iris ardía de ganas de preguntarle por Luca, pero la actitud del mago era tan autoritaria que no se atrevió a desobedecerle. Intrigada, regresó a la gran estantería y comenzó a leer las etiquetas de los paquetes una por una. Había muchas cajas, podría haberle ocupado todo el día encontrar la suya. Afortunadamente no fue así. Llevaba sólo unos minutos buscando cuando descubrió su nombre escrito con toda claridad en el lateral de un paquete diminuto, que habría podido guardar en la palma de su mano.

—¡Aquí está! —exclamó, divertida, regresando junto al mago—. Parece que mis cuentas pendientes no son muchas. ¿Qué es?

—Tendrás que averiguarlo por ti misma. Pero no subestimes las cosas por su aspecto externo. El interior de ese pequeño envoltorio puede contener todo un mundo.

—¿Es otro truco de magia?

—En cierto modo, sí. Este es el lugar donde las cosas que quedaron por hacer aguardan su oportunidad. Debes sentarte a la mesa, tomar tu chocolate y esperar.

—¿Todo esto es idea de Luca? ¿Está contigo?

—No tardarás en saber de él. Ten paciencia.

En la cara de Iris se dibujó una expresión contrariada. El mago se abrochó con lentitud los botones del chaleco raído y añadió:

—Disfruta de este momento. Y no olvides que un camino de mil millas comienza con un primer paso.

Iris se sentó frente a la taza caliente y rompió el embalaje.

Se sintió confusa al ver su contenido: un corazón de chocolate blanco, envuelto en papel de celofán. En la parte posterior, una etiqueta donde se leía:
Heladería El Centauro
, y una dirección.

Iris frunció el ceño.

—¿Tengo que ir a este lugar? —preguntó.

Pero no recibió respuesta alguna.

—¿Hola? ¿Estás ahí?

En vez del mago, le respondió la voz de Ángela, que se acercaba a toda prisa.

—Perdona que te haya dejado sola. Era un cliente al que no podía… ¡Vaya! ¡Veo que has encontrado una de las mesas de tu café! ¿Qué haces aquí, sola en medio de la oscuridad?

Iris guardó el corazón de chocolate blanco en el bolsillo de su chaqueta antes de responder:

—Ya ves. Me estaba tomando un chocolate calentito.

—¿Un qué…? ¡Menuda imaginación tienes, Iris! Anda, vámonos o terminarás haciéndome creer que en este lugar ocurren cosas raras.

El mar del futuro

—H
e salido antes del trabajo. Tengo una sorpresa para ti.

La voz de Olivier sonaba alegre y un poco impaciente.

—¿Tiene que ser ahora? Tenía otros planes —dijo Iris al teléfono.

La seguridad de Olivier la desconcertó. No esperaba que insistiera, y menos con tanta energía. Decididamente, comenzaba a perder su timidez con ella.

—¡Ahora mismo! Ni la sorpresa ni yo podemos esperar.

Pasó a recogerla veinte minutos después.

Su contagioso optimismo hizo que Iris olvidara la sensación de desasosiego que le había dejado la visita al almacén y su nuevo encuentro con el mago. De algún modo, comenzaba a comprender que aquel lugar y sus inquilinos pertenecían a una época de su vida que estaba quedando atrás. Olivier, en cambio, representaba el futuro. Un futuro feliz y de voz cantarina que no podía disimular la alegría que le producía verla.

—Estás pálida, princesa, ¿te ocurre algo? —le preguntó mientras recorrían una gran avenida, camino del centro de la ciudad.

—No es nada. He tenido un encuentro un poco extraño hace un rato.

—Comprendo. ¿Se te ha aparecido un fantasma?

—En realidad, toda mi vida parece estar llena de ellos.

Pensó en Luca mientras pronunciaba estas palabras. Descubrió que seguía sin renunciar a volver a verle, si es que la posibilidad que le había anunciado el mago era cierta.

—Es normal —comentó él—. Siempre vivimos rodeados de fantasmas. Lo importante es aprender a llevarse bien con ellos.

El resto del camino transcurrió en un silencio reflexivo. El coche de Olivier enfiló un paseo, torció un par de veces y se adentró por las despejadas calles de un barrio de reciente construcción.

—Hemos llegado —dijo finalmente al detener el vehículo frente a un edificio que parecía nuevo.

