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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (19 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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Y así sigue. Algunos recibieron una atención humana especial: «La hija pequeña de Valkenberger fue ejecutada y quemada en la intimidad.» En un solo año hubo veintiocho inmolaciones públicas, con cuatro a seis víctimas de promedio en cada una de ellas, en esta pequeña ciudad. Era un microcosmos de lo que ocurría en toda Europa. Nadie sabe cuántos fueron ejecutados en total: quizá cientos de miles, quizá millones. Los responsables de la persecución, tortura, juicio, quema y justificación actuaban desinteresadamente. Sólo había que preguntárselo.

No se podían equivocar. Las confesiones de brujería no podían basarse en alucinaciones, por ejemplo, o en intentos desesperados de satisfacer a los inquisidores y detener la tortura. En este caso, explicaba el juez de brujas Pierre de Lancre (en su libro de 1612,
Descripción de la inconstancia de los ángeles malos),
la Iglesia católica estaría cometiendo un gran crimen por quemar brujas. En consecuencia, los que plantean estas posibilidades atacan a la Iglesia y cometen ipso facto un pecado mortal. Se castigaba a los críticos de las quemas de brujas y, en algunos casos, también ellos morían en la hoguera. Los inquisidores y torturadores realizaban el trabajo de Dios. Estaban salvando almas, aniquilando a los demonios.

Desde luego, la brujería no era la única ofensa merecedora de tortura y quema en la hoguera. La herejía era un delito más grave todavía, y tanto católicos como protestantes la castigaban sin piedad. En el siglo XVI, el erudito William Tyndale cometió la temeridad de pensar en traducir el Nuevo Testamento al inglés. Pero, si la gente podía leer la Biblia en su propio idioma en lugar de hacerlo en latín, se podría formar sus propios puntos de vista religiosos independientes. Podrían pensar en establecer una línea privada con Dios sin intermediarios. Era un desafío para la seguridad del trabajo de los curas católicos romanos. Cuando Tyndale intentó publicar su traducción, le acosaron y persiguieron por toda Europa. Finalmente le detuvieron, le pasaron a garrote y después, por añadidura, le quemaron en la hoguera. A continuación, un grupo de pelotones armados fue casa por casa en busca de ejemplares de su Nuevo Testamento (que un siglo después sirvió de base de la exquisita traducción inglesa del rey Jacobo). Eran cristianos que defendían piadosamente el cristianismo impidiendo que otros cristianos conocieran las palabras de Cristo. Con esta disposición mental, este clima de convencimiento absoluto de que la recompensa del conocimiento era la tortura y la muerte, era difícil ayudar a los acusados de brujería.

La quema de brujas es una característica de la civilización occidental que, con alguna excepción política ocasional, declinó a partir del siglo XVI. En la última ejecución judicial de brujas en Inglaterra se colgó a una mujer y a su hija de nueve años. Su crimen fue provocar una tormenta por haberse quitado las medias. En nuestra época es normal encontrar brujas y diablos en los cuentos infantiles, la Iglesia católica y otras Iglesias siguen practicando exorcismos de demonios y los defensores de algún culto todavía denuncian como brujería las prácticas rituales de otro. Todavía usamos la palabra «pandemónium» (literalmente, todos los demonios). Todavía se califica de demoníaca a una persona enloquecida o violenta. (Hasta el siglo XVIII no dejó de considerarse la enfermedad mental en general como adscrita a causas sobrenaturales; incluso el insomnio era considerado un castigo infligido por demonios.) Más de la mitad de los norteamericanos declaran en las encuestas que «creen» en la existencia del diablo, y el diez por ciento dicen haberse comunicado con él, como Martín Luther afirmaba que hacía con regularidad. En un «manual de guerra espiritual», titulado
Prepárate para la guerra,
Rebecca Brown nos informa de que el aborto y el sexo fuera del matrimonio, «casi siempre resultarán en infestación demoníaca»; que el carácter de la meditación, el yoga y las artes marciales pretenden seducir a cristianos confiados para que adoren a los demonios; y que la «música rock no "surgió porque sí", sino que era un plan cuidadosamente elaborado por el propio Satanás». A veces, «tus seres queridos están cegados y dominados por tendencias diabólicas». La demonología todavía sigue formando parte de muchas creencias serias.

¿Y qué hacen los demonios? En el
Malleus,
Kramer y Sprenger revelan que los «diablos... se dedican a interferir en el proceso de copulación y concepción normal, a obtener semen humano y transferirlo ellos mismos». La inseminación artificial demoníaca en la Edad Media se encuentra ya en santo Tomás de Aquino, que nos dice en
De la Trinidad
que «los demonios pueden transferir el semen que han recogido para inyectarlo en los cuerpos de otros». Su contemporáneo san Buenaventura lo expresa con mayor detalle: los súcubos «se someten a los machos y reciben su semen; con astuta habilidad, los demonios conservan su potencia, y después, con el permiso de Dios, se convierten en íncubos y lo vierten en los depositarios femeninos». Los productos de esas uniones con mediación del demonio también reciben la visita de los demonios. Se forja un vínculo sexual multigeneracional entre especies. Y recordemos que se sabe perfectamente que esas criaturas vuelan; ciertamente, viven en las alturas.

