Desde luego hay resistencia. Hay información legítimamente reservada; como con las armas militares, a veces realmente el secreto es de interés nacional. Además, las comunidades militar, política y de inteligencia tienden a valorar el secreto por sí mismo. Es una manera de silenciar a los críticos y eludir acusaciones de incompetencia o algo peor. Genera una élite, un grupo de hermanos a los que se puede conceder de manera fiable la confianza nacional, a diferencia de la gran masa de ciudadanos en representación de los cuales presumiblemente se hace secreta la información. El secreto, con pocas excepciones, es profundamente incompatible con la democracia y la ciencia.
Una de las intersecciones más estimulantes que se han comentado entre los ovnis y el secreto son los llamados documentos MJ-12. A finales de 1984, según cuenta la historia, apareció un sobre que contenía un rollo de película expuesta pero no revelada en el buzón de un productor de cine, Jaime Shandera, interesado en los ovnis y el encubrimiento del gobierno (no deja de ser curioso que ocurriera justo cuando salía para ir a comer con el autor de un libro sobre los supuestos acontecimientos de Roswell, Nuevo México). Cuando revelaron la película, «resultó ser» página tras página de una orden ejecutiva altamente reservada, «sólo para lectura», con fecha de 24 de septiembre de 1947, en la que el presidente Harry S. Truman aparentemente nombraba un comité de doce científicos y oficiales del gobierno para examinar una serie de platillos volantes accidentados y pequeños cuerpos de extraterrestres. La formación del comité MJ-12 es destacable, porque en él constan exactamente los nombres de los miembros militares, de inteligencia, de ciencia e ingeniería que habrían sido convocados a investigar estos accidentes si hubieran ocurrido. En los documentos MJ-12 hay sugestivas referencias a apéndices sobre la naturaleza de los extraterrestres, la tecnología de sus naves y cosas así, pero no se incluyen en la misteriosa película.
Las Fuerzas Aéreas dicen que el documento es falso. El experto en ovnis Philip J. Klass y otros encuentran inconsistencias lexicográficas y tipográficas que sugieren que todo es un engaño. Los que compran obras de arte se preocupan por la procedencia de sus cuadros, es decir, quién fue el último propietario y quién el anterior, y así hasta el artista original. Si faltan eslabones en la cadena —si sólo se puede seguir el rastro de un cuadro de trescientos años de antigüedad durante sesenta y después no tenemos ni idea de en qué casa o museo estaba expuesto— surgen señales de aviso de falsificación. Como el beneficio para los falsificadores de arte es muy alto, los coleccionistas deben ser especialmente cautos. El punto más vulnerable y sospechoso de los documentos MJ-12 radica precisamente en esta cuestión de procedencia: una prueba dejada milagrosamente en el umbral, como salida de una historia de cuento de hadas, quizá «El zapatero y los duendes».
Hay muchos casos similares en la historia humana: súbitamente aparece un documento de procedencia dudosa con información de gran importancia que sostiene con contundencia la argumentación de los que han hecho el descubrimiento. Después de una cuidadosa, y en algunos casos valiente, investigación se demuestra que el documento es falso. No cuesta nada entender la motivación de los embaucadores. Un ejemplo más o menos típico es el libro del Deuteronomio: lo descubrió el rey Josías en el Templo de Jerusalén y, milagrosamente, en medio de una importante lucha de reforma, encontró en él la confirmación de todos sus puntos de vista.
Otro caso es lo que se llama la Donación de Constantino. Constantino el Grande fue el emperador que hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano. El nombre de Constantinopla (hoy Estambul), ciudad capital durante miles de años del Imperio romano oriental, viene de él. Murió en el año 337. En el siglo IX empezaron a aparecer referencias a la Donación de Constantino en los escritos cristianos; en ella, Constantino lega a su contemporáneo el papa Silvestre I todo el Imperio romano occidental, incluida Roma. Este pequeño presente, según contaba la historia, se debía a la gratitud de Constantino, que se curó de la lepra gracias a Silvestre. En el siglo XI, los papas se referían con regularidad a la Donación de Constantino para justificar sus pretensiones de ser gobernantes no sólo eclesiásticos sino también seculares de la Italia central. A lo largo de la Edad Media, la Donación se consideró genuina tanto por parte de los que apoyaban las pretensiones temporales de la Iglesia como de los que se oponían.
