El quinto día (129 page)

Read El quinto día Online

Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
5.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Es decir que aprenden usando las áreas hipervariables —dijo Crowe.

—Sí y no —dijo Weaver echando un vistazo a sus notas—. Es posible que lo hagan, pero en el ordenador todo esto tarda mucho. La masa que atacó en cubierta, en todo caso, es de reacciones muy rápidas, y es probable que piense a la misma velocidad. Una formación superconductora, un inmenso cerebro variable. No, no podíamos limitarnos sólo a las áreas pequeñas. Programamos todo el ADN como capaz de aprender, y con ello aumentamos enormemente su velocidad mental.

—¿Con qué resultado? —preguntó Li.

—El resultado está basado en unos pocos ensayos que realizamos poco antes de la reunión. Pero es suficiente para afirmar que un colectivo yrr, sea cual sea su tamaño, piensa a la velocidad de un ordenador simultáneo de última generación. Los saberes individuales se unifican, se investiga lo desconocido. Al principio, algunos colectivos no están a la altura de los nuevos desafíos, pero en el intercambio aprenden cosas nuevas. Hasta un momento determinado la evolución del aprendizaje es lineal, pero luego el comportamiento de los colectivos deja de ser predecible...

—Un momento. —Shankar interrumpió a Weaver—. ¿Quiere decir que el programa empieza a tener vida propia?

—Hemos provocado situaciones completamente desconocidas para los yrr. Cuanto más complejo era el problema, más veces se reunían. Al cabo de poco tiempo empezaron a desarrollar estrategias cuyos fundamentos no habíamos incluido en el programa. Se volvieron creativos. Se volvieron curiosos. Y aprendieron de forma exponencial. Sólo hemos podido realizar unos pocos experimentos, y se trata solamente de un programa informático, pero nuestros yrr artificiales aprendieron a adoptar la forma que desean, a imitar y variar la forma de otros seres vivos, a desarrollar extremidades con una sensibilidad comparada con la cual nuestros dedos son como de palo, a examinar objetos microscópicos, a intercambiar cada una de estas experiencias con cada una de las otras células y a resolver problemas con que los seres humanos fracasarían.

Durante unos momentos reinaron la consternación y el silencio. La mayoría estaban evocando lo sucedido en la cubierta del pozo. Finalmente Li habló:

—Denos un ejemplo de ese tipo de resolución de problemas.

Anawak asintió.

—Bien. Yo soy un colectivo yrr, ¿de acuerdo? Y hay todo un talud continental invadido por gusanos que yo he criado, he llenado de bacterias y he llevado allí para que desestabilicen los hidratos de metano en toda la línea. Mi problema consiste en que si bien los gusanos y las bacterias ya han causado un montón de daños, necesito dar una última patada para provocar el gran deslizamiento.

—Es cierto —dijo Johanson—. Es un problema que no hemos logrado resolver en ningún momento. Los gusanos y las bacterias realizan el trabajo previo, pero falta algo pequeño para hacer de ello una catástrofe.

—Que puede ser un leve descenso del nivel del mar, lo cual haría disminuir la presión que requieren los hidratos, o un calentamiento del agua en la zona del talud. ¿Correcto?

—Exacto.

—¿Un grado?

—Podría ser suficiente. Pero digamos dos.

