La Consolación de Haldane depende, sin embargo, del tipo de universo en que vivimos, y quizá de arcanos tales como si hay bastante materia para invertir la expansión del universo y el carácter de las fluctuaciones del vacío. Los que tienen un deseo profundo de vida después de la muerte pueden dedicarse, por lo que parece, a la cosmología, la gravedad cuántica, la física de las partículas elementales y la aritmética transfinita.
C
LEMENTE DE ALEJANDRÍA
, padre de la primera Iglesia, en su
Exhortación a los griegos
(escrita alrededor del año 190) despreciaba las creencias paganas con palabras que hoy podrían parecer un poco irónicas:
Lejos estamos ciertamente de permitir que hombres adultos escuchen este tipo de cuentos. Ni siquiera cuando nuestros propios hijos lloran lágrimas de sangre, como dice el refrán, tenemos el hábito de contarles historias fabulosas para calmarlos.
En nuestra época tenemos criterios menos severos. Hablamos a los niños de Papá Noel y el ratoncito Pérez por razones que creemos emocionalmente sólidas, pero los desengañamos de esos mitos antes de hacerse mayores. ¿Por qué retractarnos? Porque su bienestar como adultos depende de que conozcan el mundo como realmente es. Nos preocupan, y con razón, los adultos que todavía creen en Papá Noel.
En las religiones doctrinales, «los hombres no osan reconocer, ni siquiera ante su propio corazón», escribía el filósofo David Hume,
las dudas que abrigan sobre esos temas. Convierten en mérito la fe implícita; y disimulan ante ellos mismos su infidelidad real a través de las más fuertes aseveraciones y la intolerancia más positiva.
Esta infidelidad tiene profundas consecuencias morales, como escribió el revolucionario americano Tom Paine en
La edad de la razón:
La infidelidad no consiste en creer o no creer; consiste en profesar que se cree lo que no se cree. Es imposible calcular el perjuicio moral, si se me permite expresarlo así, que ha producido la mentira mental en la sociedad. Cuando el hombre ha corrompido y prostituido de tal modo la castidad de su mente como para someter su profesión de fe a algo que no cree, se ha puesto en condiciones de cometer cualquier otro crimen.
La formulación de T. H. Huxley era:
La base de la moralidad es... dejar de simular que se cree aquello de lo que no hay pruebas y de repetir propuestas ininteligibles sobre cosas que superan las posibilidades del conocimiento.
Clement, Hume, Paine y Huxley hablan de religión. Pero gran parte de lo que escribieron tiene aplicaciones más generales... por ejemplo, al omnipresente fastidio de los anuncios que dominan nuestra civilización comercial. Hay unos anuncios de aspirina en los que los actores que hacen de médicos revelan que el producto de la competencia sólo tiene tal cantidad del ingrediente analgésico más recomendado por los médicos... no dicen cuál es este misterioso ingrediente. Su producto, en cambio, tiene una cantidad espectacularmente mayor (de 1,2 a 2 veces más por tableta), por lo que hay que comprarlo. Pero ¿por qué no tomar dos pastillas de la competencia? O consideremos el analgésico que funciona mejor que el producto de «efecto regular» de la competencia. ¿Por qué no tomar entonces el producto competitivo de «efecto extra»? Y, desde luego, no nos hablan de las más de mil muertes anuales en Estados Unidos por el uso de la aspirina, o los posibles cinco mil casos anuales de insuficiencia renal por uso de acetaminofén, del que la marca más vendida es Tylenol. (Aunque eso podría tratarse de un Caso de correlación sin causación.) O ¿qué importa que un cereal de desayuno tenga más vitaminas cuando podemos tomarnos una pastilla de vitaminas con el desayuno? Igualmente, ¿qué incidencia tiene que un antiácido contenga calcio si el calcio sirve para la nutrición pero es irrelevante para la gastritis? La cultura comercial está llena de informaciones erróneas y evasivas a expensas del consumidor. No se espera que preguntemos. No piense. Compre.
