El pozo de las tinieblas (15 page)

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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

BOOK: El pozo de las tinieblas
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Señaló con la cabeza de Robyn, sin dejar de mirar al rey.

—¿Debe estar presente la doncella? —preguntó lord Koart, un hombre bajo pero vigoroso.

—Es mi deseo que esté aquí —respondió el rey—. Robyn puede representar un importante papel en nuestros esfuerzos por combatir la crisis. Y ahora, señor... —concluyó, señalando a Keren.

—Gracias, alteza —respondió Keren, poniéndose en pie—. Lamento no traer mejores noticias.

»Hace poco más de quince días que salí de Alaron, después de un consejo celebrado con el propio Alto Rey. Otros mensajeros fueron enviados a Moray y Snowdown, pues los presagios indican que todas las tierras de los ffolk corren peligro. Pero el mensaje más importante es el dirigido a Gwynneth.

»El consejo de hechiceros del Alto Rey —siguió diciendo Keren— advirtió un aumento de la magia negra este invierno, lo que indica un verano de gran confusión y de peligro directo para los ffolk. Este peligro incluye la amenaza de hombres del norte, aunque no es éste el más grave percibido en el consejo de magos.

Los nobles intercambiaron miradas de inquietud. El consejo de magos no era muy apreciado por los ffolk, que tendían a ser muy supersticiosos en cuestiones relacionadas con la hechicería.

—Al celebrarse los Festivales de Primavera, supimos más acerca de esta amenaza gracias al círculo de druidas. Los druidas determinaron que hay una fuerza que representa un gran peligro para la diosa y, por ende, para nuestro pueblo. Sea cual fuere su naturaleza y su poder, sólo sabemos que es una suprema amenaza, de carácter misterioso que ya está al acecho...

»Y sabemos que amenaza precisamente a Gwynneth.

Keren hizo una pausa, dejando que sus oyentes absorbiesen todo el sentido de sus palabras. Se hizo un silencio en la estancia, hasta que Dynnatt carraspeó ruidosamente. Tristán miró de reojo a Robyn y vio que tenía la mirada fija en el bardo. Y eso no le gustó.

—Ahora tenemos confirmación —prosiguió el bardo— de que los firbolg andan sueltos. Esto es ya de por sí presagio de grandes males, pues los firbolg no habían salido de las Tierras Altas del valle de Myrloch desde hace más de un siglo. Los espías han informado también de una gran movilización entre los hombres del norte. Parece que sus flotas se dirigen a una cita en la Bahía de Hierro, en el reino de Thelgaar Mano de Hierro. Esto es tal vez una señal esperanzadora, pues Mano de Hierro ha firmado un tratado de paz con el Alto Rey. Su influencia puede ser capaz de disuadir a los hombres del norte de una guerra total, pero no podemos contar con esto.

»Los espías han informado también de que los hombres del norte se reúnen en la isla de Omán, por lo que Corwell se convierte en un objetivo muy tentador.

En la sala se impuso un largo silencio. Tristán, que había escuchado a Keren con más atención que la que solía prestar en las reuniones oficiales, observó a su padre. Vio que el rey parecía más viejo, más cansado de lo que jamás lo había visto. Por último, el rey Byron Kendrick miró a su alrededor, estudiando los ojos de todos los que estaban sentados alrededor de la mesa. Muy despacio, se puso en pie.

—Había esperado que podría pasar el resto de mi vida sin volver a sentir el azote de la guerra. Ahora veo que no será así.

»Nuestro curso de acción es sencillo y evidente. Señores —dijo ahora directamente a Dynnatt, Koart y Nowll—, debemos movilizar a las comunidades para la guerra. Sólo debemos excluir a los trabajadores indispensables para cuidar del ganado y de las cosechas. Todos los demás deben ser armados, y formadas de nuevo las unidades de milicianos.

»¡ Permaneced alerta ! Enviad patrullas a los montes y a los bosques, para buscar señales de los firbolg. Yo informaré a las comunidades más lejanas para que hagan lo mismo.

Los tres nobles asistentes no representaban más que a las comunidades más próximas a Caer Corwell. Pero las había a docenas en los parajes más remotos del reino. Aunque sus señores no hubiesen podido llegar a Corwell a tiempo para el consejo, todos sabían que el peligro era compartido por todas las comunidades de ffolk en Gwynneth.

El rey se volvió de nuevo a Keren.

—¿Puedes quedarte algún tiempo con nosotros? Tu presencia es valiosa y tus consejos serían sin duda de gran ayuda en nuestros preparativos.

—Lo siento, pero me es imposible —respondió el bardo—. Una vez entregado mi mensaje, debo volver de inmediato a Caer Calidyrr e informar al Alto Rey de que he cumplido mi misión. El hecho de que los firbolg anden sueltos es sin duda desconocido para él.

El rey asintió con gesto solemne, comprendiendo su actitud. Había supuesto que la misión del bardo lo obligaría a regresar a Caer Calidyrr, en Westshae.

