Mientras que a mí nadie me preparó para nada. Un paria destinado a casarse con Karris Roble Blanco o cualquier otra muchacha para frustrar las ambiciones de cualquier otro progenitor. E incluso eso intentó arrebatármelo Gavin.
Eso era lo que más difícil hacía mantener su disfraz; no fingir que era Gavin, sino soportar el recordatorio de todo lo que Gavin había tenido y a él siempre le había estado vetado.
—Así que ir a Garriston, salvar la ciudad o reducirla a cenizas, asesinar a Garadul y recuperar la daga. Parece pan comido. —Si Gavin hacía bien las cosas, eso satisfaría uno de sus propósitos y allanaría el terreno para otro.
—Te daré unas cartas para los ruthgari —dijo Andross—, para garantizar su obediencia.
—¿Vas a convertirme en el gobernador de Garriston? —Cada vez que Gavin olvidaba cuán poderoso era su padre (aun encerrado en esta habitación minúscula), Andross hacía algo para recordárselo.
—No de forma oficial. Si fracasaras, mancharías nuestro apellido. Pero me aseguraré de que el gobernador haga cuanto le pidas.
—Pero al Espectro…
—No siempre hay por qué hacerle caso. Destituir a un Prisma no es tarea sencilla, ¿sabes? A tu regreso hablaremos de tus planes de boda. Va siendo hora de que engendres algún heredero legítimo. La aparición de un hijo bastardo hace que el tiempo apremie más que nunca.
—Padre, no…
—Si aplastas a uno de los sátrapas, por rebelde que sea, tendrás que comprar el favor de los demás. Ha llegado el momento. Me obedecerás sin rechistar. Más adelante volveremos sobre el problema que nos plantea ese bastardo.
Liv había ido al jardín de luz que había en lo alto de la torre amarilla para pensar, pero era como si no pudiese dar ni diez pasos sin toparse con alguna pareja de jóvenes acaramelados. Al ponerse el sol, el jardín de luz se convertía en un lugar espectacular… y en el punto de encuentro predilecto de los enamorados. Liv debería haberse acordado. Ver a tantas parejas resultaba especialmente mortificante cuando uno se sentía tan solo.
Se fue, batallando con las emociones encontradas, lamentando haber sido tan brusca con Kip, convencida de que su padre aún seguía con vida, aterrada por la posibilidad de que estuviera equivocada. Sola, asustada por el futuro, y ahora (abofeteada por la facilidad con que todo el mundo parecía encontrar a alguien que lo quisiera) desesperada por encontrar la compañía de un chico. De cualquiera. Bueno, prácticamente de cualquiera. Liv llevaba tres años en la Cromería y lo único que había obtenido era un puñado de relaciones infructuosas. El ser tyreana, hija de un general del bando perdedor y pobre marchitaba cualquier posible interés antes de que le diera tiempo a desarrollarse. El único chico que pensaba que realmente sentía algo por ella la había invitado al Baile de los Señores de la Lux para luego darle plantón e irse con otra muchacha. Al parecer, se había tratado de una novatada. Un año después se convirtió brevemente en motivo de competición entre algunos de los chicos más populares. Durante dos semanas maravillosas, fue el centro de atención. Por fin tenía la impresión de haberlo conseguido, de que la gente empezaba a aceptarla. Uno de los muchachos la había invitado al Baile de los Señores de la Lux.
Entonces oyó a uno de los otros mencionar la apuesta que habían hecho para ver quién lograba cepillársela antes. Su venganza había sido inmediata y temible. Había prometido al muchacho que debía acompañarla al baile (el líder de la pandilla, un joven noble llamado Parshan Payam) que le entregaría su virginidad si la ayudaba a hacer realidad una de sus fantasías más tórridas. Al muy cretino se le caía la baba.
Una vez en el Baile de los Señores de la Lux se encontraron en un rincón apartado del salón principal. Convenció a Parshan para que se desvistiera por completo, a pesar de que casi toda la Cromería estaba bailando, conversando y bebiendo a meros pasos de distancia. Dejó de besarlo mientras las repugnantes manos del muchacho se deslizaban por su cuerpo y le preguntó cuál sería la recompensa si ganaba la apuesta.
—¿Lo sabes? ¿Y no estás enfadada?
—¿Por qué habría de estarlo? Cierra los ojos. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa agradable?
Liv le acarició el vientre con las uñas. Bajó la mirada. Se humedeció los labios.
—Te dejará sin aliento. Te lo prometo.
Parshan cerró los ojos. Liv recogió toda su ropa y, como una exhalación, se mezcló con los demás asistentes al baile. El muchacho soltó un gritito y salió corriendo tras ella, adentrándose en la fiesta completamente desnudo.
—¡Aquí tienes tu premio, Parshan Payam! —exclamó Liv, para que todos los que no hubieran reparado de inmediato en el joven desnudo lo hiciese ahora y supiesen quién era.
Los bailarines pararon. Los músicos dejaron de tocar. Un centenar de conversaciones se interrumpieron de golpe.
