El policía que ríe (26 page)

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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

BOOK: El policía que ríe
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Björk se pasó rápidamente el dedo índice por debajo la nariz unas cuantas veces y dijo:

— Decía que había trabajado en el mar, aunque de eso debía de hacer mucho tiempo. Y también hablaba de tías. De una con la que se había enrollado y que acababa de palman Decía que había sido como una madre para él, sólo que mejor. —Pausa—. Es que a tu madre no te la puedes follar —dijo Björk muy serio—. Pero de todos modos no le hacía mucha gracia hablar de sí mismo.

— ¿Cuándo se fue de aquí?

— El 8 de octubre. Me acuerdo porque era domingo. Además, era su santo. Se llevó sus cosas, todo menos eso. No tenía mucho. Lo que cabe en una maleta normal. Dijo que se había buscado otro sitio, pero que vendría a verme pasados unos días.

Hizo una pausa y apagó el cigarrillo en una taza de café puesta en el suelo.

— Luego ya no lo volví a ver. Y ahora resulta que está muerto, según me ha dicho Sivan. ¿De verdad que era uno de los del autobús?

Rönn asintió.

— ¿Sabe usted a dónde se fue?

— Ni idea. No volvió a dar señales de vida y yo no tenía ni idea de dónde estaba. Cuando vivía aquí, conoció a algunos de mis colegas, pero él nunca me presentó a los suyos. Así que prácticamente no sé nada de él.

Björk se levantó, se acercó a un espejo que colgaba de la pared y empezó a peinarse.

— ¿Sabe quién lo hizo? Lo del autobús, quiero decir…

— No —dijo Rönn—. Todavía no.

Björk se quitó el jersey.

— Tengo que cambiarme. La piba espera.

Rönn se levantó, cogió la bolsa y se dirigió hacia la puerta.

— Entonces no tiene ni idea de dónde estuvo viviendo después del 8 de octubre —dijo.

— No, ya se lo he dicho.

Sacó de un cajón del armario una camisa recién planchada y arrancó la cinta de papel de la empresa de lavandería.

— Sólo sé una cosa.

— ¿Qué?

— Que las semanas antes de irse estaba tremendamente nervioso. Como si estuviera acosado.

— ¿Pero no sabe la razón?

— No, ni idea.

Nada más llegar a su piso vacío, Rönn entró en la cocina y volcó en el suelo el contenido de la bolsa de papel. Luego fue recogiendo los objetos cuidadosamente, examinándolos y devolviéndolos a la bolsa, de uno en uno.

Una gorra jaspeada y bastante vieja, un par de calzoncillos que en sus buenos tiempos debieron de ser blancos, una corbata arrugada a rayas rojas y verdes, un cinturón sintético con hebilla dorada de aluminio, una pipa con la boquilla comida a fuerza de mordiscos, un guante de cuero forrado de lana, un par de calcetines cortos amarillos de crepenylon, dos pañuelos sucios y una camisa de popelín arrugada, color azul celeste. Rönn cogió la camisa, y a punto estaba ya de colocarla sobre las demás cosas, dentro de la bolsa, cuando descubrió un papel que sobresalía del bolsillo del pecho. Dejó la camisa a un lado y desplegó el papel, lira una cuenta del restaurante Pilen, por un importe de setenta y ocho coronas con veinticinco céntimos. Estaba fechada el siete de octubre e incluía una serie de ítems, impresos a máquina: uno de comida, seis de alcohol y tres de agua.

