¡En la ranura del parqué!
Rouletabille respondió: "¡Gracias!" y la cara desapareció. Se volvió hacia mí, después de haber cerrado cuidadosamente la puerta, y pronunció unas palabras incomprensibles con aire azorado.
–Ya que la cosa es matemáticamente posible, ¡por qué no habría de serlo humanamente!... Pero si la cosa es humanamente posible, ¡el caso es formidable!
Interrumpí el monólogo de Rouletabille.
–¿Así que los caseros ahora están en libertad? – le pregunté.
–Sí -me respondió Rouletabille. Logré que los pusieran en libertad. Necesito gente confiable. La mujer se desvive por mí y el casero se dejaría matar por mí... ¡Y como los quevedos tienen cristales para presbicia, seguramente voy a necesitar de gente fiel que se dejaría matar por mí!
–¡Oh! ¡Oh! – dije. Usted habla en serio, mi amigo... ¿y cuándo habrá que dejarse matar?
–¡Pues esta noche! Porque debo decirle, mi querido amigo, ¡que esta noche espero al asesino!
–¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!... ¿Espera al asesino esta noche?... ¿De verdad, de verdad espera al asesino esta noche?... Pero, entonces, ¿conoce al asesino?
–¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Puede ser que ahora lo conozca. Pero estaría loco si afirmara categóricamente que lo conozco, porque la idea matemática que tengo del asesino conduce a resultados tan aterradores, tan monstruosos, ¡que espero que todavía exista la posibilidad de que me equivoque! ¡Oh! Lo deseo con todas mis fuerzas...
–¿Cómo puede decir que espera al asesino esta noche, si hasta hace cinco minutos no lo conocía?
–Porque sé que va a venir.
Rouletabille cargó su pipa lenta, muy lentamente, y la encendió. Esto me hacía presagiar un relato de lo más cautivador. En ese momento, alguien caminó por el corredor y pasó por delante de nuestra puerta. Rouletabille escuchó. Los pasos se alejaron.
–¿Frédéric Larsan está en su habitación? – pregunté, señalando el tabique.
–No -me respondió mi amigo-, no está aquí; tuvo que irse a París esta mañana; ¡sigue tras la pista de Darzac!... El señor Darzac también se fue esta mañana a París. Todo esto terminará muy mal... Preveo la detención de Darzac antes de ocho días. Lo peor es que todo parece confabularse contra el desgraciado: los acontecimientos, las cosas, la gente... No transcurre una hora sin que aparezca una nueva acusación contra el señor Darzac... El juez de instrucción está abrumado y cegado... Además, comprendo que estén cegados... Es para estarlo, a menos que...
–Sin embargo, Frédéric Larsan no es un novato.
–Creí que Frédéric Larsan era mucho más listo... -dijo Rouletabille, con una mueca ligeramente despectiva. Evidentemente, no es un novato... Yo mismo sentía mucha admiración por él cuando no conocía su deplorable método de trabajo... Debe su reputación únicamente a su habilidad; pero carece de filosofía, la matemática de sus concepciones es muy rudimentaria...
Miré a Rouletabille y no pude dejar de sonreír al oír a ese chico de dieciocho años tratar de niño a un hombre de unos cincuenta, que había demostrado ser el más fino sabueso de Europa...
–Usted sonríe -me dijo Rouletabille. ¡Se equivoca!... ¡Le juro que le pasaré por encima..., y de una forma rotunda! Pero tengo que apresurarme, porque tiene una ventaja colosal sobre mí, ventaja que le ha dado Robert Darzac y que Robert Darzac va a acrecentar esta noche... Piénselo: ¡cada vez que el asesino viene al castillo, Robert Darzac, por una extraña fatalidad, se ausenta y se niega a decir cómo empleó su tiempo!
–¡Cada vez que el asesino viene al castillo! – exclamé. Entonces volvió...
–Sí, durante esa famosa noche en que se produjo el fenómeno...