—¡¿Apostar con tus amigos a ver con quién pierdo la virginidad?! Eres despreciable. Un canalla y un embustero. Me das asco. No eres lo bastante hábil para engatusarme, ni lo bastante listo para engañarme, ni lo bastante hombre para poseerme. —Arrojó el elegante atuendo del joven a la fuente de ponche.
Por doquier se escucharon risitas nerviosas. Parshan se quedó petrificado. Con la ropa empapada de ponche, carecía de sentido volver a ponérsela. Intentó cubrirse como pudo con las manos.
En medio de un silencio salpicado de aplausos dispersos, una Liv furibunda salió del salón de baile y entró en el salón de la fama de la Cromería. Por desgracia, convertirse en leyenda tras ridiculizar a quien había manifestado un interés romántico por una (sin importar cuán innoble fuera dicho interés) no era la mejor manera de alentar a los demás posibles aspirantes. Todos los muchachos le profesaban un miedo cerval.
Pero ¿qué hago pensando en chicos? Mi padre está muerto.
No, no lo está. Padre ha salido de peores aprietos. No se dejaría atrapar. Es demasiado listo para eso.
Aun así, estaría bien tener a alguien con quien hablar. Con franqueza, una buena llorera conseguiría que se sintiera mucho mejor.
Liv arrastró los pies hasta el cuarto de Vena, pero al llegar descubrió que era esta la que estaba llorando. Liv salió al instante de su trance de autocompasión. Vena no solo estaba llorando, sino que lo hacía a moco tendido. La muchacha tenía el pelo corto, esmeradamente revuelto por lo general, aplastado contra el cráneo como si hubiera estado apoyando la cabeza en las manos. Sus ojos se veían hinchados.
—¡No me lo puedo creer, Liv! ¡Te he buscado por todas partes! —exclamó Vena—. Es un desastre. ¡Por Orholam, Liv, me mandan a casa!
Liv paseó la mirada por la estancia y vio que todas las pertenencias de Vena ya estaban guardadas en unos grandes baúles. Con todas las cosas que poseía y todos los adornos que había ido desperdigando por cada hueco libre que había en su pequeña habitación, Liv sabía que Vena no podría haber hecho el equipaje sin ayuda.
—¿Qué sucede?
Vena tardó varios minutos en relatar lo ocurrido de forma coherente, sin bien la historia era muy simple: La muchacha se había quedado sin patrocinador. El noble aborneano que poseía su contrato había perdido una fortuna en una maniobra empresarial y tenía que recortar gastos. Al parecer, había puesto el contrato de Vena a la venta, pero no había encontrado compradores. El patrocinador de otro joven trazador había adquirido la habitación de Vena, no obstante. La muchacha debía dejarla libre de inmediato. A Vena le habían comprado un billete a casa, para esta noche. Debía reunirse con su patrocinador para dilucidar la mejor manera de que este recuperara el dinero invertido en ella.
Vena podía terminar de sirvienta, pero lo que la atemorizaba era que el noble la vendiera a los tratantes de esclavos. Era ilegal (de los contratos de aprendizaje de los trazadores a la esclavitud medía un abismo), pero todo el mundo conocía historias por el estilo.
—Liv, ¿te importaría prestarme un poco de dinero? Podría escapar.
—No puedo…
—Por favor, Liv, te lo suplico. Sé que no sería un préstamo. Nunca podría devolvértelo, pero no soportaría volver a casa. Por favor.
El corazón de Liv se detuvo en su pecho. Si hubiera esperado una semana más antes de acudir a los prestamistas, habría retirado otra porción de su paga y ahora dispondría de dinero de sobra para ayudar a su amiga.
—Acabo de saldar una deuda, Vena. No me queda nada. Se lo ha llevado todo.
Vena se desinfló.
—Espera, podríamos vender algunos de mis vestidos. Si esperas a mañana…
—No, olvídalo. Para entonces ya habrán empezado a buscarme, y saben que eres mi única amiga. Estarán vigilándote. Era una idea estúpida. Debo hacer frente a esto.
Alguien llamó a la puerta con los nudillos.
—¿Señorita? —llamó una voz masculina.
Vena abrió la puerta, y cuatro hombres con atuendo de esclavos entraron y recogieron los baúles. Vena levantó su petate del suelo.
—¿Me acompañas al muelle? —preguntó a Liv, con cara de resignación.
Horrorizada aún, sin creerse lo que estaba ocurriendo, Liv asintió con la cabeza.
Emprendieron la marcha con parsimonia, como si pudieran aplazar eternamente lo inevitable.
—Este lugar es realmente asombroso —dijo Vena mientras cruzaban el puente juntas por última vez—. Es una maravilla. Y he formado parte de él. Durante algún tiempo. Mi padre era sirviente, igual que mi madre. Ir a casa y convertirme en criada no tiene nada de malo. No soy mejor que ellos. ¿Y sabes qué? ¡He conocido al Prisma! —Se le iluminaron los ojos—. ¡Dijo que le parecía prodigiosa! Y alabó mi vestido. Se fijó en mí, Liv, en mí, con todas las chicas tan guapas que estaban presentes. Nadie podrá arrebatarme eso. ¿Cuántas personas… cuántos trazadores no consiguen algo así en toda su vida? ¡El mismísimo Prisma!