—Bien. Nos hemos informado. Frente al talud continental noruego está, a mil doscientos cincuenta metros de profundidad, el volcán de lodo Hákon-Mosby. Los volcanes de lodo no escupen lava, sino que transportan gas, agua y sedimentos desde el interior cálido de la tierra a la superficie del lecho marino. Donde hay un volcán de lodo, el agua no está caliente, pero es más cálida que en otros sitios. Pues bien, yo me reúno en un gran colectivo. En un colectivo muy grande. Adopto forma de manguera con los dos extremos abiertos, y como quiero convertirme en una manga muy larga, limito el espesor de mi pared externa a unas pocas capas de células. De todos modos tengo que obtener muchísimo de mí mismo, necesito muchos miles de millones de células, pero al ser tan finas mis paredes logro estirarme hasta alcanzar muchos kilómetros de longitud. Mi perímetro es igual al del cráter principal: unos quinientos metros. Absorbo en mi interior el agua cálida del volcán de lodo y la conduzco, como un acueducto colosal, hasta donde los gusanos y las bacterias ya han realizado su destructivo trabajo. Y así logro producir el deslizamiento. Y es perfectamente posible que de esta manera logre también calentar el agua de las costas de Groenlandia o de los casquetes polares, lo que hace que se descongelen los glaciares y que se paralice la corriente del Golfo.

—Si eso es lo que pueden hacer los yrr de su ordenador —dijo Peak con una expresión de incredulidad en el rostro—, ¿qué podrán hacer los verdaderos yrr?

Weaver frunció los labios y le miró.

—Calculo que unas cuantas cosas más.

Natación

Weaver sentía la tensión psíquica y física. Cuando salieron de la sala de reuniones preguntó a Anawak si le apetecía nadar un poco. Tenía un agudo dolor en los hombros. Y eso pese a practicar casi todos los deportes con que se podía poner a prueba a un cuerpo humano.

«Tal vez sea ése tu problema —pensó—. Tal vez deberías practicar alguna vez deportes que no supongan desafíos».

Anawak la acompañó. Cada uno fue a su camarote en busca del equipo de natación y volvieron a encontrarse envueltos en albornoces. A Weaver le hubiera gustado tomarle de la mano camino de la piscina —en realidad le hubiera gustado hacer otra cosa con él en ese momento—, pero no sabía cómo iniciar algo así sin quedar como una idiota. Antes solía tomar lo que venía sin elegir, antes de la cura radical que hizo de su vida; pero eso nunca tuvo nada que ver con el amor. Ahora se sentía tímida y bloqueada. ¿Cómo se coqueteaba? ¿Cómo se acostaba una con alguien cuando la noche anterior habían muerto personas y el mundo entero se precipitaba a un abismo?

¿Cuán estúpida se podía llegar a ser?

El pabellón donde estaba la piscina del
Independence
era inmenso y asombrosamente confortable para un buque de guerra; la piscina tenía las dimensiones de un pequeño lago. Cuando dejó caer el albornoz sintió la mirada de Anawak sobre su espalda. Súbitamente se dio cuenta de que era la primera vez que él la veía así. El traje de baño era pequeño y tenía en la espalda un escote pronunciado, de modo que se le veía el tatuaje.

Turbada, se acercó a la orilla, se impulsó y se zambulló dando un elegante salto. Con los brazos extendidos, avanzó bien pegada a la superficie y oyó que Anawak la seguía. «Tal vez sea aquí», pensó. Sintió como si un ascensor cruzara su abdomen a toda velocidad. Entre la esperanza y el miedo de que Anawak la alcanzara, comenzó a patalear y a nadar con más rapidez.

¡Miedosa! ¿Por qué no?

Sumergirse, simplemente, y hacer el amor. Bajo el agua.

Fusionarse...

De golpe se le ocurrió una idea.

Era una verdadera ridiculez de tan simple, y por desgracia también era bastante irreverente. Pero si funcionaba, era brillante, pues quizá lograran una vía pacífica para impulsar a los yrr a la retirada. O por lo menos a reconsiderar su modo de proceder.

¿Era realmente brillante la idea?

Las puntas de sus dedos tocaron la pared azul de la piscina. Emergió y se secó el agua de los ojos. Al instante la idea le pareció vulgar. Luego volvió a desplegar su encanto perturbador. A cada metro que Anawak se acercaba nadando, más indecisa se sentía en cuanto a qué le parecería, y cuando ya estaba llegando, la idea le pareció directamente abominable.

Tenía que consultarlo con la almohada.

De pronto lo tuvo muy cerca.

