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Authors: Dave Wolverton

El Resurgir de la Fuerza (10 page)

BOOK: El Resurgir de la Fuerza
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—¿Tenías miedo? ¿Estabas enfadado?

—Las dos cosas —admitió Obi-Wan—, Yo... disparé contra los piratas. Maté, pero no lo hice con odio. Lo hice para salvar vidas.

Qui-Gon movió levemente la cabeza con gesto afirmativo.

—Ya veo.

Le había dado la respuesta que Qui-Gon quería oír. Demostraba que Obi-Wan estaba creciendo en el aprendizaje de la Fuerza.

Sin embargo. Qui-Gon se sentía extrañamente insatisfecho y buscó en el interior de su corazón. ¿Quería realmente que el chico hubiese fallado la prueba? Hubiera sido un grave defecto para un Jedi.

No podía evitarlo. La verdad era que Obi-Wan no le había decepcionado. Había aceptado con valentía la tarea de pilotar la nave. Había tenido cientos de vidas en sus manos y no había dudado. Se había ganado el honor de ser su aprendiz.

Entonces, ¿por qué le resultaba todavía tan difícil a Qui-Gon confiar en él?

Porque me fié de otro. Deposité toda mi confianza en Xánatos y resultó desastroso.

El sentimiento de pérdida era tan grande que, incluso ahora, Qui-Gon lo sufría como una herida abierta. Habría preferido tener una docena de heridas abiertas por el hacha vibratoria del capitán pirata antes que volver a sufrir esa pérdida y ese dolor.

Obi-Wan, confundido, permanecía de pie delante de Qui-Gon. Estaba tan cansado que casi se balanceaba sobre sus pies. ¿Habría contestado bien o mal? No lo sabía. Todo lo que percibía era una lucha interior en Qui-Gon que no entendía. Habían luchado juntos para salvar la nave, y eso bastaba para crear un vínculo entre ellos; pero Obi-Wan sentía que estaban más alejados que nunca.

¿Debía hablar? Quizá si le preguntaba a Qui-Gon lo que estaba pensando, le respondería. Pero antes de que Obi-Wan hiciera nada, unos golpes violentos sonaron en la puerta. El joven aprendiz corrió a abrirla.

Si Treemba entró. El arcona jadeaba y estaba casi sin respiración.

—¿Qué ocurre? —preguntó Qui-Gon.

El Maestro Jedi se puso de pie y poco a poco, extendió el brazo para comprobar cómo había actuado el ungüento.

—Por favor, venid deprisa —dijo Si Treemba jadeando—. ¡El hutt Jemba ha robado nuestros dactilos!

Capítulo 15

No quedarás impune por esto —advirtió Qui-Gon al hutt Jemba.

Hablaba tranquilamente. Detrás de Qui-Gon había docenas de arconas que estaban de pie en silencio. Obi-Wan se encontraba entre ellos, mirando la espalda del Jedi. Qui-Gon sufría el dolor provocado por las heridas y parecía estar al borde del colapso.

Jemba se movió divertido, como un gusano gris gigante.

—¿Y qué vas a hacer, débil Jedi? —su voz resonaba con gran regocijo—. ¡Nadie puede detener al Gran Jemba! Tus arconas tenían demasiado miedo para enfrentarse a los piratas y se escondieron mientras mis hombres luchaban y morían. ¡Muy pronto estos cobardes serán mis esclavos!

Jemba y sus hombres habían tomado posesión del comedor arcona. Una muralla de mineros de Offworld, hutts, whiphids, humanos y androides se situaban detrás de Jemba. Los mineros de Offworld estaban preparados para la batalla.

Qui-Gon, Obi-Wan y los arconas vieron los cañones de al menos treinta pistolas láser. Algunos de los matones de Offworld tenían, además, escudos y armaduras. Los hombres de Jemba, obviamente, tenían algo más que los dactilos. La mayoría de las armas de la nave estaban en su poder.

Obi-Wan estaba inquieto. A su lado, Clat'Ha estaba lívida. Tenía las manos caídas al lado del cuerpo, dispuesta a desenfundar su arma: pero ella y los arconas hubiesen sido derrotados de forma abrumadora.