Su valentía hizo que a Liv se le anegaran los ojos de lágrimas. Se esforzó por evitar cruzar la mirada con Vena, segura de que de lo contrario perdería el control.
Pero llegaron a los muelles antes de lo esperado. Se despidieron llorando, prometiendo escribirse, y Liv le aseguró a Vena que recurriría a cuantos contactos pudiera reunir para devolverle su plaza. Vena sonrió con tristeza, resignada.
—Vamos, damiselas —las apremió el capitán—. El tiempo y la marea no esperan a nadie, y las niñas lloronas no son ninguna excepción.
Liv abrazó a Vena una vez más y se fue. Acababa de salir de las tablas del embarcadero cuando vio una figura familiar acechando en las sombras como una araña. Aglaia Crassos.
—¡Tú! —exclamó Liv—. ¡Esto es obra tuya!
Aglaia sonrió.
—Me pregunto, Liv, ¿crees que estamos en deuda con nuestros amigos? ¿Una deuda de afecto, de compromiso?
—Desde luego que sí.
—Pero en lo que a tu amiga se refiere, al parecer, esa deuda no es tan importante como tu necesidad de desafiarme.
—Zorra —dijo Liv, temblando de pies a cabeza.
—No soy yo la que permite que su amiga pague por mi orgullo. Esto puede parar, Liv, o puede empeorar.
—Todavía quieres que espíe al Prisma.
—Vena no se dirige a casa, por si te interesa saberlo. Su contrato ya es mío. Y he hecho un trato con un ilytiano de reputación… bastante dudosa. Está dispuesto a ofrecerme un buen precio a cambio de Vena. Mucha gente siente reparos a la hora de comerciar con trazadores. Por otra parte, no es una trazadora de pleno derecho, por lo que no disfrutará de los mismos privilegios que un trazador normal. Pero, en fin, a Vena le encanta navegar, ¿no? En las galeras no abundan las mujeres. No suelen aguantar mucho, y los demás esclavos tampoco las tratan demasiado bien, así que sus dueños las destinan a otras tareas. Pero se puede arreglar.
No solo una esclava. Una esclava de galeras. Lo peor de lo peor. Liv hubo de reprimir una arcada. La sobrevino el deseo de asesinar a Aglaia. Que Orholam se apiadara de ella.
—O… —añadió Aglaia—. Solo tienes que decirlo. —Inclinó la cabeza hacia un mensajero que aguardaba de pie al otro lado de la calle—. Correrá a entregarle al capitán un mensaje en el que se explica que todo ha sido un error, que Vena ha sido aceptada de nuevo en la academia, etcétera. Los milagros existen. Eres mi proyecto especial, Liv. Gozas de mi atención incondicional.
Desesperada, Liv dirigió la mirada hacia el bote. Era cierto. No tenía amigos, ni opciones, ni escapatoria. ¿Cómo podía enfrentarse a Aglaia Crassos, tan poderosa y adinerada? Si pedía ayuda al Prisma, este le haría preguntas. Pensaría que había estado espiándolo desde el principio. La Cromería y las satrapías estaban corrompidas hasta la médula. Todos estaban en contra de ella.
—Date prisa, Liv, la marea está cambiando —dijo Aglaia.
No había otra salida, ni tiempo para intentar encontrar una alternativa. Tal vez su padre hubiera dicho que no, escupido a la fea cara de Aglaia y conservado el honor. Liv no era tan fuerte. Que los tiburones y los demonios marinos se la llevaran.
—De acuerdo —dijo, con el corazón martilleando en su pecho—. Tú ganas. ¿Qué tengo que hacer?
Gavin ni siquiera había terminado de abandonar los aposentos de su padre cuando presintió que se avecinaban nuevos problemas. La habitación de su madre quedaba justo al lado de la de Andross, era imposible salir sin pasar por delante de su puerta… y esta se encontraba abierta.
Todas las veces. Todas las cochinas veces. Si las ventanas de su padre no tuvieran los postigos cerrados ni estuvieran cubiertas de capa sobre capa de cortinajes, Gavin habría saltado por una de ellas. De hecho, fue en una situación parecida cuando trazó su primera boneta. Cada vez que regresaba aun del más breve de los viajes, era como si tuviera que pasarse el día entero reuniéndose con un personaje importante tras otro. Lo único que hacía era hablar con personas… y todas ellas parecían tener alguna exigencia que hacerle.
Así y todo, Gavin traspasó el umbral de la habitación de su madre al pasar por delante. La esclava de cámara era una joven tyreana, a juzgar por sus ojos oscuros, sus cabellos morenos y su piel como el kopi. Gavin le indicó que podía cerrar la puerta a su espalda. Su madre tenía un don para adiestrar a los esclavos: incluso una adolescente como esta sabía esperar atentamente y responder a las señales más discretas. Claro que Gavin tampoco era tan distinto, ¿verdad?
—Madre —dijo Gavin. La mujer se levantó cuando él se acercó. Le besó los dedos cargados de anillos, y ella se rió y le dio un abrazo, como hacía siempre.