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Authors: Antonio Salas

El Palestino (79 page)

BOOK: El Palestino
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Aunque aquella primera grabación la hice con el teléfono, las siguientes las haría con la cámara oculta e incluso, posteriormente, me atrevería a sacar la cámara de fotos para tomar algunas imágenes y vídeos del adiestramiento. A nadie implicado en la lucha armada le sorprende que un nuevo aspirante quiera tomarse unas fotos con su fusil o su lanzagranadas, igual que a mis camaradas skinheads les encantaba fotografiarse con sus pistolas o sus bates de béisbol. Por algún legado atávico de nuestra memoria genética masculina, parece que todos los hombres, sin distinción de razas o ideologías, nos sentimos más viriles con un arma en las manos...

Aquellos días pusieron a prueba toda la teoría que había tenido que estudiar en los manuales de armamento que me había entregado Profeta en la Casa Militar a mi llegada a Caracas. Mis instructores creían que mi preparación estaba destinada a la lucha armada como miembro de la resistencia palestina en Oriente Medio. Por esa razón enfocaron mi adiestramiento al tipo de armas que podría encontrar en esa región.

No quisiera excitar la imaginación de los lectores más jóvenes, pero, aunque abomino de las armas, aquellos días aprendí a montar, a desmontar y a disparar con todo tipo de armas cortas. Tanto revólveres como pistolas. Y también armas largas: fusiles, subfusiles y ametralladoras como la Uzi israelí, el M-4 norteamericano, el FAL venezolano y por supuesto el famoso Kalashnikov, el fusil de asalto más utilizado por los ejércitos revolucionarios, guerrillas y terroristas de todo el mundo. En mi entrenamiento, yo utilizaba el modelo AK-103, con el que viví alguna que otra anécdota desagradable.

No había nada de glamur ni de heroísmo en aquello. Pegar tiros y mantener la «herramienta» de trabajo a punto. En definitiva, aprender a matar mejor. Exactamente en aquellos campos, quizás con aquellas mismas armas, miembros de ETA y de otras organizaciones terroristas habían entrenado antes que yo.

Esos días también practiqué con fusiles de mira telescópica, ideales para disparos de precisión a largas distancias. Descubrí la insospechada importancia de los diferentes tipos de munición a la hora de utilizar un arma de fuego, y en qué situaciones es más oportuno utilizar un revólver o una pistola semiautomática. Recibí las primeras nociones sobre explosivos, falsificación de documentos, tácticas de guerrilla urbana. Aprendí a incrustar mensajes en Internet, a utilizar la «hora tupamara» (a través de Radio Rumbos), etcétera. Y recibí todo tipo de manuales, consejos y trucos para que un terrorista pueda desenvolverse por Occidente burlando controles fronterizos y policías, que obviamente no voy a comentar para no contribuir a la «conciencia forense» de ningún aspirante a terrorista. En aquel viaje aprendí todo lo que un yihadista podría necesitar para poder llevar su mensaje de terror hasta las burguesas ciudades europeas o americanas que creen, erróneamente, poder vivir al margen de las tragedias que el capitalismo y el materialismo occidentales han llevado a Oriente. El 11-S, el 11-M y el 7-J ya nos demostraron ese error.

Pertenezco a la generación que ya no vivió el servicio militar obligatorio en España, como sufrieron nuestros padres o abuelos, así que yo nunca había visto un fusil o una ametralladora, y menos aún un lanzagranadas, más que en las películas. Sin embargo, aprendí rápido. De hecho, mis instructores, tanto Coronel Manuel como Profeta, estaban convencidos de que yo tenía experiencia en combate, probablemente en algún campo de batalla de Oriente Medio, y yo les dejé en su error. Si continuaba con mis planes de investigar la presencia de ETA en Venezuela, era más recomendable que me tomasen por un terrorista con experiencia en la lucha armada, así que no solo permití el error, sino que lo fomenté.

Y quizás fue por ese nuevo bulo que empezó a circular entre los círculos bolivarianos, o tal vez por estar en el lugar apropiado en el momento oportuno, pero el caso es que, apenas un par de semanas después de iniciarse mi instrucción de combate, recibí otra llamada que llevaba semanas esperando y que llegó de forma tan espontánea como la que me condujo al campo de entrenamiento.

Cómo se graba un comunicado terrorista

Tras la muerte de Raúl Reyes, diferentes grupos armados habían emitido comunicados de solidaridad con las FARC en todo el mundo. Me sorprendía, y a la vez me indignaba, ver con qué simplicidad los camaradas bolivarianos percibían el mundo como una película en blanco y negro. Para ellos solo existían los buenos y los malos. Imperialistas y revolucionarios. Nosotros y ellos. Pero el mundo real suele estar plagado de combinaciones cromáticas, que además cambian de tono cuando se mezclan entre sí. En el mundo real no solo existen los grises.