En esas historias no hay nave espacial. Pero se hallan presentes la mayoría de los elementos centrales de los relatos de abducción por extraterrestres, incluyendo la existencia de seres no humanos con una obsesión sexual que viven en el cielo, atraviesan las paredes, se comunican telepáticamente y practican experimentos de cría en la especie humana. A no ser que creamos que los demonios existen de verdad, ¿cómo podemos entender que todo el mundo occidental (incluyendo a los que se consideran más sabios entre ellos) abrace un sistema de creencias tan extraño, que cada generación lo vea reforzado por su experiencia personal y sea enseñado por la Iglesia y el Estado? ¿Hay alguna alternativa real aparte de una ilusión compartida basada en las conexiones del cerebro y la química comunes?

E
N EL GÉNESIS LEEMOS ACERCA
de ángeles que se emparejan con «las hijas de los hombres». Los mitos culturales de la antigua Grecia y Roma hablan de dioses que se aparecen a las mujeres en forma de toros, cisnes o lluvias de oro y las fecundan. En una antigua tradición cristiana, la filosofía no derivaba del ingenio humano sino de la conversación íntima de los demonios: los ángeles caídos revelaban los secretos del cielo a sus consortes humanos. Aparecen relatos con elementos similares en culturas de todo el mundo. En correspondencia con los íncubos están los
djinn
árabes, los sátiros griegos, los
bhuts
hindúes, los
hotua poro
de Samoa, los
dusti
célticos y muchos otros. En una época de histeria demoníaca era bastante fácil demonizar a aquellos a quienes se temía u odiaba. Así, se dijo que Merlín había sido engendrado por un íncubo. Como Platón, Alejandro Magno, Augusto y Martín Lutero. En ocasiones se acusó a un pueblo entero —por ejemplo, los hunos o los habitantes de Chipre— de haber sido engendrado por demonios.

En la tradición talmúdica, el súcubo arquetípico era Lilit, a quien creó Dios del polvo junto con Adán. Fue expulsada del Edén por insubordinación... no a Dios, sino a Adán. Desde entonces, pasa las noches seduciendo a los descendientes de Adán. En la cultura del antiguo Irán y muchas otras se consideraba que las poluciones nocturnas eran provocadas por súcubos. Santa Teresa de Ávila relató un vivido encuentro sexual con un ángel —un ángel de luz, no de oscuridad, aseguraba ella—, como hicieron también otras mujeres posteriormente santificadas por la Iglesia católica. Cagliostro, el mago y estafador del siglo XVIII, dio a entender que él, como Jesús de Nazaret, era producto de la unión «entre los hijos del cielo y de la tierra».

En 1645 se encontró en Cornualles a una adolescente, Anne Jefferies, tendida en el suelo, inconsciente. Mucho más tarde, la chica recordó que había sufrido un ataque de media docena de hombres pequeños, que la habían paralizado y llevado a un castillo en el aire y, después de seducirla, la habían enviado de vuelta a casa. Definió a los hombrecitos como hadas. (Para muchos cristianos piadosos, como para los inquisidores de Juana de Arco, esta distinción era indiferente. Las hadas eran demonios, pura y simplemente.) Volvieron a aterrorizarla y atormentarla. Al año siguiente fue arrestada por brujería. Tradicionalmente, las hadas tienen poderes mágicos y pueden provocar parálisis con un simple toque. En la tierra de las hadas, el tiempo transcurre más despacio. Como las hadas tienen un deterioro reproductor, mantienen relaciones sexuales con humanos y se llevan a los bebés de las cunas (a veces dejando un sustituto, un «niño cambiado»). Ahora la cuestión parece clara: si Anne Jefferies hubiera vivido en una cultura obsesionada con los extraterrestres en lugar de las hadas, y con ovnis en lugar de castillos en el aire, ¿algún aspecto de su historia tendría un significado distinto con respecto a las que cuentan los «abducidos»?

En su libro de 1982,
El terror que se presenta por la noche: Un estudio centrado en la experiencia de tradiciones de amenazas sobrenaturales,
David Hufford describe el caso de un ejecutivo con educación universitaria de poco más de treinta años que recordaba haber pasado un verano en casa de su tía cuando era adolescente; Una noche vio que se movían unas luces misteriosas en el puerto. A continuación se durmió. Desde la cama vio una figura blanca y resplandeciente que subía la escalera. Entró en su habitación, se detuvo, y luego dijo —con muy poca inspiración, me parece—: «Eso es linóleo.» Algunas noches, la figura era una vieja; otras, un elefante. A veces el hombre estaba convencido de que todo era un sueño; otras veces estaba seguro de que estaba despierto. Se quedaba hundido en la cama, paralizado, incapaz de moverse o de gritar. Le palpitaba el corazón. Le costaba respirar. Le ocurrieron acontecimientos similares en muchas noches consecutivas. ¿Qué ocurre aquí? Esos acontecimientos ocurrieron antes de que se describieran ampliamente las abducciones por extraterrestres. De haber sabido algo de ellas, ¿le habría puesto una cabeza más larga y unos ojos más grandes a la vieja?

