El mundo perdido (43 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: El mundo perdido
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Arby no prestaba atención a sus voces. Contemplaba el río que surcaba el oscuro llano. Aguardó con impaciencia el siguiente rayo para comprobar si sus ojos no lo habían engañado segundos antes.

Sarah no sabía cómo pero, pese a resbalar una y otra vez, había llegado al borde del precipicio. No había tiempo que perder; desenrolló la cuerda y se arrastró bajo el segundo tráiler. Pasó la cuerda por una manija de metal y la ató rápidamente. A continuación volvió al borde del precipicio y lanzó la cuerda al vacío.

—¡Doc! —avisó.

Asomado a la puerta del tráiler, Thorne agarró la cuerda y ató con ella a Malcolm, quien gimió.

—Vámonos —anunció Thorne. Rodeó a Malcolm con el brazo y giró con él hasta que los dos estuvieron apoyados en la caja de cambios.

—¡Dios mío! —exclamó Malcolm al mirar hacia arriba. Pero Sarah tiraba ya de él.

—Utiliza sólo los brazos —indicó Thorne.

Malcolm empezó a subir. En cuestión de segundos se hallaba ya a tres metros de Thorne.

Thorne empezó a trepar, buscando puntos de apoyo firmes para los pies. La parte inferior del tráiler era en extremo resbaladiza. «Deberíamos haber usado material antideslizante. Pero, ¿quién demonios usa material antideslizante en la parte inferior de un vehículo?», pensó.

Mentalmente vio rasgarse el fuelle… lentamente… abriéndose cada vez más.

Siguió trepando. Una mano tras otra. Un pie tras otro. Cayó un rayo, y Thorne vio que ya estaban cerca.

Sarah, de pie al borde del precipicio, tendió las manos para ayudar a Malcolm, cuyas piernas colgaban fláccidas. Subía sólo con la fuerza de los brazos, pero no se daba por vencido. Sarah lo agarró por el cuello de la camisa y tiró de él.

Thorne vio que desaparecía sobre el borde del precipicio. Siguió trepando. Resbalaba una y otra vez y le dolían los brazos.

Sin embargo, continuó subiendo. Sarah alargaba los brazos hacia él.

—Vamos, Doc —dijo.

Sarah le tendía las manos.

Con un ruido metálico la tela del fuelle se rasgó totalmente y el tráiler descendió tres metros, sujeto sólo por las espirales, cada vez más extendidas.

Thorne trepó más deprisa, mirando a Sarah, que le tendía la mano.

—Aún puedes lograrlo, Doc…

Thorne trepó, cerró los ojos y trepó, agarrándose a la cuerda, aferrándola firmemente. Le dolían los brazos, le dolían los hombros y la cuerda pareció estrecharse entre sus manos. Se la enrolló en el puño, para asirse mejor. Pero en el último momento empezó a resbalar, y de pronto notó un vivo dolor en el cuero cabelludo.

—Lo siento, Doc —dijo Sarah, tirándole del pelo. El dolor era intenso pero no le importó; de hecho, apenas lo notó porque estaba ya a la altura del fuelle y veía desprenderse las espirales como un corsé a punto de reventar. El tráiler descendió aún más, pero Sarah no lo soltó. Era una mujer extraordinariamente fuerte. Por fin Thorne tocó con los dedos la hierba húmeda y se encaramó al borde del precipicio. Estaba a salvo.

Bajo ellos se produjo una serie de estallidos metálicos a medida que se rompían una tras otra las espirales, y finalmente, con un último gemido, el fuelle se rompió y el tráiler cayó al vacío, haciéndose cada vez más pequeño, hasta estrellarse contra las rocas. A la luz del siguiente rayo lo vieron yacer al pie del precipicio como una bolsa de papel arrugada.

Thorne se volvió y miró a Sarah.

—Gracias.