Iris cerró la puerta con energía y siguió al veterinario, que había echado a andar en dirección a un portal de puerta acristalada. Tras abrir con sus propias llaves, le indicó que le siguiera hacia un ascensor transparente muy bien iluminado. El espejo reflejó dos emociones bien distintas: la ilusión casi infantil de él, el asombro desconcertado de ella.

Subieron hasta el último piso, donde la puerta del ascensor se abrió a un rellano de suelos relucientes. Olivier se dirigió entonces hacia una de las cuatro puertas, giró la llave en la cerradura y la invitó a pasar con una reverencia teatral:

—Adelante —dijo, sin dejar de sonreír.

Iris entró en un piso vacío y por estrenar, cuyos radiadores aún estaban cubiertos con plásticos. Recorrió con curiosidad sus habitaciones, la cocina, el cuarto de baño y el salón, que era grande y con amplios ventanales.

—Espera a ver lo mejor —anunció Olivier mientras subía la persiana.

Salieron a una terraza. Nueve pisos más abajo, la calle parecía un mundo en miniatura. Frente a sus ojos se extendía el azul inmenso del mar. A pesar de que el día estaba gris, aquella imagen le pareció a Iris de una belleza casi sobrenatural. No pudo evitar imaginarse sentada en aquel lugar durante una noche de verano, mirando extasiada al horizonte.

—¿Se parece un poco al piso de tus sueños? —preguntó Olivier, tomándole las manos.

Iris sonrió tímidamente.

—Debe de costar mucho dinero —balbuceó— y estoy sin trabajo.

—El propietario es amigo mío. Está dispuesto a alquilarlo por un precio muy razonable.

Lo dijo con un temblor en la voz, como si los nervios le estuvieran dominando.

Iris pensó que jamás el futuro había sido tan palpable como en ese momento. Ni le había dado tanto miedo.

—No lo sé… Necesito pensarlo.

—Claro, princesa. Algo así no puede decidirse a la ligera.

Iris sonrió. La contemplación de aquel denso mar le producía un enorme sosiego. Sin apartar los ojos de la superficie, murmuró:

—Tengo la impresión de que toda mi vida es una pugna entre mi pasado y mi futuro.

No había hecho más que decirlo cuando recordó las palabras de Luca: «Hay algo que sólo ocurre en el presente».

La voz melancólica y débil de Olivier vino a darle la razón:

—Tienes razón, esto es lo que somos todos: un enorme lío sin solución a la vista.

Acerca de los ángeles

D
espués de ver el piso, Olivier se empeñó en invitarla a comer.

Fueron a un italiano donde Iris apenas probó bocado. No porque su acompañante no se esforzara en complacerla, sino por sus propios pensamientos, que no le daban un minuto de descanso. No renunciaba a encontrar a Luca, pero comenzaba a pensar que se trataba sólo de una absurda fijación. Por otra parte, se encontraba cada vez más a gusto en compañía de Olivier, quien demostraba con ella una delicadeza y una paciencia que no había conocido en otros hombres.

Cuando la dejó en casa, un par de horas después, la despidió con una sonrisa y unas palabras cargadas de comprensión:

—Me gustaría salir contigo esta noche, pero algo me dice que no es el mejor momento, ¿me equivoco?

Iris forzó una sonrisa.

—Estoy cansada —contestó— y necesito pensar.

—No hay prisa, pero no olvides que te estaré esperando en el futuro, como el mar.

Al llegar a casa,
Pirata
la recibió con la alegría habitual, entusiasmado con la posibilidad de dar un paseo. Pero en lugar de eso, Iris fue directa a escuchar los mensajes del contestador. A pesar de que no quería reconocerlo, seguía esperando que Luca diera señales de vida.

Sólo había un mensaje aguardando en su buzón, y era de Ángela. Tenía voz de encontrarse muy resfriada o de haber estado llorando. Iris dedujo que se trataba de lo segundo.

—Perdona que te llame para esto, pero no sé con quién hablar. Creo que eres una persona muy comprensiva, además de muy sensible. En fin, perdóname por asaltar tu contestador. No sabía a quién decirle que me han echado del trabajo y, qué idiota, estoy hecha polvo. Bueno, en realidad hay más motivos, pero prefiero no contárselos a una máquina.

Iris no dejó pasar ni un segundo antes de llamarla.

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