Rönn dio la vuelta a la nota. En la otra cara, al margen, alguien había escrito a bolígrafo lo siguiente:

8 / 10 bf 3000

Morf. 500

Deuda ga 100

Deuda mb 50

Dr.P. 650

____________________

1300

Resto 1700

Rönn creyó reconocer la letra de Göransson, de la que había visto algunas muestras en casa de la Rubia Malin. Interpretó este escrito de la manera siguiente: El 8 de octubre, esto es, el día en que se fue de casa de Sune Björk, debió de recibir tres mil coronas en concepto de algo, quizá de una persona cuyas iniciales eran B. F. De este dinero, apartó quinientas coronas para comprar morfina, pagó deudas contraídas por valor de ciento cincuenta coronas y entregó a un cierto doctor P. otras seiscientas cincuenta, a cambio de drogas o por alguna otra razón. Le quedaron entonces mil setecientas coronas. Cuando al cabo de mes y pico lo encontraron muerto en el autobús, llevaba en el bolsillo mil ochocientas coronas. Esto significaba que después del 8 de octubre tenía que haber recibido más dinero. Rönn se preguntó si también este dinero procedería de la misma fuente, bf o B. F. Naturalmente, no tenía por qué tratarse de una persona, podía ser la abreviatura de alguna otra cosa.

¿Banco? ¿Fondos, quizá? Göransson no parecía el tipo de persona que tiene un fondo bancario. Lo más probable era que, pese a todo, bf designase a una persona. Rönn miró en su libreta, pero ninguna de las personas con las que había hablado o de las que había oído hablar en relación con Gransson tenía las iniciales B.F.

Rönn cogió la bolsa y la nota y salió al recibidor. Puso la nota en su cartera y colocó bolsa y cartera en la mesa del recibidor. Luego se fue a la cama.

Se preguntaba de dónde habría sacado Göransson el dinero.

CAPÍTULO XXVII

La mañana del jueves 21 de diciembre, ser policía era cualquier cosa menos agradable. La tarde anterior, en mitad de la ciudad y en plena histeria navideña, un ejército de agentes del orden, uniformados y de paisano, se había enzarzado en una caótica y espectacular trifulca con los numerosos obreros e intelectuales que salían de un acto de apoyo al FLN en la Casa del Pueblo. Las opiniones sobre lo sucedido estaban divididas y así habrían de permanecer, pero lo cierto es que aquella melancólica y fría mañana la risa escaseaba entre los miembros del cuerpo.

El único que sacó provecho del incidente fue Månsson. Había cometido la imprudencia de reconocer que no tenía nada entre manos, razón por la cual fue inmediatamente enviado a restablecer el orden. En un primer momento, se había retirado a las zonas oscuras que rodean la iglesia de Adolf Fredrik, junto a Sveavägen, con la esperanza de que los disturbios, caso de producirse, no se extenderían en esa dirección. Pero la policía presionó a los congregados desde todas las direcciones, de forma asistemática y sin mucha reflexión previa, y los manifestantes, que obviamente por algún sitio tenían que tirar, comenzaron a extenderse también por la zona donde se hallaba Månsson. Éste se retiró a escape en dirección norte a lo largo de Sveavägen y finalmente llegó a un restaurante, donde entró para calentarse y espiar un poco. Al salir, cogió un mondadientes del especiero colocado en una de las mesas. Venía envuelto en un papel y sabía a menta.

Así que, muy posiblemente, él era el único en todo el cuerpo de policía que estaba feliz aquella horrible mañana. Llamó al responsable del almacén del restaurante, quien le dio la dirección del proveedor.

Einar Rönn, en cambio, no estaba contento. Detenido en Ringvägen, en mitad del ventarrón, contemplaba un hoyo en el suelo, un panel para cubrirlo y varios postes de acordonamiento, de los utilizados por la concejalía de obras públicas, colocados alrededor. El hoyo, al parecer, estaba deshabitado. No así la vagoneta de trabajo, situada a unos cincuenta metros. Rönn conocía a los cuatro individuos que estaban sentados dentro, bebiendo de sus termos, y se limitó a decir.

— Hola, pues.

— Hola y pasa y cierra la puerta. Pero si fuiste tú el que le pegó a mi chaval con la porra en la cabeza ayer por la tarde en Barnhusgatan, no quiero hablar contigo.

— No —dijo Rönn—. No fui yo. Yo estaba en casa viendo la tele. La parienta se ha ido a Norrland.

— Siéntate, anda. ¿Quieres un cafelito?

— Bueno, vale.

Y al cabo de un rato:

— ¿Querías algo?

— Pues sí. El Schwerin ese, había nacido en América. ¿Se le notaba al hablar?

— ¡Vaya que si se le notaba! Chapurreaba que parecía la Anita Ekberg. Y cuando estaba mamado… sólo hablaba inglés.

— ¿…cuando estaba mamado?

— Sí. Y cuando se cabreaba. O cuando se le iba el santo al cielo.

Rönn regresó a Kungsholmen en la línea 54. Viajó en un autobús rojo de dos pisos del tipo Leylan Atlantean, con el cuerpo superior pintado de color crema y el techo lacado en gris. Aunque Ek decía que en los autobuses de dos pisos sólo aceptaban pasajeros sentados, lo cierto es que éste iba hasta la bandera de personas de pie, cargadas con bolsas y paquetes.

Hizo todo el trayecto caviloso. Luego se sentó un rato en su escritorio. Se levantó, pasó al despacho de al lado y dijo:

— Hola chicos, ¿cómo se dice «no lo reconocí» en inglés?


Didn't recognize him
—dijo Kollberg, sin levantar la vista de sus papeles.

— Lo sabía —dijo Rönn y se fue.

— Otro que se ha vuelto loco —exclamó Gunvald Larsson.

— Espera un poco —dijo Martin Beck—. Creo que ha descubierto algo.

Se levantó y se fue al despacho de Rönn. Pero en la habitación no había nadie. Abrigo y sombrero habían desaparecido.

Media hora más tarde, Rönn volvió a abrir la puerta de la vagoneta estacionada en Ringvägen. Los antiguos compañeros de trabajo de Schwerin seguían en el mismo sitio. Daba la impresión de que el hoyo no había sido todavía tocado por la mano del hombre.

— ¡Joder, qué susto me has dado! —dijo uno de ellos—. Pensé que era Olsson.

— ¿Olsson?

— Sí. O Álson, como solía decir Alf.

Rönn no presentó sus resultados hasta la mañana siguiente, dos días antes de Nochebuena. Martin Beck detuvo el magnetófono y dijo:

— O sea, quieres decir que fue así: Tú preguntas: ¿Quién disparó? Y él responde en inglés:
Didn't recognize him.

— Pues sí.

— Y luego dices: ¿Qué apariencia tenía? Y Schwerin contesta «Como Olsson».

— Pues sí. Y luego se murió.

— Muy bien, Einar —dijo Martin Beck.

— ¿Pero quién diablos es Olsson? —preguntó Gunvald Larsson.

— Una especie de inspector. Va de acá para allá, controlando si los hombres trabajan.

— ¿Y qué aspecto tiene, joder?

— Está en mi despacho —replicó modestamente Rönn.

Martin Beck y Gunvald Larsson entraron en el despacho de al lado y se quedaron mirando a Olsson. Gunvald Larsson sólo necesitó diez segundos. Luego dijo.

— Muy bien.

Y salió. Olsson se le quedó mirando, atónito.

Martin Beck permaneció otro medio minuto más y dijo:

— Supongo que has anotado todos los datos, Einar.

— Pues sí —dijo Rönn.

— Bueno, muchas gracias, señor Olsson.

Martin Beck se fue, dejando a Olsson completamente estupefacto.

Cuando Martin Beck regresó del almuerzo, durante el cual sólo consiguió meterse en el cuerpo un vaso de leche, dos lonchas de queso y una taza de café, se encontró con un papel que Rönn había dejado encima de su mesa. Llevaba un encabezamiento lapidario: Olsson.

Olsson tiene cuarenta y seis años y trabaja como inspector en el servicio de obras públicas.

Mide un metro ochenta y tres y pesa, sin ropa, setenta y siete kilos.

Tiene cabello ondulado de color rubio ceniza y ojos grises. De constitución física larguirucha.

Su rostro es fino y alargado, con rasgos marcados: nariz prominente, un poco arqueada; boca grande, labios finos y dientes sanos. Calza un cuarenta y tres.

Tez bastante oscura, pero según afirma esto se debe a que su oficio le obliga a pasar mucho tiempo en la calle.

La vestimenta, pulcra: traje gris, camisa blanca con corbata; zapatos negros. Cuando tiene que salir por razones de trabajo, lleva un abrigo impermeable que le llega a la rodilla, suelto y amplio, de color gris. Tiene dos abrigos iguales, y en invierno suele utilizar alternativamente uno u otro. En la cabeza lleva un sombrero negro de cuero, de ala pequeña. Zapatos negros, gruesos, con suelas de goma de surco profundo. Pero cuando llueve o nieva suele llevar botas de goma negras con bandas reflectantes.

Olsson tiene coartada para la noche del 13 de noviembre. A la hora de marras, entre las 22:00 y las 24:00 horas, se hallaba en un local perteneciente al club de bridge del que es miembro, participando en un concurso. Su presencia allí queda atestiguada por las actas del concurso y por el testimonio de los otros tres participantes.

Acerca de Alfons (Alf) Schwerin, Olsson afirma que era un hombre de conversación fácil, pero vago y dado a las bebidas fuertes.

¿Crees que Rönn lo dejó en pelotas para pesarlo? —preguntó Gunvald Larsson.

Martin Beck no respondió.

— Llega a conclusiones lógicas muy finas —prosiguió Gunvald Larsson—. El sombrero en la cabeza y los zapatos en los pies. La nariz sobresale y sólo llevaba un abrigo cada vez. ¿Y qué es lo que estaba arqueado, la nariz o la boca? ¿Qué piensas hacer con esto?

— No lo sé. Supongo que se trata de una especie de descripción.

— Sí, de Olsson.

— ¿Y cómo vas con Assarsson?

— Hace un rato he estado hablando con Jacobsson —dijo Gunvald Larsson—. Menudo pájaro.

— ¿Jacobsson?

— Sí, ése también —contestó Gunvald Larsson—. O sea, que ellos no consiguen hacer sus jodidas confiscaciones de droga, se las hacemos nosotros, y encima se cabrea.

— Nosotros no, tú.

— Pues mira, hasta Jacobsson reconoce que Assarsson es el mayor narcotraficante que hasta ahora ha caído en sus redes. Tienen que haber ganado un montón de dinero, esos dos hermanos.

— ¿Y el otro tipo? ¿El extranjero?

— Hacía de intermediario. Un griego. El muy cabrón tenía pasaporte diplomático. Y también era drogadicto. Assarsson cree que fue él quien dio el chivatazo. Dice que el que confía en un yonqui se juega la vida. Está muy enfadado. Seguramente por no haber sabido deshacerse del intermediario de manera apropiada y en el momento oportuno.

Hizo una breve pausa.

— Pues, Göransson, el del autobús, era también drogadicto. Tal vez…

No llegó a terminar la frase pero aun así dio a Martin Beck algo en qué pensar.

Kollberg se dedicaba a sus listas, pero no quería enseñárselas a nadie. Cada vez comprendía mejor los sentimientos que Stenström había experimentado mientras se ocupaba del viejo caso. Efectivamente, como decía Martin Beck, la investigación del caso Teresa era impecable. Algún pedante incorregible había llegado incluso a decir que «el caso estaba resuelto desde el punto de vista técnico y que la pesquisa podía valer como ejemplo pedagógico de lo que debe ser una investigación policial perfecta». Había que concluir, por tanto, que el caso era, efectivamente, un ejemplo del tan discutido concepto de «crimen perfecto».

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