El Resurgir de la Fuerza

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Authors: Dave Wolverton

BOOK: El Resurgir de la Fuerza
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Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan. Ahora, Obi-Wan está a punto de tener su primer encuentro con el verdadero mal. Deberá enfrentarse con enemigos inesperados y con sus propios deseos oscuros.

Dave Wolverton

El Resurgir de la Fuerza

Aprendiz de Jedi 1

ePUB v1.0

LittleAngel
22.10.11

Título original:
Jedi Apprentice: The Rising Force

Año de publicación: 2001

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Pilar Pascual Fraile

ISBN: 84-95070-01-4

Capítulo 1

El filo del sable láser silbó en el aire. Obi-Wan Kenobi no pudo ver el destello a través de la venda que le presionaba los ojos. Él usaba la Fuerza para saber exactamente cuándo agacharse.

Notó el calor abrasador del filo del sable láser de su oponente, que pasó casi quemándole por encima de su cabeza.

—¡Bien está! —le dijo Yoda desde el lateral de la habitación—. Vamos. Guiar a tus sentimientos deja.

Las palabras de ánimo estimularon a Obi-Wan. Como era alto y fuerte para tener doce años, muchos pensaban que eso le daría ventaja en la batalla.

Pero la fuerza y el tamaño no sirven para nada cuando se necesita agilidad y velocidad. Ni tampoco tenían ningún efecto sobre la Fuerza, que él todavía no dominaba.

Obi-Wan prestó especial atención al sonido del sable láser de su enemigo, al de su respiración, al del rozamiento de un pie en el suelo. Estos sonidos hacían eco en la habitación, pequeña y de techo alto.

Un montón de obstáculos distribuidos aleatoriamente por el suelo añadían dificultad al ejercicio. Tenía también que utilizar la Fuerza para detectarlos. Con un terreno así de accidentado, era fácil caerse al suelo.

Detrás de Obi-Wan, Yoda le advirtió:

—En guardia mantente.

El joven levantó su arma con obediencia y giró a su derecha cuando el filo de su oponente cayó bruscamente hacia el suelo a su lado. Dio un pequeño salto hacia atrás, sorteando una pila de obstáculos. Obi-Wan oyó el sonido del sable láser cuando su enemigo trató de realizar un golpe apresurado motivado por la irritación y el cansancio. Bien.

El sudor le goteaba por debajo de la venda y le provocaba picor los ojos. Obi-Wan lo ignoró, así como su satisfacción por la torpeza de su oponente. Se podía imaginar como un perfecto Caballero Jedi luchando contra un pirata espacial.... contra un togoriano con los colmillos tan largos como los dedos de Obi-Wan. En su mente, Obi-Wan veía la criatura armada mirándole con ojos que eran meros hilos de luz. Sus uñas podrían rajar perfectamente a un humano.

La visión le dio fuerzas y le ayudó a desprenderse de sus miedos. En segundos, cada uno de sus músculos estaba preparado para la Fuerza. Ésta fluía a través de él, dándole la velocidad y la agilidad que necesitaba.

Obi-Wan balanceó su arma destellante para protegerse del siguiente golpe. El sable láser de su atacante zumbó y giró. Obi-Wan dio un gran salto, pasando por encima de la cabeza de su enemigo, y clavó su arma justo donde estaría el corazón del togoriano.

—¡Aaaarg! —gritó el otro estudiante sorprendido, cuando el filo caliente del arma de Obi-Wan le golpeó en el cuello.

Si Obi-Wan hubiese estado usando un sable láser de los Caballeros Jedi, hubiese sido un golpe mortal; pero los aprendices del Templo Jedi usaban sables de entrenamiento de intensidad limitada. El roce del filo sólo le produjo una herida superficial que, sin embargo, debería ser atendida por los curanderos.

—Eso fue un golpe de suerte —gritó el aprendiz herido.

Hasta ese momento. Obi-Wan no se había dado cuenta de contra quién estaba peleando. Había sido llevado hasta la habitación con los ojos vendados. Ahora reconoció la voz. Era Bruck Chun. Al igual que Obi-Wan. Bruck era uno de los aprendices más antiguos del Templo Jedi. Como Obi-Wan. Bruck también aspiraba a convertirse en un Caballero Jedi.

