El mundo y sus demonios (12 page)

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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
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Esencialmente, todos los casos de ovnis eran anécdotas, algo que afirmaba alguien. Los describían de varias formas, como de movimiento rápido o suspendidos en el aire; en forma de disco, de cigarro o de bola; en movimiento silencioso o ruidoso; con un gas de escape llameante o sin gas; acompañado de luces intermitentes o uniformemente relucientes con un matiz plateado, o luminosos. La diversidad de las observaciones indicaba que no tenían un origen común y que el uso de términos como ovnis o «platillos volantes», sólo servía para confundir el tema al agrupar genéricamente una serie de fenómenos no relacionados.

Había algo extraño en la mera invención de la expresión «platillo volante». En el momento de escribir este artículo tengo delante una transcripción de una entrevista del 7 de abril de 1950 entre Edward R. Murrow, el célebre locutor de la CBS, y Kenneth Arnold, un piloto civil que vio algo peculiar cerca de Mount Rainier, en el estado de Washington, el 24 de junio de 1947 y que en cierto modo acuñó la frase. Arnold afirma que:

los periódicos no me citaron adecuadamente... Cuando hablé con la prensa no me entendieron bien y, con la excitación general, un periódico y otro lo embrollaron de tal modo que nadie sabía exactamente de qué hablaban... Esos objetos más o menos revoloteaban como si fueran, oh, algo así como barcos en aguas muy movidas... Y cuando describí cómo volaban, dije que era como si uno cogiera un platillo y lo lanzara a través del agua. La mayoría de periódicos lo interpretaron mal y también citaron esto incorrectamente. Dijeron que yo había dicho que eran como platillos; yo dije que volaban al estilo de un platillo.

Arnold creía haber visto una sucesión de nueve objetos, uno de los cuales producía un «extraordinario relámpago azul». Llegó a la conclusión de que eran una nueva especie de artefactos alados. Murrow lo resumía: «Fue un error de citación histórico. Mientras la explicación original del señor Arnold se ha olvidado, el término "platillo volante" se ha convertido en una palabra habitual.» El aspecto y comportamiento de los platillos volantes de Kenneth Arnold era bastante diferente de lo que sólo unos años después se caracterizaría rígidamente en la comprensión pública del término: algo como
un frisbee
muy grande y con gran capacidad de maniobra.

La mayoría de la gente contaba lo que había visto con toda sinceridad, pero lo que veían eran fenómenos naturales, si bien poco habituales. Algunos avistamientos de ovnis resultaron ser aeronaves poco convencionales, aeronaves convencionales con modelos de iluminación poco usuales, globos de gran altitud, insectos luminiscentes, planetas vistos bajo condiciones atmosféricas inusuales, espejismos ópticos y nubes lenticulares, rayos en bola, parhelios, meteoros, incluyendo bólidos verdes, y satélites, morros de cohetes y motores de propulsión de cohetes entrando en la atmósfera de modo espectacular.
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Es concebible que algunos pudieran ser pequeños cometas que se disipaban en el aire. Al menos, algunos informes de radar se debieron a la «propagación anómala»: ondas de radio que viajan por trayectorias curvadas debido a inversiones de la temperatura atmosférica. Tradicionalmente, también se llamaban «ángeles» de radar: algo que parece estar ahí pero no está. Puede haber apariciones visuales y de radar simultáneas sin que haya nada «allí».

Cuando captamos algo extraño en el cielo, algunos de nosotros nos emocionamos, perdemos la capacidad de crítica y nos convertimos en malos testigos. Existía la sospecha de que aquél era un campo atractivo para picaros y charlatanes. Muchas fotografías de ovnis resultaron ser falsas: pequeños modelos colgados de hilos finos, a menudo fotografiados a doble exposición. Un ovni visto por miles de personas en un partido de fútbol resultó ser una broma de un club de estudiantes universitarios: un trozo de cartón, unas velas y una bolsa de plástico fino, todo bien preparado para hacer un rudimentario globo de aire caliente.

El relato original del platillo accidentado (con los pequeños extraterrestres y sus dientes perfectos) resultó ser un puro engaño. Frank Scully, columnista de
Variety,
comentó una historia que le había contado un amigo petrolero; fue el espectacular reclamo del exitoso libro de Scully de 1950,
Tras los platillos volantes.
Se habían encontrado dieciséis extraterrestres de Venus, de un metro de altura cada uno, en uno de los tres platillos accidentados. Se habían recogido cuadernos con pictogramas extraterrestres. Los militares lo ocultaban. Las implicaciones eran importantes.

Los estafadores eran Silas Newton, que dijo que utilizaba ondas de radio para buscar oro y petróleo, y un misterioso «doctor Gee», que resultó ser un tal señor GeBauer. Newton presentó una pieza de la maquinaria del ovni y tomó fotografías de primer plano del platillo con flash. Pero no permitía una inspección detallada. Cuando un escéptico preparado, haciendo un juego de manos, cambió el engranaje y envió el artefacto a analizar, resultó estar hecho de aluminio de batería de cocina.