Lorenzo de Valla era un polígrafo del Renacimiento italiano. Un hombre controvertido, brusco, crítico, arrogante y pedante, que fue atacado por sus contemporáneos por sacrilegio, impudicia, temeridad y presunción... entre otras imperfecciones. Tras concluir que, por razones gramaticales, el credo de los apóstoles no podía haber sido escrito realmente por los doce apóstoles, la Inquisición le declaró hereje y sólo la intervención de su mecenas, Alfonso, rey de Nápoles, impidió que fuera inmolado. Inasequible al desaliento, en 1440 publicó un tratado demostrando que la Donación de Constantino era una burda falsificación. El lenguaje del documento equivalía al latín cortesano del siglo IV como el
cockney
de hoy al inglés normativo. Gracias a Lorenzo de Valla, la Iglesia católica romana ya no reclama el derecho a gobernar las naciones de Europa por la Donación de Constantino. Se cree en general que esta obra, cuya procedencia tiene un vacío de cinco siglos, fue falsificada por un clérigo adscrito a la curia de la Iglesia en la época de Carlomagno, cuando el papado (y especialmente el papa Adriano I) defendía la unificación de la Iglesia y el Estado.
Asumiendo que ambos documentos pertenecen a la misma categoría, los MJ-12 son un engaño más inteligente que la Donación de Constantino. Pero tienen mucho en común en el aspecto de la procedencia, el interés concedido y las inconsistencias lexicográficas.
La idea de un encubrimiento para mantener oculto el conocimiento de vida extraterrestre o de las abducciones durante cuarenta y cinco años, sabiéndolo cientos, si no miles de empleados del gobierno, es notable. Es cierto que los gobiernos guardan secretos rutinariamente, incluso secretos de un interés general sustancial. Pero el objetivo ostensible de tanto secreto es proteger al país y sus ciudadanos. Sin embargo, en este caso es diferente. La supuesta conspiración de los que controlan la seguridad es impedir que los ciudadanos sepan que hay un ataque extraterrestre continuo sobre la especie humana. Si fuera verdad que los extraterrestres abducen a millones de personas, sería mucho más que un asunto de seguridad nacional. Tendría un impacto en la seguridad de todos los seres humanos de la Tierra. Con todo eso en juego, ¿es verosímil que ninguna persona con un conocimiento real y pruebas, en casi doscientas naciones, se decida a tocar las campanas y hablar para ponerse del lado de los humanos y no de los extraterrestres?
Desde el final de la guerra fría, la NASA ha tenido que dedicar grandes esfuerzos a la búsqueda de misiones que justificaran su existencia: particularmente, una buena razón para enviar humanos al espacio. Si la Tierra fuera visitada diariamente por extraterrestres hostiles, ¿no se aferraría la NASA a esta oportunidad para aumentar su financiación? Y si hubiera una invasión de extraterrestres en curso, ¿por qué las Fuerzas Aéreas, dirigidas tradicionalmente por pilotos, iban a abandonar los vuelos espaciales tripulados para lanzar todas sus cápsulas en cohetes sin tripulación?
Consideremos la antigua Organización de Iniciativa de Defensa Estratégica, responsable de la «guerra de las galaxias». Ahora pasa un mal momento, especialmente en su objetivo de establecer defensas en el espacio. Se han degradado su nombre y sus perspectivas. Actualmente es la Organización de Defensa contra Misiles Balísticos. Ya ni siquiera informa directamente al Ministerio de Defensa. La incapacidad de esta tecnología de proteger a Estados Unidos contra un ataque masivo mediante misiles con armas nucleares es manifiesta. Pero, si nos enfrentáramos a una invasión extraterrestre, ¿no intentaríamos al menos desplegar defensas en el espacio?
El Departamento de Defensa, como los ministerios similares de todas las naciones, prosperan con enemigos, reales o imaginarios. No tiene ningún sentido pensar que la existencia de un adversario como éste sea ocultada por la organización que más se beneficiaría de su presencia. La posición general posterior a la guerra fría de los programas espaciales militar y civil de Estados Unidos (y otras naciones) hablan poderosamente contra la idea de que haya extraterrestres entre nosotros... a no ser, desde luego, que también se oculte la noticia a los que planifican la defensa nacional.
I
GUAL QUE HAY QUIEN ACEPTA
a pies juntillas cualquier informe sobre ovnis, los hay que descartan la idea de visitas extraterrestres de entrada y con gran pasión. Dicen que es innecesario examinar las pruebas y «acientífico» considerar siquiera el tema. En una ocasión colaboré en la organización de un debate público en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia entre científicos partidarios y oponentes de la propuesta de que algunos ovnis eran naves espaciales; después de ello, un distinguido físico, cuya opinión en muchos otros asuntos yo respetaba, me amenazó con denunciarme al vicepresidente de Estados Unidos si insistía en tal locura. (Con todo, el debate se mantuvo y se publicó, los temas quedaron un poco más aclarados y no recibí noticias de Spiro T. Agnew.)
