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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

El poder del perro (81 page)

BOOK: El poder del perro
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—No lo sé.

Solo piensa en conducir. Disfrutar del paisaje, disfrutar el hecho de estar con ella. Suben por la misma carretera que descendieron, se adentran en las montañas, hasta la pequeña ciudad de Julian.

La atraviesan (no quieren estar con gente), y después la carretera vuelve a bajar de nuevo, pues el terreno desciende hacia la llanura costera del oeste, y la tierra da paso a amplios campos, manzanares y ranchos de caballos, y bajan por una larga colina desde la que pueden ver un hermoso valle.

En mitad del valle hay un cruce. Una autopista va al norte y la otra al oeste. Hay algunos edificios esparcidos alrededor del cruce, una oficina de correos, un mercado, un restaurante, una panadería, una (improbable) galería de arte en el lado norte, unos grandes almacenes antiguos y algunas casas blancas en el lado sur, y aparte de eso no hay nada en ningún lado. Tan solo la carretera que atraviesa la amplia pradera, en la que pace el ganado.

—Esto es bonito —dice Nora.

Callan para en el camino de entrada de grava que hay junto a las cabañas. Entra en los grandes almacenes, que ahora venden libros y útiles de jardinería, y sale unos minutos después con una llave.

—Tenemos una durante un mes —dice—. A menos que la odies. En ese caso, recuperaremos el dinero y nos iremos a otro sitio.

Tiene un pequeño salón, con un sofá antiguo, un par de sillas y una mesa, y una pequeña cocina con unos fogones de gas, una nevera antigua y un fregadero con armaritos blancos encima. Una única puerta conduce al diminuto dormitorio, que cuenta con un cuarto de baño todavía más diminuto (ducha, baño no) al fondo.

No vamos a perdernos en este lugar, piensa ella.

Él se ha detenido vacilante en la puerta de la calle.

—A mí ya me va bien —dice Nora—. ¿Y a ti?

—Está bien. —Deja que la puerta se cierre tras de sí—. A propósito, somos los Kelly. Yo soy Tom, y tú Jean.

—¿Soy Jean Kelly?

—No se me ocurrió.

Después de ducharse y vestirse, recorren en coche los seis kilómetros que dista Julian para comprar ropa. La única calle principal está flanqueada sobre todo de pequeños restaurantes que venden pastel de manzana, especialidad de la zona, pero hay algunas tiendas de ropa, donde Nora compra un par de vestidos informales y un jersey. No obstante, compran casi toda la ropa en la ferretería, que vende camisas vaqueras, tejanos, calcetines y ropa interior.

Nora descubre en la misma calle una librería que vende libros de segunda mano, y compra
Ana Karenina, Middlemarch, The Eustace Diamonds
y un par de novelas románticas de Nora Roberts: placeres culpables.

Vuelven al mercado que hay enfrente de su cabana, al otro lado de la autopista, y compran comestibles: pan, leche, café, té, Raisin Bran (los favoritos de él), Grape-Nuts (los de ella), beicon, huevos, pan de masa fermentada, un par de filetes, un poco de pollo, patatas, arroz, espárragos, judías verdes, tomates, pomelo, arroz integral, un pastel de manzana, vino tinto y cervezas; artículos diversos, como toallas de papel, lavaplatos, papel higiénico, desodorante, pasta de dientes y cepillos, jabón, champú, una navaja y hojas, crema de afeitar, un kit de teñir el pelo y unas tijeras.

Han acordado tomar algunas precauciones. Ni huir, ni cometer imprudencias innecesarias. Por lo tanto, la Harley tenía que desaparecer, y también el pelo largo hasta los hombros de Nora, porque si bien el aspecto de Callan es de lo más normal, el de ella no, y lo primero que sus perseguidores preguntarán a la gente es si se han fijado en una rubia de una belleza extraordinaria.

—Ya no soy bella —dice Nora.