Sarah se dejó caer al suelo junto a él. La sangre rezumaba del vendaje que le cubría la frente. Abrió la mano y soltó un puñado de pelo gris, que cayó al suelo formando un húmedo haz.

—¡Qué nochecita! —dijo Sarah.

La plataforma de observación

Mirando con los anteojos de visión nocturna, Levine anunció:

—¡Lo lograron!

—¿Todos? —preguntó Kelly.

—¡Sí! ¡Se salvaron todos!

Kelly empezó a saltar y lanzar gritos de júbilo.

Arby se volvió y le quitó a Levine los anteojos de la mano.

—¡Eh! —protestó Levine—. Un momento.

—Los necesito —aseguró Arby. Se dio media vuelta y observó el llano oscuro. Por un momento no vio más que una mancha verde. Encontró la rueda de enfoque, la ajustó rápidamente y una imagen nítida apareció ante sus ojos.

—¿Qué demonios es tan importante? —inquirió Levine, malhumorado—. Esos anteojos son muy caros…

En ese momento todos oyeron los gruñidos. Estaban cada vez más cerca.

En distintos tonos de verde pálido, Arby vio con toda claridad a los raptores. Había doce y avanzaban dispersos por la hierba en dirección a la plataforma. Un animal, al parecer el jefe de la manada, encabezaba la marcha a unos cuantos metros del grupo; pero era difícil discernir una organización interna en la manada. Los raptores gruñían y se lamían la sangre del hocico, limpiándose la cara con las garras delanteras en un gesto curiosamente inteligente, casi humano. A través de los anteojos de visión nocturna, sus ojos parecían despedir un resplandor verde.

Aparentemente no habían reparado en la presencia de la plataforma, pues no la miraban en ningún momento. Pero sin duda se dirigían hacia allí.

De pronto le arrancaron los anteojos.

—Disculpa —dijo Levine—. Será mejor que me ocupe yo de esto.

—De no ser por mí ni siquiera se habría dado cuenta —protestó Arby.

—Silencio —ordenó Levine. Tomó los anteojos, los enfocó y suspiró ante la imagen: doce animales, a unos veinte metros.

—¿Nos ven? —preguntó Eddie en voz baja.

—No. Y el viento sopla de frente, así que tampoco nos huelen. Imagino que siguen el paso de animales que entra en la selva junto a la plataforma. Si no hacemos ruido, pasarán de largo.

La radio crepitó, y Eddie se apresuró a apagarla.

Los cuatro mantenían la vista fija en la llanura. En esos momentos la noche estaba serena. Ya no llovía y la Luna empezaba a asomar entre las nubes. Vieron acercarse a los animales, formas oscuras contra la hierba plateada.

—¿Pueden subir hasta aquí? —susurró Eddie.

—No veo cómo van a poder —contestó Levine con un murmullo—. Nos encontramos a unos seis metros sobre el suelo. No creo que haya peligro.

—Pero tú mismo dijiste que podían trepar a los árboles.

—Chist. Esto no es un árbol. Y ahora todos agachados y en silencio.

Malcolm hizo una mueca de dolor cuando Thorne lo tendió en una mesa del segundo tráiler.

—Por lo que se ve, no tengo mucha suerte en estas expediciones, ¿no?

—No, desde luego —coincidió Sarah—. Y ahora tranquilo, Ian. —Bajo la luz de la linterna que Thorne sostenía, Sarah cortó la pierna del pantalón de Malcolm. Tenía una profunda herida en la pierna derecha y había perdido mucha sangre. Preguntó—: ¿Hay algún botiquín a mano?

—Creo que tenemos uno afuera, donde enganchamos la motocicleta —dijo Thorne.

—Tráelo.

Thorne salió a buscarlo. Malcolm y Sarah se quedaron solos en el tráiler. Sarah acercó la luz a la herida para examinarla de cerca.

—¿Está muy mal? —quiso saber Malcolm.

—Podría haber sido peor —contestó Sarah para calmarlo—. Sobrevivirás.