Se apretó contra el borde de la piscina. Su pecho subía y bajaba. El corazón le latía como aquella vez, cuando había estado suspendida en el agua helada del canal... Esa sensación de ascensor y el martilleo del corazón que parecía decirle: ahora... ahora... ahora...

Sintió un roce en la cintura y abrió los labios.

¡Miedo!

«Di algo —pensó—. Tiene que haber algo. Algún tema sobre el que se pueda hablar».

—Parece que Sigur se encuentra mejor.

Las palabras le salieron a saltos, como ranas. Percibió en los ojos de Anawak un asomo de desilusión. Se apartó un poco, se echó para atrás el pelo mojado y sonrió.

—Sí, un accidente raro.

¡Maldita idiota, loca perdida!

—Pero tiene un problema. —Apoyó los codos en el borde y se alzó al exterior de la piscina—. Guárdatelo para ti. No me gustaría que piense que ando contándolo por ahí. Sólo quiero saber tu opinión.

¿Sigur tiene un problema? ¡Tú tienes un problema! ¡Idiota! ¡¡¡Idiota!!!

—¿Qué clase de problema? —preguntó Anawak.

—Vio algo. Mejor dicho, cree haber visto algo. Tal como lo cuenta, yo lo creo, pero entonces estaría la cuestión de qué significa, y... Bueno, presta atención, voy a contártelo.

Sala de control

Li oyó cómo Weaver informaba a Anawak sobre las dudas de Johanson. Sentada ante los monitores, escuchaba inmóvil la conversación que mantenían.

«Qué bonita pareja», pensó divertida.

El contenido de la conversación no era tan divertido. El imbécil de Rubin había puesto en peligro toda la misión. La única esperanza era que Johanson no siguiera recordando detalles de lo que la droga tenía que haber borrado de su cerebro. ¡Ahora el asunto preocupaba a Weaver y Anawak!

Por qué os ocupáis de esas historias, criaturas. Malignos cuentos de viejas del tío Johanson. ¿Por qué no os vais por fin a dormir juntos? Hasta un ciego ve las ganas que tenéis, vosotros sois los únicos que no sabéis cómo liquidar el asunto. Li suspiró. Cuántas veces había sido testigo de esas aproximaciones torpes desde que mujeres y hombres servían juntos en la marina. ¡Era siempre tan evidente! Aburrido y profano. En algún momento, todos querían acostarse con alguien. ¿A esos dos no se les ocurría nada mejor en la piscina que pensar en los asuntos de Johanson?

—Deberíamos hacernos a la idea de que lo de Rubin va a acabar saliendo a la luz —le dijo a Vanderbilt.

El hombre de la CÍA estaba en pie tras ella, con una taza de café en la mano. Estaban solos en la sala. Peak estaba en la cubierta del pozo para acelerar los trabajos de limpieza y controlar el estado de los equipos de inmersión.

—¿Y ahora qué haremos?

—Hay opciones claras para el caso.

—Pero aún no hemos avanzado tanto, Judy, nena, como para percibirlas. Rubin aún no ha avanzado tanto. Además sería mejor, por supuesto, que no tuviéramos que hacerlo.

—¿Qué pasa, Jack? ¿Escrúpulos?

—Calma. El maldito plan puede ser suyo, pero mi responsabilidad es garantizar que se cumpla. Duerma tranquila, mis escrúpulos se mueven dentro del área de lo tolerable. —Se rió bajito—. Al fin y al cabo, uno tiene su reputación.

—¿Está seguro? —dijo Li dándose la vuelta.

Vanderbilt sorbió ruidosamente su café.

—¿Sabe qué es lo que aprecio tanto de usted, Jude? Su asquerosidad. Me hace sentirme un tipo simpático. Y eso es mucho decir.

Centro de Información de Combate

Crowe y Shankar se rompían la cabeza pensando.