—Sí lo eres.

Cuando vuelven a la casa, se corta el pelo.

Corto.

Se mira en el espejo cuando ha terminado.

—Juana de Arco.

—Me gusta.

—Mentiroso.

Pero cuando se vuelve a mirar en el espejo, también le gusta. Todavía más después de teñirlo de rojo. Bien, piensa, será más fácil cuidarlo. Aquí estoy, con el pelo muy corto y rojo, una camisa vaquera y tejanos. ¿Quién lo habría pensado?

—Tu turno —dice ella, al tiempo que mueve las tijeras.

—Sal de aquí.

—De todos modos, hay que cortarlo —insiste Nora—. Tienes pinta de años setenta. Venga, deja que te lo recorte.

—No.

—Gallina.

—Ese soy yo.

—Hay tíos que han pagado mucho dinero por dejarme hacer esto.

—¿Cortarles el pelo? Estás de broma.

—Hay un mundo muy grande ahí fuera, Tommy.

—Te tiemblan las manos.

—Entonces, será mejor que te estés quieto.

Al final, se lo deja cortar. Se sienta inmóvil en la silla, contemplando la imagen de los dos, ella detrás de él, mientras mechones de pelo castaño van cayendo, primero sobre sus hombros y después al suelo. Nora termina y se miran en el espejo.

—No nos reconozco —dice ella—. ¿Y tú?

No, piensa Callan. No.

Aquella noche, Nora prepara caldo de pollo para ella y filete y patatas para él, después se sientan a la mesa y comen, ven la televisión, y cuando sale la noticia de que un laboratorio de meta ha estallado y se han encontrado unos cadáveres, Callan no le dice nada, porque está claro que no lo sabe.

Intenta sentir pena por Peaches y O-Bop, pero no puede. Esos dos se llevaron a demasiada gente al otro mundo, tú ya tenías que saber que iban a terminar así.

Como terminaré yo.

No obstante, le sabe mal por Mickey.

Pero la noticia también significa que Scachi les está siguiendo la pista.

Nora pasa una mala noche (no puede dormir, y no quiere ver lo que hay dentro de sus ojos). Él lo entiende. Guarda muchas imágenes iguales. Solo que yo me he endurecido más, piensa.

Así que se acuesta a su lado, la abraza y le cuenta cuentos irlandeses que recuerda de cuando era niño. Bien, los recuerda más o menos, y lo que no lo inventa, lo cual no es demasiado difícil, porque sólo tienes que hablar de hadas, duendes y chorradas por el estilo.

Cuentos de hadas y fábulas.

Ella se duerme al fin a las cuatro de la mañana, y él también, con la mano sujetando la 22 debajo de la almohada.

Nora despierta hambrienta.

No me extraña, piensa Callan, cruzan la autopista para ir al restaurante y Nora pide una tortilla de queso con guarnición de salchichas, y una tostada de pan de centeno con toneladas de mantequilla.

—¿Quiere queso norteamericano, cheddar o Jack? —pregunta la camarera.

—Sí.

Come como una condenada.

La mujer engulle la tortilla como si fuera su última cena, como si la estuvieran esperando fuera para darle el pasaporte. Callan reprime una sonrisa cuando la ve esgrimir el tenedor como si fuera un arma (esas salchichas no recibirán cuartel), y no le habla de la pequeña mancha de mantequilla que tiene en la comisura de la boca.

—¿No te ha gustado? —le pregunta él.

—Ha sido fantástico.

—Pide otra.

—¡No!

—¿Un bollo de canela?

—Vale.

—Los han hecho esta mañana —dice la camarera cuando deja sobre la mesa la enorme pasta y dos tenedores.

Nora sale y vuelve con el
San Diego Union-Tribune
, y mira los anuncios por palabras.