En realidad, el corte era muy profundo, casi hasta el hueso, pero afortunadamente no afectaba la arteria. Sin embargo, la herida estaba sucia. Sarah vio grasa y trozos de hojas adheridos a la carne rasgada. Tendría que limpiarla a fondo, pero esperaría a que la morfina hiciese efecto.

—Sarah, te debo la vida —admitió Malcolm.

—No tiene importancia, Ian.

—Sí, sí la tiene.

—Ian —dijo Sarah—, esa sinceridad no es propia de ti.

—Se me pasará —bromeó Malcolm con una leve sonrisa. Sarah era consciente de que el dolor debía de ser intenso.

Thorne regresó con el botiquín, y Sarah llenó la jeringa, expulsó las burbujas y le inyectó a Malcolm la morfina en el hombro. Malcolm gruñó.

—¿Qué cantidad has puesto?

—Mucha.

—¿Por qué?

—Porque tengo que limpiar la herida, Ian —explicó Sarah—, y no va a gustarte.

Malcolm lanzó un suspiro. Volviéndose hacia Thorne, comentó:

—Siempre pasa algo, ¿no? Adelante, Sarah, hazlo lo mejor que puedas.

Levine observaba a los raptores con los anteojos de visión nocturna. Formaban un grupo disperso y avanzaban con su característico trote. Intentó detectar alguna organización en la manada, alguna estructura, algún indicio de jerarquía. Los velocirraptores eran animales inteligentes y cabía esperar que se organizasen jerárquicamente, y eso debía ponerse de manifiesto en su configuración espacial. Sin embargo, Levine no identificó pauta alguna. Parecían una banda de merodeadores, sin orden, silbándose y agrediéndose mutuamente.

Junto a Levine, Eddie y los chicos se hallaban agachados. Eddie los rodeaba con los brazos para tranquilizarlos. El chico en particular estaba aterrorizado. La chica, en cambio, parecía más calmada.

Levine no entendía la razón de tanto miedo. En lo alto de la plataforma se encontraban a salvo. Él observaba acercarse la manada con objetividad académica, tratando de advertir algún patrón en sus rápidos movimientos.

Sin duda seguían el paso de animales. Mantenían exactamente la misma trayectoria que los parasaurios unas horas antes: del río a la selva pasando junto a la plataforma. Los raptores no prestaron la menor atención a la estructura. Básicamente interactuaban entre sí.

Los animales rodearon la plataforma, y parecían alejarse cuando el raptor más cercano se detuvo, quedó rezagado del resto de la manada y olfateó el aire. De pronto se inclinó y comenzó a hurgar con el hocico al pie de la estructura.

Levine se preguntó qué hacía.

El raptor solitario gruñó. Continuó husmeando en la hierba y por fin se irguió con algo entre las garras delanteras. Levine entornó los ojos esforzándose por ver de qué se trataba.

Era un trozo del envoltorio de un chocolate.

El raptor alzó la vista. Miró directamente a Levine con ojos resplandecientes y gruñó.

Malcolm

—¿Te encuentras bien? —dijo Thorne.

—Cada vez mejor —respondió Malcolm con un suspiro. Estaba relajado—. No es raro que a la gente le guste la morfina.

Sarah Harding ajustó la férula de plástico inflable en torno de la pierna de Malcolm y preguntó a Thorne:

—¿Cuánto falta para que llegue el helicóptero?

Thorne consultó el reloj.

—Menos de cinco horas. Estará aquí al amanecer.

—¿Seguro?

—Sí.

—Muy bien —dijo Sarah, asintiendo con la cabeza—. Se pondrá bien.

—Estoy perfectamente —afirmó Malcolm con voz de sueño—. Sólo que lamento que concluya el experimento. Y ha sido un buen experimento. Tan elegante. Tan único. Darwin no sabía nada.