—Bruck —dijo Yoda con calma—. La venda puesta deja. Un Jedi sus ojos no necesita.

Pero Obi-Wan oyó cómo la venda del chico se deslizaba hasta el suelo. La voz de Bruck denotaba furia.

—Tú, ¡maldito Torpe!

—Calmarte deberías —le advirtió Yoda a Bruck en un tono seco que raramente usaba.

Cada estudiante en el Templo Jedi tenía su propia debilidad. Obi-Wan conocía la suya bastante bien. Cada día tenía que luchar para contener su ira y su miedo. El Templo ponía a prueba tanto su carácter como su habilidad.

Bruck luchaba para contener la ira que le consumía y que podía encender su rabia rápidamente. Solía mantenerla bajo control y sólo la habían vislumbrado otros iniciados.

Bruck tenía, además, otros motivos de rencor. Hacía un año, Obi-Wan había tropezado con él en un pasillo del Templo y le había tirado al suelo. Había sido un accidente provocado por el hecho de que las piernas y los pies de los chicos estaban creciendo demasiado deprisa, pero Bruck estaba convencido de que Obi-Wan lo había hecho a propósito. La dignidad era un valor muy importante para Bruck. Las risas de los otros estudiantes le habían ofendido. Había llamado torpe a Obi-Wan, o sea Torpe-Wan
[1]
, y el nombre había perdurado.

Lo peor de todo es que era cierto. A veces, Obi-Wan sentía que su cuerpo estaba creciendo demasiado deprisa. Parecía como si nunca se fuese a acostumbrar a sus largas piernas y a sus pies grandes. Un Jedi debía sentirse cómodo con su cuerpo, pero Obi-Wan se sentía a disgusto con el suyo. Sólo cuando la Fuerza fluía a través de él, se sentía ágil o seguro.

—Vamos, Torpe —se burló Bruck— ¡Veamos si puedes golpearme otra vez! ¡Una última vez antes de que te echen del Templo!

—¡Bruck, suficiente es! —dijo Yoda—. A perder tanto como a ganar un Jedi debe aprender. A tu habitación vete, vamos.

Obi-Wan trató de no sentirse herido por la intención de las palabras de Bruck. En cuatro semanas cumpliría trece años y tendría que irse del Templo. Burlas como la de Bruck se estaban haciendo cada vez más frecuentes a medida que se acercaba su cumpleaños. Si no llegaba a ser un padawan antes de las próximas cuatro semanas, sería demasiado mayor. Había escuchado rumores insistentes de que no estaba permitido que un Jedi viniera a buscar a un padawan cuando era demasiado tarde. Tenía miedo de no llegar a convertirse nunca en un Caballero Jedi. El miedo le angustiaba lo suficiente para hacer de él un loco presumido.

—No tienes que mandarle fuera, Maestro Yoda —dijo—. No tengo miedo de luchar contra él aunque no lleve la venda en los ojos.

El color subió a las mejillas de Bruck y sus ojos se empequeñecieron. Yoda entendió la intención de las palabras y se limitó a asentir. Lo cierto es que Obi-Wan, que estaba tan exhausto como Bruck, había esperado que Yoda les hubiese mandado a cada uno a su habitación, en vez de permitirles que siguieran luchando.

Sin embargo, después de un largo silencio, Yoda dijo:

—Bien está. Continuad. Mucho que aprender tenéis. Usar las vendas deberéis.

Obi-Wan se giró e hizo una reverencia, aceptando la orden. Sabía que Yoda era plenamente consciente de lo cansado que estaba. Aunque le hubiese gustado que el Maestro le hubiera otorgado un descanso, aceptaba la sabiduría que había en todas las decisiones de Yoda, ya fuesen importantes o nimias.

Obi-Wan apretó fuerte la venda. Intentó apartar su fatiga, deseando que los músculos le obedecieran. Intentó olvidarse de que estaba luchando contra Bruck, o de que su oportunidad de convertirse en un Caballero Jedi casi había pasado. En cambio, se concentró en la imagen del pirata togoriano de piel naranja y cubierto con una armadura negra.

Obi-Wan pudo sentir cómo la Fuerza fluía de su interior y flotaba a su alrededor. Podía captar la Fuerza que salía de Bruck, los rizos oscuros provocados por su ira. Su intención era canalizarla en provecho propio. Tenía que resistirlo.

Obi-Wan adoptó una postura defensiva ante los ataques de Bruck. Dejó que la Fuerza le guiara, como había hecho antes. Pudo parar fácilmente el primer golpe. Después dio un gran salto para evitar otra estocada y aterrizó detrás de una columna. Los sables de luz chocaban, crepitaban, ardían y después se separaban. El aire, cargado con la energía de la batalla, parecía espesarse.

Durante largos minutos, los dos estudiantes lucharon como si se tratara de un baile elegante. Obi-Wan esquivaba cada ataque y rechazaba cada golpe silbante. No intentaba golpear a Bruck.

Demuéstrale que no soy torpe,
pensaba amargamente Obi-Wan,
hazle ver que no soy estúpido. Demuéstraselo una y otra vez.

El sudor empezó a empapar las ropas de Obi-Wan. Sus músculos ardían. Apenas podía respirar con la suficiente rapidez que necesitaba para conseguir aire. Pero, a medida que no atacaba movido por el odio, la Fuerza fluía con más intensidad en él. Intentó no pensar en la lucha. Se distrajo pensando en el baile y, a medida que se iba sintiendo más y más exhausto, no pensaba en nada.

Bruck luchaba cada vez más despacio. De pronto, Obi-Wan ni siquiera tenía que saltar para evitar sus cansinos ataques. Simplemente tenía que pararlos, hasta que, súbitamente, Bruck abandonó.

—Bien, Obi-Wan —dijo Yoda—. Aprendiendo tú estás.

Obi-Wan apagó su sable láser y lo colgó de su cinturón. Usó la venda de los ojos para secarse el sudor de la cara. Cerca de él, Bruck estaba doblado sobre sí mismo, jadeando. No miraba a Obi-Wan.

—Ya ves —dijo Yoda—. Para vencer a un enemigo matarlo no necesitas. La rabia que hay en él vence y tu enemigo más no será. La rabia el verdadero enemigo es.

Obi-Wan entendió lo que Yoda quería decirle, pero la mirada gélida de Bruck le mostró que no había vencido la furia de su oponente, y que ni siquiera había ganado el respeto de su rival.

Los dos chicos se volvieron hacia Yoda y le hicieron una reverencia solemne. La imagen de su amiga Bant acudió a la mente de Obi. Lo mejor de haber ganado a Bruck sería contárselo todo a Bant.

—Por un día suficiente es —dijo Yoda—. Mañana un Caballero Jedi al Templo vendrá para un padawan buscar. Preparados para él deberéis estar.

Obi-Wan intentó ocultar su sorpresa. Normalmente, cuando un Caballero venía al Templo a buscar un padawan, los rumores anunciaban la llegada muchos días antes. De esta manera, si un estudiante quería ganarse el honor de ser el padawan del Caballero, podía prepararse física y mentalmente.

—¿Quién? —preguntó Obi-Wan, con el corazón acelerado—. ¿Quién va a venir?

—Visto a él antes habéis. —dijo Yoda—El Maestro Qui-Gon Jinn es.

La esperanza de Obi-Wan creció. Qui-Gon Jinn era uno de los Caballeros Jedi más poderosos. Había estado antes en el Templo para ver a los aprendices y siempre se había marchado sin llevarse a ningún padawan.

Obi-Wan había oído rumores de que Qui-Gon había perdido a su último padawan en una batalla espectacular, y que había jurado que nunca tendría otro. Iba al Templo cada año sólo porque el Consejo de Maestros se lo exigía. Pasaría algunas horas mirando a los alumnos, estudiándolos como si estuviese buscando algo que solamente él pudiese ver. Después se iría con las manos vacías, para luchar solo contra la oscuridad.

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