En varios pasajes famosos de
Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano,
Edward Gibbon describía el equilibrio entre credulidad y escepticismo a finales de la antigüedad clásica:

La credulidad ocupaba el lugar de la fe; se permitía que el fanatismo asumiera el lenguaje de la inspiración y se atribuían los efectos de accidente o ingenio a causas sobrenaturales...

En tiempos modernos [Gibbon escribe a mediados del siglo XVIII], hasta las disposiciones más piadosas destilan un escepticismo latente e incluso involuntario. Su admisión de verdades sobrenaturales es mucho menos un consentimiento activo que una aquiescencia fría y pasiva. Acostumbrada desde tiempo atrás a observar y respetar el orden invariable de la naturaleza, nuestra razón, o al menos nuestra imaginación, no está suficientemente preparada para sostener la acción visible de la Deidad. Pero en las primeras eras del cristianismo, la situación de la humanidad era absolutamente diferente. Los más curiosos, o los más crédulos entre los paganos, se veían convencidos a menudo de entrar en una sociedad que hacía una afirmación real de los poderes milagrosos. Los cristianos primitivos pisaban perpetuamente un terreno místico y ejercitaban la mente con el hábito de creer los acontecimientos más extraordinarios. Sentían, o así les parecía, que los atacaban demonios incesantemente por todas partes, que las visiones los reconfortaban y las profecías los instruían, y se veían sorprendentemente liberados de peligro, enfermedad y de la propia muerte a través de las súplicas de la Iglesia...

Tenían el firme convencimiento de que el aire que respiraban estaba poblado de enemigos invisibles; de innumerables demonios que aprovechaban toda ocasión, y asumían todas las formas, para aterrorizar y, por encima de todo, tentar su virtud desprotegida. Engañaban a la imaginación, e incluso a los sentidos, con las ilusiones del fanatismo desordenado; y el ermitaño, cuya oración de medianoche se veía apagada por el sueño involuntario, podía confundir fácilmente los fantasmas de terror o maravilla que habían ocupado sus sueños de noche y despierto...

La práctica de la superstición es tan apropiada para la multitud que, si se los despierta por la fuerza, aún lamentan la perdigan de su agradable visión. Su amor por lo maravilloso y sobrenatural, su curiosidad con miras a acontecimientos futuros y su fuerte propensión a ampliar sus esperanzas y temores más allá de los límites del mundo visible, fueron las principales causas que favorecieron el establecimiento del politeísmo. Tan apremiante es la necesidad del vulgo de creer, que la caída de cualquier sistema de mitología será sucedida muy probablemente por la introducción de algún otro modo de superstición...

Dejemos de lado el esnobismo social de Gibbon: el diablo también atormentaba a las clases altas, e incluso un rey de Inglaterra —Jacobo I, el primer monarca Estuardo— escribió un libro crédulo y supersticioso sobre demonios
(Daemonologie,
1597). También fue el mecenas de la gran traducción al inglés de la Biblia que todavía lleva su nombre. El rey Jacobo opinaba que el tabaco era la «semilla del diablo», y una serie de brujas se pusieron al descubierto por su adicción a esta droga. Pero en 1628, Jacobo se había convertido en un perfecto escéptico, principalmente porque se había descubierto que algunos adolescentes simulaban estar poseídos por el demonio y de este modo habían acusado de brujería a personas inocentes. Si pensamos que el escepticismo que según Gibbon caracterizaba a su época ha declinado en la nuestra, y aunque quede un poco de la gran credulidad que atribuye al final de la época clásica, ¿no es normal que algo parecido a los demonios encuentre un destacado lugar en la cultura popular del presente?

Desde luego, como se apresuran a recordarme los entusiastas de las visitas extraterrestres, hay otra interpretación de esos paralelos históricos: los extraterrestres, dicen,
siempre
nos han visitado para fisgonear, robarnos esperma y óvulos y fecundarnos. En tiempos antiguos los reconocíamos como dioses, demonios, hadas o espíritus; sólo ahora hemos llegado a entender que lo que nos acechaba durante tantos siglos eran extraterrestres. Jacques Vallee ha planteado estos argumentos. Pero entonces ¿por qué prácticamente no hay informes de platillos volantes antes de 1947? ¿Por qué ninguna de las principales religiones del mundo usa los platillos como iconos de lo divino? ¿Por qué no transmitieron entonces sus advertencias sobre los peligros de la alta tecnología? ¿Por qué este experimento genético, cualquiera que sea su objetivo, no se ha completado hasta ahora... miles de años o más después de haber sido iniciado por criaturas con un nivel tecnológico supuestamente superior? ¿Por qué nos preocupa tanto si el fin de su programa de reproducción es mejorar nuestras capacidades?

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