Iba, pues, a conocer aquel famoso fenómeno al que Rouletabille aludía desde hacía media hora sin explicármelo. Pero ya había aprendido a no apurar a Rouletabille durante sus relatos... Hablaba cuando le daba la gana o lo juzgaba útil, y se preocupaba mucho menos por mi curiosidad, que por hacer un resumen completo para sí mismo de un acontecimiento capital que le interesaba.
Finalmente, con unas pocas frases rápidas, me contó cosas que me dejaron como atontado, pues, a decir verdad, los fenómenos de esa ciencia todavía desconocida que es la hipnosis, por ejemplo, no son más inexplicables que aquella desaparición de la materia del asesino en el momento en que cuatro personas se disponían a tocarlo. Hablo de hipnosis como podría hablar de la electricidad, cuya naturaleza y sus leyes conocemos apenas, porque, en aquel momento, me pareció que el caso se podía explicar por lo inexplicable, es decir, por un acontecimiento ajeno a la leyes naturales conocidas. Y, sin embargo, si hubiera tenido el cerebro de Rouletabille, habría tenido, como él, el presentimiento de la explicación natural: porque lo más curioso en todos los misterios del Glandier fue, sin duda, la forma natural en que Rouletabille los explicó. ¿Pero quién hubiera podido o podría vanagloriarse de tener el cerebro de Rouletabille? Nunca encontré en ninguna otra las originales e inarmónicas protuberancias de su frente, salvo -aunque mucho menos pronunciadas- en la frente de Frédéric Larsan, y aun así había que mirar detenidamente la frente del célebre policía para adivinar su dibujo, mientras que las protuberancias de Rouletabille saltaban -si se me permite utilizar esta expresión un poco fuerte-, saltaban a la vista.
Entre los papeles que me entregó el joven después del caso, había 1 una libreta de notas en la que encontré un informe completo del fenómeno de la desaparición de la materia del asesino, y de las reflexiones que le inspiró a mi amigo. Creo que es preferible que les exponga este informe, en lugar de reproducir mi conversación con Rouletabille, pues no quisiera, en una historia semejante, añadir una palabra que no sea la expresión de la más estricta verdad.
Extractos de la libreta de notas de Joseph Rouletabille
[63]
En arquitectura, un cuarto voladizo es aquel que sobresale de lo macizo de un edificio.
[64]
En este caso, el recodo es el ángulo que forma la galería al cambiar de dirección.
[65]
El présbite padece un defecto en la vista que le hace distinguir confusamente los objetos más próximos. Es el efecto contrario al del miope.
[66]
Los lentes para présbite tienen su máximo espesor en el centro y son más delgados en los costados, al contrario de los lentes de miope, que tienen su máximo espesor en los bordes. Por eso, Rouletabille puede distinguirlos al tacto.
Fragmento de las notas de Joseph Rouletabille
La noche pasada, la del 29 al 30 de octubre, me despierto a eso de la una de la mañana. ¿Insomnio o ruido del exterior? El grito del Animalito de Dios se oye con una resonancia siniestra en el fondo del parque. Me levanto; abro la ventana. Viento frío y lluvia, tinieblas opacas, silencio. Vuelvo a cerrar la ventana. El extraño clamor sigue desgarrando la noche. Me pongo rápidamente un pantalón y una chaqueta. Hace un tiempo de perros; pero ¿quién puede imitar esta noche, tan cerca del castillo, el maullido del gato de la tía Agenoux? Tomo un garrote, única arma de la que dispongo, y, sin hacer ruido, abro la puerta. Estoy en la galería; una lámpara con pantalla reflectora la ilumina perfectamente; la llama de la lámpara vacila como movida por la acción de una corriente de aire. Siento la corriente de aire. Me doy vuelta. Detrás de mí hay una ventana abierta, la que está en el extremo de ese tramo de galería al que dan las habitaciones de Frédéric Larsan y la mía, a la que llamaré "recodo de la galería" para distinguirla de la "galería recta", adonde dan los aposentos de la señorita Stangerson.
Estas dos galerías se cruzan en ángulo recto. ¿Quién dejó la ventana abierta, o quién acaba de abrirla? Me dirijo hacia la ventana: me inclino hacia afuera. A un metro, aproximadamente, debajo de dicha ventana hay una terraza que sirve de techo a un cuartito voladizo que hay en la planta baja. En caso de necesidad, se puede saltar de la ventana a la terraza y, desde allí, dejarse caer al patio del castillo. El que siguió este camino seguramente no llevaba consigo la llave de la puerta del vestíbulo. Pero, ¿por qué imaginarme esta escena de atletismo nocturno? ¿A causa de una ventana abierta? Quizás sólo se trata del descuido de un criado. Cierro la ventana, sonriendo ante la facilidad con la que imagino dramas por el solo hecho de encontrar una ventana abierta. Nuevo grito del Animalito de Dios en medio de la noche. Y después, el silencio; la lluvia ha dejado de golpear contra los cristales. Todo duerme en el castillo. Camino con infinita precaución sobre la alfombra de la galería. Al llegar al ángulo de la galería recta, asomo la cabeza y echo una prudente mirada. En esta galería, otra lámpara con pantalla reflectora da una luz que ilumina perfectamente los pocos objetos que hay allí, tres sillones y unos cuadros colgados de la pared. ¿Qué estoy haciendo ahí? Nunca el castillo estuvo tan tranquilo. Todo descansa en él. ¿Qué instinto me empuja hacia la habitación de la señorita Stangerson? ¿Por qué esa voz que me grita desde el fondo de mi ser: "¡Ve hacia la habitación de la señorita Stangerson!"? Bajo los ojos hacia la alfombra que piso y veo que mis pasos hacia la habitación de la señorita Stangerson son precedidos por pasos que ya han ido allí. Sí, en la alfombra, unas huellas de pasos han traído el barro de afuera y sigo esos pasos, que me conducen a la habitación de la señorita Stangerson. ¡Horror! ¡Horror! ¡Reconozco los pasos elegantes, los pasos del asesino! Vino de afuera en esta noche abominable. Si, gracias a la terraza, se puede bajar de la galería por la ventana, también se puede subir a ella.
El asesino está aquí, en el castillo, porque los pasos no han regresado. Entró al castillo por esa ventana abierta en el extremo del recodo de la galería; pasó delante de la puerta de Frédéric Larsan, delante de la mía, dobló a la derecha por la galería recta y entró en la habitación de la señorita Stangerson. Estoy delante de la puerta de acceso a los aposentos de la señorita Stangerson, delante de la puerta de la antecámara: está entreabierta; la empujo sin hacer el menor ruido. Me encuentro en la antecámara y ahí, bajo la puerta de la habitación, veo una franja de luz. Escucho. ¡Nada! Ningún ruido, ni siquiera el de una respiración. ¡Ah! ¡Si se pudiera saber lo que pasa en el silencio que hay detrás de la puerta! Mis ojos, puestos sobre la cerradura, me informan que está cerrada con llave, y que la llave está adentro. ¡Y pensar que el asesino puede estar allí! ¡Que debe estar allí! ¿Se escapará una vez más? ¡Todo depende de mí! ¡Sangre fría y, sobre todo, no dar un paso en falso! Hay que mirar en esta habitación. ¿Y si entro por el salón de la señorita Stangerson? Luego tendría que atravesar el gabinete, y entonces el asesino se escaparía por la puerta de la galería, la puerta ante la cual estoy en este momento.
Para mí, esta noche todavía no se cometió ningún crimen, pues sería inexplicable el silencio del gabinete. En el gabinete hay dos enfermeras, instaladas allí para pasar la noche con la señorita hasta su completa recuperación.