La patraña del platillo accidentado fue un pequeño interludio en un cuarto de siglo de fraudes de Newton y GeBauer, que vendían principalmente máquinas de prospección y contratos petroleros sin valor. En 1952 fueron arrestados por el FBI y al año siguiente se los acusó de estafa. Sus proezas —de las que Curtís Peebles hizo la crónica— deberían haber servido de advertencia a los entusiastas de los ovnis sobre historias de platillos accidentados en el suroeste americano alrededor de 1950. No cayó esa breva.

El 4 de octubre de 1957 se lanzó el
Sputnik 1,
el primer satélite artificial en órbita alrededor de la Tierra. De las mil ciento dieciocho visiones de ovnis registradas ese año en Estados Unidos, setecientas una, o sea, el sesenta por ciento —y no el veinticinco por ciento que se podía esperar—, ocurrieron entre octubre y diciembre. Es evidente que el
Sputnik
y la publicidad consiguiente habían generado de algún modo visiones de ovnis. Quizá la gente miraba más el cielo de noche y veía más fenómenos naturales que no entendía. ¿O podría ser que miraran más hacia arriba y vieran más las naves espaciales extraterrestres que están ahí constantemente?

La idea de los platillos volantes tenía antecedentes sospechosos que se remontaban a una broma consciente titulada
¡Recuerdo Lemuria!,
escrita por Richard Shaver, y publicada en el número de marzo de 1945 de la revista de ciencia ficción
Amazing Stories.
Era exactamente el tipo de lecturas que yo devoraba de pequeño. Se me informaba que hacía ciento cincuenta mil años los extraterrestres espaciales se habían establecido en continentes perdidos, lo que llevó a la creación de una raza de seres demoníacos bajo tierra que eran responsables de las tribulaciones humanas y de la existencia del mal. El editor de la revista, Ray Palmer —que, como los seres subterráneos sobre los que advertía, medía poco más de un metro—, promovió la idea, mucho antes de la visión de Arnold, de que la Tierra era visitada por naves espaciales extraterrestres en forma de disco y que el gobierno ocultaba su conocimiento y complicidad. Con las portadas de esas revistas en los quioscos, millones de americanos estuvieron expuestos a la idea de los platillos volantes bastante antes de que fuera acuñado el término.

Con todo, las pruebas alegadas parecían pocas, y a menudo caían en la credulidad, la broma, la alucinación, la incomprensión del mundo natural, el disfraz de esperanzas y temores como pruebas, y un anhelo de atención, fama y fortuna. Qué lastima, recuerdo haber pensado.

Desde entonces he tenido la suerte de estar involucrado en el lanzamiento de naves espaciales a otros planetas en busca de vida y en la escucha de posibles señales de radio de civilizaciones extraterrestres, si las hubiere, en planetas de estrellas distantes. Hemos tenido algunos momentos seductores. Pero si la señal deseada no llega a cada uno de los escépticos gruñones, no podemos llamarlo prueba de vida extraterrestre, por muy atractiva que encontremos la idea. Simplemente, tendremos que esperar a disponer de mejores datos, si es que algún día llegamos a tenerlos. No hemos encontrado pruebas irrefutables de vida más allá de la Tierra. Pero sólo estamos al principio de la búsqueda. Quizá mañana pueda surgir información nueva y mejor. No creo que nadie esté más interesado que yo en saber si nos visitan o no. Me ahorraría mucho tiempo y esfuerzo poder estudiar directamente y de cerca la vida extraterrestre en lugar de hacerlo indirectamente y a gran distancia. Aun en el caso que los extraterrestres sean bajos, tercos y obsesos sexuales... si están aquí, quiero conocerlos.

U
NA PRUEBA DE LO MODESTAS
que son nuestras expectativas de los «extraterrestres» y de lo zafio de los estándares de prueba que muchos de nosotros estamos dispuestos a aceptar puede encontrarse en la historia de los círculos en los cultivos. Originados en Gran Bretaña y extendidos por todo el mundo, era algo que superaba lo extraño.

Los granjeros o transeúntes descubrían círculos (y, en años posteriores, pictogramas mucho más complejos) impresos sobre los campos de trigo, avena, cebada y colza. Empezando con círculos simples a mediados de la década de los setenta, el fenómeno fue progresando año tras año hasta que, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, el campo, especialmente en el sur de Inglaterra, se vio embellecido por inmensas figuras geométricas, algunas de las dimensiones de un campo de fútbol, estampadas sobre el grano de cereal antes de la cosecha: círculos tangentes a círculos, o conectados por ejes, líneas paralelas inclinadas, «insectoides». Algunas de las formas mostraban un círculo central rodeado por cuatro círculos más pequeños colocados simétricamente... claramente causados, se concluyó, por un platillo volante y sus cuatro trenes de aterrizaje.