—Voy a limpiar la herida ahora —anunció Sarah a Thorne—. Sujeta bien la pierna. —Levantando la voz, añadió—: ¿Qué es lo que Darwin no sabía, Ian?

—Que la vida es un sistema complejo —contestó Malcolm— y todo lo que de eso se desprende. Arquitectura genética. Adaptación controlada. Redes de Boole. Comportamiento autoorganizativo. ¡Pobre hombre! ¡Ay! ¿Qué haces?

—Tú cuéntanos —instó Sarah, inclinada sobre la herida—. Darwin no tenía idea…

—De que la vida es tan increíblemente compleja —prosiguió Malcolm—. En realidad, nadie se da cuenta. Un solo huevo fecundado contiene cientos de miles de genes que actúan de modo coordinado, activándose y desactivándose en circunstancias específicas para transformar esa única célula en una criatura viva completa. Esa primera célula empieza a dividirse, pero las células siguientes son distintas. Se especializan. Unas constituyen el sistema nervioso, otras el tejido intestinal, otras los miembros. Cada conjunto de células sigue su propio programa, desarrollándose, interactuando. Al final hay doscientas cincuenta clases de células distintas, todas desarrollándose conjuntamente y en el momento preciso. Justo cuando el organismo requiere un sistema circulatorio, el corazón comienza a bombear. Justo cuando son necesarias las hormonas, las glándulas suprarrenales empiezan a producirlas. Semana tras semana este desarrollo extraordinariamente complejo continúa de manera perfecta. Perfecta. Es increíble. No hay actividad humana que se parezca ni remotamente.

»De verdad. ¿Construyeron una casa alguna vez? Una casa es simple en comparación. Aun así los albañiles hacen mal la escalera o ponen la pileta de la cocina del revés; el encargado de los azulejos no llega cuando debe. Infinidad de cosas salen mal. Y sin embargo la mosca que se posa en la comida del albañil es perfecta. ¡Ay! Cuidado.

—Lo siento —se disculpó Sarah, que seguía limpiando la herida.

—Pero la cuestión es —continuó Malcolm— que apenas podemos describir, y ni hablemos de comprender, este intrincado proceso de desarrollo de la célula. ¿Se dan cuenta de los límites de nuestra comprensión? Matemáticamente podemos describir la interacción de dos objetos, por ejemplo dos planetas en el espacio. La interacción de tres objetos, tres planetas en el espacio, es ya más complicada. Pero describir la interacción de cuatro o cinco objetos es imposible. Y en el interior de la célula se produce la interacción de cientos de miles de objetos. Es verdaderamente increíble. Es algo tan complejo que parece mentira que exista la vida. Algunos piensan que las formas vivas se autoorganizan. La vida crea su propio orden del mismo modo que la cristalización genera un orden. Algunos creen que la vida se cristaliza en el ser, y así interpretan la complejidad.

»Porque si no supiésemos nada de química, miraríamos un cristal y nos formularíamos las mismas preguntas. Contemplaríamos esas bellas calizas, esas facetas geométricas perfectas, y nos preguntaríamos: ¿Qué controla este proceso? ¿Cómo es posible que un cristal esté tan perfectamente formado y sea tan semejante a otros cristales? Pero resulta que un cristal es sólo el modo en que las fuerzas moleculares se distribuyen en forma sólida. Nadie controla el proceso. Se produce por sí solo. Si uno tiene demasiadas dudas sobre el cristal, significa que no comprende la esencia de los procesos que conducen a su creación.

»Así que quizá las formas vivas son una especie de cristalización. Quizá la vida simplemente ocurre. Y quizá los seres vivos, como los cristales, poseen un orden característico generado por la interacción de sus elementos. Y bueno, una de las cosas que nos enseñan los cristales es que el orden surge muy deprisa. Tan pronto tenemos un líquido donde todas las moléculas se mueven al azar como se forma un cristal y todas las moléculas se disponen según un orden. ¿No es así?

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