—No es justicia lo que buscas, Jemba —intentó razonar Qui-Gon—. Lo único que quieres es satisfacer tu ambición. Así no se resolverá nada. Baja las armas.

Qui-Gon invocó a la Fuerza para convencer al hutt de que parara esta locura. Pero el Maestro Jedi, ignorando su propio dolor, había estado concentrado en su herida durante horas para acelerar su curación, y estaba demasiado débil para persuadir al hutt.

Jemba movió una mano, como intentando tocar algo en el aire.

—Oh, ¿es esto que estoy sintiendo tu poderosa Fuerza? ¡Ha! —espetó—. Tus trucos de Jedi son tan inocentes que me hacen reír. No puedes hacer nada contra el Gran Jemba. Y mírate, Jedi. Ni siquiera sabes evitar los golpes de un hacha vibratoria. Cualquiera puede ver que estás demasiado débil para luchar. No hay nada que puedas hacer para detenerme.

Obi-Wan, lleno de ira ante la burla del hutt, se adelantó a Qui-Gon y se enfrentó a Jemba.

—¡Yo puedo detenerte! —gritó, levantando su sable láser.

Los enormes ojos de Jemba se empequeñecieron por el enfado. Los matones que le rodeaban permanecieron en su sitio. No tenían miedo de un niño.

—¿Qué pasa, Jedi? —dijo Jemba despectivamente a Qui-Gon—. ¿Envías a un niño para que luche contra mí? ¿Es alguna clase de insulto?

Jemba miró a izquierda y derecha y levantó una enorme garra. Obi-Wan sabía que, si la bajaba, era la señal que esperaban sus hombres para abrir fuego. Además, el muchacho sabía que sólo podría rechazar unos cuantos disparos.

Qui-Gon se acercó y tocó a Obi-Wan en el codo.

—Apaga tu espada —dijo tranquilamente—. No se puede ganar así. Si comienzan a disparar, la gente morirá innecesariamente. Un Jedi debe conocer a sus verdaderos enemigos.

Obi-Wan estaba temblando. De repente se sentía confundido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó. El sudor le resbalaba por la cara—. ¿Cuál de ellos es nuestro enemigo?

—La cólera es nuestro enemigo —dijo Qui-Gon razonablemente. Después, lanzó una mirada a través de la habitación dirigida a Jemba—. La ambición y el miedo son también nuestros enemigos. Los arconas pueden vivir sin dactilos durante algún tiempo. No necesitas luchar ahora. El odio es otro enemigo.

Obi-Wan, que había comprendido la sabiduría de las palabras de Qui-Gon, apagó su espada, hizo una reverencia a Jemba como si de un oponente respetable se tratara y dio un paso hacia atrás.

—Una postura inteligente, pequeño —dijo Jemba.

Luego, el hutt estalló en una sonora carcajada y gritó a los arconas que estaban en la habitación:

—Necesito obreros, y estoy dispuesto a pagaros bien.

La voz del hutt creó un pequeño eco. Detrás de Qui-Gon los arconas empezaron a murmurar con inquietud, casi creando un zumbido.

Clat'Ha gritó:

—¡Offworld no paga bien a sus obreros! Jemba se golpeó el pecho.

—¡Pagaré en comida y en dactilos! —dijo—. ¡Por un día de trabajo, daré a mis obreros un día de vida!

—¿Te ofreces a pagar a esta gente con los dactilos que tú les has robado anteriormente? —preguntó Obi-Wan.

No podía creer lo que estaba oyendo. Hacía todo lo que podía para contenerse y no ir corriendo a través de la habitación para cortar en rodajas a Jemba.

Jemba sonrió cruelmente.

—De hecho, aquellos que trabajen para mí vivirán. Los que no lo hagan morirán. ¿Qué mejor paga puedo ofrecer?

Los arconas habían estado hablando en voz baja. Ante la sorpresa de Obi-Wan, algunos de ellos cruzaron inmediatamente la habitación hacia Jemba. Otros más los siguieron. Si Treemba dudó, pero al final se unió a ellos.

—¡Esperad! —ordenó Clat'Ha a los arconas—. ¿Qué estáis haciendo?

Los arconas se detuvieron y se volvieron.

—Somos mineros —dijo Si Treemba—. No nos importa si vivimos gracias a Jemba o a cualquier otro.

—Pero, Si Treemba, ¿qué hay de tu libertad? —preguntó Obi-Wan—. ¡No puedes abandonar!

Si Treemba le miro tristemente.

—Tú eres nuestro amigo. Obi-Wan, pero no nos entiendes. Los humanos sabéis valorar la libertad tanto como la vida, pero nosotros no.

Los arconas se volvieron en grupo y se dirigieron hacia Jemba.

Obi-Wan hizo un esfuerzo para entender las palabras de su amigo. Los arconas se criaban en nidos donde lo compartían todo. En Cona, cavaban en el suelo para conseguir raíces profundas que tenían agua y alimento. Dependían los unos de los otros completamente. Una vez en Bandomeer, trabajarían en las minas para Jemba. Mientras su comunidad sobreviviera, mientras el "nosotros" permaneciese, la libertad no importaba.

—Si os vais con él —advirtió Clat'Ha—se aprovechará todo lo que pueda de vosotros y no os dará nada a cambio, excepto lo que ya es vuestro por derecho. Jemba se enriquecerá, mientras que los arconas empobrecerán. ¿Queréis eso?

—No —admitió Si Treemba—, pero nosotros no queremos morir.

—Entonces debéis luchar —urgió Clat'Ha—. Cuando os enfrentáis a un peligro construís paredes y os escondéis detrás de ellas. Esa es la manera de actuar de los arconas. Pero cuando alguien echa abajo vuestras paredes, vosotros lucháis. Jemba no es más peligroso que cualquier otro de vuestros enemigos. Intenta destruiros, pero podemos vencerle.

Clat'Ha levantó su pistola láser y los mineros de Offworld hicieron lo mismo, preparados para luchar. Obi-Wan estudió a la valiente mujer. Su fiereza llenaba la habitación. Le faltaba una chispa para explotar.

Era una batalla que estaban condenados a perder. Qui-Gon tenía razón. No era ni el momento ni el lugar para luchar. Tenían que detener a Jemba, pero no podían hacerlo ahora.

—Si Treemba —llamó Obi-Wan—. Amigo, sólo te pido una cosa. Espera.

Qui-Gon le lanzó una mirada de respeto. Obi-Wan no tuvo tiempo para sentirse halagado. Concentró toda su atención en Si Treemba. A veces la amistad podía llegar a sitios que la Fuerza no alcanzaba.

Si Treemba le miró a la cara, llorando. Obi-Wan sabía que le supondría un acto de gran valentía dejar a sus compañeros arconas. El joven aprendiz esperó, era consciente de que hablar de nuevo hubiera sido un insulto para Si Treemba.

Lentamente, el arcona afirmó con la cabeza. Luego se movió hacia el otro extremo de la habitación, donde estaban Clat'Ha y Obi-Wan.

Un ansioso y elevado silbido llenó la habitación. Uno por uno, los arconas siguieron a Si Treemba.

Capítulo 16

El encuentro terminó en tablas. No quedaba nada por hacer salvo marcharse. Obi-Wan permaneció con Qui-Gon. Aunque el Jedi se mantuvo erguido durante la confrontación, el sudor llenaba su frente, y Obi-Wan pudo imaginar el esfuerzo que le había supuesto mantenerse centrado en lo que estaba haciendo.

—Te acompañaré a tu habitación —le dijo Obi-Wan.

Sabía que Qui-Gon debía sentirse muy débil porque ni siquiera intentó discutir.

Cuando el Maestro Jedi llegó al pasillo en el que estaba situada su habitación, su paso era inestable y su visión se nublaba. Agradeció contar con la presencia de Obi-Wan a su lado. Cuando giraban la última esquina, Qui-Gon se tambaleó. Obi-Wan le agarró del brazo y le ayudó a mantenerse en pie.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Obi-Wan, preocupado.

—Lo estaré —dijo Qui-Gon débilmente—. Yo... lo único que necesito... es centrarme.