¿Una broma? Imposible, decía casi todo el mundo. Había cientos de casos. A veces los hacían en sólo una o dos horas en plena noche, y a gran escala. No se pudieron encontrar huellas de bromistas que se acercaran a los pictogramas. Y además, ¿qué motivo verosímil podía haber para una broma así?

Se ofrecieron muchas conjeturas menos convencionales. Personas con cierta preparación científica inspeccionaron los lugares, hilaron argumentos, fundaron revistas dedicadas en su totalidad al tema. ¿Eran causadas las figuras por extraños remolinos llamados «vórtices columnares», o unos aún más raros llamados «vórtices de anillo»? ¿Y por rayos en bola? Los investigadores japoneses intentaron simular, en el laboratorio y a muy pequeña escala, la física de plasma que creían se abría camino en el lejano Wiltshire.

Pero a medida que las figuras en los cultivos se hacían más complejas, las explicaciones meteorológicas o eléctricas se volvían más forzadas. Sencillamente, los causantes eran los ovnis, extraterrestres que se comunicaban con nosotros en un lenguaje geométrico. O quizá era el diablo, o la Tierra sufriente que se quejaba de las depredaciones infligidas por la mano del hombre. Llegaron manadas de turistas de la «Nueva Era». Todas las noches los entusiastas montaban vigilancia equipados con grabadoras y sistemas de visión de infrarrojos. Los medios de comunicación impresos y electrónicos de todo el mundo seguían las huellas de los intrépidos cerealogistas. Un público admirado y estupefacto compraba libros de gran éxito sobre los extraterrestres deformadores de cosechas. Es cierto que no se llegó a ver ningún platillo colocándose sobre el trigo ni se filmó ninguna figura geométrica en el curso de ser generada. Pero los zahoríes autentificaron su carácter extraterrestre y los canalizadores establecieron contacto con las entidades responsables. Dentro de los círculos se detectó «energía orgónica».

Se formularon preguntas en el Parlamento. La familia real llamó a consulta especial a lord Solly Zuckerman, antiguo consejero científico del Ministerio de Defensa. Se dijo que había fantasmas implicados; también los caballeros templarios de Malta y otras sociedades secretas. Los satanistas estaban involucrados. El Ministerio de Defensa ocultaba todo el asunto. Se consideró en algunos círculos ineptos y poco elegantes que eran intentos de los militares de quitarse a la gente de encima. La prensa sensacionalista salió a escena. El
Daily Mirror
contrató a un granjero y su hijo para que hicieran cinco círculos con la esperanza de tentar al periódico rival, el
Daily Express,
a informar de la historia. El
Express,
al menos en este caso, no cayó en la trampa.

Las organizaciones «cerealógicas» crecieron y se dividieron. Los grupos en competencia se mandaban comunicaciones intimidatorias. Se acusaban de incompetencia o algo peor. El número de «círculos» creció por millares. El fenómeno se extendió hasta Estados Unidos, Canadá, Bulgaria, Hungría, Japón, los Países Bajos. Los pictogramas —especialmente los más completos— empezaron a citarse cada vez más como argumentos a favor de la visita de extraterrestres. Se trazaron forzadas relaciones con «la Cara» de Marte. Un científico al que conozco me escribió que en estas figuras se ocultaban unas matemáticas extremadamente sofisticadas; sólo podían ser el resultado de una inteligencia superior. En realidad, un aspecto en el que coincidían casi todos los cerealogistas contendientes es que las últimas figuras en las cosechas eran demasiado complejas y elegantes para haber sido causadas por la intervención humana, menos todavía por algunos bromistas harapientos e irresponsables. La inteligencia extraterrestre era evidente a simple vista...

En 1991, Doug Bower y Dave Chorley, dos amigos de Southampton, anunciaron que llevaban quince años haciendo figuras en las cosechas. Se les ocurrió un día mientras tomaban una cerveza en su pub habitual: el Percy Hobbes. Habían encontrado muy graciosos los informes de ovnis y pensaron que podría ser divertido engañar a los crédulos. Al principio aplanaron el trigo con la pesada barra de acero que Bower utilizaba como mecanismo de seguridad en la puerta trasera de su tienda de marcos de cuadros. Más adelante utilizaron placas y cuerdas. Los primeros dibujos sólo les costaron unos minutos. Pero, como además de bromistas inveterados eran artistas de verdad, la dimensión del desafío empezó a aumentar. Gradualmente fueron diseñando y ejecutando figuras cada vez más elaboradas.

Al principio nadie pareció darse cuenta. No salía ninguna noticia en los medios de comunicación. La tribu de ufologistas no tenía en cuenta sus formas artísticas. Estuvieron a punto de abandonar los círculos en los cultivos para pasar a otra broma más satisfactoria emocionalmente.

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