Me escandalizó también escuchar en aquellos comunicados de solidaridad con la guerrilla colombiana la misma retórica simplista y ridícula que escucho en todos los comunicados de ETA, la resistencia palestina o Al Qaida. Yo puedo suscribir todas las denuncias de víctimas civiles en los bombardeos imperialistas, de abusos de poder, de torturas que salpican esos comunicados... pero lo que no comprendo es cómo los simpatizantes del terrorismo niegan a sus víctimas el mismo dolor que reivindican para las víctimas del terror de Estado. No comprendo cómo mis camaradas se solidarizaban con las víctimas de la invasión de Iraq, de los GAL o del bombardeo al campamento de Raúl Reyes, y despreciaban a las víctimas de Ilich Ramírez, de ETA o de las FARC... O aceptamos el dolor de todas las víctimas, o rompemos la baraja. Si justificas el terrorismo, o el yihad, con la indiscutible agresión de Occidente o del imperialismo, debes esperar eso mismo de tu enemigo. Y ese mensaje podría lanzarse a unos y otros. Quien utiliza la violencia como lenguaje de debate, solo puede esperar que le respondan con más violencia. Hasta que no quede nadie vivo para escuchar.

En Venezuela, el atentado contra Fedecámaras, el asalto al Palacio Arzobispal y el ataque a la embajada de España en Caracas habían obligado a los colectivos bolivarianos a replegarse y ocultar las armas durante al menos un mes. Es cierto que los grupos armados como la Unidad Táctica de Combate Néstor Cerpa Cartolini, el Colectivo La Piedrita, los Carapaica, el Colectivo Alexis Vive, los Guerreros de la Vega, el Frente Bolivariano de Liberación o mis camaradas Tupamaros, entre otros muchos, contaban con el respaldo extraoficial de las autoridades chavistas. Empezando por el alcalde metropolitano de Caracas Juan Barreto. Pero solo extraoficialmente. Todos eran conscientes de que la oposición recopilaba toda información posible sobre dichos grupos armados afines a Chávez para instrumentalizarla políticamente en los medios, acusando al gobierno de Venezuela de tolerar grupos armados descontrolados. Así que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru-Capítulo Venezuela, una de las muchas ramificaciones de los Tupamaros venezolanos, esperaría más de un mes antes de hacer grabar su propio comunicado.

Comandante Chino había protagonizado, en ocasiones anteriores, imágenes similares. Cubierto por un pasamontañas y rodeado de otros hombres encapuchados, armados hasta los dientes, los comunicados del MRTA-Capítulo Venezuela habían circulado por la red y por diferentes canales de televisión latinoamericanos y europeos en otros momentos relevantes de la historia revolucionaria. En períodos de crisis, como el golpe de Estado del 11 de abril, las elecciones nacionales o cualquier otro acontecimiento durante el que se temiese la injerencia norteamericana o nuevas «garimbas» opositoras, los Tupamaros grababan un vídeo de advertencia, renovando su juramento de lealtad a Chávez a través de las armas, aunque Chávez no se lo hubiese pedido. Y ahora había llegado el momento de emitir un nuevo comunicado. Por supuesto, en cuanto Comandante Chino me sugirió la posibilidad de participar en la grabación, asentí. Le había insistido mucho en mi interés por estar presente en el próximo vídeo. No creo que muchos periodistas hayan tenido la oportunidad de asistir a la grabación de un comunicado terrorista «desde dentro».

Cuando llegó el día de la grabación y como había ocurrido cuando se autorizó mi adiestramiento, nadie me advirtió con anterioridad. Una llamada breve en mi digitel me ordenó: «Estate listo en media hora. Te recogemos en la bomba de gasolina...». Y efectivamente, dos horas y media más tarde, «horita llanera», dos coches con varios camaradas tupamaros me recogían en la gasolinera acordada. Solo conocía a los comandantes Chino, Gato y Candela, y también a la hermosa Ismar A. Z. G., azafata de vuelo y boliviana de armas tomar, pero el resto del grupo eran caras nuevas para mí.

Salimos de Caracas en dirección sur. En ese momento todavía no tenía muy claro hacia dónde nos dirigíamos ni el riesgo que íbamos a correr. Los medios de comunicación llevaban semanas informando de la presencia de paramilitares colombianos en Venezuela. Según decían, tras la muerte de Raúl Reyes y la interrupción de las relaciones diplomáticas entre ambos países, grupos de Águilas Negras habían entrado en territorio venezolano para desestabilizar el país y para fomentar el negocio del narcotráfico en diferentes ciudades venezolanas.

Según me explicó Comandante Gato mientras continuábamos viaje hacia un lugar desconocido para mí, íbamos a grabar un comunicado muy importante. No se trataba solo de solidarizarse con los guerrilleros de las FARC o el ELN en su pérdida, sino que mis camaradas iban a hacer un llamamiento formal a todos los grupos armados de América Latina para crear una fuerza de lucha conjunta. El sueño de un ejército popular que aglutinase a miembros del EZLN mexicano, el Sendero Luminoso peruano, las FARC colombianas o el Movimiento Tupamaro, bajo una misma bandera. Una especie de Al Qaida, salvando las distancias, pero en versión laica y latina.