El ordenador mostraba imágenes intrincadas. Líneas paralelas que de pronto se separaban, describían curvas, se juntaban. Entre medio se abrían espacios vacíos bastante grandes e irregulares. Scratch consistía en toda una serie de esos gráficos, y daba la sensación de que reunidos formarían una sola imagen, pero no era sí. No encajaban. Además Crowe seguía sin tener la menor idea de lo que podían significar las líneas.

—El agua es la base —caviló Shankar—. Cada molécula de agua lleva acoplada una información adicional. ¿Qué representa? ¿Una propiedad del agua?

—Puede ser. ¿A qué propiedades podría hacer referencia?

—A la temperatura.

—Sí, por ejemplo. O a la salinidad.

—Pero tal vez no se trate de propiedades físicas o químicas, sino de los propios yrr. Las líneas podrían representar la densidad de población.

—¿Como «aquí vivimos nosotros»? ¿Algo así?

—No es posible, ¿no? —dijo Shankar frotándose la barbilla.

—No sé, Murray. ¿Nosotros les comunicaríamos dónde están nuestras ciudades?

—No. Pero ellos no piensan como nosotros.

—Gracias por recordármelo. —Crowe lanzó un aro de humo—. Bien. Otra vez. H2O. Agua. Esta parte del mensaje no es difícil de comprender. El agua es nuestro mundo.

—Lo que es exactamente la respuesta a nuestro mensaje.

—Es cierto. Les hemos revelado que vivimos en la atmósfera. Luego hemos descrito nuestro ADN y nuestra forma.

—Supongamos que contestan a nuestro mensaje punto por punto —dijo Shankar—. ¿Podrían ser las líneas una representación de su forma?

Crowe frunció los labios.

—No la tienen. Quiero decir que los unicelulares tienen una forma, por supuesto, pero es muy poco probable que se definan por la forma. Probablemente se sientan más como forma en el colectivo, y en este aspecto no pueden definirse en modo alguno por la forma. La gelatina tiene mil formas y no tiene ninguna.

—Bien. Dejemos la forma. ¿Qué otra información podría ser de interés? ¿El número de individuos?

—¡Murray! Ese número debe de ir seguido de tantos ceros que podemos llenar todo el casco del
Independence
escribiéndolo. Además se dividen constantemente, y constantemente se mueren... Es probable que ni ellos mismos estén en condiciones de comunicarnos su número exacto. —Crowe hizo oscilar el cigarrillo entre los dientes—. No es el individuo lo que cuenta. El individuo es completamente irrelevante. Lo que cuenta es la totalidad. La idea yrr, si quieres, el yrr idealizado. El genoma yrr.

Shankar la miró por encima de las gafas.

—No olvides que nosotros sólo les hemos proporcionado la información de que nuestra bioquímica se basa en el ADN. En ese sentido su respuesta debería ser: la nuestra también. ¿Crees en serio que se habrán puesto a detallar su genoma para nosotros?

—Podría ser.

—¿Y por qué deberían hacerlo?

—Porque en rigor es lo único que pueden decir sobre sí mismos. El genoma y la fusión son los puntos centrales de toda su existencia, todo remite a ellos.

—Sí, pero ¿cómo quieres describir un ADN en constante mutación?

Crowe miró desorientada el dibujo de líneas.

—¿Y si fueran mapas?

—¿Mapas de qué?

—Bueno. —Suspiró—. Empecemos de nuevo. H2O es la base. Vivimos en el agua...

A solas

Li había puesto su cinta al máximo de velocidad. En otras circunstancias hubiera ido a correr en la sala de deportes, para mantener unida a la tropa. Pero esta vez no quería ser molestada. Estaba en su conversación diaria con la base aérea de Offutt.

Other books

She Writes Love... by Sandi Lynn
The Audition by Tara Crescent
Stephan by Hazel Gower
Billionaire Romance: Flame by Stephanie Graham
Hooked by Ruth Harris, Michael Harris
Beast by Paul Kingsnorth
To Love and Cherish by Diana Palmer
Sandokán by Emilio Salgari