Un estudio de 1969 de la Academia Nacional de Ciencias, aunque reconociendo que había informes «no fácilmente explicables», concluía que «la explicación menos probable de los ovnis es la hipótesis de visitas de seres extraterrestres inteligentes». Pensemos en cuántas «explicaciones» distintas puede haber: viajeros del tiempo, demonios de la tierra de las brujas; turistas de otra dimensión —como el señor Mxyztpik (¿o era Mxyzptik?, siempre lo olvido) de la tierra de Zrfff en la Quinta Dimensión en los antiguos cómics de
Superman—
; las almas de los muertos, o un fenómeno «no cartesiano» que no obedece a las normas de la ciencia o ni siquiera de la lógica. En realidad, cada una de esas «explicaciones» se ha propuesto con seriedad. Decir «menos probable» no es poco. Este exceso retórico es una muestra de lo desagradable que ha llegado a ser el tema en general para muchos científicos.
Es significativo que un asunto del que en realidad sabemos tan poco provoque tantas emociones. Especialmente es así en el frenesí de denuncias de abducciones por extraterrestres más reciente. Al fin y al cabo, de ser ciertas, ambas hipótesis —la invasión de manipuladores sexuales extraterrestres o una epidemia de alucinaciones— nos enseñan algo que deberíamos saber. Quizá la razón de que las reacciones sean tan fuertes es que las dos alternativas tienen implicaciones desagradables.
Aurora
El número de informes y su consistencia
sugieren que la base de estas observaciones puede ser distinta
de las drogas alucinógenas.
Aeronave misteriosa, informe,
Federación de Científicos Americanos,
20 de agosto de 1992
La Aurora es una aeronave de gran altitud, extremadamente secreta, sucesora del U-2 y el SR-71 Blackbird. Puede ser que exista o que no exista. En 1993, los informes de observadores cerca de la base Edwards de las Fuerzas Aéreas de California y en Groom Lake, Nevada, y especialmente en una región de Groom Lake llamada Área 51 donde se prueban las aeronaves experimentales del Departamento de Defensa, parecían en general coherentes unos con otros. Se recogieron informes de confirmación de todo el mundo. A diferencia de sus predecesoras, se dice que la aeronave es hipersónica, que viaja a una velocidad mayor, quizá de seis a ocho veces, que el sonido. Deja una extraña estela descrita como «donuts en una cuerda». Quizá también sea un medio de poner en órbita pequeños satélites secretos, desarrollados, se especula, después de que el desastre del Challenger indicara la poca fiabilidad del transbordador para cargas explosivas de defensa. Pero la CIA «jura categóricamente que no existe este programa», dice el senador y antiguo astronauta John Glenn. El principal diseñador de algunas de las aeronaves más secretas de Estados Unidos dice lo mismo. Un secretario de las Fuerzas Aéreas ha negado con vehemencia la existencia de un avión así, o de un programa para construirlo, en las Fuerzas Aéreas o en ninguna otra parte. ¿Ha mentido? «Hemos analizado todas esas visiones, como hemos hecho con los informes de ovnis», dice un portavoz de las Fuerzas Aéreas, en palabras quizá cuidadosamente elegidas, «y no podemos dar una explicación». Mientras tanto, en abril de 1995, las Fuerzas Aéreas se hicieron con cuatro mil acres más cerca del Área 51. La zona a la que se niega el acceso público va creciendo.
Consideremos pues las dos posibilidades: que la Aurora exista y que no exista. Si existe, es asombroso que se haya intentado encubrir oficialmente su existencia, que el secreto pueda ser tan efectivo y que el avión pueda ser probado o repostar en todo el mundo sin que se publique una sola fotografía o alguna prueba fehaciente. Por otro lado, si la Aurora no existe, es asombroso que se haya propagado un mito de manera tan vigorosa y haya llegado tan lejos. ¿Por qué las insistentes negativas oficiales han tenido tan poco peso? ¿La mera existencia de una designación —la Aurora en este caso— puede servir para poner una etiqueta común a una serie de fenómenos diversos? En cualquier caso, la Aurora parece ser pertinente para los ovnis.
Como tiemblan los niños y lo temen todo en la ciega oscuridad, así nosotros en la luz tememos a veces lo que no es más temible, que lo que los niños en la oscuridad contemplan con terror...
L
UCRECIO
,
De la naturaleza de las cosas
(60 a. J.C. aprox.)
L
os anunciantes tienen que conocer a su público. Se trata de un simple asunto de supervivencia del producto y la empresa. Por tanto, si examinamos los anuncios que se publican en revistas dedicadas a ovnis, podemos saber la visión que tiene la empresa comercial y libre de Norteamérica del entusiasmo por los ovnis. A continuación, una lista de titulares de anuncio (francamente típicos) de un ejemplar de
UFO Universe: