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Authors: Arthur Conan Doyle

El regreso de Sherlock Holmes (46 page)

BOOK: El regreso de Sherlock Holmes
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Lo que sucedió a continuación es como una espantosa pesadilla. Conservo la visión de una cara morena y desencajada, y el sonido de una voz de mujer que gritaba en francés: «¡Mi espera no ha sido en vano! ¡Por fin te he encontrado con ella!» Se entabló una lucha feroz. Recuerdo que él cogió una silla, y que en las manos de ella brillaba un cuchillo. Escapé corriendo de aquella terrible escena, huí de la casa y no supe más hasta la mañana siguiente, cuando leí en el periódico el terrible desenlace. Sin embargo, aquella noche dormí feliz, porque había recuperado mi carta y no sabía aún lo que me reservaba el futuro.

A la mañana siguiente me di cuenta de que no había hecho más que cambiar un problema por otro. La angustia de mi marido cuando descubrió la desaparición de ese papel me llegó al alma. Tuve que contenerme para no arrodillarme a sus pies allí mismo y confesarle lo que había hecho. Pero aquello significaría tener que confesar también el pasado. Aquella mañana fui a visitarle a usted para hacerme una idea del alcance de mis actos. Cuando comprendí la enormidad del asunto, ya no pensé en otra que no fuera recuperar el documento de mi marido. Tenía que seguir estando donde Lucas lo había dejado, ya que lo guardó antes de que aquella terrible mujer entrara en la habitación. De no haber sido por su repentina llegada, yo no me habría enterado de dónde estaba el escondrijo. ¿Cómo podía volver a entrar en aquella habitación? Vigilé la casa durante dos días, pero la puerta nunca se quedaba abierta. Anoche hice el último intento. Ya sabe usted cómo me las arreglé para conseguir mi objetivo. Me traje el documento a casa, y había pensado destruirlo, porque no se me ocurría ninguna manera de devolverlo sin tener que confesárselo todo a mi marido. ¡Cielos, oigo sus pasos en la escalera!

El ministro de Asuntos Europeos irrumpió muy nervioso en la habitación.

—¿Alguna noticia, señor Holmes? ¿Alguna noticia? —preguntó.

—Tengo algunas esperanzas.

—¡Ah, gracias a Dios! —se le iluminó el rostro—. El primer ministro ha venido a comer conmigo. ¿Podemos hacerle partícipe de sus esperanzas? A pesar de que tiene nervios de acero, me consta que apenas ha dormido desde que ocurrió este terrible suceso. Jacobs, ¿quiere pedirle al primer ministro que suba? Lo siento, querida, me temo que se trata de un asunto político. Nos reuniremos contigo en el comedor dentro de unos minutos.

El primer ministro parecía tranquilo, pero por el brillo de sus ojos y el temblor de sus huesudas manos se notaba que estaba tan nervioso como su joven colega.

—Tengo entendido que dispone usted de alguna información, señor Holmes.

—Puramente negativa, por el momento —respondió mi amigo—. He investigado en todos los lugares donde podría encontrarse el documento, y estoy seguro de que no hay peligro de que caiga en malas manos.

—Pero eso no es suficiente, señor Holmes. No podemos seguir viviendo permanentemente sobre semejante volcán. Necesitamos algo concreto.

—Tengo esperanzas de conseguirlo. Por eso estoy aquí. Cuanto más pienso en este asunto, más convencido estoy de que la carta no ha salido de esta casa.

—¡Señor Holmes!

—De haber salido, es indudable que a estas alturas ya se habría publicado.

—Pero ¿por qué iba nadie a robarla sólo para dejarla en esta casa?

—No estoy convencido de que haya sido robada.

—Entonces, ¿cómo pudo salir del portafolios?

—No estoy convencido de que haya salido del portafolios.

—Señor Holmes, si es una broma, no tiene gracia. Puedo asegurarle que salió del maletín.

—¿Ha examinado usted el maletín desde el martes por la mañana?

—No; no hacía ninguna falta.

—Es posible que la haya pasado por alto.

—Eso es absolutamente imposible.

—Pues yo no estoy convencido. He visto casos parecidos. Supongo que habrá otros papeles en ese maletín. Puede haberse mezclado con ellos.

—Estaba encima de todos.

—Alguien puede haber movido el maletín, descolocando su contenido.

—Le digo que no. Lo saqué todo.

—De todas maneras, es fácil comprobarlo, Hope —intervino el primer ministro—. Que traigan aquí ese maletín.

El ministro hizo sonar la campanilla.

—Jacobs, tráigame el maletín de los documentos. Esto es una ridícula pérdida de tiempo, pero si no se va a quedar satisfecho de otra manera, haremos lo que dice. Gracias, Jacobs; déjelo ahí. Siempre llevo la llave en la cadena del reloj. Mire, aquí están todos los papeles: carta de lord Merrow, informe de sir Charles Hardy, memorándum de Belgrado, notas acerca de los impuestos sobre los cereales en Rusia y Alemania, carta de Madrid, nota de Lord Flowers... ¡Cielo santo! ¿Qué es esto? ¡Lord Bellinger! ¡Lord Bellinger!

El primer ministro le arrebató de la mano el sobre azul.

—¡Sí, es ésta! ¡Y la carta está intacta! Hope, le felicito.

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Qué peso me he quitado de encima! ¡Pero esto es inconcebible..., es imposible! Señor Holmes, es usted un mago..., ¡un brujo! ¿Cómo sabía que estaba aquí?

—Porque sabía que no estaba en ninguna otra parte.

—¡No puedo creer lo que ven mis ojos! —corrió frenético hacia la puerta—. ¿Dónde está mi mujer? ¡Hilda! ¡Hilda! —su voz se perdió por la escalera.

El primer ministro miró a Holmes con un centelleo en los ojos.

—Vamos, vamos —dijo—. Aquí hay más de lo que salta a la vista. ¿Cómo volvió la carta a meterse en el maletín?

Sonriendo, Holmes se volvió para eludir el intenso escrutinio de aquellos ojos extraordinarios.

—También nosotros tenemos nuestros secretos diplomáticos —dijo.

Y recogiendo su sombrero, se encaminó hacia la puerta.

[701] Podría tratarse de sever, lever, never... u otras 30 palabras inglesas, por lo menos, aunque no resulten tan probables como never («nunca»).

[702] Sin embargo, el símbolo utilizado como V en el mensaje número 4 es idéntico al que representa la P en el mensaje número 5. Debido a estas inconsistencias, muchos expertos opinan que Watson no está publicando el verdadero código, que posiblemente era mucho más complicado, habiendo preferido sustituirlo por otro de su invención, más asequible para el lector, pero que no debería haberle planteado tantas dificultades a Holmes, un hombre «bastante versado en todos los tipos de escritura secreta», autor de monografías, etc.

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