—Te doy las gracias por haber hecho este viaje en beneficio nuestro. Con gusto te ofrezco todas las provisiones o monturas que puedas necesitar para el regreso.

—Gracias, majestad. Haré todo lo que pueda para volver en circunstancias más felices y aceptar la próxima vez tu hospitalidad.

—Siempre serás bienvenido. Aparte de la cortesía de rigor, te debo las vidas de mis hijos, ¡y esto no lo olvidaré jamás!

La emoción en la voz del rey sorprendió a su hijo.

El consejo se alargó algo más, para concertar los detalles de las unidades de milicianos y de los sectores a los que había que enviar patrullas. En cuanto se levantó la sesión, el rey envió mensajeros a las comunidades más lejanas, mientras Keren se dirigía sin demora a las caballerizas y se preparaba para la partida. Tristán y Robyn llenaron sus alforjas con abundancia de provisiones y lo acompañaron hasta la puerta del castillo.

El bardo estrechó con fuerza la mano del príncipe y estudió con atención al joven.

—Debes ser fuerte, príncipe Tristán, pues temo que el peso del reino recaerá pronto sobre tus hombros —dijo con voz solemne Keren.

Tristán inició una sonrisa.

—No temas, pues eres digno de esa responsabilidad —prosiguió el bardo y, al ver que Tristán no replicaba, añadió—: Y recuerda, sobre todo, que tienes que pensar. El caudillo debe ser un hombre de acción, pero todavía más un hombre de ideas. ¡Y cuida bien a aquel perro! —dijo Keren sonriendo, pues no se había mostrado remiso en sus alabanzas a Canthus.

Por fin habló Tristán, afectuosamente.

—Así lo haré. ¡Y tú ten cuidado en tu viaje!

El príncipe se sorprendió al ver que le costaba despedirse del bardo: deseaba volver a ver a aquel hombre.

—Y tú, señora mía —dijo Keren, volviéndose a Robyn—, manten a este joven testarudo libre de tribulaciones, si es que puedes. Y sigue preguntando; hay una respuesta para ti en alguna parte. Y ahora, debo partir.

El bardo saltó sobre la silla y espoleó su caballo en el camino de bajada del castillo. La forma negra y volante de Sable trazó círculos sobre él. Las notas de una canción flotaron en el aire y Tristán y Robyn supieron que el bardo cantaba una canción de viaje, una canción de despedida.

Daryth resistió todos los intentos de mantenerlo en su cama, afirmando que se sentía bien y que sólo necesitaba ejercicio para volver a encontrarse en plena forma. A los pocos días, volvió a su trabajo diario de adiestramiento de los perros reales.

Canthus continuó su educación bajo la tutela de Daryth. Aprendió todas las órdenes corrientes para la guardia y la caza, ya fuesen de viva voz o manuales. Entonces el calishita empezó a adiestrar al perro en tareas más delicadas. El podenco aprendió pronto a derribar una víctima sin morderla y a montar guardia en un lugar señalado durante un largo período sin desviar un momento la atención. Mientras tanto, Tristán había trabajado cada día largas sesiones con los perros y llegado a apreciar más que nunca el poder y la inteligencia del podenco que había comprado a Pawldo. El perro parecía aprender las tácticas —por ejemplo el movimiento sin ruido y la importancia de la sorpresa— con la misma rapidez que un ser humano, y su agudo instinto aumentaba esta inteligencia de una manera casi misteriosa.

Canthus se sumergía de buen grado en agua helada, o en espesuras espinosas, sin importarle más que el cumplimiento de su labor, fuese en la cobranza o en el levantamiento de la caza. Cuando cobraba alguna pieza, la llevaba al príncipe sin la menor marca de sus dientes.

Tristán pasaba también duras sesiones con el arco, esforzándose en lograr un dominio del arma que nunca había podido demostrar a Arlen. Aunque mostraba evidentes progresos, aún estaba muy lejos de ser un experto.

Mientras progresaba la instrucción del príncipe y de los perros, los ffolk de Corwell empezaron a hacer preparativos para la guerra. Jóvenes aptos de las muchas comunidades del reino llegaron al castillo, de modo que éste aumentó su guarnición en varios cientos de hombres de armas. Aunque muchos más hombres y mujeres podían ser movilizados en caso de emergencia, el rey no consideraba la situación tan amenazadora como para descuidar las cosechas y los animales. Sin embargo, los ffolk de las comunidades recibieron la orden de tener dispuestas sus armas, y así la fuerza del rey podría multiplicarse por diez en unos pocos días, si la situación requería una acción drástica.

Un día, mientras Tristán estaba practicando con el arco desde un caballo en movimiento, llegó un mensajero de su padre, pidiendo su presencia en el estudio privado del rey. Cuando el príncipe se presentó allí, el rey le hizo ademán de que entrase y cerrase la puerta.

Tristán se preguntó, con aprensión, qué querría su padre de él. Esperaba una reprimenda por alguna travesura irresponsable que hubiese cometido, o tal vez una amonestación para que se tomase más en serio su adiestramiento.

El rey se volvió y clavó la mirada en el príncipe. Después, el viejo suspiró, se acercó a un sillón y se sentó pesadamente. Tristán sintió un temblor interno, como siempre que se hallaba en presencia de su padre.

—Hijo mío, me has demostrado, muchas veces en el pasado, que te importa muy poco el manto real que algún día será tuyo.

Tristán iba a replicar, pero su padre levantó una mano.

—Déjame terminar. El peligro actual con que se enfrenta el reino hace que tus aficiones carezcan de importancia. Tendrás que empezar a aceptar las responsabilidades de tu posición. No tienes alternativa en esta cuestión.

—Padre, no deseo evitar...

—Entonces, ¿por qué sólo tienes tiempo para beber, ir con fulanas y cuidar de tus perros? ¡E hiciste que mi mejor hombre cayese muerto en una misión estúpida!

A Tristán le escoció la cara como si hubiese recibido una bofetada. Aquellas palabras contenían suficiente verdad para que sus mejillas enrojeciesen de vergüenza.

—Quiero que asumas el mando de la compañía de la ciudad. Harás la instrucción con ellos, y los mandarás. Ésta habría sido la tarea de Arlen. —Por un momento, la voz del padre se suavizó—. Tristán, necesito tu ayuda.

El rey se levantó y se dirigió a un arca que había en una esquina de la habitación. La abrió y sacó de ella una cota de brillante malla. Deslizó la mano sobre ella y se volvió, mostrándola a su hijo.

—Fue de mi padre, Tristán, y después mi propia cota de combate. Ahora quisiera ver cómo la llevas tú. Temo que este verano nos dará de nuevo motivos para probar su eficacia —dijo el rey.

Por un instante, Tristán vio el valor y la resolución que debieron de ser propios del carácter de su padre, mucho tiempo atrás.

—Hasta ahora —prosiguió el rey, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—, ha hecho que los Kendrick nos mantuviésemos vivos. ¡Ojalá te proteja de igual modo con su fortuna!

Tristán miró a su padre en silencio, con una mezcla de emociones bullendo en su interior: culpa, irritación porque su padre hacía que se sintiese culpable, orgullo de que el rey le pidiese algo, miedo de que no fuese capaz de vivir para verlo, y gozo ante la idea de llevar una cota de malla tan bellamente trabajada.

Por último, sólo pudo decir:

—Trataré de llevarla con honor.

—Confío en que así será —dijo el rey.

—Padre, todo lo que he hecho hasta ahora, o tratado de hacer, lo has despreciado como impropio de mi posición. Nada ha sido nunca bastante bueno para ti. Yo... trataré de hacer lo que me pides: mandar una compañía de tus hombres. Sólo lamento, por lo que dices, que no esperes que triunfe.

El rey pareció sinceramente triste, pero no replicó, con lo que aumentó la irritación de Tristán.

—Mañana te encargarás de la compañía, compuesta de espadas y unos pocos arqueros. —El rostro del rey se endureció—. Tal vez debería alegrarme de que la guerra esté próxima. ¡Podría hacer un príncipe de ti!

Maldiciendo en silencio, Tristán salió del estudio de su padre. Se dirigió a los establos y ensilló uno de los caballos.

—¿Adonde vas? —preguntó la voz de Robyn detrás de él.

—¡A dar un paseo! —gritó él, y después se volvió a ella con aire arrepentido—. Perdóname. Pero acabo de tener una «charla» con mi padre.

—¿Te impona que vaya contigo?

—Me gustaría.

Ensillaron un segundo caballo y bajaron a medio galope por el camino del castillo. Desde allí, cruzaron los páramos, dando rienda suelta a sus cabalgaduras.

Al cabo de casi media jornada de cabalgar en silencio, aunque sintiéndose muy a gusto, Tristán se volvió a su compañera.

—Hay algo que quería preguntarte..., pero no hemos tenido ocasión de hablar desde hace algún tiempo.

La doncella lo miró y arqueó las cejas.

—¿Sí?

—¿Has llegado a descubrir lo que hiciste para que los árboles sujetasen al firbolg de aquella manera?

Una expresión peculiar se pintó en el rostro de ella; Tristán no supo si divertida o contrariada.

—He tratado de comprenderlo —dijo pensativamente Robyn—. Miré hacia arriba y vi aquella cosa cerca de ti, y sólo pude pensar en lo mucho que quería que vivieses. Grité, creo que de pánico, y lo primero que vi fue que los árboles se doblaban y lo sujetaban.

—Pero ¿cómo? —insistió el príncipe—. Pareció cosa de magia, y nunca había pensado que te interesase la hechicería.

—¡ Ni me interesa ! —respondió Robyn, con un estremecimiento—. ¡Dejo a los hechiceros para el consejo del Alto Rey! Sin embargo —siguió diciendo—, aquello no me pareció hechicería. Fue más bien como si los árboles quisieran ayudarme.

Se volvió hacia el bosque, en silencio, y observó cómo un par de ardillas parecían parlotear en una alta rama. Entonces se echó a reír y Tristán le preguntó por qué lo hacía.

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