La recomendación (pagada) de productos, especialmente por parte de expertos reales o supuestos, constituye una avalancha constante de engaños. Delata su menosprecio por la inteligencia de sus clientes. Presenta una corrupción insidiosa de actitudes populares sobre la objetividad científica. Hay incluso anuncios en los que científicos reales, algunos de distinción considerable, aparecen como cómplices de las empresas. Ellos revelan que los científicos también son capaces de mentir por dinero. Como advirtió Tom Paine, acostumbrarse a las mentiras pone los cimientos de muchos otros males.
Tengo delante de mí mientras escribo el programa de una de las exposiciones de Vida Sana que se celebran anualmente en San Francisco. Como es de rigor, asisten decenas de miles de personas. Expertos altamente cuestionables venden productos altamente cuestionables. He aquí algunas presentaciones: «Cómo producen dolor y sufrimiento las proteínas bloqueadas en la sangre.» «Cristales, ¿son talismanes o piedras?» (Yo tengo mi propia opinión.) Sigue: «Del mismo modo que un cristal refleja ondas de sonido y de luz para radio y televisión —ésta es una interpretación burda e insípida de cómo funcionan la radio y la televisión—, también puede amplificar las vibraciones espirituales para los humanos armonizados.» O aquí hay otra: «Retorno de la diosa, ritual de presentación.» Otro: «Sincronización, la experiencia del reconocimiento.» Esta la da el «Hermano Carlos». O, en la página siguiente: «Tú, Saint-Germain y la curación mediante la llama violeta.» Así sigue sin parar, con profusión de anuncios sobre las «oportunidades» —que recorren la corta gama de discutible a falsa— que uno puede encontrar en esas muestras.
Enloquecidas víctimas del cáncer emprenden un peregrinaje hacia las Filipinas, donde «cirujanos psíquicos», después de haber manoseado trozos de hígado de pollo o corazón de cabra, dicen que han llegado a las entrañas del paciente para retirar el tejido enfermo, que luego es expuesto triunfalmente. Algunos líderes de las democracias occidentales consultan con regularidad a astrólogos y místicos antes de tomar decisiones de Estado. Sometidos a la exigencia pública de resultados, los policías que tienen entre manos un asesinato no resuelto o un cuerpo desaparecido consultan a «expertos» de PES (que nunca adivinan nada más de lo que puede dictar el sentido común pero, según ellos, la policía no deja de llamar). Se anuncia que naciones enemigas están más adelantadas en cuestiones de clarividencia y la CIA, por insistencia del Congreso, invierte dinero público para descubrir si pueden localizarse submarinos en las profundidades oceánicas concentrando el pensamiento en ellos. Un «psíquico» —armado con péndulos sobre unos mapas y varillas de zahorí en los aviones— pretende encontrar nuevos depósitos de minerales; una compañía minera australiana le paga una gran cantidad de dólares de entrada, que no deberá devolver en caso de fracaso, y una participación en la explotación del mineral en caso de éxito. No se descubre nada. Estatuas de Jesús o murales de María muestran manchas de humedad, y millones de personas de buen corazón están convencidas de haber visto un milagro.
Todo eso son casos de camelo presunto o demostrado. Aparece un engaño, a veces inocentemente pero en colaboración, a veces con cínica premeditación. Normalmente la víctima se ve sometida a fuertes emociones: maravilla, temor, avaricia, pesar. La aceptación crédula de un camelo puede costarle dinero; eso es lo que quería decir P. T. Barnum cuando dijo: «Nace un primo cada minuto.» Pero puede ser mucho más peligroso que eso y, cuando los gobiernos y las sociedades pierden la capacidad de pensar críticamente, los resultados pueden ser catastróficos... por mucho que lo sintamos por los que han caído en el engaño.