«Kim, de su hermana. Emergencia familiar. Buscándote por todas partes. Contacto Urgente.» Con un número de teléfono. Típico de Keller, piensa, cubriendo todas las bases por si acaso, solo por si acaso. Soy una persona independiente en fuga por voluntad propia. De modo que Arthur quiere que vuelva.

No voy a volver, Arthur. Todavía no.

Si me quieres, tendrás que encontrarme.

Lo está intentando.

Las tropas de Art están desplegadas. En aeropuertos, estaciones de tren, estaciones de autobús, puertos de embarque. Investigan listas de pasajeros, reservas, controles de pasaportes. Los chicos de Hobbs comprueban registros de inmigración de Francia, Inglaterra y Brasil. Saben que se trata de una empresa descabellada, pero al final de la semana están seguros de una cosa: Nora Hayden no ha abandonado el país, al menos con su pasaporte. Tampoco ha utilizado ninguna tarjeta de crédito ni su teléfono móvil, no ha intentado conseguir un trabajo, no la han detenido por una multa de tráfico ni han tomado nota de su número de la Seguridad Social para alquilar un apartamento.

Art presiona a Haley Saxon, la ha amenazado con todo, desde violar la Ley Mann hasta ser cómplice de un asesinato, pasando por estar al frente de una casa de lenocinio. De modo que la cree cuando dice que no sabe nada de Nora y que le llamará en cuanto sepa algo.

Ni sus puestos de escucha en la frontera ni los de Hobbs han recogido datos. Ni ella ha hablado, ni nadie ha hablado de ella.

Art se lleva a un especialista en reconstruir accidentes para que mida la profundidad de las huellas de la moto de Callan, y el tipo hace magia con la tierra y dice a Art que iban dos personas en esa moto, y confia en que el pasajero se sujetara con fuerza, porque iba muy deprisa.

Callan no puede haberla llevado muy lejos, razona Art. No habría podido retenerla contra su voluntad en un avión, un tren o un autobús, y hay muchos lugares en los que un prisionero podría huir de la moto, gasolineras, semáforos en rojo, un cruce.

En consecuencia, Art restringe la búsqueda a un radio de un depósito de gasolina desde el cruce de la carretera de tierra con la I-8. Busca una Harley-Davidson Electra Glide.

Y la encuentra.

Un helicóptero de la Patrulla de Fronteras que vuela sobre Anza-Borrego en busca de
mojados
divisa los restos carbonizados y aterriza para investigar. El informe llega a Art enseguida. Sus chicos están controlando todo el tráfico de radio, así que al cabo de dos horas tiene a un tipo allí en compañía de un vendedor de Harley que tiene pendiente un juicio por posesión de meta. El tipo contempla los restos carbonizados de la moto y confirma casi llorando que es el mismo modelo que andan buscando.

—¿Cómo es posible que hagan algo así? —protesta.

No tienes que ser Sherlock Holmes (mierda, ni siquiera ser Larry Holmes) para ver que un coche siguió a la moto hasta aquí, que alguien bajó del coche, todos se fueron en el coche de nuevo y regresaron a la autopista.

El experto en reconstrucción de accidentes ataca de nuevo. Mide la profundidad de las marcas de neumáticos y el ancho entre los neumáticos, toma un molde de las marcas de neumáticos, juega un poco con la tierra y comunica a Arthur que tiene que buscar un descapotable pequeño de dos puertas, transmisión automática y neumáticos Firestone antiguos.

—Otra cosa —le dice el tipo de la Patrulla de Fronteras—. La puerta del pasajero no funciona.

—¿Cómo coño lo sabe? —pregunta Art. Los agentes de la Patrulla de Fronteras son expertos en leer huellas. Sobre todo en el desierto.

—Las pisadas que hay ante la puerta del pasajero —le dice el agente—. Ella retrocedió para dejar que la puerta se abriera.

—¿Cómo sabe que era una mujer? —pregunta el experto de Art.

