El pequeño vampiro y el enigma del ataúd (11 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro y el enigma del ataúd
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Pero ocurrió exactamente lo contrario: Anton apenas había provisto al primer ataúd de vampiro de un número considerable de agujeros de gusanos cuando los ojos se le cerraron y no pudo hacer otra cosa que irse a tientas a la cama y dejarse caer encima del colchón.

Una fuerte sacudida en el hombro le despertó.

Adormilado, se levantó precipitadamente y gruñó:

—Sí, ¿qué pasa con el ataúd vacío?

—¿Con el ataúd vacío? —repitió una voz burlona.

De pronto Anton comprendió que quien estaba de pie junto a su cama no era Anna, ¡sino su madre!

Y ya tampoco era de noche, sino pleno día…

—¡No me extraña nada que tuvieras pesadillas otra vez —dijo su madre, ahora en tono de reproche— con esos pasatiempos nocturnos tuyos! Anton se asustó. ¿Se habría dado cuenta acaso de que él había estado fuera la noche anterior?

—¿De qué pasatiempos estás hablando? —preguntó.

Ella señaló el escritorio con una inclinación de cabeza.

—Pintando esas cosas tan repulsivas realmente se te tiene que estropear el sueño.

—Ah, te refieres al dibujo… —dijo Anton respirando profundamente. Aliviado, repuso con fingida indignación—: ¡No debías haberlo visto siquiera!

Ella asintió amargamente con la cabeza.

—Sí, puedo imaginarme muy bien que tus dibujos de cementerio aborrecen la luz del día.

—No, no es por eso. Es un secreto.

—¿Un secreto? ¡Yo más bien diría que es una «asquerosidad»!

Anton se rió irónicamente a sus anchas.

—¡Es un secreto porque te lo voy a regalar
a ti
por tu cumpleaños!

Durante unos segundos su madre se quedó muda de asombro. Luego se dio la vuelta indignada y se fue hacia la puerta.

—Tienes el desayuno en la cocina —declaró crudamente—. Hoy volveré antes a casa. Las dos últimas clases se han suspendido.

Y dicho aquello abandonó la habitación.

¿Las dos últimas clases? Anton echó cuentas rápidamente. ¡En esas condiciones podía dormir solamente hasta las doce! Puso el despertador a las doce menos cuarto y se tapó con las sábanas hasta la cabeza.

Pero, desgraciadamente, Anton no consiguió volverse a dormir. No podía evitar pensar en Anna y en por qué no había ido. ¿Se habría olvidado de él?

¿Quizá tampoco había averiguado nada sobre Igno Rante y el misterio del ataúd vacío? ¿O se habría enzarzado en una pelea con Olga?

Se acordó del comentario de Anna de que estaba mucho más que celosa… y de cómo había jurado con ojos chispeantes que nadie les separaría, y mucho menos aún la señorita Olga Von Seifenschwein.

¿Habría emprendido algo contra Olga? Anton se estremeció al recordar los terribles dramas de celos sobre los que el periódico informaba algunas veces…

«Pero no», pensó entonces. «Los vampiros viven en estrecha armonía».

Cierto era que a veces también se peleaban exactamente igual que los seres humanos, ¡pero seguro que nunca se harían nada entre ellos!

¡Vaya un dado de la suerte!

Ahora Anton ya estaba tan despierto que se levantó suspirando y se fue a la cocina.

Casi se sentía tentado de irse al colegio. ¡Así por lo menos se le pasaría algo más deprisa el tiempo hasta que se pusiera el sol!

Pero una vez que hubo desayunado se volvió a echar en la cama y, afortunadamente, se quedó dormido.

Y la tarde se le pasó también casi volando, porque inesperadamente Henning se presentó en su casa. Henning no era precisamente el mejor amigo de Anton (en realidad no era ni siquiera un «amigo»), pero sí el único que podía ir a visitarle porque ya había tenido la varicela antes que Anton.

Jugaron al «hombre no te enfades» y al «corre que te pillo», y Anton ganaba siempre.

—¡El dado está manicurado! —exclamó finalmente Henning furioso tirándolo por los aires.

Anton vio estoicamente cómo el dado aterrizaba en la alfombra y rodaba debajo de la cama.

—¿Manicurado? —repitió luego con risa irónica—. ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres decir?

—¡Naturalmente! —confirmó Henning—. ¡Yo no permito que

me engañes!

—Mal podría engañarte —dijo Anton riéndose más irónicamente todavía—.

Sobre todo porque el dado no tiene dedos y mucho menos uñas.

—¿Cómo que… uñas? —preguntó Henning sin comprender nada.

Anton saboreó el triunfo.

—Me imagino que lo que querrás decir no es «manicurado», ¡sino «manipulado»!

Henning se puso colorado.

—Pues eso es lo que yo he dicho —gruñó—. Y, de todas formas, ahora tengo que irme a mi casa.

Se levantó y se fue hacia la puerta.

Anton le siguió con la vista. Normalmente se hubiera empeñado en que Henning recogiera el dado. Pero como la noche anterior Anton había sido demasiado cómodo como para esconder la capa de vampiro en el armario y en lugar de eso la había metido simplemente debajo de la cama, en esta ocasión él mismo tendría que molestarse y cogerlo. ¡Lástima! Encendió la lámpara de la mesilla de noche (ya había empezado a oscurecer) y se metió hasta los hombros debajo de la cama.

Allí estaba la capa de vampiro. Anton estiró el brazo y tiró de ella. Pero el dado no lo encontró; sólo encontró un par de grandes pelusillas y una hoja arrancada de una vieja revista con la programación de televisión.

Mientras aún estaba pensando si debía meterse más hasta el fondo debajo de la cama (un argumento en contra era que tenía otra media docena de dados; uno a favor que justo aquel dado era un auténtico dado de la suerte), llamaron de repente a la ventana.

Anton se levantó… y pegó un gran grito: ¡se había dado un golpe en la nuca contra un muelle!

Durante un momento creyó ver las estrellas, pero luego el dolor fue remitiendo y pudo volver a pensar con claridad.

—¡Vaya un dado de la suerte! —dijo para sí rechinando los dientes y saliendo lentamente de debajo de la cama.

Se puso de pie y miró hacia la ventana.

En la penumbra vio vagamente una pequeña figura. Durante un instante pensó que podía ser Olga, pero luego reconoció con alegría que era Anna.

Sangrientamente en serio

Abrió la ventana.

—Hola, Anna —dijo con voz ronca.

—Buenas noches, Anton —contestó ella. Y después de echarles un vistazo rápido a los dibujos de las paredes, dijo—: Anda, Rüdiger ha colgado sus cuadros de soles en tu habitación. Pues entonces, naturalmente, vendré encantada a la inauguración de su exposición. ¡Pero antes de eso tenemos previsto algo importante!

—¿Algo importante?

—Sí, he venido a recogerte. ¿Estás listo?

—¿Cómo… listo? ¿Y por qué has venido a recogerme?

—¡El Consejo de Familia se va a reunir en seguida y yo creo que tú también deberías estar presente! —dijo muy orgullosa Anna.

—¿Yo? ¿En el Consejo de Familia? —repitió horrorizado Anton. ¡Aquello sólo podía ser una broma!

Pero Anna asintió con la cabeza y dijo:

—¡Tenemos que darnos prisa! Rüdiger y Lumpi ya han empezado a colocar todos los ataúdes.

Por un momento Anton se quedó sin habla. O sea, que no era ninguna broma: iba en serio, sangrientamente en serio…

—¡No! —exclamó soltando un gallo—. ¡Yo no quiero ir al Consejo de Familia, de ninguna manera!

Anna puso hocico.

—Pero Anton —dijo ella—, si ya te digo que no tienes por qué tener ningún miedo.

—¡No! —repuso excitado Anton—.

Que yo vaya a un baile de vampiros en el que hay cientos de vampiros, pase… ¡pero meterme con diez vampiros en la cripta es muy diferente!

—¡Siete! —le corrigió Anna—. Sólo somos siete. Bueno, primero yo, y luego Rüdiger, Lumpi, mi madre Hildegard la Sedienta, mi padre Ludwig el Terrible, mi abuela Sabine la Horrible y mi abuelo Wilhelm el Tétrico…

—Eso no me tranquiliza ni lo más mínimo —respondió Anton—. Y ni aunque sean
tus
parientes —añadió—. ¡Yo no estoy cansado de vivir!

—¿No? —dijo Anna muy suavemente.

—¡No! —reafirmó Anton. Con voz algo más tranquila añadió—: ¡Cuantos menos estén en la cripta, más se fijarán en mí! ¡Y entonces se darán cuenta de que soy un ser humano por muy bien que me pinte y que me disfrace!

—¿Disfrazarte? ¿Quién ha hablado de disfrazarse? —contestó Anna—. Puedes ir así, tal como estás: ¡como Anton Von Bohnsack el Dulce Curioso! Anton ahora estaba más bien anonadado.

—¿Que
no
tengo que disfrazarme?

—¡No! —dijo Anna con una risita—. No vas a ver para nada a mis parientes. Sólo los vas a oír, porque estarás al lado, en nuestra salida de emergencia, que todavía no está del todo terminada.

—Ah, vaya —murmuró Anton.

—¡Y allí serás testigo oyente de mi arrebatador discurso!

—¿De tu arrebatador discurso?

—Sí. ¡En ese discurso expondré mis reparos a la admisión de Igno Rante en nuestra cripta!

Ella se rió con fuerza, presintiendo probablemente ya su prevista intervención. Anton no respondió nada. Las ideas se le arremolinaban en la cabeza.

¡Desgraciadamente tienes padres!

—¡Mi discurso algo te interesará, ¿no?! —dijo Anna, ahora con un ligero tono de reproche en la voz—. Al fin y al cabo has sido

el que ha hecho que espiara a Igno Rante.

—Pues claro que me interesa, pero…

—Pero ¿qué?

—Bueno… —dijo Anton carraspeando. No quería quedar como un gallina, y mucho menos aún delante de Anna, que llevaba el sobrenombre de «La Valiente»—. ¿No crees que podría ser peligroso para mí?

—¿Peligroso? Pero si todos mis parientes estarán en la cripta…

—¡Sí, excepto tía Dorothee!

—Tía Dorothee al principio también estará —repuso Anna—. Al fin y al cabo, tiene que presentar su solicitud y exponer las razones por las que Igno Rante debe ser aceptado en la cripta.

—¡Pues por eso! —dijo angustiado Anton—. Y luego irá a la salida de emergencia a por mí y…

Se interrumpió. A Anton le entraron escalofríos.

—¿A por ti? —dijo Anna riéndose en voz baja—. Yo misma he oído cómo tía Dorothee ha quedado con Igno Rante. Van a reunirse al pie del depósito de agua y van a brindar con champán rosado en «El Castaño Enamorado» para que tenga éxito la solicitud. ¡No, Anton, yo te avisaré a tiempo y entonces podrás regresar volando a casa sin ningún peligro, te lo aseguro!

—Ejem, si tú crees que nada puede salir mal…

—No lo creo, ¡lo sé!

—Está bien, iré contigo —dijo Anton—, pero antes tengo que hablar con mis padres.

—¡Cómo! —dijo Anna encogiendo los ojos—. ¿Vas a poner a tus padres al corriente?

—No, claro que no. Sólo voy a pedirles permiso para salir a estas horas.

—Sí, desgraciadamente —dijo Anna suspirando—. ¡Desgraciadamente tienes padres!

Anton se rió irónicamente. «Sí», pensó, «¡pero por lo menos
mis
padres no muerden!»

—Espérame abajo, en el campo de deportes —dijo él después de una pausa.

Luego se acordó de otra cosa. Corrió a su cama y volvió con la capa de vampiro.

—¿Te la podrías llevar por mí? Si no, tendría que ocultarla para que no la vieran mis padres.

Anna sonrió tiernamente.

—Yo haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.

En el cuarto de estar ya estaba la televisión encendida. Ponían una vieja película en la que (¡qué feliz casualidad!) hacía de protagonista el actor favorito de la madre de Anton.

Por eso, cuando Anton le comunicó que tenía que irse en bicicleta a casa de Henning para preguntarle una cosa sobre los deberes de matemáticas, ella sólo reaccionó con un distraído «pero no estés mucho tiempo fuera».

¡Era increíble! Anton había contado con que iba a haber una agria discusión, y aquello… Silbando una cancioncilla, abandonó la vivienda. De todas formas, cuando llegó abajo su buen humor se transformó rápidamente en una tensa y temerosa expectación.

Buena vecindad

Anna le estaba esperando en la entrada del campo de deportes.

—¿Y crees de verdad que tus parientes no me descubrirán? —preguntó Anton.

—Vaya que si lo creo —dijo Anna—. Ni
mis
parientes siquiera pueden ver a través de las piedras.

—¿A través de las piedras?

—Sí, el acceso a la cripta todavía está interceptado por unas cuantas losas. ¡No se quitarán hasta mañana o pasado mañana por la noche, cuando inauguremos nuestra nueva, nuestra segunda salida de emergencia!

—¿Ahora tenéis
dos
? —preguntó sorprendido Anton.

Anna asintió.

—Por razones de seguridad. Lo primero que hemos hecho ha sido reparar nuestra antigua salida de emergencia…, ya sabes, la que termina en la fuente.

Anton asintió angustiado… acordándose de aquella noche cuando él abandonó la cripta por la salida de emergencia y de repente se le apagó la vela…

—Sí, y luego empezamos con la construcción de la nueva salida de emergencia —siguió diciendo Anna llena de orgullo—. Y está quedando tan bien que seguro que será nuestra salida de emergencia principal… Además, lleva directamente a un montón de mantillo —añadió confidencialmente.

Anton estuvo a punto de gritar «¡iiiih!». El mantillo eran desperdicios…, ¡flores que olían a podrido y coronas putrefactas! Pero es que los vampiros, como es sabido, tienen otra concepción de lo que es la buena vecindad…

—¿El montón de mantillo no es un sitio bastante concurrido? —repuso.

—¿Concurrido? —repitió Anna volviendo a reírse irónicamente—. Sí, hay ratones en abundancia… y arañas y escarabajos y gusanos… y también, naturalmente, alguna que otra rata.

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