Ya que estoy casi seguro de que el asesino está allí, ¿por qué no dar la alarma ahora mismo? Puede que el asesino escape, pero quizás salve a la señorita Stangerson. ¿Y si, por casualidad, el asesino esta noche no fuera un asesino? Abrieron la puerta para dejarlo pasar: pero ¿quién? Y la volvieron a cerrar: pero ¿quién? Entró esta noche en esa habitación, cuya puerta estaba, sin duda, cerrada con llave desde adentro, porque I la señorita Stangerson, todas las noches, se encierra con sus enfermeras en 1 sus aposentos. ¿Quién hizo girar la llave de la habitación para dejar entrar al asesino? ¿Las dos enfermeras? ¿Dos fieles criadas como la vieja sirvienta y su hija Sylvie? Muy poco probable. Además, duermen en el gabinete, y la señorita Stangerson, muy inquieta y muy prudente, me dijo Robert Darzac, se cuida por sí misma desde que su mejoría le permite dar algunos pasos en sus aposentos, de donde todavía no la he visto salir. Esta inquietud y esta prudencia repentinas en la señorita Stangerson, que habían sorprendido al señor Darzac, también me hicieron reflexionar. Cuando ocurrió el crimen del "cuarto amarillo", no caben dudas de que la desdichada esperaba al asesino. ¿Lo esperaba también esta noche? Porque ¿quién hizo girar la llave para abrirle al asesino, que está ahí? ¿Y si hubiera sido la misma señorita Stangerson? ¡Porque, en fin, ella puede temer, debe temer, la llegada del asesino y también tener razones para abrirle la puerta, para verse forzada a abrirle la puerta! ¿Qué terrible cita es esta? ¿La cita del crimen? Sin lugar a dudas, no es una cita amorosa, porque la señorita Stangerson adora al señor Darzac, lo sé. Todas estas reflexiones pasaron por mi cerebro como un relámpago que sólo iluminara tinieblas. ¡Ah! ¡Saber...!
¡Si hay tanto silencio detrás de esa puerta, es porque necesitan silencio! ¿Podría mi intervención causar más daño que beneficio? ¿Acaso lo sé? ¿Quién me dice que me intervención no podría determinar, en este instante, un crimen? ¡Ah! ¡Ver y saber, sin perturbar el silencio!
Salgo de la antecámara. Voy a la escalera central, desciendo; ahora estoy en el vestíbulo; corro lo más silenciosamente posible hacia el pequeño cuarto en la planta baja, en el que duerme el tío Jacques desde el atentado del pabellón.
Lo encuentro vestido, con los ojos muy abiertos, casi espantados.
No parece sorprendido de verme; me dice que se levantó porque oyó el grito del Animalito de Dios y pasos en el parque, pasos que se deslizaban delante de su ventana. Entonces, miró por la ventana y vio pasar, recién, un fantasma negro. Le pregunto si tiene un arma. No, no tiene más armas desde que el juez de instrucción le quitó el revólver. Lo llevo conmigo. Salimos al parque por una puertita trasera. Nos deslizamos alrededor del castillo hasta el punto que está justo debajo del cuarto de la señorita Stangerson. Ubico allí, junto al muro, al tío Jacques; le prohíbo que se mueva, y yo, aprovechando que una nube oculta en ese momento la luna, avanzo hasta ponerme frente a la ventana, pero fuera del cuadrado de luz que proyecta; porque la ventana está entreabierta. ¿Por precaución? ¿Para poder salir más rápido por la ventana si alguien apareciera por la puerta? ¡Oh! ¡Oh! El que salte por esa ventana tiene muchas probabilidades de romperse el cuello. ¿Quién me dice que el asesino no tiene una cuerda? Lo habrá previsto todo... ¡Ah! ¡Saber lo que pasa en esa habitación!... ¡Conocer el silencio de esa habitación!... Vuelvo hacia el tío Jacques y pronuncio una palabra en su oído: "Escalera". Primero pensé en el árbol que, ocho días antes, ya me había servido de observatorio, pero enseguida comprobé que la ventana está entreabierta de tal modo que, esta vez, subiendo al árbol, no alcanzaría a ver nada de lo que ocurre en la habitación. Y, además, no sólo quiero ver, sino también poder oír y... actuar...