En ciencia, podemos empezar con resultados experimentales, datos, observaciones, medidas, «hechos». Inventamos, si podemos, toda una serie de explicaciones posibles y confrontamos sistemáticamente cada explicación con los hechos. A lo largo de su preparación se proporciona a los científicos un equipo de detección de camelos. Este equipo se utiliza de manera natural siempre que se ofrecen nuevas ideas a consideración. Si la nueva idea sobrevive al examen con las herramientas de nuestro equipo, concedemos una aceptación cálida, aunque provisional. Si usted lo desea, si no quiere comprar camelos aunque sea tranquilizador hacerlo, puede tomar algunas precauciones; hay un método ensayado y cierto, probado por el consumidor.
¿De qué consta el equipo? De herramientas para el pensamiento escéptico.
El pensamiento escéptico es simplemente el medio de construir, y comprender, un argumento razonado y —especialmente importante— reconocer un argumento falaz o fraudulento. La cuestión no es si nos
gusta
la conclusión que surge de una vía de razonamiento, sino si la conclusión se deriva de la premisa o punto de partida y si esta premisa es cierta.
Entre las herramientas:
La confianza en los experimentos cuidadosamente diseñados y controlados es clave, como he intentado subrayar antes. No aprenderemos mucho de la mera contemplación. Es tentador quedarse satisfecho con la primera explicación posible que se nos ocurre. Una es mucho mejor que ninguna. Pero ¿qué ocurre cuando inventamos varias? Francis Bacon proporcionó la razón clásica:
Puede ser que la argumentación no baste para el descubrimiento de un nuevo trabajo, porque la sutileza de la naturaleza es muchas veces mayor que la del argumento.
Los experimentos de control son esenciales. Si, por ejemplo, se dice que una medicina nueva cura una enfermedad en el veinte por ciento de los casos, debemos asegurarnos de que una población de control que toma una pastilla de azúcar que los pacientes creen que podría ser el nuevo medicamento no experimente una remisión espontánea de la enfermedad en el veinte por ciento de los casos.
Deben separarse las variables. Supongamos que usted está mareado y le dan una pulsera de metal y 50 miligramos de dimenhidrinato. Descubre que le desaparece el malestar. ¿Qué ha sido: la pulsera o la pastilla? Sólo puede saberlo si la vez siguiente toma una cosa y no otra y se marea. Ahora supongamos que usted no tiene tanta devoción por la ciencia como para permitirse estar mareado. Entonces no separará las variables. Tomará los dos remedios a la vez. Ha conseguido el resultado práctico deseado; se podría decir que no le merece la pena la molestia de conseguir más conocimientos.
A menudo el experimento debe ser de «doble ciego» a fin de que los que esperan un descubrimiento determinado no estén en la posición potencialmente comprometedora de evaluar los resultados. Cuando se prueba una nueva medicina, por ejemplo, quizá se quiera que los médicos que determinan qué síntomas de los pacientes se han visto aliviados no sepan qué pacientes han recibido el nuevo fármaco. El conocimiento podría influir en su decisión, aunque sólo fuera inconscientemente. En cambio, la lista de los que experimentaron remisión de síntomas puede compararse con la de los que tomaron el nuevo fármaco, realizada cada una con independencia. Entonces se puede determinar qué correlación existe. O cuando hay un reconocimiento policial o una identificación de foto, el oficial responsable no debería saber quién es el principal sospechoso [para] no influir consciente ni inconscientemente en el testigo.
A
DEMÁS DE ENSEÑARNOS QUÉ HACER
cuando evaluamos una declaración de conocimiento, un buen equipo de detección de camelos también debe enseñamos qué
no
hacer. Nos ayuda a reconocer las falacias más comunes y peligrosas de la lógica y la retórica. Se pueden encontrar muchos buenos ejemplos en religión y política, porque sus practicantes a menudo se ven obligados a justificar dos proposiciones contradictorias. Entre esas falacias se encuentran: