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Authors: Lewis Perdue

Tags: #Intriga, #Terror, #Ciencia Ficción

El ojo de fuego (46 page)

BOOK: El ojo de fuego
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—Excepto los explosivos —dijo Sugawara.

Xue se encogió de hombros.

—Tal vez incluso esto, si vuestros grandes almacenes están en Somalia o Teherán.

Su intento de dar una pincelada de sentido del humor fue recompensado con una breve y lúgubre risa.

—Venga, en serio —insistió Lara.

—Casi todo funcionará. El C-4, Semtex, si lo prefieres, hará todo el trabajo. Todo lo que he encontrado indica que los bloques mecanizados del PBX-9501 son muy adecuados, porque producen una onda de detonación para la combustión que cuadra a la perfección con la compresión del campo magnético. Es por ello que el C-4 es tan fiable y disponible; he encargado un pedido que debería llegar a Osaka al mismo tiempo que nosotros. Tal vez no sea lo idóneo pero es seguro, se moldea con facilidad y nos ahorrará tiempo.

Calló un momento cuando el jet pasó por una zona de turbulencias que les hizo dar bandazos y provocó un coro de quejidos y crujidos de los contenedores de la carga atada con correas en la bodega.

—Odio todo esto —dijo Lara, agarrándose a las cajas para mantener el equilibrio—. Me tiene completamente asustada.

—¿Eres capaz de atravesar el Atlántico, navegando en medio de un huracán, pero una pequeña turbulencia te asusta? —preguntó Akira.

Lara se encogió de hombros.

«Todos tenemos nuestros puntos débiles. ¿Cuáles son los tuyos?», quería ella preguntar.

Por el contrario preguntó a Xue:

—¿Y, entonces, cómo se produce el EMP?

—Bueno, todo el aparato se basa en una forma de transferir la energía de la explosión a un poderosísimo campo electromagnético —empezó a explicar—. Toda la acción empieza cuando descargamos un montón de condensadores de megajulios, como los que hacen en los Laboratorios Maxwell, en la bobina helicoidal de cable del número doce que se denomina estátor. Los condensadores se pueden cargar poco a poco con energía eléctrica, de forma parecida a como un pequeño riachuelo alimenta una gran reserva que está contenida por un embalse, y los condensadores se pueden descargar de forma parecida a volar el embalse, sólo que, después de descargar el condensador, éste no se ha destruido sino que se recarga. Ése es el mismo principio que permite que las baterías pequeñas de bajo voltaje de una cámara común consigan producir una sacudida de cincuenta mil voltios o más a través del tubo del flash —explicó Xue.

Hizo una pausa mientras buscaba gestos de comprensión de Lara y Akira, que asintieron, dándole a entender que sí le entendían.

—Es algo bastante básico —dijo Sugawara.

—¿Qué tamaño tienen los condensadores? —preguntó Lara—. Doy por supuesto que son mucho mayores que los del tamaño minúsculo de la tabla de circuitos de un ordenador.

—En los que yo pienso tienen el tamaño de un barril de petróleo —dijo Xue—. Por fortuna, hay versiones más convenientes que usan las compañías que hacen máquinas de deformación, que usan técnicas de compresión de flujo no explosivas. Esto hace que sea bastante más fácil conseguirlos, si sabes dónde buscar.

—Como hacer una búsqueda en el Google, buscando máquinas de deformación por compresión de flujo —dijo Sugawara.

Xue asintió con la cabeza.

—¿Y cómo se llega de este intenso campo magnético a algo que fríe chips? —preguntó Lara.

—Bien, cuando la corriente inicial alcanza su apogeo, en la bobina estátor se detona el explosivo. Recordad, el explosivo está dentro de un cilindro de metal conocido como la armadura. La explosión expande el cilindro de ésta y fuerza las piezas de metal dentro de la bobina, altamente cargada, con lo que es su corriente máxima. Esto cortocircuita las bobinas del campo electromagnético del estátor, que en realidad atrapa la intensa corriente dentro del aparato. Cuando se enciende el explosivo desde un extremo del aparato a otro, comprime más y más el campo magnético hasta que produce un único campo electromagnético, increíblemente intenso, que se libera justo unos microsegundos antes de que todo el aparato se desintegre.

—¡Guaau! ¡Es tan sencillo! —exclamó Lara en voz baja.

—Bueno, sí y no. Casi cualquier terrorista de garaje puede montar uno de esos aparatos en cuestión de horas y acabar con la línea telefónica local, los servidores de Internet o el centro de comunicaciones de la policía. Pero, para que tenga el mayor abasto e impacto, necesitamos realizar pruebas en la bobina estátor para comprobar cuánto tarda en alcanzar el punto de corriente máximo. Luego precisamos saber cuánto tarda en prender el explosivo y la onda de detonación hasta las bobinas. Si hacemos esto, podemos usar un simple circuito para hacer estallar el detonador justo antes que el punto máximo de corriente llegue a la bobina estátor. También necesitamos la carga correcta y modelada para el explosivo, pero en este caso será bastante fácil de calcular. Si se hace lo correcto, el pulso del EMP actual que sale puede ser seis veces mayor que la corriente inicial…, y posiblemente más —comentó Xue.

—Todo ello se basa en convertir la energía explosiva en energía eléctrica. Es sorprendente —reflexionó Sugawara.

Todos permanecieron en silencio un buen rato. El zumbido constante de los motores del 747 llenó el silencio de la pausa.

—Podrías…; —Lara intentó captar la idea completa—. ¿Podrías usar uno de esos aparatos EMP para…, mmm, bombear otro de manera que tuvieras un aparato multifase que pudiera ser incluso mayor?

Xue asintió con la cabeza.

—Oh, sí. Es lo que encontramos en las versiones militares. Puesto que una bomba EMP para ser lanzada no puede encajarse en cemento y unirse a un puñado de condensadores del tamaño de un bidón, se inician con condensadores más pequeños y utilizan múltiples fases.

—Entonces —dijo Lara, lentamente, para captarlo en toda su magnitud—, en lugar de tener dos bombas-e, que pueden multiplicar la corriente sesenta veces, si las combinas de manera que una bombee la otra, entonces consigues sesenta veces sesenta.

—¡Mierda! Eso hace 3.600 veces la corriente original —calculó Sugawara—. Y si consigues manejar un aparato de tres fases sería más de 200.000 veces mayor que la corriente de entrada. Pero el tiempo programado sería crítico…, mili-segundos…, microsegundos —dijo Sugawara.

—Entonces deberías asegurarte que no estalla la segunda y la tercera fase demasiado pronto o demasiado tarde.

De pronto, el 747 cabeceó de forma agresiva. El bandazo lanzó a Xue y Sugawara al suelo. Los papeles volaron como confeti por encima de la caja que usaban como mesa. Con una mano, Lara se sujetó a la paleta y separó las piernas, con las rodillas dobladas, como si se encontrase de nuevo en el casco del
Tagcat Too
, en una tormenta. El movimiento familiar y la respuesta de la memoria de sus músculos desencadenaron un sentido de profunda y sombría pérdida que había controlado con el implacable terror, la fatiga y la actividad hasta aquel momento. Alzó la mano que tenía libre para tocar el único pendiente de zafiros en forma de estrella, la única cosa física que le quedaba para recordarle una vida que ahora dudaba que volviese a vivir de nuevo.

Poco después, el carguero recuperó el equilibrio. Xue se puso en pie, usando las correas de la carga como asas. Aún sentado en la cabina, Akira hacía muecas y frotaba su hombro herido.

—¿Estás bien? —preguntó Lara, con la voz cargada de preocupación.

Sugawara asintió y se puso de rodillas.

—Estoy bien —dijo y, a continuación, se puso en pie—. Todo va bien pero me he dado un golpe en los puntos, y me duele como si fuese fuego.

—Espero que no te hayan saltado —dijo Lara.

—No. Me ha sucedido en otras ocasiones y sé lo que se siente —se frotó el hombro por encima de la tela resbaladiza de la
parka
—. Estaré bien.

—¡Vaya sacudida! —dijo Xue mientras se agachaba para recoger los papeles esparcidos por el suelo. Lara y Akira le ayudaron a recoger los documentos que habían quedado esparcidos por ahí.

Akira se movía bien, pensó Lara al verle agacharse a recoger los papeles, sin esfuerzo, usando ambas manos sin mostrar preferencias por un lado u otro. Al final, cuando habían colocado de nuevo todos los papeles sobre la paleta, Sugawara habló.

—Todo eso —señaló los documentos de la bomba EMP con un movimiento en arco de su mano—, es una idea muy buena.

Hizo una pausa.

—Pero creo que deberíamos prever algún plan a la desesperada, de reserva, para destruir físicamente el avión cuando esté en tierra, por si la bomba EMP no funciona. Aunque el Ojo de fuego se libere en el proceso, es mejor que contamine una pequeña zona que, por el contrario, llegue a rociarse sobre todo Tokio.

—Sí, pero el hecho de acercarnos lo suficiente para hacer eso, dadas las armas que tenemos a nuestra disposición, probablemente significaría que tendría que ser una misión suicida.

Además, existen todas las probabilidades para contaminarse durante el proceso. Recordad, el Ojo de fuego que examinó de DeGroot era bastante no específico —dijo Xue.

—¿Qué diablos les puede haber pasado con eso? —preguntó Lara retóricamente.

—Creo que Rycroft ha hecho ajustes en el proceso —dijo Sugawara.

—El director de la planta de producción intentó decirme algo al respecto. Él pensaba que el proceso había sido alterado, de forma incorrecta, para acelerar las cosas. Creo que tal vez haya sido eso.

—Al margen del porqué ha sucedido, lo que estáis proponiendo sería una misión suicida —dijo Lara. La preocupación se dejaba entrever claramente en su voz.

Sugawara miró a su alrededor.

—Estaba pensando en ir solo —dijo él.

Lara negó con la cabeza y se le acercó. Puso su mano en el antebrazo de Akira y dijo:

—Yo he ayudado a crear ese monstruo. Prefiero morir deteniendo esta cosa que vivir sabiendo que he ayudado a liberarla.

Los dos se miraron fijamente a los ojos durante bastante tiempo, intercambiando comunicaciones que fluían más profundas que las palabras.

Xue esperó con paciencia, con una sonrisa inteligente y de comprensión en su rostro. Por fin rompió el silencio.

—El doctor Al-Bitar puede obtener ciertas armas que podrían incrementar las probabilidades para que esta misión tenga éxito —dijo Xue.

Akira y Lara se miraron y asintieron para mostrar su acuerdo.

—Bien. Ahora sugiero que durmamos un poco. Nos espera un período de máxima actividad que empezará tan pronto lleguemos —dijo Xue.

Sin decir ni una palabra, Lara los condujo por una hilera formada por los pasadizos cubiertos de sombras de las paletas atadas y los contenedores, de regreso a la puerta del carguero, donde el supervisor de carga les había dejado sacos de dormir, agua y una caja de barritas de granola que ella encontraba demasiado dulces. Xue recogió su saco de dormir y desapareció con rapidez entre la carga. Akira se agachó un tanto rígido para recoger su saco.

—¿Cómo está tu hombro? —preguntó Lara.

Akira se incorporó despacio.

—Rígido —se lo frotó con suavidad—. Pero otras veces ha sido peor.

—Me alegro de que estés bien —dijo Lara francamente mientras recogía el saco enroscado.

Los dos permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro un buen rato bajo la tenue iluminación que proporcionaban las luces inferiores, mientras toda la cabina resonaba con un zumbido.

—Bien —dijo Lara. Se mordió tímidamente el labio inferior.

—Bien —dijo Akira, y cambió el peso de un pie a otro.

El corazón de Lara estaba atrapado entre la rara combinación de fuerza y vulnerabilidad que ella vio en el suave bajorrelieve que se dibujaba en el rostro de Akira. Recordó su valentía en la batalla de la casa de los tulipanes, que ahora parecía tan distante, y recordó su serena elegancia entre el caos. Pero, además de esto, le maravillaba y admiraba la profunda fuerza emocional que le había llevado a navegar por las profundidades minadas de la familia y la cultura para intentar ver más allá de ellas, hacia las elecciones morales que había tenido que hacer.

Lara pensó en ello mientras sus ojos recorrían cada centímetro de su rostro y repasaba cada parte de él. Sus ojos le parecían exóticos, almendrados, profundos y oscuros. La excitaban. Sintió que su habitual seguridad en sí misma y aplomo la abandonaban y, en su lugar, la dejaban insegura y desprovista de cualquier noción de lo que debería decir o hacer. Ella quería abrazarle. Su cuerpo le decía que quería más. Su mente le decía que todo aquello era absurdo, tal vez alguna versión de un desorden de estrés postraumático.

—Yo…, esto…; Creo que deberíamos dormir un poco —dijo él.

Lara asintió. Ella quería decirle que compartir calor corporal les haría mucho bien, en realidad. Pero en lugar de esto, simplemente asintió.

—Mmm…, sí claro.

Y vio que su espalda desaparecía por un pasadizo en la noche.

—Buen movimiento —murmuró Lara para sí, mientras iba de un lado a otro entre las paletas—. Tranquila. Ya tienes lo que querías.

Encontró un hueco y asintió con la cabeza, desenroscó el saco de dormir y se echó sobre él. Poco después, su corazón se aceleró cuando escuchó pasos y apareció Sugawara.

—He encontrado esto. Le alargó una forma indefinida en la oscuridad. Es una lona pero te ayudará a mantenerte más abrigada que sólo con el saco de dormir.

«Y tú también», casi llegó a decirle.

—Eres muy amable, gracias —y asió la lona.

El silencio les acercó de nuevo, el tiempo y el espacio se llenaron de una necesidad mutua, de incertidumbre, atracción y temor al rechazo. Al fin, Lara sugirió:

—¿Quieres compartir la lona conmigo?

Durante un terrible momento, le atravesó una inseguridad de adolescente, que había dejado de sentir hacía mucho tiempo, cuando se convirtió en la mujer que cruzaba mares sola y construía empresas de biotecnología. Y, ahora, en lugar de esto, su mundo se había reducido a un minúsculo foco emocional, biológico, que millones de mujeres habían sentido antes que ella: ¿este hombre la rechazaría o no?

—Uy, mmm…, claro —dudó él.

«¿Sorprendido?», se preguntó Lara.

—Claro. Sí. Estaría muy…; bien. Ahora vuelvo; voy a recoger mi saco de dormir.

Dejó a Lara rebosante de emociones y regresó con demasiada rapidez. Esto también la excitó. Era obvio que él lo había estado esperando, había traído su saco y lo echó a su lado. Lara se movió un poco para dejarle espacio. Él extendió el saco, se puso dentro y luego extendió la lona sobre los dos.

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