«Dispuestos para crear un batallón latinoamericano de combatientes revolucionarios de diversas organizaciones populares, preparados para la lucha y el combate en cualquier parte de Latinoamérica, y demostrar a los imperialistas que ECUADOR Y VENEZUELA NO ESTÁN SOLOS», decía el escrito del comunicado que Comandante Gato me permitió leer en el coche, antes de llegar a nuestro destino. Y yo estaba viviendo ese acontecimiento desde dentro, casi sin poder creérmelo. Solo la advertencia del Gato me hizo volver a la realidad con la contundencia de un gancho de izquierda directo a la mandíbula:

—Pero ten mucho cuidado, pana... Nos vamos a meter en territorio de paracos. Y si nos encontramos con un grupo de Águilas Negras, o les damos plomo o nos lo dan ellos. ¿Me entendiste, Palestino? ¡Plomo!

Tardé unos minutos en reaccionar. Comandante Gato me estaba advirtiendo que íbamos a grabar el vídeo del comunicado, haciendo un llamamiento desde Venezuela a todos los grupos insurgentes,
versus
terroristas, de América Latina en una remota finca propiedad de algún camarada, pero situada en una zona de la montaña donde se había detectado la presencia de paramilitares colombianos. Y en caso de encontrarnos con los paracos, entraríamos en combate... De pronto, todos mis esfuerzos, excusas y justificaciones para evitar participar en ningún tipo de delito durante esta infiltración podían irse al garete si nos encontrábamos con una patrulla de Águilas Negras o de autodefensas colombianas. Y, si eso ocurría, cometer un delito iba a ser la menor de mis preocupaciones.

En ese momento comprendí que esa era la razón por la que los Tupamaros habían aceptado, después de meses pidiéndoselo, mi compañía en esa grabación: el infundado rumor que habían hecho circular mis instructores. Prometo que yo jamás había tocado un fusil y que me había limitado a estudiar muy a fondo los manuales de armamento y explosivos que me habían entregado dos meses antes. Simplemente había prestado atención a sus explicaciones en el campo de entrenamiento. Sin embargo, ellos habían interpretado mi responsabilidad —en realidad mi desagrado— a la hora de manipular los fusiles, las pistolas o los lanzagranadas, y la profunda animadversión que me inspiraban las armas, como la veterana prudencia y experiencia de alguien familiarizado con la lucha armada... No me quiero imaginar qué clase de irresponsables reciben entrenamiento en esos campos.

No sabría calcular cuánto tiempo estuvimos en carretera, pero sí que ascendíamos la mayor parte del trayecto. De hecho, pude disfrutar de unas vistas preciosas mientras nos acercábamos al lugar establecido: una discreta finca, situada en la montaña, en el rincón más remoto de la región. Al llegar a un claro en la carretera nos encontramos con un tercer vehículo. Detuvimos nuestros coches y el Chino se acercó a hablar con los del tercer auto, antes de descargar del maletero de su patrulla, un 4 x 4 perteneciente al gobierno, varias bolsas con armas; ametralladoras y fusiles mayormente. Aproveché ese momento para ocultarme entre unos arbustos y colocarme la cámara oculta, pero me costó mucho activar el sistema de grabación. Mis dedos estaban torpes, temblaban demasiado. Tanto como cuando intentaba activar la cámara oculta en La Bodega, el local neonazi de los Ultrassur en Alcalá de Henares (Madrid), rodeado por doscientos cabezas rapadas. O cuando regresé a la Librería Europa, en esta nueva infiltración, para grabar a los revisionistas nazis.

No sé qué me atemorizaba más: que mis camaradas pudiesen descubrir que era un periodista infiltrado, armado con una cámara oculta, o la posibilidad de encontrarnos con un comando de paramilitares colombianos —y con sus motosierras— y que mis compañeros abriesen fuego...

—¡Dale, Palestino, no tenemos todo el día! ¿Qué andas haciendo?

La voz de Comandante Gato me hizo volver a la realidad. Tenía que unirme al grupo, que comenzaba a moverse en fila india por un pequeño camino que se internaba colina abajo. Y lo peor es que no me había dado tiempo a comprobar si la cámara estaba grabando correctamente... Le respondí lo primero que se me ocurrió:

—¡Ya va, pana! ¿No se puede ni mear tranquilo acá?

Recorrimos un camino bastante angosto durante algunos minutos, antes de llegar a la finca donde se iba a grabar el comunicado. Y parecía evidente que no era la primera vez que los Tupamaros utilizaban aquella quinta para sus reuniones, porque antes de llegar al perímetro un grupo de perros nos salió al paso olisqueándonos y uniéndose después a la comitiva mientras movían alegremente el rabo. Al llegar al lugar, ya no me cupo ninguna duda de que era el mismo contexto en el que se habían grabado otros comunicados de MRTACapítulo Venezuela, porque reconocí al instante el cobertizo que había visto en alguno de esos vídeos, que todavía pueden encontrarse por la red.
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