Obi-Wan le ayudó a entrar en su habitación y esperó hasta que se sentara. Había esbozado en su mente un plan durante el enfrentamiento. Esta vez no iba a cometer el error de no contárselo todo a Qui-Gon.

—Maestro Jinn —comenzó Obi-Wan—. Tengo una idea. Voy a volver por los conductos de aire al territorio de Offworld. Ahora conozco el camino. Esperaré hasta que Jemba esté solo y le cogeré por sorpresa.

Qui-Gon cerró los ojos durante un momento, como si la sugerencia de Obi-Wan le doliese tanto como su herida.

—No —negó terminantemente—. No lo harás.

Hacía unos momentos, el Maestro Jedi se había quedado impresionado por la manera en que Obi-Wan había manejado la situación de los arconas, y por cómo había roto los planes de Jemba con dignidad. Pero ahora volvía a elaborar planes imprudentes, dejando que su impaciencia se impusiera al buen juicio.

Por supuesto, Qui-Gon admitía que los planes no eran más imprudentes que los que él mismo había pensado en su juventud. Todavía sentía una decepción tan grande que le sorprendía. ¿Iban a cogerle sus sentimientos siempre desprevenido cuando se trataba de algo relacionado con este chico?

Cansado, Qui-Gon se levantó de la silla. Su hombro ardía justo donde el pirata le había alcanzado. En la enfermería, el dolor había sido soportable, pero ahora le superaba.

—Mira, estás herido —dijo Obi-Wan—. Sé que ahora no puedes luchar. Pero ¡yo podría luchar por ti! Puedo controlar mi cólera y hacer lo que sea necesario. Si Jemba estuviese muerto...

—Nada cambiaría —dijo Qui-Gon débilmente—. Obi-Wan, ¿es que no lo ves? Matar a Jemba no es la solución. No es más que un hutt. Siempre habrá más, tan malvados y ambiciosos como él. Si le matas, eso no parará sus planes de expansión. Otro como él, o quizá peor, ocupará su lugar. Lo que debemos hacer es enseñar a la gente que...

—Pero él es malvado, ¿no? —preguntó Obi-Wan.

—Lo que está intentando hacer Jemba está mal —contestó Qui-Gon midiendo sus palabras.

—¡No he visto nunca a nadie tan maligno como él! —estalló Obi-Wan.

Qui-Gon esbozó una sonrisa triste.

—Y tú has estado en muchos sitios ¿no?, joven Obi-Wan.

Obi-Wan calló. Tenía mucho que aprender. Su corazón le gritaba que Jemba era malvado y que su maldad le había llevado a esclavizar a víctimas inocentes. Si alguien se merecía tener un destino amargo, ése era el hutt. Pero tenía que escuchar a Qui-Gon.

—Los he visto mucho peores —continuó Qui-Gon—. Si estás pensando en matar movido por tu cólera, debes saber que esos sentimientos vienen del Lado Oscuro.

—Entonces, ¿cómo haremos para conseguir que nos devuelva los dactilos? —preguntó Obi-Wan.

—No puedes hacer hada. No puedes forzar a la gente para que sea justa y decente. Esas cualidades deben ser innatas y no se pueden forzar. Por ahora, tendremos que esperar. Puede que Jemba cambie de opinión. O puede que le espere algún destino oscuro. En cualquier caso, matar no es la solución.

—Pero... tú has matado alguna vez —añadió Obi-Wan con tono de duda.

—Lo he hecho cuando no había otra alternativa —admitió Qui-Gon—, pero cuando mato, sólo gano una batalla. Es una victoria pequeña, muy pequeña. Hay grandes batallas que ganar, las batallas del corazón. A veces, con paciencia y razonamientos y dando un buen ejemplo, he ganado más que una batalla. He convertido a mi adversario en un amigo.

Obi-Wan valoró todo esto. A pesar del dolor y la debilidad, Qui-Gon se estaba tomando la molestia de explicarle sus ideas a Obi-Wan. Hasta ayer, lo más probable hubiera sido que el Jedi le hubiese dado una orden severa y luego le hubiera mandado marcharse. Algo había cambiado entre ellos.

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