—Esas marcas son de zapatos de mujer —explica el agente—. La misma mujer conducía el coche. Salió por el lado del conductor, se acercó al tipo, paró y miró. ¿Ve que el talón se clava más donde esperó unos minutos? Después dio la vuelta para ir al lado del pasajero, el hombre dio la vuelta para ir al lado del conductor y la dejó entrar.

—¿Puede decirme qué tipo de zapatos calzaba la mujer?

—¿Yo? No —dice el agente—. Pero apuesto a que ustedes tienen a alguien que sí.

En efecto, y el tipo aparece en un helicóptero al cabo de media hora. Toma un molde del zapato y se lo lleva al laboratorio. Cuatro horas después llama a Art con los resultados.

Es ella.

Está con Callan.

Al parecer, por voluntad propia.

Lo cual siembra dudas en la mente de Art. ¿A qué nos estamos enfrentando?, ¿a un caso agudo de síndrome de Estocolmo, o a otra cosa?, se pregunta. Y si bien la buena noticia es que está viva, al menos hasta hace un par de días, la mala noticia es que Callan ha infringido las normas. Iba en un coche en dirección este con una «prisionera», que al menos parece colaborar, de modo que podría estar en cualquier parte.

Y Nora con él.

—Deja que me ocupe yo a partir de ahora —dice Sal Scachi a Art—. Conozco a ese tipo. Si le encuentro, negociaré con él.

—¿El tipo mató a tres de sus viejos camaradas y raptó a una mujer, y aún quieres negociar con él? —le pregunta Art.

—Todo irá bien —dice Scachi.

Art accede a regañadientes. Es lógico. Scachi conoce de antes a Callan, y Art no puede insistir mucho más en su empeño sin llamar la atención. Y necesita que Nora vuelva. Todos lo necesitan. No pueden llegar a un acuerdo con Adán Barrera sin ella.

Sus días se han transformado en una plácida rutina.

Nora y Callan se levantan pronto y desayunan, a veces en casa, a veces en el restaurante del otro lado de la autopista. Él sigue por lo general la vía del colesterol a tope, y ella suele tomar una tostada de harina de avena sin adornos porque el local no sirve fruta para desayunar, salvo en el
brunch
de los domingos. No hablan mucho durante el desayuno. Ninguno de los dos es muy hablador a primera hora de la mañana. En lugar de conversar, intercambian secciones del periódico.

Después de desayunar suelen ir a dar un paseo en coche. Saben que no es muy inteligente por su parte (lo más inteligente sería dejar aparcado ese coche detrás de la casa), pero aún siguen en plan fatalista y les gusta ir a pasear. Callan ha descubierto un lago a diez kilómetros al norte por la autopista 79, un bonito paseo a través de praderas erizadas de robles y colinas ondulantes, grandes ranchos en el lado oeste de la carretera, la reserva de Kumeyaay al otro. Después las colinas dan paso a una llanura ancha y lisa de tierra de pastoreo, con colinas al sur (el observatorio de Monte Palomar descansa como una gigantesca pelota de golf sobre la cumbre más alta) y un gran lago en medio.

No es un lago de primera división (tan solo un amplio óvalo de agua en mitad de una llanura más grande), pero es un lago al fin y al cabo, y pueden pasear alrededor de su extremo sur, cosa que a ella le gusta. Por lo general, encuentran un numeroso rebaño de ganado Holstein blanco y negro pastando en el lado este del lago, y les gusta mirarlo.

A veces llegan hasta el lago y dan la vuelta andando. Otras, se adentran en el desierto, dejan atrás Ranchita y llegan a Culp Valley, donde hay dispersos enormes pedruscos redondos, como si un gigante hubiera abandonado su juego de canicas y no hubiera vuelto a buscarlas. En otras ocasiones suben hasta Inaja Peak, donde aparcan y suben por el breve sendero hasta el mirador, desde el que se pueden ver todas las cordilleras y, al sur, México.

BOOK: El poder del perro
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